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¿Cual es el valor de la vida para los adolescentes con conductas suicidas?
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Autor: Amarilis Cordova
Publicado: 14/09/2009
 


El suicidio es un tema abstracto en el que se filosofa, piensa y comenta pero que siempre pasa a ser un tabú, se niega la posibilidad de que pueda ocurrir y si ocurre se oculta, todo este oscurantismo que se tiene sobre el suicidio hace difícil su detección precoz, la prevención y el tratamiento de las conductas suicidas en los adolescentes.

Al escribir este artículo me pregunte ¿cuál es el valor que tiene la vida para los adolescentes con conductas suicidas?


¿Cual es el valor de la vida para los adolescentes con conductas suicidas?.1

¿Cuál es el valor de la vida para los adolescentes con conductas suicidas?

 

Amarilis Córdova A. Especialización en Salud y Desarrollo en Adolescentes.


Resumen.

 

En este artículo se intenta realizar una  reflexión sobre el significado y valor de la vida para los adolescentes que intentan suicidio. Objetivo. Conocer y reflexionar sobre la valoración de la vida y la muerte en los Adolescentes con conductas suicidas. Método. Revisión bibliográfica y reflexiones sobre el suicidio y el valor de la vida. Conclusión: son importantes las intervenciones educativas y tendría que ser una educación que se imparta con amor y con comprensión para con el dolor y la desesperación del adolescente que asume la conducta suicida, de manera que su "amor por la vida" la lleve a desistir de su decisión de muerte.

 

Palabras clave. Intento suicida. Conductas suicidas. Valores. Vida y muerte.

 

Introducción

 

El suicidio es un tema abstracto en el que se filosofa, piensa y comenta pero que siempre pasa a ser un tabú, se niega la posibilidad de que pueda ocurrir y si ocurre se oculta, todo este oscurantismo que se tiene sobre el suicidio hace difícil su detección precoz, la prevención y el tratamiento de las conductas suicidas en los adolescentes.

 

Al escribir este artículo me pregunte ¿cuál es el valor que tiene la vida para los adolescentes con conductas suicidas?

 

Desarrollo

 

Contexto histórico del suicidio.

 

Las conductas suicidas son un fenómeno universal que han estado en todas las épocas y culturas pero las actitudes de la sociedad frente a estas han sido controvertidas ya que han estado condicionadas por las distintas valoraciones que se le dan desde el punto de vista filosófico, religioso, psicológico y popular. Por ello el suicidio ha sido un acto enaltecido o banalizado, han sido muestra de valor o libertad o de cobardía y debilidad.

 

En Oriente el suicidio es visto como un acto indiferente o elogiable ya que la muerte es solo un cambio de forma de existencia. En Europa los celtas escogían el suicidio para poner fin a sus vidas, ya que se glorificaba a los que se daban muerte voluntariamente.

 

Los Romanos, bajo la influencia del estoicismo (esencialmente es una filosofía de la libertad o más bien de la liberación) admitían muchas razones legitimas para su práctica.

 

Sin embargo, desde el punto de vista filosófico, puedo citar a un gran filosofo, San Agustín de Hipona quien consideraba el suicidio como algo pecaminoso.

 

 El cristianismo acepto, en los primeros siglos, que el suicidio era admisible en algunas circunstancias como medio para lavar las propias culpas pero esta opinión fue cambiando con los años hasta asumir una actitud intransigente frente al suicidio. (Hernández, 2002)

 

El valor de la vida

 

La palabra “valor” significa ser fuerte, vigoroso, potente, estar sano. Su sentido es el opuesto a lo que imagino sienten los adolescentes que intentan o comenten suicidio. La palabra suicidio llega desde el latín moderno uniendo a sui que significa “de sí mismo”, con cidium “matar”, atentando contra la propia vida, son autodestrucciones deliberadas.

 

Actualmente los suicidios están entre las principales causas de muerte en los Adolescentes. (García, 2002)

 

Si bien podríamos intentar entender los suicidios desde el punto de vista de quién intenta o comete el acto, lo analizare en este artículo en la perspectiva de quién lo contempla desde afuera y saca sus conclusiones. Elegí este ángulo, ya que sólo en los casos de los intentos que fracasan podemos llegar a conversar sobre sus motivaciones con los mismos adolescentes que lo intentan.

 

En nuestra vorágine por alcanzar pretendidos bienestares, corremos incansablemente tras los nuevos objetos materiales, que parecen contener una fascinante e inasible felicidad. Esta loca carrera y su cuota creciente de irracionalidad apartan y alejan inexorablemente a cada persona de sus propios valores.

 

El sentido de la vida es recogido por la bella frase de un poeta, que sugiere: «Llega a ser lo que eres». Su propuesta nos introduce en el difícil mundo de llegar a hacernos personas. Poder serlo, implica servir a nuestros valores, en lugar de servirnos de ellos.

 

Apreciar un valor es a menudo descuidar otros. Nuestra actitud simplista contemporánea nos arrastra diariamente más hacia la crítica mutua que hacia el reconocimiento de los méritos propios y ajenos. Solemos decir muchas más veces «muera!» que «viva!». Cuando el odio, la injusticia y la búsqueda desenfrenada del provecho personal dominan la escena, cuando cada uno atiende sólo al río abierto de sus egoísmos y pasiones la vida humana se vuelve intolerable.

 

Es importante recibir el alimento material, pero es también indispensable respetar el valor de las personas. Sólo eso puede ir nutriendo nuestro mundo psíquico. La falta de valoración personal genera en cambio un vacío continuo.

 

Factores que atentan contra la vida

 

En el suicidio la vida deja de tener valor, pierde su sentido como consecuencia de un intrincado juego de diversos factores, entre los que juega un rol especial la configuración biológica, la historia singular y el medio social y familiar.

 

La agresión.

 

Entender las conductas suicidas, implica comprender el sentido de la agresión humana. Freud planteó, a partir de la década de 1920, que en cada una de las células, de todos los hombres, existen dos instintos: el de vida y el de autodestrucción. El impulso a la autodestrucción (o mejor dicho el instinto de muerte) se puede expresar hacia afuera como destructividad. También puede expresarse hacia adentro, como una fuerza autodestructiva, generando enfermedades y suicidios. (Martínez, 1999)

 

La agresividad en los animales tiende a la autoconservación del individuo y de la especie. Se moviliza cuando aparecen amenazas a la vida, la alimentación, al territorio, etc. Frente al peligro, el animal puede reaccionar con agresividad o huyendo, retirándose ante el enemigo (también lo hace el hombre).

 

Cuando no hay amenaza a la vista, no se moviliza agresividad alguna.

 

La respuesta agresiva está siempre presente en el cerebro, como un mecanismo que puede ser estimulado, pero que no aparece en ausencia de un desencadenante. La agresividad no se almacena y no fuerza los comportamientos.

 

En la especie humana se pueden distinguir dos formas de agresión:

 

·         La capacidad biológica de reaccionar adecuadamente frente a los peligros

·         La agresión específicamente humana, peculiar de la pasión, la hostilidad con lo viviente: el odio a la vida, la necrofilia. (Sheiman, 1999)

 

El animal sólo vive la amenaza en el tiempo presente: «en este momento estoy amenazado». El hombre puede representarse también el futuro. Debido a esta capacidad, puede vivenciar sus amenazas no sólo como ya existentes sino también como previsibles, anticipables. Esto extiende el rango de su reacción agresiva mas allá de aquello que está ocurriendo, lo lleva al territorio de lo que estaría por ocurrir.

 

El hombre (a diferencia de los animales) puede ser persuadido de que su vida y su libertad están amenazadas, a través de la utilización adecuada de los símbolos. Porque el hombre tiene intereses especiales: sus valores, sus deseos y las instituciones con que se identifica. Todo ataque a esos ideales o contra las personas de interés vital para él, puede tener el mismo significado que un ataque a propia su vida. (Sheiman, 1999)


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Estos factores permiten comprender porque la hostilidad defensiva del hombre, aunque se basa en el mismo mecanismo que la del animal, es mucho mayor.

 

Existen, además, en el hombre formas de agresividad que no observamos en los animales y que no le sirven para su defensa.

 

El hombre es un animal decididamente orientado hacia el futuro, con grandes dificultades para desprenderse del pasado. Por eso, se puede decir que cuando el futuro vital del sujeto es invadido por una desesperante desesperanza, emerge el suicidio o por lo menos la tentación de cometerlo.
 El psicoanálisis pone gran énfasis en los procesos inconscientes y hasta hace poco tiempo no se ocupó, como lo hace ahora, de la importancia de los sucesos sociales, de su incidencia sobre la formación y el mantenimiento de la integridad del sujeto. (Barrio, 1997)La esperanza, esa valiosa capacidad de esperar, se balancea delicadamente entre el sentimiento de competencia (potencia y eficacia personales) y las amenazas de vida, que se le presentan al sujeto. El sentimiento de competencia, vinculado a la autoestima, se va construyendo desde la temprana infancia.

 

Un sentimiento sólido de competencia, asegura una mejor adaptación a la vida. Por el contrario, una competencia frágil puede dificultar la mera subsistencia. Encontramos estados de desesperanza e incompetencia en las depresiones mayores y en los drogadictos, cuyo sentimiento de competencia funciona en niveles muy bajos. En estas personas, cada detalle de la vida diaria constituye una difícil amenaza.

 

No olvidemos de que hoy en día, las personas pueden llegar a necesitar del máximo de su competencia para poder competir (pertenecer) en un mundo en cambio permanente. (Peña, 2002)

 

El valor de la vida humana radica en que es un don, en su gratuidad, en la maravilla que es tenerla, experimentarla, poseerla, ya que yo no me concebí a mí mismo, sino que soy el regalo de alguien: vengo de otro que me gestó, me acogió, me cuidó, me educó y me acompañó. Tengo, entonces, la experiencia de ser fruto de otro, y me realizo cuando estoy con la o las personas que amo.

 

En el ser, estar o vivir junto al otro descubro mejor mis necesidades y capacidades, mi soledad y mis potencialidades. Pero donde se despierta todo mi dinamismo y me descubro más plenamente persona es cuando llego a experimentar que vivo para los demás. El uno para el otro, el uno junto al otro, el uno con el otro, en el otro y por el otro...

 

Aquí se encuentra el sentido de la vida, en ese eterno darse a uno mismo y acoger a la persona del otro, en el saberse acogido y ser hogar, familia para el otro. Es la riqueza de la vida para la gratuidad del amor. Valor de la vida que no se adquiere o compra como un bien material, sino que se posee, se experimenta porque otro me lo regaló, otro me hizo sentir que tengo un lugar en su corazón. No tiene que ver con mis méritos o mis posesiones o mis derechos, sino conmigo mismo, por lo que soy, por mi historia, por lo que me hace sufrir, por lo que me alegra, lo que sueño, lo que trato de conquistar. Esa es la experiencia que regala un papá, una mamá, un hermano, un amigo, un maestro, un sacerdote, una autoridad, cuando establece un vínculo personal con el otro. Un mundo sin este tipo de “autoridad”, que sea realmente “autora de vida”, es un mundo triste, sin alegría y sin incentivos.

 

El suicidio en la adolescencia.

 

Durante la adolescencia, etapa de desarrollo por la que atraviesa todo individuo, se presentan en los jóvenes cambios difíciles que les producen ansiedad y depresión hasta llegar, en muchas ocasiones, a una tentativa de suicidio.

 

Este intento plantea el problema de la depresión como vivencia existencial y como una verdadera crisis de la adolescencia.

 

La manipulación de la idea de la muerte en el joven suele ser frecuente, pero debe hacerse la diferencia entre el adolescente que piensa en el suicidio como una llamada de auxilio, como una manera de comunicar su descontento a los demás, y el que ve el suicidio como una idea romántica y aquél que realmente lo lleva a cabo.

 

Si cerca de nosotros se encuentra algún adolescente cuyo comportamiento indique que intentará suicidarse, atendamos sus señales, pues podemos darle el apoyo necesario para superar su problema y evitar que lo consume.

 

El suicidio de los adolescentes es un tema que suele callarse y evadirse, pues impacta y cuestiona el sistema familiar y social en que vivimos; sin embargo, es importante conocer y reflexionar en las causas que llevan a un joven a su autodestrucción, así como saber cuál es el significado de este acto y cómo puede prevenirse.

 

La adolescencia, como etapa de desarrollo de todo individuo, es una etapa dolorosa en que el joven pasa por cambios difíciles que le producen ansiedad y depresión. Por esto, la tentativa del suicidio es una de las conductas más significativas del adolescente. Por el contexto depresivo que la envuelve, la tentativa de suicidio plantea el problema de la depresión como vivencia existencial y como una verdadera crisis durante la adolescencia. La manipulación de la idea de muerte en el joven suele ser frecuente; sin embargo, hay que distinguir entre el adolescente que piensa en el suicidio, inclusive como una idea «romántica», y aquel que realmente lo lleva a cabo. (Herrera, 2000)

 

Durante esta etapa, el adolescente se siente muy inseguro en razón de su desarrollo corporal y, en ocasiones, puede llegar a sentir «que su cuerpo es algo aparte de él». De hecho, siente la necesidad de dominar su cuerpo que se encuentra en constante cambio; pero como no puede vivir su cuerpo como un objeto casi externo y extraño, siente que en el momento del intento suicida su cuerpo no es el que realmente recibe la agresión ni que canaliza hacia él sus tendencias agresivas y destructivas. Por otro lado, durante la adolescencia, el individuo abandona gran parte de sus ideas e imágenes infantiles, tan importantes para él durante todo su desarrollo anterior. De esta manera, el intento suicida puede ser la representación de su trabajo de duelo. De acuerdo con Dulanto, 2000, durante la adolescencia se elaboran tres duelos básicos: a) El duelo por el cuerpo infantil; b) El duelo por la identidad y el rol infantil y c), el duelo por los padres infantiles, es decir, el duelo por la imagen con que percibía a sus padres durante la infancia. En una situación ideal, la elaboración de estos duelos permitirá que el adolescente continúe con su desarrollo.

 

El suicidio de los adolescentes puede tener varios significados, aparte de los mencionados. Éstos son aplicables a todas las edades de la vida, pero debe advertirse que, en función de la madurez del individuo, hay significados que se aplican preferentemente a ciertos períodos de la vida.

 

1.     La huída, es decir, el intento de escapar de una solución dolorosa o estresante mediante el atentado en contra de su vida, ya que ésta se percibe como insoportable;

2.     El duelo, cuando se atenta contra la vida propia después de la pérdida de un elemento importante de la persona.

3.     El castigo, cuando el intento suicida se dirige a espiar una falta real o imaginaria. Aquí el joven se siente responsable por un acto negativo y desea autocastigarse para mitigar la culpa;

4.     El crimen, cuando el joven atenta contra su vida, pero también desea llevar a otro a la muerte;

5.     La venganza, es decir, cuando se atenta contra la vida para provocar el remordimiento de otra persona o para infligirle la desaprobación de la comunidad;

6.     La llamada de atención y el chantaje, cuando mediante el intento suicida se intenta ejercer presión sobre otro;

7.     El sacrificio, donde se actúa contra la vida para adquirir un valor o un estado considerado superior, como lo es morir por una causa, y,

8.     El juego, común en los adolescentes, cuando se atenta contra la vida para probarse a sí mismo o a los demás que se es valiente y parte del grupo.

 

Martínez, 1998, por su parte, menciona que no puede considerarse la conducta suicida del joven como un acto plenamente dirigido por el deseo de morir; dice que el intento suicida involucra un debate interno, una lucha entre el deseo de morir y el de seguir vivo. El adolescente que intenta suicidarse lucha internamente entre ambos deseos. Este dato es importante para las personas que desean ayudar a los adolescentes, pues se sabe que en su interior sí existe un deseo de seguir viviendo.


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Por otro lado, algunos autores consideran que la impulsividad propia del adolescente explica en parte el acto suicida. Así, mientras mayor sea la impulsividad de un individuo, mayor será la posibilidad de autodestrucción.

 

En términos generales, en todo el mundo, la actual crisis social, familiar, económica y moral está incidiendo desfavorablemente en el comportamiento de los adolescentes que, al no encontrar valores y sentido a su vida, buscan en el suicidio una alternativa de solución.

 

Aunque es difícil predecir con certeza la conducta futura de un niño, los especialistas aconsejan no subestimar sus amenazas o advertencias. La ideación o intento de suicidio como búsqueda voluntaria de la pérdida de la vida comienza a aparecer en pre-adolescentes y adolescentes, y frecuentemente surge de un estado depresivo. Es difícil hablar de intento de suicidio en los niños, ya que ellos recién alrededor de los seis años de edad elaboran un concepto rudimentario acerca de lo que es la muerte.

 

Un niño menor de 5 años aún no entiende las tres definiciones fundamentales de la muerte que son: la muerte es irreversible, definitiva y permanente; se caracteriza por la ausencia de las funciones vitales; la muerte es universal (todos debemos morir). Es por ello que consideran a la muerte un estado temporal como el dormir o marcharse, que aún pueden escucharnos o vernos los difuntos o bien que ellos o sus padres nunca van a morir.

 

Sin embargo, hay niños con accidentes frecuentes, en los que actúa una intención suicida inconsciente, por ejemplo cruzar la calle sin mirar, no medir riesgos de determinadas situaciones, exponerse a la violencia, señalan distintos psiquiatras. Investigaciones del Hospital Baca Ortiz, en España, indican que el nivel mundial de la edad del suicida está bajando. (Sheidman, 1999)

 

Los males del siglo

 

       Depresión: 1/3 de la población mundial tiene genes que pueden llevar a la depresión; que se gatille o no depende de múltiples factores. En los adolescentes comúnmente se debe a una baja autoestima, tristeza, desesperanza y ansiedad, provocada por problemas en el colegio o en la familia, muerte de un ser querido o término de una relación amorosa importante. (Barrio, 1997). El descubrimiento temprano de la depresión y su tratamiento es una de las principales formas de prevención de suicidio.

       Consumo de alcohol y drogas: Uno de cada cuatro adolescentes que cometen un acto suicida lo ha hecho bajo el efecto de estas sustancias. Además, el abuso del alcohol y las drogas da cuenta de un problema de fondo como lo es la necesidad de evadir la realidad.

       Rasgos “adolescentes” acentuados: En esta edad es normal presentar altibajos en el ánimo, agresividad e incluso tener pensamientos suicidas. Sin embargo, si este estado persiste en el tiempo, se debe consultar a un especialista. Otras causas tienen su origen en la pérdida de un marco valórico sólido.

       Ausencia de un sentido de la vida y de un sistema de valores: Cuando la vida tiene una meta que va más allá de uno mismo es menos común el suicidio. Puede tratarse de una fe religiosa, convicciones ideológicas fuertes, tener desafíos importantes en el ámbito académico, deportivo o en actividades de corte social.

       Incapacidad para aceptar las consecuencias de los propios actos y las frustraciones: Los adolescentes son cada vez más frágiles y cómodos. Una causa es la sobreprotección de los padres, que tratan de evitarles todas las dificultades. La filósofa Patricia Moya dice que hoy se potencian poco las virtudes del esfuerzo y la fortaleza, lo cual deja a los adolescentes desprovistos de herramientas para enfrentar las dificultades de la vida.

       La soledad: El no sentirse parte de un grupo en el que apoyarse aumenta el riesgo de suicidio, pues acentúa la desesperanza y la angustia. La soledad más profunda proviene de la falta de soporte y amor de la familia.

       Familia disfuncional: El principal factor protector es una familia unida, con padres que destinan tiempo a conocer a sus hijos, reforzar sus logros, monitorear sus acciones y poner los límites necesarios. Si esto no ocurre, la familia se convierte en un factor de riesgo, sobre todo si además hay casos de maltrato y relaciones agresivas.

       Violencia Internalizada: Esto tiene que ver con la violencia a la que están expuestas las personas desde pequeñas por los medios de comunicación, películas y videojuegos; violencia que no sólo pasa frente a sus ojos sino que es internalizada y usada, en algunos casos, contra el individuo mismo. Este cambio ha hecho temblar al modelo clásico que afirmaba que a mayor heteroagresión (hacia fuera, hacia el resto), menor autoagresión. “Hoy la agresión hacia fuera y hacia uno mismo van de la mano. Basta con ver los titulares de La Cuarta, el típico caso de ‘Mató a su mujer y luego se suicidó’ o la matanza en Virginia, que culminó con el suicidio del asesino”. (Peña, 2003)

       Relativización del valor de la vida humana: Los adolescentes actuales crecieron escuchando sobre el aborto y la eutanasia, es decir, sobre la idea de que la vida es algo de lo que se puede disponer.

       Sociedad exitista y competitiva: Los niños que se frustran por no poder cumplir con los estándares de belleza, rendimiento y sociabilidad que alaba el mundo sentirán que son unos perdedores y verán el suicidio como una posibilidad. Por eso, es fundamental que sepan que valen por lo que ellos son. Esto se logra dentro de la familia, con papás que valoran el esfuerzo y no sólo los resultados, y que no hacen comparaciones entre los hijos.

       Permisividad sociocultural para el suicidio: Los suicidas de hoy ya no se hacían cirugías para borrar las cicatrices ni usan ropas que las tapen. El doctor Ramón Florenzano cuenta que muchos las lucen casi como un trofeo. Esto ocurre porque no existe el estigma de antes, lo cual es bueno, pero no se debe confundir el acoger y querer al suicida, con aceptar el quitarse la vida como una opción correcta.

       Redes de suicidas en internet y tribus donde es alabada la automutilación: Muchos adolescentes con pensamientos de auto exterminio buscan foros en internet para conversar con otros en sus mismas circunstancias, compartir experiencias y métodos. “Esto los hace sentir acompañados y puede apurar la decisión de terminar con sus vidas, sin embargo, no hay que creer que la influencia de internet llega al punto de generar ideas suicidas”, explica la psicóloga clínica Sandra Gelb, docente de la Universidad de los Andes. También han aumentado grupos como los góticos que tienen una visión “romántica” de la autoagresión.

       Más fácil acceso a armas: una de las principales directrices de prevención mundial se refiere a la falta ética por parte de los gobiernos de no restringir la tenencia de armas.

 

¿Cómo prevenir el suicidio en los adolescentes?

 

Los factores de riesgo son: la falta de escolaridad, la violencia familiar, la separación de los padres, el consumo de drogas, niños sin familia, familias desestructuradas, fugas, ideación de suicidio, temperamento agresivo y la depresión, e intervenir a tiempo y escuchar las advertencias. (Martínez, 1998)

 

La depresión y las tendencias suicidas son desórdenes mentales que se pueden tratar. Hay que reconocer y diagnosticar la presencia de esas condiciones tanto en niños como en adolescentes y desarrollar un plan de tratamiento precoz. Cuando los padres sospechan que el niño o el joven tienen un problema serio, un examen psiquiátrico puede ser de gran ayuda.

 

Muchos de los síntomas de las tendencias suicidas son similares a los de la depresión. Los psiquiatras de niños y adolescentes recomiendan que si el joven presenta uno o más de estos síntomas, los padres tienen que hablar con su hijo sobre su preocupación y deben buscar ayuda profesional si los síntomas persisten. Se aconseja a los padres estar conscientes de las siguientes señales que pueden indicar que el adolescente está contemplando el suicidio:

 

       Cambios en los hábitos de dormir y comer.

       Retraimiento de sus amigos, de su familia o de sus actividades habituales.

       Actuaciones violentas, comportamiento rebelde o fuga de la casa.

       Uso de drogas o del alcohol.

       Abandono poco usual en su apariencia personal.

       Cambios pronunciados en su personalidad.


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       Aburrimiento persistente, dificultad para concentrarse, o deterioro en la calidad de su trabajo escolar.

       Quejas frecuentes de malestares físicos tales como los dolores de cabeza, de estómago y fatiga, que están por lo general asociados con el estado emocional del joven.

       Pérdida de interés en sus pasatiempos y otras distracciones.

       Poca tolerancia de los elogios o los premios.

 

El adolescente que está contemplando el suicidio también puede:

 

       Quejarse de ser "malo" o de sentirse "abominable."

       Lanzar indirectas como: "no les seguiré siendo un problema", "nada me importa", "para qué molestarse" o "no te veré otra vez."

       Poner en orden sus asuntos; por ejemplo, regalar sus objetos favoritos, limpiar su cuarto, botar papeles o cosas importantes, etc.

       Ponerse muy alegre después de un período de depresión.

 

¿Qué se debe de hacer si los padres y otros están inquietos o preocupados?

 

Cuando un niño amenaza o advierte sobre el suicidio, no debe pensarse que está hablando en vano. Los padres, maestros y otros adultos deben conversar de inmediato con el niño. Si se determina que está en peligro y el niño se niega a hablar, es argumentativo, contesta a la defensiva, o continúa expresando pensamientos y planes peligrosos, pedir una evaluación inmediata con un profesional de la salud mental, experimentado en niños y adolescentes

 

Educar para la vida. Este tipo de intervención debería implicar no solamente al adolescente, sino también a toda la población, con el fin de remover todas las situaciones que representan un factor que fomenta el riesgo de la conducta suicida.

 

Se trata, realmente, de enseñar a todo ser humano el "sentido de la vida". En un contexto cultural en el que prevalece aún la negación de la vida, es necesario reafirmar con fuerza el valor fundamental de la vida. "Siempre reconociendo los límites inherentes a la naturaleza humana, hay que hacerlo animando a que uno elabore y asuma una visión existencial, que sepa dar realce a los aspectos positivos del pasado, a las cosas nuevas e interesantes que el futuro encierra para cada uno de nosotros, y la libertad y la responsabilidad que el hombre tiene en la vivencia del momento presente que merece ser vivido gustando profundamente de la vida y evitando desperdiciar aunque sea un momento". (Fizzotti, 1992)

 

Por ello el primer nivel de prevención se convierte en el momento apto para ayudar a los adolescentes a que se desarrollen sus sentimientos morales, a que se ocupen de su propia libertad, y si lo hacen de manera responsable esto puede convertirse en la capacidad de planificar y afrontar la realidad.

 

Por consiguiente, no basta decir no al suicidio, un acto moralmente ilícito, sino que es necesario ayudar a muchos chicos y chicas a que vuelvan a la vida, mediante la búsqueda de valores que puedan contrastar con el difundido "tedio a vivir".

 

La familia, la escuela y los grupos educativos deberían implicarse en este proyecto de prevención. También los padres y los docentes tienen que indicar a los adolescentes los valores que hay que conservar y los ideales que hay que seguir.

 

Pero si la familia es débil y la escuela está ausente desde el punto de vista educativo, si no hay valores e ideales que proponer, el adolescente no "madura" y se convierte fácilmente en víctima indefensa de los ataques que le llegan desde fuera.

 

Solamente si se divulga el correcto significado de la vida y de lo que consiste, es posible aceptar el sufrimiento, la humillación y el fracaso.

 

En un mundo de falsos vencedores, como nos lo presentan los medios de comunicación, es necesario acostumbrarse a perder, a aceptar y a superar la derrota, y a aprender a vivir con sabiduría el don más grande que tenemos: la vida.

 

En un segundo y tercer nivel de prevención, es necesario por un lado eliminar o por lo menos reducir el riesgo de recaídas y, por otro, favorecer en lo posible un desarrollo psicológico y moral normal del adolescente, de manera que no quede marcado toda su vida por experiencias negativas de intento de suicidio. Y si después de un intento de suicidio, el tratamiento médico no es más que un primer paso, luego es necesario planificar una serie de intervenciones no médicas (a corto y a largo plazo) para retomar en el adolescente la valoración de su propia vida.

 

La intervención psicológica y psicoterapéutica debería incluir a la familia y no sólo al adolescente, porque esto facilita la posibilidad de detectar los desórdenes en las dinámicas de los roles familiares, que no pueden identificarse cuando el tratamiento se limita al adolescente.

 

También las intervenciones sobre el ambiente del adolescente son de suma utilidad. Como se sabe, los muchachos que han sabido volver a entablar sus anteriores relaciones fundamentales con sus familiares, educadores, otros adultos significativos para ellos y con sus pares, han estado menos expuestos al riesgo de recaídas.

 

Asimismo, son importantes las intervenciones educativas y tendría que ser una educación que se imparte con amor y con comprensión para con el dolor y la desesperación de la persona que asume la conducta suicida, de manera que su "amor por la vida" la lleve a desistir de su decisión de muerte.

 

 

Referencias bibliográficas

 

1.     Barrio del, Victoria. ¿Qué es la depresión infantil?. Depresión infantil. Barcelona 1997.

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3.     Dulanto, E. El adolescente. Editorial interamericana. Mexico. 2000.

4.     Fizzotti, E, L´onda lunga del suicidio tra vuoto asistencial e ricerca di senso, Anime e corpi, 161, 1992

5.     García Pérez M., Peón Rodríguez M., Mirabal 10.Hernández E., Barrientos del Llano G.: Algunos aspectos epidemiológicos del suicidio en el municipio Santo Domingo. Medicentro 2002

6.     Herrera, P. Betancourt, K. Factores Familiares de riesgo en el intento suicida. Rev. Cubana Med Gen Intergr 2000; 16(2):134.

7.     Martínez Jiménez A., Moracen Disotuar I. Madrigal Silveira M., Almenaga Aleaga M: Comportamiento de la conducta suicida Infanto Juvenil. Rev. Cub Med Gen Integr 1998;14(6)554-559

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9.     Sheidman E. Tratado de psiquiatría Suicido. En Fredman A. La Habana 1984;3:1954