Tradicionalmente los programas de mejora de la calidad asistencial se han centrado en “hacer correctamente las cosas”, asumiendo que el juicio clínico profesional era suficiente para garantizar la decisión sobre cuáles eran las “cosas correctas” y, en consecuencia, para decidir los estándares de calidad. Esta asunción se ha demostrado incorrecta pues el juicio clínico ha de estar informado por las mejores pruebas científicas, la práctica clínica basada en la evidencia.