El primer cardiólogo al que me llevaron de pequeño hace la friolera de cuarenta y cuatro años, un hombre ya bastante mayor y médico de los de antes, culto y con un gran sentido humanístico, tras someterme a las pruebas de rigor que había entonces (electrocardiograma y poco más), le comentó a mis padres que mis taquicardias paroxísticas y mis extrasístoles eran congénitas y que tenía un corazón fácilmente excitable a los impulsos eléctricos que recibía de mi sistema nervioso, pero que no nos preocupáramos porque era "mi naturaleza" y añadió que no había motivo alguno para pensar que mi corazón se resintiera en el futuro, puesto que funcionalmente estaba sano. Todo lo más, percibiría esos latidos como una simple molestia...
Luego he visitado a otros especialistas, ya con medios mucho más modernos y sofisticados de detección de cardiopatías, e incluso me han practicado una ablación que ha suprimido mis taquicardias, y yo lo agradezco, porque ciertamente no resulta cómodo notarse las palpitaciones en las sienes o en la boca del estómago, pero el diagnóstico inicial, el que me dió aquel doctor desgarbado, distraído y sabio, sigue siendo perfectamente válido. Vaya mi pequeña muestra de reconocimiento hacia él porque su mensaje era, más allá de los aspectos médicos, que yo tenía que aprender a convivir con ese comportamiento caprichoso de mi corazón y aceptarlo como un signo más de mi identidad, como los ojos marrones o la cara redonda.
Quizá algún día podamos librarnos de nuestras extras para siempre, pero mientras tanto, el reloj corre y no hay tiempo para lamentarse por algo que no lo merece.

Un abrazo.