te.quiero.te.quiero.te.quiro.!!!
gracias.por.escucharme.!!!
te.leo.un.cunto.lindo.para.ti.


Un.cuento.lindo.para.la.joven.linda.que.sonrie


Onza, Tigre y León - cuento

abía una vez dos hermanitos, una niña y un niño que quedaron huérfanos de madre. Una señora vecina se encariñó mucho con ellos, y, todos los días, les daba leche y una sopita de pan y miel. Como eso les gustaba mucho, decían al papá:

- Cásate con esa señora, que nos da siempre pan y miel. Pero él contestaba:

- ¡Ay, mis hijos! ¡Hoy les da pan y miel, y mañana les dará hiel!

Les quiso decir que hoy era dulce y amable, y mañana amarga y descortés. Pero tanto insistieron los niños que, pasado el tiempo, el pobre hombre resolvió casarse, Tan pronto como ocurrió el matrimonio la mujer dejó de tratar a los niños con el cariño de antes. Los regañaba sin razón alguna y hasta los maltrataba. En una ocasión, estando el padre trabajando, la mujer llamó a los niños y les dijo que iban a dar un paseo. Los llevó a un bosque muy espeso y lejano, y allí los dejó. La malvada mujer se marchó a su casa. Cuando el padre preguntó por los niños, ella respondió:

- Salieron sin decirme nada aprovechando que yo he estado ocupadísima. No creo que tarden mucho.

En efecto... ¡Los niños regresaron! Eran listos y desconfiaban de la madrastra. Cuando salieron de la casa, ellos llevaban una taparita de ceniza que fueron vaciando lentamente por el camino, Así, guiándose por la marca de ceniza fue posible que regresaran.

Mientras el padre recibía lleno de felicidad a sus hijos, la madrastra casi explotaba de la rabia, y pensaba:

-Estos niños no volverán a engañarme.

Por segunda vez, aprovechando de nuevo la ausencia del padre, la mujer volvió a llevarse a los chicos: La niña apenas tiempo de agarrar unos granos de maíz. Los iban regando, disimuladamente, por todo el camino. Un camino que conducía a un va muy pero muy lejana, oscura, solitaria.

Los niños asustados se llenaron de espanto al descubrir que los granos habían desaparecido. ¡Ahora sí que estaban perdidos!

- Se los comieron los pájaros -dijo el niño. Consolé hermana que lloraba desesperadamente, y se trepó a un árbol altísimo a ver qué podía distinguir:

¡Allá, allá lejos!, gritaba.

- ¿Qué? ¿Qué es lo que ves? -decía la niña secándose las lágrimas.

- ¡Humo, humo! dijo el muchacho, y bajándose con rapidez, afirmó: "Donde hay humo hay gente." -¡Démonos prisa!

Y comenzaron a caminar por entre los troncos inmensos del bosque oscuro y frío. Cansados llegaron a un rancho donde viejecita freía, freía y freía más y más empanadas. Los niños tenían la boca hecha agua, pero no se atrevían a pedirle, preferían no ser vistos. La vieja parecía una bruja, y con los brujos es mejor no tener ninguna clase de trato.

-Verás cómo le quito una empanada a esas brujas sin que me vea -dijo el niño a su hermana. Lentamente y muy calladito, se fue acercando por detrás de la vieja y, ¡zas! agarró una empanada.

- ¡Zape gato miringato: no te comas mi masato!

El chico siguió agarrando empanadas para su hermanita y para él, y cada vez la viejecita volvía a decir:

- ¡Zape gato miringato: no te comas mi masato!

A la niña le parecía divertido todo aquello, así que quiso agarrar ella también empanadas. La bruja repitió:

- ¡Zape gato miringato: no te comas mi masato!

La niña no aguantó la risa y soltó una fuerte carcajada. Dando un salto la bruja se quedó mirándolos sorprendida.

- ¡Ah! Si son unos buenos niñitos. Tienen hambre, ¿verdad? Pasen por aquí, que yo les daré sabrosos dulces y lindos juguetes.

Los llevó hasta un cuarto repleto de comida, dulces y juguetes. Allí les dijo:

- ¡Coman bastante! Cuando estén bien gorditos los llevaré a su casa. Los niños escuchaban las carcajadas de la vieja a la par de la llave dando vueltas y vueltas dentro de la cerradura. - Es una bruja -dijo el niño en voz muy baja.

- Sí -contestó la hermana-, seguro que nos quiere engordar para comernos después.

Todos los días la bruja pedía a los niños que le mostraran el dedito por el agujero de la cerradura. -Están muy flaquitos todavía, -decía-, sigan comiendo para que engorden.

Ya sabemos que los niños eran muy listos, como tú, y lo que le mostraban por el hueco de la cerradura era el rabito de un ratón. "Cada día están más flacos" -decía la vieja; y se iba enfurruñando.

Pero aconteció que los niños, jugando, extraviaron el rabito del ratón, y cuando la vieja vino, no les quedó más remedio que asomar sus dedos gordos y rosados. La bruja abrió la puerta, y llena de alegría dijo:

-Ahora sí que podrán regresar con sus padres; pero antes quiero hacerles una fiesta de despedida. Vayan al monte y traigan mucha leña para calentar el horno, haremos una torta muy sabrosa.

Estaban los muchachos recogiendo leña cuando se les apareció una señora muy bella y con voz dulce les dijo:

- La vieja bruja es una malvada mujer. Quiere echarlos al horno y comérselos doraditos. Cuando el fuego esté encendido, a ella le provocará bailar muy cerca del fuego, como lo hacen las brujas. En ese momento, ustedes gritarán tres veces: ¡Onza, Tigre y León! Verán cómo la bruja cae dentro del horno, y de las inmensas llamas aparecerán tres leales y fuertes perros. Ellos serán sus mejores amigos. ¡Onza, Tigre y León! No lo olviden.

Los niños la vieron desaparecer y desconcertados regresaron a la casa de la bruja. Todo ocurrió como lo dijo la hermosa señora del bosque. Maravillados con sus tres perros, los niños abandonaron para siempre la casa de la bruja. Anda que te anda llegaron al pie de una montaña, Se disponían a descansar cuando una inmensa serpiente saliendo sorpresivamente de su caverna, se alzaba sobre su cola disponiéndose a atacar a los niños. -¡Onza, Tigre y León! Los tres animales saltaron sobre la enorme culebra y, a dentelladas, le dieron muerte. Sin perder el valor, el niño abrió la inmensa boca de la serpiente y le cortó la lengua. Todos muy resueltos, continuaron el camino.

No tardaron mucho en llegar a la ciudad. Toda la gente estaba feliz: Se preparaba la fiesta para celebrar que al fin un hombre valeroso había librado al reino de la terrible serpiente. Los niños no comprendían bien lo que acontecía. Se fueron al palacio y allí encontraron al rey y la princesa sentados a la mesa. Y vieron cómo un hombre con aspecto de bandolero exhibía la cabeza inmensa de la serpiente mientras decía:

-¡Yola maté! En fuerte lucha los he liberado de esta horrible bestia. Ahora quiero comer. Deseo los más suculentos platos y la mano de la princesa.

Era un hombre muy desagradable. Sus carcajadas tenían tanta maldad como la de la bruja. Multitud de invitados los acompañaban y los criados servían el banquete con mucha rapidez. Los niños observaban. Onza, Tigre y León no parecían muy contentos Cuando el bandido comenzó a comer, el niño dijo a sus perros:

- Quítenle esa comida. ¡A ustedes pertenece!

Y así lo hicieron una y muchas veces. Lleno de furia, el bandido le pidió al rey:

- Deseo que mande a dar muerte a ese niño impertinente y a sus perros también.

El rey estaba confundido. Pero el niño, con mucha tranquilidad, solicitó al rey permiso para abrir la inmensa boca de la serpiente. Todos vieron, asombrados, que la serpiente no tenía lengua, a la vez que el muchacho le entregaba la lengua que había cortado y guardado cuidadosamente.

Mis perros mataron la serpiente. Por eso se comen la comida. ¡A ellos pertenece!

El rey hizo apresar al bandido. Luego de escuchar las peligrosas aventuras vividas por los muchachos, preguntó:

- ¿Qué premio puedo darles por haber salvado al reino?

Y los niños respondieron sin dudar: -Estar con nuestro padre.- Así el rey ordenó buscar al papá de los niños. Vivieron todos muy felices en el palacio. Y dicen que, pasado algunos años, el muchacho y la princesa se enamoraron y que hasta se casaron.




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