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Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente
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Autor: Marta Villa Lopez
Publicado: 16/03/2007
 


Tanto la diabetes mellitus insulinodependiente (DMID) como la no insulinodependiente (DMNID) son, además de una enfermedad crónica, un importante e independiente factor de riesgo de enfermedad cardio­vascular, con especial expresión clínica en la esfera vascular cerebral, coronaria, vascular periférica y visceral (sobre todo en el área mesentérica). La afectación vascular en la aterosclerosis es la causa principal de muerte prematu­ra en pacientes con diabetes de cualquiera de los dos tipos mencionados, suponiendo prácticamente el 80% de todas las muertes y el 75% de todas las hospitalizacio­nes de pacientes diabéticos.


Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.1

Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.

 

Juliana Caballero Gueto, Marta Villa López, Alfredo López González,  Francisco Caballero Gueto

 

 

FACTORES DE RIESGO CARDIOVASCULAR. DIABETES.

 

 

INTRODUCCIÓN

 

Tanto la diabetes mellitus insulinodependiente (DMID) como la no insulinodependiente (DMNID) son, además de una enfermedad crónica, un importante e independiente factor de riesgo de enfermedad cardio­vascular, con especial expresión clínica en la esfera vascular cerebral, coronaria, vascular periférica y visceral (sobre todo en el área mesentérica). La afectación vascular en la aterosclerosis es la causa principal de muerte prematu­ra en pacientes con diabetes de cualquiera de los dos tipos mencionados, suponiendo prácticamente el 80% de todas las muertes y el 75% de todas las hospitalizacio­nes de pacientes diabéticos.

 

Independientemente de la lesión isquémica, el diabético puede verse afectado por una miocardiopatía metabólica, patogénicamente diferente de la afectación ateromatosa, que puede manifestarse de forma precoz con clínica de insuficiencia cardiaca y es objetivable a través de estudios morfofuncionales del corazón.

 

La diabetes afecta a la aterogénesis a través de numero­sos mecanismos potenciales.  Probablemente, los efectos específicos de la hiperglucemia estén mediados por la glucosilación y glucooxidación irreversibles de proteínas estructurales en la pared arterial y por un mayor potencial para la lesión oxi­dativa. 

 

Sin embargo, la diabetes va asociada, también, a diversos fac­tores que contribuyen a la aterosclerosis acelerada. La ma­yor parte de estos factores son reconocidos también como factores de riesgo independientes de la aterosclerosis y la enfermedad arterial coronaria:

 

  • la diabetes tiene un perfil aterogénico de las lipoproteí­nas que incluye un aumento de las lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL), disminución de las lipoproteínas de alta densidad (HDL) y el predominio de las lipoproteínas de baja densidad (LDL) densas peque­ñas aterogénicas;
  • la hipertensión tiene mayor preva­lencia en pacientes diabéticos y acelera notablemente el proceso aterosclerotico; y
  • las alteraciones de la función en­dotelial y el sistema de la coagulación también desempeñan un pa­pel importante.

 

La hiperinsulinemia y la resistencia a la insulina provo­cadas por factores genéticos o la obesidad forman parte in­tegral de la diabetes no insulinodependiente, ya que la combinación de estas dos alteraciones del metabolismo de los hidratos de carbono predispone aún más a estos pacientes a la car­diopatía coronaria. La resistencia a la insulina va asociada a otros factores de riesgo cardiovascular, como elevación de la tensión arterial, dislipemias, alteración de la fibrinolisis y un patrón de distribución central de la gra­sa.

 

Además, las acciones mitogénicas y proliferativas di­rectas de la insulina sobre las células musculares lisas pue­den contribuir al proceso aterosclerótico.

 

 

ATEROSCLEROSIS Y DIABETES

 

Tanto la diabetes mellitus insulinodependiente (DMID) como la no dependiente (DMNID) son factores de ries­go poderosos e independientes de aterosclerosis, enfer­medad arterial coronaria (EAC), ictus y enfermedad arte­rial periférica. La prevalencia de la enfermedad cardiovascular en la población diabética (según el documento de consenso entre las Sociedades Españolas de Diabetes y Arteriosclerosis) se muestra en el siguiente esquema:

 

Prevalencia de la enfermedad cardiovascular en la población diabética española

 

Cardiopatía isquémica:

  • diabetes mellitus insulinodependiente (DMID): 40-50%.
  • diabetes mellitus no insulinodependiente (DMNID) en menores de 65 años: 10-40%
  • diabetes mellitus no insulinodependiente (DMNID) en mayores de 65 años: 70-75%

Enfermedad cerebrovascular:

  • diabetes mellitus insulinodependiente (DMID): 25-30%
  • diabetes mellitus no insulinodependiente (DMNID) en menores de 65 años: 25-30%

Enfermedad vascular periférica:

  • diabetes mellitus insulinodependiente (DMID): 40-50%.
  • diabetes mellitus no insulinodependiente (DMNID) en menores de 65 años: 50-55%

 

La aterosclerosis es un problema de salud importante en pacientes con diabetes, justificando prácticamente el 80% de todas las muertes en este grupo de pacientes. Las tres cuartas partes de estas muertes se deben a enfermedad arterial coronaria (EAC), según el estudio Framingham el riesgo relativo de infarto de miocardio es un 50% más alto en hombres diabéticos y un 150% más alto en mujeres diabéticas que en la población sin alteraciones en el metabolismo hidrocarbonado. La cuarta parte restante se debe a una mezcla de enfermedad vascular ce­rebral acelerada y periférica, cada una de las cuales tiene una incidencia de unas cinco veces mayor en pacientes dia­béticos, en comparación con sujetos de las mismas carac­terísticas sin diabetes. 

 

Por otro lado, considerando ahora la morbilidad, más del 75% de todas las hospi­talizaciones por complicaciones de la diabetes son atribuibles a enfermedad cardiovascular. La diabetes es también la causa más común de cardiopatía en perso­nas jóvenes: más del 50% de los pacientes recién diagnosticados de diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) tienen enfermedad arterial coronaria en el momento del diag­nóstico de la diabetes. Los sujetos diabéticos tienen una ateros­clerosis de los vasos coronarios y cerebrales más extensa que los controles no diabéticos de sexo y edad com­parable.

 

No parece que la diabetes sea la causa principal de aterosclerosis. Sin embargo, cuando está presente, la dia­betes acelera la progresión natural de la aterosclerosis en todas las poblaciones.

           

Además de lo ya comentado, los diabéticos presentan un mayor número de vasos co­ronarios afectados, una distribución más difusa de las le­siones ateroscleróticas, un estrechamiento más grave de la arteria coronaria principal izquierda y una mayor prevalencia de ateromas complicados, con formación de fisuras en las placas. 

                       

Los individuos más jóvenes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) no se libran de esta afectación. Los estudios angiográficos que comparan los sujetos diabéticos con controles de características similares, indi­can que la principal diferencia entre los dos grupos es una frecuencia significativamente mayor de enfermedad de múl­tiples vasos en diabéticos.

           

La diabetes afecta a la aterogénesis a través de diversos me­canismos potenciales.

Muchos de los efectos pro­aterogénicos de la diabetes están relacionados con alte­raciones en la concentración de lipoproteínas y con alteraciones en la composición de las mismas que se vuelven más aterogénicas. Entre estas últimas se encuentran el aumento de liproteínas de muy baja densidad (VLDL), liproteínas de baja densidad (LDL) pequeñas y densas y disminución de las liproteínas de alta densidad (HDL) lo cual, «per se», es factor de riesgo cardiovascular. 

           

La hipertensión tiene una mayor prevalencia entre individuos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), sobre todo los que han desarrollado nefropatía. 

Los niveles circulantes de insulina elevados en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) pueden ser también aterogénicos.  Además, la hiperinsuli­nemia es un marcador para otros factores de riesgo, como la hipertensión y un perfil de lipoproteínas aterogénico, que a menudo coexisten.

           

En la diabetes existe un estado pro­coagulante debido al aumento de los niveles de factores de la coagulación, al aumento de la agregación plaquetaria y a la disminución de la actividad del inhibidor del activador del plasminógeno tipo 1 (PAI-1). 

           

La alteración de la libe­ración de mediadores vasoactivos por las células endote­liales da lugar a una modulación anormal del tono del músculo liso vascular. 

Los efectos exclusivos de la hiper­glucemia mediados por el mecanismo de glu­coxidación de proteínas aumentan la aterogenicidad afec­tando a las proteínas estructurales de las paredes de los vasos y favoreciendo el potencial para sufrir lesiones oxi­dativas.  La glucosilación de la partícula LDL dificulta su re­conocimiento por el receptor LDL y la hace más sensible a la modificación oxidativa.

 

Factores que contribuyen a la aterosclerosis en la diabetes

 

  • Anomalías en los niveles y composición de las lipoproteínas
  • Hipertensión
  • Resistencia a la insulina e hiperinsulinemia
  • Glucosilación avanzada de las proteínas en plasma y pa­red arterial
  • Glucoxidación y oxidación
  • Estado procoagulante
  • Disfunción endotelial

 

 

Diabetes mellitus y enfermedad vascular periférica y cerebrovascular.

                       

La amputación en diferentes grados de extremidades inferiores es una complicación frecuente del diabético con macroangiopatía. Suele anunciar su aparición con diferentes manifestaciones clínicas de las que hay que reseñar con mayor interés la ausencia de pulsos (pedios, tibiales, poplíteos y femorales), aparición de claudicación intermitente y progresiva inducida por el ejercicio y aparición de calcificaciones arteriales visibles radiológica o ecográficamente.

           

Los dolores abdominales del diabético evolucionado, sobre todo postprandiales pueden orientar a la existencia de una oclusión ateromatosa en el lecho mesentérico cuya expresión más grave es la trombosis mesentérica de mal pronóstico.

           

Los pacientes deben de ser evaluados mediante inspección, palpación de pulsos, balance muscular y sensibilidad. Además, estos pacientes deberían ser orientados acerca del abandono del tabaco, medidas generales de higiene, uso de calzado adecuado y explicación de posibles complicaciones.

           

Una vez presentes, las úlceras deben de ser evaluadas cuidadosamente para establecer su etiología, determinar su extensión  superficial y hacia estructuras profundas, la existencia de necrosis, abscesos o infección sistémica. A este respecto, se debe de realizar una evaluación vascular y radiológica.

           

Las sobreinfecciones de las lesiones vasculares suelen ser frecuentes y a menudo polimicrobianas, requiriendo cultivos de tejidos y exudados, irrigación con suero salino, desbridamiento de los tejidos necróticos y tratamiento antimicrobiano. Un correcto control glucémico es fundamental en el manejo de las complicaciones vasculares.

   

La prevalencia de accidente cerbrovascular agudo (ACVA) en mujeres es, en la mavoría de los estu­dios, superior a la hallada en varones a diferencia de la similar prevalencia en ambos sexos observada en la cardiopa­tía isquémica.

 

La enfermedad cerebrovascular (ECV) se define como «cualquier trastorno del encéfalo, focal o difuso, transitorio o per­manente, provocado por una alteración de la circulación cerebral».  En su expresión clínica la enfermedad cerebrovascular se presenta con mayor frecuencia como un episodio agudo (accidente cerebrovascular agudo (ACVA)o Ictus), de instauración repentina y síntomas/signos de lesión cerebral (frecuentemente fatal). Si la resolución clínica se completa antes de las 24 horas del comienzo de los síntomas se utiliza el término de ata­que isquémico transitorio. 

           

Según la naturaleza de la lesión se distingue entre enfermedad cerebrovascular hemorrágica e isquémica. La lesión cere­bral (infarto) se clasifica en función del mecanismo expuesto (hemodinámico, embólico, trombótico) y de la lesión sub­yacente. La enfermedad cerebrovascular es un proceso grave con elevada mortalidad precoz (4 sema­nas), alta incidencia y frecuentes recaí­das. En este tipo de patología concurren múltiples factores de riesgo, unos no modificables (edad avanzada, sexo, raza) y  otros sí (estilo de vida, tabaquis­mo, obesidad, hipertensión arterial, dia­betes mellitus), siendo la  hipertensión arterial  el factor de riesgo tratable de mayor impacto sobre el desarrollo de la enfermedad cerebrovascular, solo o asociado a otros factores. Las relaciones diabetes mellitus-enfermedad cerebro vascular cons­tituyen el tema de este capítulo.

           

La diabetes mellitus, por sus complicaciones potenciales macro-micro-vasculares-neurológicas conllevan una marcada morbimortalidad y costes socioeconómicos. En el siguiente listado, adaptada del Documento de Consenso redactado por las Sociedades Españolas de Arteriosclerosis y Diabetes se resu­me el impacto sobre mortalidad de estas complicaciones en los dos tipos funda­mentales de diabetes mellitus.

 

Causas de mortalidad en la diabetes:

 

Diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID)

Enfermedad cardiovascular: 58%

Enfermedad cerebrovascular: 12%

Nefropatía: 3%

Coma diabético: 1%

Infecciones: 11%

Cáncer: 4%

Otras: 11%

 

Diabetes mellitus insulindependiente (DMID)

 

Enfermedad cardiovascular: 15%

Enfermedad cerebrovascular: 3%

Nefropatía: 55%

Coma diabético: 4%

Infecciones: 0

Cáncer: 10%

Otras: 13%

 

La importancia de estas consecuencias es extraordinaria dada la prevalencia elevada de esta enfermedad (sobre todo la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID))  y su asociación frecuente con otros factores de riesgo hipertensión arterial, dislipemias (mayor trigliceridemia, menor tasa de liproteínas de alta densidad (HDL), elevación en el número de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL)) y otros componentes del llamado "Síndrome Metabólico con resistencia a la Insulina" como nexo de unión entre todos sus elementos. La presencia de la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), además, crece sin cesar y las perspectivas para el año 2.000 son las de convertirse en una epidemia mundial, con más de 200 millones de personas afectadas en todo el mundo, incremento posiblemente facilitado por la progresi­va adopción de los hábitos “occidenta­les" de estilo de vida (sedentarismo, alta ingesta energética) en la mayoría de los países de nuestro planeta.  En este contexto, no sólo la enfermedad coronaria sino la cerebrovas­cular, con su paradigma clínico en el ictus o accidente cerebrovascular agudo (ACVA), con serias secuelas adquiere cada vez un relieve patológico relativamente minusvalorado pero muy trascenden­te en la historia natural de la diabetes.

                       

La diabetes mellitus puede considerarse, «per se», un factor de riesgo independiente de la enfermedad cerebrovascular. Su significación etiopatológica se incrementa con la frecuente asociación con hipertensión arterial y/o dislipemia. La enfermedad cerebrovascular (ACVA) es de 1,7 a 2,5 o más frecuente que en los no diabéticos con independencia de raza, sexo y otros factores de estilo de vida.

                       

Numerosos estudios clínicos demues­tran que la diabetes mellitus tipo I aumenta el riesgo de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) aterotrombótico pero no el de ictus hemorrágico intraparenquimatoso o de hemorragia subaracnoidea. Así en el Rochester Epidemiology Proyect, uno de los más clásicos y fiables, el 88% de los casos fue debido a infarto isquémico cerebral, y sólo el 8% a hemorragia intra­cerebral y/o subaracnoidea. En el 4% de todos los pacientes con accidente cerebrovascular agudo (ACVA) no pudo identificarse la etiología. En otros estu­dios realizados en Estados Unidos (Honolulú) y en Europa (Finlandia) la prevalencia de ictus hemorrágico fue similar en diabéticos y no diabéticos pero con una prevalencia de unas 2,5 veces superior de ictus isquémico (ateroembólico) en aquellos.

                       

Curiosamente, no está claramente demostrado que la diabetes mellitus «per se» aumente la prevalencia de ata­ques isquémicos (cerebro-vasculares) transitorios respecto a la población no diabética y los estudios mejor diseñados ofrecen resultados no concluyentes o con­tradictorios. Sin embargo, por otro lado, el control estricto de la glucemia con terapia intensiva (dieta + insulina/sulfonilureas) reduce inequívo­camente la aparición de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) y también la mortalidad debida a enfermedad cerebrovascular, como demuestran los resultados finales del Estudio Prospectivo Británico (UKPDS). A este respecto, es interesante tener en cuenta que el riguroso control de la tensión arte­rial reduce en un 44% el riesgo de ictus cualquie­ra sea la farmacoterapia hipotensora uti­lizada (IECAs, diuréticos y betabloqueantes).

                       

Adicionalmente, algún estudio reciente indica que el avance en edad y la pro­gresión en los niveles de glucemia basal en un periodo de seguimiento de unos 7 años pueden estar asociados con mayor mortalidad por accidente cerebrovascular agudo en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).

                       

La evidencia clínica disponible demuestra que el accidente cerebrovascular agudo (ACVA) en la persona con diabetes conlleva mayor mortalidad, peor curso de los síntomas/signos neurológi­cos, mayor número de complicaciones no neurológicas (por ejemplo: neumonías por aspi­ración, infección urinaria-sepsis), y mayor frecuencia de secue­las neurológicas severas e incapa­citantes.  La mortalidad hospitalaria en el primer ingreso por accidente cerebrovascular agudo (ACVA) oscila, según los estudios, entre 21 y 28%; la prevalencia de muerte es más alta (4 ó 5 veces) que en los no diabéticos, tanto en la primera semana y en los dos primeros meses postingre­so. A largo plazo el primer episodio de en una persona con diabetes mellitus redu­ce (con independencia de otros factores de riesgo) la esperanza de vida a los 5 años de ocurrido el accidente cerebro­vascular con un 50% o más respecto a lo esperado en los no diabéticos.

 

Una característica típica de la enfermedad cerebrovascular en el diabético es la tendencia a repetir (recidiva) los episodios de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) tanto a corto plazo (1 mes) como, sobre todo alrededor de los dos años, sin que el efecto pre­ventivo de antiagregantes plaquetarios sea tan nítido como en la prevención de la recurrencia de cuadros de este tipo en los pacientes no diabéti­cos.  Las razones de este mayor riesgo de recidiva de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) en la diabetes mellitus son varias, pero la hiperglucemia y el grado de enfermedad microvascular aterogénica asociada a la diabetes mellitus son determinan­tes. Numerosos estudios confirman que la hiperglucemia, incluso severa (>300 mg/dl) es muy frecuente en pacientes con accidente cerebrovascular agudo (ACVA), lo que sugiere que muchos casos de diabetes mellitus o de intolerancia a la glucosa no conocidos se identifican en este primer episodio de ictus.

           

A veces, la hiperglucemia del accidente cerebrovascular agudo (ACVA) es un discutible fenómeno colateral (de «estrés») transitorio sin significación patológica. De ahí la importancia de la hiperglucemia y su grado hallada en el seno del episodio de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) como fac­tor predictivo de morbimortalidad postictal.  Puede afirmarse que:

A) Mientras más severa sea la hiperglucemia hallada, peor será el pronóstico y mayor la mortalidad precoz (1 mes), tanto si se trata de diabetes mellitus ya conocida o «ignorada» e identificada en el accidente cerebrovascular.

B) La hiperglucemia puede traducir la gravedad (anatómica/funcional) del ACVA, sobre todo si es hemorrági­co. Estos datos concuerdan con la reducción de riesgo de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) que el control estricto de glucemia y de la hipertensión arterial ejercen, según los datos referidos del UKPD.

 

La fisiopatología de la enfermedad cerebrovascular en la hiperglucemia transitoria (de «estrés») y en la diabetes mellitus, conocida o no, es compleja. Por una lado, los efectos directos de la hiperglucemia aguda alteran profundamente los mecanismos de autorregulación de la circulación intracerebral, el metabolismo y la homeostasis iónica neuronal.

           

Por otra parte, la enfermedad microvascular aterogénica de los vasos extracerebrales (por ejemplo: estenosis carotídea) y, también, la afectación de los microvasos intraparenquimatosos cerebrales son características de la hiperglucemia crónica de la diabetes, ignorada o conocida, antes del ACVA.

           

En conjunto, la confluencia  de ambas circunstancias contribuye a agravar la evolución (y tamaño de área infartada) del accidente cerebrovascular una vez instaurado.

 

           

Diagnóstico, prevención y tratamiento.

           

El diagnóstico de la enfermedad cerebrovascular (ACVA) en las personas con diabetes mellitus se sostiene sobre los mismos principios de criterios clínicos, analíticos y de imagen que en la persona no diabética. Sintetizamos aquí los propuestos por el Documento Consenso sobre Aterotrombosis avalado por la Sociedad Española de Arteriosclerosis.

 

La premisa indiscutible es que el diagnóstico del accidente cerebrovascular agudo (ACVA) es (casi) exclusivamente clínico y es requerimiento inexcusable una minuciosa historia clínica, el examen clínico general y una cuidadosa evaluación neurológica. El diagnóstico clínico dicta las decisiones de solicitud y utilización de los restantes métodos diagnósticos complementarios que permiten establecer el tipo de accidente cerebrovascular agudo (ACVA) presente, isquémico o hemorrágico, y su meca­nismo etiopatogénico siempre que sea posible. Es esencial, en el paciente con diabetes mellitus, y de forma específica, evaluar la exten­sión de enfermedad macrovascular (coronaria, cerebral, visceral, periférica), la coexistencia de otros factores de riesgo en general y de aquellos ligados al síndrome de insulinoresistencia en particular. La hiper­tensión arterial es clave en este proceso de evaluación.

 

El consenso español seña­la, en el diagnóstico del accidente cerebrovascular agudo (ACVA) por aterotrombosis, estas recomendaciones:

 

1. Tomografía Axial Computerizada (TAC) cerebral sin contraste de máxima urgencia (recomendación grado A: nivel de evidencia l).

2. Repetir TAC, sólo si hay deterioro neurológico progresivo o sospecha de transformación hemorrágica del infarto cerebral (recomendación grado B).

3. Resonancia magnética en fase aguda de ictus, sólo recomendable si hay sospecha de disección arterial (recomendación grado A).

4. Ultrasonografía de arterias carótidas (cuello), tan urgente como sea posible, sin perjuicio de no iniciar tratamiento.

5. Otros procedimientos con nivel de recomendación menor (grado C): ultrasonografía transcerebral, ecografía transtorácica o transesofágica.

6. No recomendado en fase aguda de ictus: angiografía convencional.

7. En fase postictal la angiografía carotídea convencional es recomendable (grado A) si hay historia de accidente isquémico transitorio (AIT) y/o secuelas de infarto reciente con estenosis carotídea superior al 70% comprobada por ultrasonografía.


Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.2

Las recomendaciones no se hacen en función de mecanismos específicos sino como aplicables a la mayoría de los pacientes. Las partes del Consenso se enfocan específicamente a las terapias antitrombóticas en cada una de las situaciones habituales como: fase aguda, infarto establecido, ictus en progresión, accidente isquémico transitorio (AIT) de repetición.  Se incluyen además los criterios de tratamiento quirúrgicos y/o endovascular (angioplastia y otros procederes) en la estenosis carotídea demostrada en algunas de las circunstancias anteriores (ictus previo, accidente isquémico transitorio (AIT) recurrente).

 

En conjunto, las recomendaciones básicas del Consenso Español son:

1 ) Administración inmediata de 160-300 mg de ácido acetilsalicílico en el infarto cerebral agudo no cardioembólico (recomendación grado A).

2) La Heparina Cálcica (dosis 10.000 u/día) no es recomendable en el infarto agudo cerebral no cardioembólico por la relación inversa beneficio-riesgo (fundamentalmente por las complicaciones hemorrágicas). Tampoco debe administrarse estreptoquinasa en fase aguda; la trombolisis con r-tPA sólo debe plantearse, por el momento, en el marco de ensayos clínicos y por equipos muy expertos.

3) El tratamiento quirúrgico o endovascular no debe hacerse en fase aguda y la endarterectomía sólo en circunstancias muy definidas (infarto progresivo, accidente isquémico transitorio (AIT) repetido), como nivel C.

4) No se incluyen como niveles de recomendación A (urgente o necesaria) la endarterectomía o la angioplastia transluminal percutánea en la estenosis carotídea.

 

Independientemente de lo mencionado, en prevención primaria no se recomienda la administración de antiagregantes plaquetarios (recomendación A), mientras que en prevención secundaria se aconseja el empleo de antiagregantes plaquetarios en casos con evidencia de enfermedad aterotrombótica.

           

El uso de ácido acetilsalicílico (75 mg/día) es de elección.  Esta recomendación es asimismo apoyada por las «Clinical Recommendations 1999» de la Sociedad Americana de Diabetes para el caso específico de pacientes diabéticos. En la intolerancia (o falta de respuesta) a la Aspirina, la Ticlopidina es la alternativa preferible. Como alternativa, se propone (estudio Caprie) el uso de Clopidogrel.

           

En presencia de otras complicaciones vasculares previas (infarto de miocardio) se aconseja la continuidad del tratamiento anticoagulante para prevenir el riesgo de tromboembolismo cerebral.

 

En resumen, los objetivos a conseguir en el entorno del accidente cerebrovascular agudo (ACVA) aterotrombótico, el más común en el paciente diabético, son:

 

I.              Repermeabilizar los vasos obstruidos.

II.             Potenciar la resistencia del tejido cerebral a la isquemia.

III.            Mejorar la perfusión en las áreas ("de penumbra") alrededor de tales zonas isquémicas.

IV.           Cuidar el estado general y, específicamente en el paciente diabético, controlar la hiperglucemia (generalmente mediante insulinoterapia) tan eficazmente como sea posible, aunque con especial cuidado en evitar la hipoglucemia.

V.            Evitar o prevenir complicaciones neurológicas y genéricas.

 

La elevada prevalencia de la enfermedad cerebrovascular en la diabetes mellitus (sobre todo del Tipo II), la mayor prevalencia de la enfermedad cerebrovascular de causa aterotrombótica y la mayor gravedad clínica y pronóstico en el paciente diabético exigen una mayor atención multidisciplinar (médico de atención primaria, neurólogo, cardiólogo, angiólogo, diabetólogo, etc.) que la prestada hasta ahora.

 

 

Enfermedad arterial coronaria

 

Enfermedad arterial coronaria en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID)

           

La cardiopatía coronaría es un problema de salud im­portante en la diabetes mellitus no insulinodependiente. Es la causa principal de muerte en­tre pacientes con esta patología endocrinológica, independientemente de la duración de la diabetes. El índice de ries­go relativo de enfermedad cardiovascular en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) en comparación con la población general, está aumentado en­tre dos y cuatro veces.

           

Aunque los pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) tienen un mayor perfil de factores de riesgo aterogénicos (edad avanzada, hipertensión, liproteínas de alta densidad (HDL) bajas), los ajustes estadísti­cos no consiguen eliminar un efecto independiente de la propia diabetes. El aumento del riesgo cardiovascu­lar es especialmente notable en la mujer, como demuestran diversos estudios (Framingham,  Rancho Bernardo, Bedford y Joslin Clinic). En pre­sencia de la diabetes, se pierde la protección habitual de la que gozan las mujeres premenopáusicas frente a la aterosclerosis.

           

Aunque, en general, el grado y la duración de la hiperglucemia son los factores de riesgo principales para las complicaciones microvasculares, en la diabetes mellitus no insulinodependiente no existe una asocia­ción clara entre la extensión o la gravedad de las compli­caciones macrovasculares y la duración o gravedad de la diabetes. En sujetos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) recién diagnosti­cada, se manifiesta una mayor prevalencia de enfermedad arterial coronaria. De cualquier forma, también ha de tenerse en cuenta que, dado que el diagnóstico clínico de diabetes mellitus no insulinodependiente  puede ir pre­cedido de muchos años de hiperglucemia asintomática, el cálculo de la duración de la diabetes puede estar sesgado.  De hecho, se ha demostrado que incluso el trastorno de la tolerancia a la glucosa lleva asociado un mayor riesgo car­diovascular.

           

La resistencia a la insulina y la hiperinsulinemia puede ser el factor de unión entre el trastorno de la tolerancia a la glucosa, la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) y la enfermedad arterial coronaria. Su papel como factor de riesgo cardiovascular independiente ha sido de mostrado en varios estudios (Helsinki y París) pero no en otros (MRFIT o Swedish Study). No es clara su relación con la enfermedad vascular periférica o cerebral. En individuos genéticamente propensos, la re­sistencia a la insulina puede tener lugar 15, 25 o más años antes del comienzo clínico de la diabetes.  Además, la resistencia a la in­sulina va asociada a otros factores de riesgo aterogénicos, como la hipertensión, obesidad central, las anomalías de los lípidos y un es­tado procoagulante.  Así, el factor que tiene más posibilida­des de estar relacionado con la enfermedad arterial coronaria entre los individuos aquejados por distintos tipos de trastornos de la tolerancia a la glucosa y los diabéticos es la desconocida duración de la resistencia a la insulina, más que la duración de la pro­pia diabetes.

           

Sin embargo, otros estudios indican que el nivel de hi­perglucemia crónica, medido por las determinaciones de la hemoglobina glucosilada, puede ser un factor de riesgo in­dependiente para la cardiopatía coronaria, especialmente en la mujer.

 

Enfermedad arterial coronaria en la diabetes mellitus insulindependiente

           

En contraste con lo que sucede en el caso de la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), se puede estudiar el riesgo cardiovascular en pa­cientes con diabetes mellitus insulinodependiente para determinar el grado en que los factores puros relacionados con la diabetes (por ejemplo, hiper­glucemia, duración de la enfermedad y glucosilación de las proteínas y lipoproteínas) causan el aumento del ries­go de enfermedad arterial coronaria.

           

Un seguimiento prolongado de pacientes con diabetes mellitus insulindependiente en el Joslin Diabetes Center, demostró un exceso de mortalidad cardiovascular en com­paración con la población general. Hasta pasados los 30 años de edad, no se observa un exceso de coronariopatía en pa­cientes con diabetes mellitus insulinodependiente. Los primeros casos de enfermedad coronaria clínica­mente manifiesta se producen en la ter­cera o en la cuarta década de vida, independientemente del momento de comienzo de la diabetes. El riesgo de este tipo de arteriopatía au­menta rápidamente después de los 40 años, y alrededor de los 55 años el 35% de los varones y las mujeres con diabetes mellitus insulindependiente mueren de insuficiencia coronaria.

           

Esta tasa de mortalidad por coronariopatía supe­ra en gran medida a la observada en una cohorte no dia­bética de edad comparable del Framingham Heart Study (8% para los varones no diabéticos y 4% para las muje­res no diabéticas).

           

Igual que sucede con las mujeres con diabetes mellitus no insulinodependiente, la protección frente a la enfermedad arterial coronaria observada en las mujeres no diabéticas, se pierde en las mujeres con la variedad insulinodependiente de esta enfermedad.

           

El hecho de que una subpoblación de pa­cientes con diabetes mellitus insulindependiente tenga una aterosclerosis coronaría gra­ve antes de los 55 años edad, independientemente de la aparición de la diabetes en la infancia o en la adolescen­cia, indica que la diabetes acelera sobre todo la progre­sión de lesiones ateroscleróticas precoces, que se produ­cen, aún en ausencia de diabetes, a una edad joven en la población general.

                       

Dos estudios de seguimiento a largo plazo llevados a cabo en la Joslin Clinic y el Steno Memorial Hospital, han demostrado que cuando se superpone la nefropatía a la dia­betes, la prevalencia de enfermedad arterial coronaria aumenta de forma llamativa (mortalidad relativa por enfermedad cardiovascular 37 veces más alta que en la población general frente a sólo 4,2 veces más elevada en pacientes sin pro­teinuria).

                       

En la cohorte de la Joslin Clinic, el riesgo de desarrollo de coronariopatía en pacientes con proteinu­ria persistente era 15 veces más elevado que en aquellos sin esta complicación. Por tan­to, la microalbuminuria en la diabetes mellitus insulinodependiente no es sólo un marcador de afectación renal, sino también un potente marcador de riesgo independiente de enfermedad vascular cerebral, periférica y coronaria.

           

Estudios prospectivos recientes demostraron que en pa­cientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), la microalbuminuria es también un factor predictivo independiente de aumento de la mortali­dad cardiovascular, aumentando el riesgo de enfermedad arterial coronaria mortal en sólo dos a cuatro veces.

           

Los mecanismos que vinculan a la microalbuminuria con el aumento de la mortalidad car­diovascular continúan siendo en gran parte desconocidos.  Sin embargo, cuando se superpone la nefropatía a la dia­betes, algunos de los mecanismos aterogénicos presentes en la diabetes se acentúan.  En las etapas iniciales de la ne­fropatía diabética, en las que se conserva la función renal, es detectable una agregación de factores de riesgo de en­fermedad cardiovascular como hipertensión, anomalías de los lípidos y alteraciones de la fibrinolisis y la coagulación. La hipertensión es frecuente en la ne­fropatía diabética, aun cuando las concentraciones de crea­tinina se mantienen normales, y puede empeorar la insuficiencia coronaria en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID).

           

Por otro lado, el perfil lipoproteico en pacien­tes diabéticos con microalbuminuria incluye elevación de los niveles de liproteínas de baja densidad (LDL) y del resto de los quilomicrones, descen­so de los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL) y elevación de los niveles de Lp(a), todos los cuales son aterogénicos.  Además, la actividad del factor VII y el fibrinógeno plasmático están bastante más elevados en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID)  y microalbuminuria.

           

Finalmente, la nefropatía provoca una acumulación acelerada de productos finales de la glucosilación avanzada  en la circulación y los te­jidos, que va paralela a la gravedad del deterioro de la fun­ción renal, y la cual  favorece la aterosclerosis.

           

Aunque estos facto­res de riesgo contribuyen sin duda al desarrollo acelerado de aterosclerosis en pacientes con nefropatía diabética, posiblemente no expliquen por completo los elevados niveles de mortalidad cardiovascular de los pacientes con microal­buminuria.

 

La nefropatía diabética aparece sólo en una subpobla­ción del 30 al 40% de pacientes con diabetes mellitus insulinodependiente. El ries­go de desarrollo de nefropatía diabética está determinado sólo parcialmente por el control de la glucemia, teniendo gran influencia la sensibilidad genética.

                                  

La actividad de contratransporte de sodio-litio (Na,Li–CT) en los hematíes puede ser un posible vínculo genéti­co entre la hipertensión y la nefropatía diabética, ambos marcadores de enfermedad macrovascular.  Otros factores genéticos pueden contribuir a la predispo­sición de los pacientes diabéticos para desarrollar enfermedad arterial coronaria. Se ha demostrado la asociación entre coronariopatía y una variante del gen que codifica la enzima convertido­ra de la angiotensina (ECA). Así, un polimorfismo de delección (genotipo DD) en el gen de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) confiere un alto riesgo de infarto de miocardio, inde­pendientemente de cualquiera de los clásicos factores de riesgo de enfermedad coronaria.

                                  

Por otro lado, parece que el genotipo II confiere pro­tección frente a la aparición de nefropatía diabética en pa­cientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID). La fuerte asociación entre ne­fropatía diabética y coronariopatía en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) y la acumulación familiar de la nefropatía diabética, seña­la la posible asociación de un polimorfismo genético que afecta a la expresión del gen de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) con la susceptibi­lidad a las complicaciones vasculares en pacientes diabéti­cos. 

 

A diferencia de en el caso de la diabetes, el polimorfismo de delección de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) no está asociado a hipertensión en los seres hu­manos.

 

 

CONSIDERACIONES ESPECIALES EN PACIENTES DIABÉTICOS CON CARDIOPATÍA CORONARIA

 

La expresión clínica de la insuficiencia coronaria en pacientes diabéticos se diferencia de la que tiene lugar en pacientes no diabéti­cos en varias formas, como una mayor frecuencia de infar­to e isquemia silentes,  mayor morbilidad y mortalidad después de infarto agudo de miocardio, dismi­nución de las velocidades de reperfusión después del trata­miento trombolítico y aumento de la tasa de reestenosis des­pués de la angioplastia coronaria.

 

 

Isquemia miocárdica silente en la diabetes

 

La propensión de los pacientes diabéticos a padecer in­farto de miocardio silente está perfectamente establecida. En el estudio Framingham, una mayor proporción de los infartos de miocardio fueron silentes y no diagnosticados. Síntomas atípicos como confusión, disnea, fatiga o náuseas y vómitos fueron la molestia de presentación en el 32 a 42% de los pacientes diabéticos con infarto en comparación con el 6 a 15% de los no diabéticos, y además describieron su molestia como menos intensa en comparación con los pacientes no diabéticos.

           

Algunos estudios (realizados con ejercicio en tapiz rodante, mo­nitorización con Holter ambulatorio o gammagrafía de esfuerzo con talio) indican que los episodios de isquemia miocárdica silente se producen también con mayor fre­cuencia en pacientes con diabetes. 

           

La neuropatía autónoma con afectación de la inervación sensorial del corazón es una explicación verosímil de la ausencia de dolor en los episodios isquémicos, aun a pesar de la ausencia de neuropatía autónoma manifiesta o de otras complica­ciones microvasculares.

                                  

Los episodios isquémicos con o sin angina van asocia­dos a grados similares de disfunción ventricular izquierda y pueden ser responsables de síntomas de disnea u otros signos de insuficiencia cardiaca.

 

 

Curso del infarto agudo de miocardio

 

La mortalidad intrahospitalaria global de los pacientes diabéticos es de 1,5 a 2 veces más elevada que en los pa­cientes no diabéticos que experimentan infarto de miocar­dio. En la era pretrombolítica las cifras de mortalidad intrahospitalaria eran del 28%. Las mujeres diabéticas tienen un pronóstico peor, con una mortalidad de casi el doble en comparación con los varones diabéticos. Este mayor riesgo se registra también entre los pacientes diabéticos jóvenes con un aparentemente buen estado cardiovascular basal. La mayor parte de los es­tudios ha demostrado la ausencia de relación entre la du­ración de la diabetes conocida y la mortalidad intrahospi­talaria después de infarto de miocardio

                                  

El exceso de mortalidad intrahospitalaria entre diabéti­cos está claramente relacionado con la mayor incidencia de insuficiencia cardíaca congestiva. La prevalencia de insufi­ciencia cardíaca congestivo y de shock cardiogénico es más frecuente y más grave en diabéticos después de in­farto de miocardio de lo que cabría esperar por el tamaño de la lesión.

                                  

El pronóstico, después del infarto de miocardio, está relacionado con la función ventricular izquierda residual aunque no hay pruebas de que los pacien­tes diabéticos experimenten infartos más extensos que los pacientes no diabéticos. Además, el aumento de insuficiencia cardíaca congestiva se produce a pesar de una fracción de eyección ventricular izquier­da similar. Los síntomas congestivos se deben principalmente a dis­función diastólica.

           

Varios mecanismos pueden estar debajo de la mayor tasa de mortalidad intrahospitalaria entre pacientes diabéticos. La mayor incidencia del fracaso de la bomba cardiaca en pacientes diabéticos puede ser el resultado de la hipocontractilidad del miocardio no infartado (estudio MILIS y TAMI). Es posible que los diabéticos tengan una enfermedad arterial coronaria más extendida que les predisponga a una mayor disfunción en áreas de miocardio no infartado o que ponga en peligro el flujo sanguíneo colateral.

           

Se ha sugerido que los diabéticos suelen pre­sentar miocardiopatía isquémica con mayor frecuencia que los pacientes no diabéticos, debido a que el miocardio re­sidual asociado a la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) puede influir de forma adver­sa en el proceso de remodelación ventricular izquierda des­pués de un infarto de miocardio.

           

Además del problema estrictamente coronario, la diabetes está asociada a un proceso de miocardiopa­tía que afecta a la función diastólica ventricular izquierda. La afectación arteriolar o capilar por la microangiopatía dia­bética puede llevar a una formación más amplia de cicatri­ces, a una fibrosis difusa y a un deterioro de la relajación miocárdica.  La miocardiopatía diabética, clínica o silente, se caracteriza por alteraciones patológicas de la microcircu­lación y del intersticio miocárdico no relacionadas con la aterosclerosis de grandes vasos y puede contribuir a la hipo­contractilidad del miocardio no infartado.

           

Otra hi­pótesis es que la mayor mortalidad en pacientes diabéticos se debe a un trastorno del sistema nervioso autónomo, de tal manera que el deterioro de la función nerviosa simpática cardíaca reduci­ría la reserva inotrópica del músculo viable.

           

Los pacientes diabéticos que sobreviven a las complica­ciones inmediatas que siguen al infarto, tienden a padecer infartos de miocardio recurrentes mortales y no mortales con mayor frecuencia que los casos similares no diabéticos.  Aunque la morbilidad y la mortalidad postinfarto inmedia­tas suelen estas relacionadas con insuficiencia cardíaca con­gestiva, la mortalidad tardía suele deberse a infarto de mio­cardio recurrente, persistencia de la isquemia o lesión miocárdica continuada.

 

Tratamiento trombolítico

 

Está perfectamente establecido que la mortalidad entre pacientes no diabéticos con infarto agudo de miocardio se reduce significativamente con tratamiento trombolítico, como estreptoquinasa o activador del plasminógeno tisular recombinante (r-TPA). Además, el tratamiento trombolítico mejora la función ventricular izquierda.

                       

Aunque los prin­cipales estudios con estos fármacos después del infarto de miocardio incluyen a pacientes diabéticos, ningún estudio ha evaluado en concreto los efectos beneficiosos del trata­miento trombolítico frente a un placebo en pacientes dia­béticos con infarto agudo. El estudio ISIS-II demostró efectos beneficiosos claros entre los pa­cientes diabéticos que recibieron tratamiento trombolítico con estreptoquinasa. En el ensayo TIMI,  pacientes diabéticos y no diabéticos fueron asignados aleatoriamente, dentro de las 4 horas siguientes al infarto agudo de miocardio para recibir tratamiento trombolítico. Las ta­sas de mortalidad a las 6 semanas fueron del 8,5 y del 3,6%, respectivamente.

           

En el International Tissue Plasminogen Activator Streptokinase Mortality Trial, la tasa de mortalidad intra­hospitalaria de los pacientes con diabetes durante 10 años fue casi del doble que la de todos los grupos de pacientes no diabéticos de edad comparable.  Además, su curso clínico después del alta fue peor, caracterizándose por una mayor incidencia de reinfartos e ictus y una tasa de morta­lidad a los 6 meses mayor.

           

En el estudio GISSI-2 con estreptoquinasa o r-TPA, se consiguió la reperfusión con menor frecuencia en pacientes diabéticos.  Además, las tasas de mortalidad intrahospitalaria en pacientes tratados con r-TPA fueron del 7,4% en pacientes sin diabetes, del 15,4% en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y del 12,4% en aquellos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID). En pacientes tratados con estrep­toquinasa, las tasas de mortalidad respectivas fueron del 7,2, 17,4 y 10,9%.  El tipo de fármaco fibrinolítico no afectaba a las tasas de mortalidad.

           

Los ensayos TAMI fueron diseñados para evaluar varias estrategias de reperfusión utilizando r-TPA, uroquinasa o una combinación de r-TPA y uroquinasa.  En cada estudio, los pa­cientes fueron sometidos a dos procedimientos de catete­rismo cardíaco, el primero unos 90 minutos después del ini­cio del tratamiento trombolítico y el segundo 7 a 10 días más tarde.  A pesar de unas tasas de permeabilidad angiográfica similares 90 minutos después del tratamiento trombolítico en pacientes con y sin diabetes, la tasa de mortalidad intrahospitalaria fue casi dos veces más elevada en pacientes con diabetes.

           

Así, aunque los pacientes diabéticos con infarto agudo de miocardio tratados con fibrinolíticos se beneficiaron de la misma reducción de la mortalidad que los pacientes no diabéticos, las mayores tasas de mortalidad in­trahospitalaria continuaron siendo significativas (1,5 a 2,5 veces más altas que en sujetos no diabéticos).  Las anomalías del sistema fibrinolítico en los diabéticos pueden explicar las tasas más bajas de reperfusión comu­nicadas en estos pacientes. Tanto la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) como la re­sistencia a la insulina van asociadas a una mayor actividad del inhibidor del activador del plasminógeno 1 (PAI-1). Sin embargo, los datos angiográficos del ensayo TAMI de­muestran que las diferencias en la eficacia del tratamiento trombolítico no son responsables del peor resultado en pa­cientes con diabetes.  Parece que la principal razón de la mayor mortalidad intrahospitalaria y de las tasas más ele­vadas de complicaciones en pacientes con diabetes están re­lacionadas principalmente con una enfermedad arterial co­ronaria más extensa.  Por tanto, los pacientes con diabetes deben ser considerados de alto riesgo por un mal pronóstico y deberán ser tratados de la misma forma que otros gru­pos de alto riesgo, con tratamiento trombolítico precoz y quizás con un enfoque diagnóstico y terapéutico más agre­sivo, y con una revascularización temprana en aquellos con una anatomía adecuada.

 


Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.3

Revascularización percutánea

 

Los hallazgos de varios estudios indican que la diabetes es un poderoso factor de riesgo para la reestenosis después de la angioplastia coronaría transluminal percutánea (ACTP). La reestenosis se define como un proceso de crecimiento intraluminal después de una angioplastia con éxito, y los factores de riesgo para la reestenosis deberían ser factores de riesgo para este proceso de crecimiento.

                       

Sin embargo, no se ha podido comprobar que los factores de riesgo clásicos para la aterosclerosis, como el sexo mascu­lino, la hipertensión sistémica, la hipercolesterolemia y la continuación del consumo de tabaco después de la ACTP estuvieran relacionados con el estrechamiento de la luz. Sólo la diabetes se ha comprobado en el seguimiento que tiene una relación independiente con la cantidad de estenosis del calibre intraarterial. Además de esto, los diabéticos tienen también una mayor incidencia de reestenosis después de la angioplastia con láser.

                       

Adicionalmente, es preciso tener en cuenta, también, que los pacientes diabéti­cos tienen una tasa de reestenosis significativamente mayor después de la utilización de stents coronarios.  En los estudios realizados se observó que, en la mayoría de los casos, la reestenosis del «stent» se debía a hiperplasia de las células musculares lisas, que puede ser el resultado de anomalías meta­bólicas características de los pacientes diabéticos.  Sin embargo, todavía no están muy claros los factores específicamente responsables del mayor nú­mero de reestenosis en pacientes diabéticos.

 

 

           

TRASTORNOS DE LAS LIPOPROTEÍNAS EN LA DIABETES

 

Las anomalías metabólicas asociadas a la diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y a la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) provocan importantes alteraciones en la composición, transporte y metabolismo de las lipoproteínas. Es muy frecuente observar anomalías en las con­centraciones plasmáticas de lípidos y lipoproteínas en individuos diabéticos, especialmente en sujetos con diabetes mellitus insulinodependiente no controlada y en muchos individuos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).

                       

En el San Antonio Heart Study, se observó que la dislipemia era más frecuente en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) que en aquellos sin alteraciones del metabolismo hidrocarbonado (más del 60% frente a menos del 25% de los no diabéticos).  Sin embargo, sólo el 25% de ellos conocían su problema lipídico y menos del 10% estaban recibiendo tratamiento.

                       

Los datos del Framingham Heart Study indican que las elevaciones de los triglicéridos y de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL), así como las reducciones de los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL), tienen una prevalencia de unas dos veces más en diabéticos que en no diabéticos. Independientemente del origen geográfico o racial, los pa­cientes con diabetes mellitus no insulinodependiente tienen un exceso de dos a tres veces en el número de dislipemias, en comparación con la po­blación no diabética correspondiente.

           

En las concentraciones y metabolismo de las lipoproteí­nas plasmáticas estudiadas en sujetos diabéticos, influyen factores es­pecíficos del estado diabético, es decir, el tipo de diabetes, el control de la glucemia, la resistencia a la insulina, la pre­sencia de nefropatía diabética y el tipo y método de trata­miento precisado o empleado.

 

La aterosclerosis acelerada en la diabetes está causada, al menos en parte, por un perfil de lipoproteínas aterogéni­co. A menudo, el patrón aterogénico de las alteraciones de las lipoproteínas está presente durante años antes de la apa­rición de la hiperglucemia en ayunas y del diagnóstico de diabetes manifiesta.  Esto puede explicar por qué el riesgo de enfermedad cardiovascular no está relacionado con la duración de la diabetes en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).  Esto contrasta con la diabetes mellitus insulindependiente (DMID), en la que las anomalías de las lipoproteínas se producen en relación con la aparición de la hiperglucemia.  Los principales factores que influyen en las concentraciones de lipoproteínas plasmáticas en la diabetes mellitus insulindependiente (DMID) son el control de la glucemia, el método de administración de la insulina y la presencia de nefropatía.

 

Triglicéridos y liproteínas de muy baja densidad (VLDL)

 

La alteración más constante de las lipoproteínas asociada a ambos tipos de diabetes es un aumento de los niveles de lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL).

                       

La diabetes mellitus insulindependiente (DMID) mal controlada induce una notable elevación de los trigli­céridos mediante una combinación de producción exagerada y disminución de la eliminación de liproteínas de muy baja densidad (VLDL).

                       

El incre­mento de la producción es una consecuencia del aumento de la movilización de ácidos grasos libres y de los niveles elevados de glucosa.  Las concentraciones de ácidos grasos libres circulantes rigen la velocidad de esterificación de los triglicéridos en el hígado, estimulando tanto la síntesis de triglicéridos como la estructuración y la secreción de par­tículas de liproteínas de muy baja densidad (VLDL). El mantenimiento de la grasa almace­nada en el tejido adiposo depende de la supresión por la in­sulina de la lipasa sensible a la hormona.  En condiciones de déficit de insulina, la elevación de la glucosa en sangre y la movilización de ácidos grasos libres proporciona un sustrato para la síntesis de triglicéridos en el hígado con la posterior producción exagerada de liproteínas de muy baja densidad (VLDL).

                       

La reducción de la eliminación de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) se debe a la disminución de la ac­tividad de la lipoproteinlipasa (LPL), ya que esta nece­sita a la insulina para el mantenimiento de niveles tisulares normales. Estas anomalías de la producción exagerada de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) y de la eliminación son fácilmente reversibles con tratamiento insulínico.

           

En la diabetes mellitus no insulinodependiente, la anomalía más frecuente de las lipopro­teínas es la hipertrigliceridemia provocada por los niveles elevados de liproteínas de muy baja densidad (VLDL). La principal razón de la hipertrigliceridemia en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) es la producción exagerada en el hígado de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) ri­cas en triglicéridos, secundaria a un mayor flujo de sustra­tos, especialmente de glucosa y de ácidos grasos libres.

           

El aumento de la velocidad de transporte de ácidos grasos li­bres al hígado es un hecho simultáneo frecuente de la re­sistencia a la insulina . Además, la presen­cia de hiperglucemia y el aumento del flujo de ácidos grasos libres al hígado en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) ofrece un medio ideal para el aumento de la producción de liproteínas de muy baja densidad (VLDL).  Por otro lado, los pacientes con diabetes mellitus no insulinodependiente tienen un defecto en la eliminación de triglicéridos y liproteínas de muy baja densidad (VLDL), ya que la actividad de la lipoproteínlipasa está deprimida en individuos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) y resisten­cia a la insulina.

           

Actualmente, se considera probado que la mejora del control de la diabetes, independientemente del método de trata­miento, va asociada a un descenso de los niveles de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) (si bien corrige sólo parcialmente los niveles de VLDL en muchos pacientes).

 

           

Respecto a la relación entre lipoproteínas de muy baja densidad y la aterogénesis, los datos del Paris Prospective Study y del ensayo multinacional de la Organización Mundial de la Salud indican que los niveles elevados de triglicéri­dos tienen una asociación independiente con el aumento del riesgo de enfermedad arterial coronaria en pacientes diabéticos.

           

Todavía no se ha determinado con seguridad el me­canismo que vincula la hipertrigliceridemia con la aterosclerosis.  Sin embargo, cada vez está más aceptado que el estado diabético va asociado a alteraciones sutiles y cualitativas en la composición de partículas lipoproteicas que pueden ser importantes para el proceso aterogénico. Estas anomalías se pueden detectar en individuos hiperlipémicos y también en normolipémicos con diabetes.

           

La observación más constante en relación con la com­posición de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL) en la diabetes mellitus no insulinodependiente es el enriquecimien­to en triglicéridos de las partículas asociado al aumento del tamaño de las mismas. El tamaño de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL) es un deter­minante importante de su destino metabólico, ya que las partículas grandes de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) ricas en triglicéri­dos se convierten con mayor dificultad en liproteínas de baja densidad (VLDL), aumentando la eliminación directa de la circulación por vías distintas a las de las liproteínas de baja densidad (VLDL).

           

Además, la producción exagerada de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) grandes, ricas en triglicéridos, va aso­ciada a la subclase LDL densa, pequeña y aterógena. Las partículas liproteínas de muy baja densidad (VLDL) presentes en la diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) pueden estar enriquecidas en colesterol éster así como también en triglicéridos y se pueden acumular a pesar de niveles normales de triglicéridos en plasma. Las liproteínas de muy baja densidad (VLDL) enriquecidas en colesterol éster pueden ser captadas por receptores en los macrófagos y células musculares li­sas, dando lugar a la formación de células espumosas. Esta lipoproteína recuerda mucho a los restos de liproteínas de muy baja densidad (VLDL), que son capaces de producir el depósito de colesterol éster en macrófagos y células endoteliales.

 

Colesterol HDL

 

Se ha planteado la hipótesis de que la asociación antia­terogénica del HDL refleja el papel central que desempe­ña en el transporte de colesterol inverso, y los pacientes con diabetes mellitus insulinodependiente sometida a un adecuado ajuste de los niveles séricos de glucosa suelen tener niveles plasmáticos de colesterol HDL dentro de los lími­tes normales. Sin embargo, en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) mal controlada, los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL) pueden des­cender debido a la disminución de la actividad de la lipoproteinlipasa, ya que la lipólisis insuficiente de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL) da lugar a una formación reducida de liproteínas de alta densidad (HDL).

           

Por el contrario, en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y excelente control de la glucemia, la actividad de la lipoproteínlipasa está aumentada, y el aumento del catabolismo de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL) triglicéridos eleva el compartimiento de liproteínas de alta densidad (HDL).  La respuesta de las liproteínas de alta densidad (HDL) al tratamiento con insulina es más lenta que la de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL), pero las liproteínas de alta densidad (HDL) aumentan a me­dida que lo hace el grado de control de la glucemia.  Así, en pa­cientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) que siguen tratamiento intensivo con in­sulina, los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL) pueden estar más elevados que en controles normales de edad, sexo y peso equiparables.

           

Por otro lado, en pacientes con diabetes mellitus no insulinodependiente, los niveles de colesterol HDL suelen ser entre un 25 y un 30% más bajos que en no dia­béticos.  Habitualmente, los niveles bajos de coleste­rol HDL van asociados a otras anomalías de los lípidos y las lipoproteínas, especialmente a niveles altos de liproteínas de muy baja densidad (VLDL). En contraste con la diabetes mellitus insulindependiente (DMID), niveles plasmáticos ba­jos de liproteínas de alta densidad (HDL) en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) no están relaciona­dos con el control de la glucemia y persisten después del tratamiento. Es interesante señalar que el grado de resistencia a la insulina parece estar inversamente relacionado con los ni­veles de liproteínas de alta densidad (HDL). Además, los sujetos con niveles bajos de colesterol HDL son resistentes a la insulina, indepen­dientemente de los niveles de triglicéridos. Esto ex­plica por qué a menudo no se consigue normalizar los ni­veles de liproteínas de alta densidad (HDL) en respuesta al tratamiento con sulfonilureas o con insulina en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).

 

Colesterol LDL

 

Por lo general, los niveles de colesterol LDL no están elevados en la diabetes mellitus insulindependiente (DMID), en comparación con sujetos no dia­béticos de edad, sexo y peso equiparables.  El aumento de los niveles de colesterol LDL en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) suele ser el resultado de la aparición de nefropatía diabéti­ca y proteinuria o de una causa genética concomitante de hipercolesterolemia.

           

Una correlación positiva entre control de la glucemia y niveles de colesterol sólo se suele encon­trar en pacientes mal controlados y es fácilmente reversible con tratamiento intensivo con insulina.

           

De forma similar, los niveles de colesterol LDL de pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) son comparables a los encontrados en no diabéti­cos.  La mejora del control de la glucosa no provoca cambios o consigue sólo efectos beneficiosos moderados sobre los niveles de colesterol LDL.

           

No obstante, las partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) en pacientes diabéticos se pueden alterar en varias formas (alteración de su composición, el estímulo de la glucosilación no enzimática y el aumento de la susceptibilidad a la modificación oxidativa) que pueden afectar a su metabolismo y aterogenicidad.

           

La glucosilación de la apoproteína B (la proteína de superficie de las liproteínas de baja densidad (VLDL)) está aumentada en la diabetes mal controlada, en relación con los niveles de glu­cosa; esta proteína es fundamental para el reconoci­miento específico de las liproteínas de baja densidad (VLDL) por el receptor de las liproteínas de baja densidad (VLDL).  Puesto que entre el 60 y el 70% de la eliminación de las liproteínas de baja densidad (VLDL) se produce por la vía del receptor LDL, el resultado es una disminución del catabolismo de las liproteínas de baja densidad (VLDL) a través de la vía de este tipo de receptor.
                       

La glucosilación de tan sólo el 2 a 5% puede reducir la elimina­ción de liproteínas de baja densidad (VLDL) en un 5 a 25%. Además, parece que el receptor LDL está regulado en cierta medida por la in­sulina. Por tanto, una disminución de la capacidad para unirse al receptor LDL, junto a una regulación nega­tiva de la actividad del receptor LDL celular, lleva a una disminución de la eliminación de liproteínas de baja densidad (VLDL), explicando por qué pueden aumentar los niveles de liproteínas de baja densidad (VLDL) en la diabetes mal con­trolada y disminuir con los regímenes intensivos de tratamiento con insu­lina que casi consiguen la euglucemia.

           

Se han detectado alteraciones potencialmente aterogéni­cas en la composición de las liproteínas de baja densidad (VLDL) en individuos con dia­betes. Las partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) son heterogéneas y se diferencian en la composición lipídica, la densidad, el tamaño y el po­tencial aterogénico.  Se han descrito dos fenotipos de sub­clases de liproteínas de baja densidad (VLDL) diferentes, A y B, en sujetos normales y en diabéticos.  El fenotipo A se caracteriza por el predominio de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) grandes y el fenotipo B por partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas algo más densas que las del fenotipo A. Un predominio de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas densas se ha asociado con el mayor riesgo de coronariopatía independientemente de las concentraciones absolutas de colesterol LDL. Es posible que las liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas puedan dar lugar a una mayor sus­ceptibilidad a la modificación oxidativa  o a una afi­nidad más baja por el receptor LDL debido a las alteracio­nes en la configuración apoproteína B.

           

Aunque los niveles de liproteínas de baja densidad (VLDL) pueden no estar significati­vamente elevados en individuos con diabetes, la prevalen­cia de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas y la subclase patrón B es más elevada en individuos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) y va asociada a un perfil lipídica que incluye niveles elevados de triglicéridos plasmáticos, liproteínas de muy baja densidad (VLDL) y apoproteína B y niveles reducidos de liproteínas de alta densidad (HDL). La resistencia a la insulina va asociada a un perfil de lipoproteínas similar. Además, el fenotipo B de la subclase de LDL va asociado a otros compo­nentes del síndrome de resistencia a la insulina, incluyen­do la obesidad central, la hipertensión, la intolerancia a la glucosa y la hiperinsulinemia.

           

Por otro lado, los sujetos no dia­béticos con liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas (fenotipo B) presentan resistencia relativa a la insulina, intolerancia a la glucosa, hiperinsulinemia, hipertensión y tienen concentraciones de colesterol HDL más bajas que los sujetos con fenotipo A de las liproteínas de baja densidad (VLDL).  Así, el fenotipo B de la subclase de LDL puede formar parte integral del conjunto de factores de riesgo que se ha denominado síndrome de resistencia a la insulina o "síndrome X". Por ello, mientras que los niveles de colesterol LDL pueden ser relativamente normales en pa­cientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), los niveles elevados de liproteínas de baja densidad (VLDL) peque­ñas y densas pueden contribuir al aumento de cardiopatía coronaria incluso en pacientes normolipémicos.

 

Las anomalías metabólicas asociadas a la LDL glucosilada tienen relación también con la aterogénesis acelerada en los diabéticos. La glucosilación favorece la captación de las liproteínas de baja densidad (VLDL) por las células de la íntima aórtica humana  y los macrófagos derivados de los monocitos esti­mulando la formación de células espumosas.  La captación de liproteínas de baja densidad (VLDL) glucosiladas por las células endoteliales y los ma­crófagos probablemente esté mediada por un receptor de su­perficie, de baja afinidad y alta capacidad (llamado «re­ceptor de productos FGA»), y no por la vía del receptor depurador, que es la vía habitual para las partículas muy modificadas.  Por tanto, la elevación de las con­centraciones de glucosa puede incrementar el potencial ate­rogénico de las partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL).

           

Otro efecto de la glucosilación puede ser el otorgamiento de una mayor susceptibilidad de las liproteínas de baja densidad (VLDL) a la modificación oxi­dativa (peroxidación lipídica). La oxidación de las liproteínas de baja densidad (VLDL) es considerada como un paso fundamental en su atero­genicidad. Este proceso altera la interacción de las liproteínas de baja densidad (VLDL) con las células, convirtiéndolas en un ligando para una vía de receptor depurador alternativo. Este receptor reconoce a las liproteínas de baja densidad (VLDL) alteradas o modificadas como liproteínas de baja densidad (VLDL) oxidadas y es capaz de acumular colesterol de una forma no regulada. Además, este receptor no frena la síntesis "de novo" de colesterol en la célula y no es regulada negativa­mente por la acumulación de colesterol celular.  La ausencia de un mecanismo de control justifica la masiva acumulación de colesterol en la célula, y la transición de macrófago a célula espumosa. Los receptores depuradores son activos en las células endoteliales y los macrófagos, y la LDL modificada oxidativamente es captada por monocitos y macrófagos con mayor rapidez que la LDL nativa, por lo que puede generar células espumosas. Estas modificaciones de las liproteínas de baja densidad (VLDL) pueden incrementar aún más su potencial aterogénico en diabéticos.

           

En resumen, las liproteínas de baja densidad (VLDL) modificadas por glucosilación u oxidación ya no son reconocidas por los receptores LDL normales, pero son reconocidas por el receptor depurador de los macrófagos o el receptor FGA. A diferencia del receptor LDL, estos receptores no se regulan negativamente ante la acumulación del colesterol celular proporcionando una vía para la captación de liproteínas de baja densidad (VLDL) modificadas y la formación final de células espumosas. La glucosilación y la oxidación están estrechamente relacionadas y pueden acelerarse mutuamente. La glucosilación y oxidación combinadas (glucoxidación) generan un producto más aterogénico aún.

 

Lipoproteína (a)

 

Se ha comunicado que los niveles elevados de Lp(a) es­tán asociados a un mayor riesgo de cardiopatía coronaria. Algunos estudios han in­vestigado las posibles alteraciones de la lipoproteína(a) en individuos con diabetes.

                       

Así, se encuentran niveles elevados de Lp(a) en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) con mal control diabético y microalbuminuria. Sin embargo, en la mayor parte de los estudios, no se ha conseguido demostrar una asociación fir­me entre la lipoproteína (a) y las complicaciones vasculares en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID). Por otro lado, los niveles de Lp (a) no es­tán elevados en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) y no se afectan por el control de la glucemia.

 

 

Tratamiento de las dislipemias en la diabetes

                       

La American Diabetes Association (ADA) recomienda re­alizar una determinación anual en ayunas del colesterol to­tal, triglicéridos, colesterol HDL y colesterol LDL calcula­dos en todos los pacientes diabéticos adultos.

           

Si los niveles de colesterol LDL o de triglicéridos están elevados, deberán descartarse otras causas que pueden afectar al perfil de los lípidos (por ejemplo, hipotiroidismo, síndrome nefrótico, diu­réticos, betabloqueantes, fármacos que contengan estróge­nos, etc.).

                       

Si todos los valores se encuentran dentro de límites aceptables, el clínico puede decidir obtener estos perfiles li­pídicos con menor frecuencia.  Para niveles de triglicéridos <400 mg/dl, se calcula el nivel de colesterol LDL según la fórmula de Friedwald:

 

LDL = colesterol total - colesterol HDL- (triglicéridos/5)

 

Sin embargo, debido a la alteración de la composición de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL) en individuos con diabetes, las diferencias medias entre las concentraciones de coleste­rol LDL calculado (colesterol VLDL calculado como el 20% de los triglicéridos totales) y medido son significativamente más altas que en sujetos de control. La American Diabetes Association en el panel de recomendaciones 1999 ha pro­puesto unos niveles óptimos de lípidos.

 

Nivel lipídico para adultos.

 

Riesgo Bajo:

  • Colesterol total (mg/dl): <200
  • Colesterol HDL (mg/dl): >45
  • Colesterol LDL (mg/dl): <100
  • Triglicéridos (mg/dl): <200

Riesgo Borderline:

  • Colesterol total (mg/dl): 200-239
  • Colesterol HDL (mg/dl): 35-45
  • Colesterol LDL (mg/dl): 100-129
  • Triglicéridos (mg/dl): 200-399

Riesgo Alto:

  • Colesterol total (mg/dl): >240
  • Colesterol HDL (mg/dl): <35
  • Colesterol LDL (mg/dl): >130
  • Triglicéridos (mg/dl): >400

Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.4

Las recomendaciones propuestas para las mujeres diabéticas premenopáusicas y las dirigidas a los varones no presentaban diferencias ya que ambas poblaciones presentan el mismo riesgo coronario. Los objetivos del tratamiento se basan, sin embargo en las liproteínas de baja densidad (VLDL), y aconsejan un tratamiento más agresivo para los pacientes diabéticos.

           

Como objetivo propuesto, se deben re­ducir los niveles de liproteínas de baja densidad (VLDL) en todos los individuos diabéticos a cifras por debajo de 130mg/dl.  En diabéticos con enfermedad vascular (coronaria, periférica o vascular) es­tablecida o con múltiples factores de riesgo cardiovascular, deberán reducirse los niveles de liproteínas de baja densidad (VLDL) a <100mg/dl y los triglicéridos a <200mg/dl. También se recomienda alcanzar niveles de liproteínas de alta densidad (HDL) >35mg/dl en hombres y >45mg/dl en mujeres.

 

Las estrategias no farmacológicas para el tratamien­to de las dislipemias y para evitar las complicaciones ma­crovasculares en la diabetes mellitus, incluyen modifica­ciones de la dieta, pérdida de peso, ejercicio físico y mejora del control de la glucemia.

 

 

Modificaciones de la dieta

 

La dieta es el primer enfoque terapéutico para el trata­miento de las dislipemias, así como también de la hiper­glucemia. La dieta recomendada por la ADA es similar a la dieta recomendada por el National Cholesterol Education Program (NCEP).

                       

Los objetivos son:

 

a) el mantenimiento de unos niveles glucémicos adecuados en combinación con la terapia insulínica o antidiabéticos orales;

b) la consecución de un nivel óptimo de lípidos;

c) provisión de suficientes calorías para, manteniendo un peso adecuado, permitir el crecimiento normal en niños y adolescentes, las necesidades metabólicas aumentadas durante el embarazo y la recuperación de los estados catabólicos (por ejemplo, durante enfermedades);y

d) prevención de complicaciones agudas debidas a hipoglucemia o crónicas debidas a hiperglucemia.

                       

En la diabetes mellitus insulindependiente (DMID) es importante la sincronización de la ingesta con la administración de la insulina; las terapias intensivas con múltiples dosis al día o el uso de bombas de infusión se han demostrado más efectivas.

                       

Por su parte, en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) debe prestarse mayor atención al control lipídico y de la tensión arterial; las dietas hipocalóricas, el ejercicio regular y la pérdida de peso mejoran el control metabólico a largo plazo.

 

Consideraciones generales:

 

1. Limitaciones calóricas para alcanzar el peso deseable.

2. Ingesta de grasas totales: el 80-90% del total de calorías deben corresponder a grasa y carbohidratos; menos del 10% deben corresponder a grasas poliinsaturadas y alrededor de 60-70% de las calorías a carbohidratos y grasas monoinsaturadas. Si existe obesidad, la ingesta debe reducirse junto con la realización de ejercicio. Si existe elevación de liproteínas de baja densidad (VLDL), una cifra inferior al 30% de las calorías deben de corresponder a grasas totales, por debajo del 7% deben situarse las grasas saturadas y el colesterol no debe sobrepasar los 200mg/d.  Si el problema es una elevación de triglicéridos y liproteínas de muy baja densidad (VLDL) se recomienda pérdida de peso, ejercicio ingesta de menos del 10% de calorías en forma de grasas saturadas y poliinsaturadas y de 20% en forma de grasas poliinsaturadas.

3. Ingesta de grasas saturadas y colesterol: es muy importante su reducción para evitar el desarrollo de enfermedad cardiovascular. Menos del 10% de las calorías deben corresponder a grasas saturadas y el aporte de colesterol no debe sobrepasar los 300 mg/día.

4. Ingesta de proteínas: en general deben suponer aproximadamente  de un 10 a un 20% del total de calorías de la ingesta diaria y han de ser procedentes tanto de fuentes animales como vegetales. En presencia de nefropatía deben de restringirse a 0,8g/Kg/d (aproximadamente el 10% de la ingesta calórica). Si el filtrado glomerular está severamente afectado, el límite superior debe reducirse a 0.6g/Kg/d.

5. Entre un 50 y un 60% de las calorías totales procedentes de los hi­dratos de carbono (preferiblemente complejos, no refi­nados; en este apartado la fructosa puede ofrecer algunas ventajas). La fibra dietética puede ser beneficiosa por su efecto en el control lipídico, el retraso en la absorción de la glucosa y como prevención y tratamiento de desórdenes gastrointestinales (estreñimiento, cáncer de colon). Se aconseja ingerir al menos entre 20 y 35 g/día.

6. Moderación o limitación de la ingesta de alcohol, medida de especial interés en el grupo poblacional de las mujeres.

7. Ingesta de sodio: no más de 3000mg/d. Para los pacientes con hipertensión ligera-moderada, menos de 2400mg/d y si la nefropatía está presente se recomiendan ingestas de menos de 2000mg/d.

8. Los oligoelementos, minerales y vitaminas no necesitan en general ser suplementados si la dieta es correcta.

 

Ejercicio

 

El ejercicio físico habitual tiene efectos beneficiosos so­bre los niveles de glucosa, la sensibilidad a la insulina y la dislipemia y sirve de complemento a la dieta para el control del peso.

                       

En los pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) que realizan ejercicio se debe monitorizar la hiperglucemia, la hipoglucemia, la cetosis, la isquemia cardiovascular y las arritmias.

                       

Para mejorar el control de la glucemia y la sensibilidad a la insulina en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), se reco­mienda hacer ejercicio al menos 3 días a la semana durante 20 a 45 min, al 50-70% del máximo consumo de oxígeno. Antes de comenzar cualquier programa de ejercicios, todos los pacientes con diabetes deben ser explorados detenida­mente.

                       

Dado que mu­chos pacientes con diabetes mellitus no insulinodependiente tienen enfermedad arterial coronaria previa al momen­to del diagnóstico de la diabetes, todos los pacientes con esta variedad de diabetes deben ser sometidos a exploraciones para detectar la presencia de isquemia silente, hipertensión no diagnosti­cada con anterioridad, neuropatía, retinopatía y nefropatía an­tes de comenzar cualquier programa de ejercicios.

 

Control de la glucosa

 

Diferentes estudios han intentado establecer una relación entre el grado de hiperglucemia y de enfermedad cardiovascular. Aunque no todos lo han conseguido, cuando el parámetro a relacionar es la HgA1c (como signo indirecto de control mantenido de la glucemia) se alcanza significación.

           

En el UKPDS (United Kingdom Prospective Diabetes Study, publicado en Lancet, 1998; ver página de bibliografía) un descenso de HgA1c de 1% significó un descenso del riesgo de 18% para infarto de miocardio, 15% para ictus y 35% para enfermedad microvascular. Además, el control intensivo en este estudio puso de manifiesto un descenso en el límite de la significación estadística del riesgo combinado de infarto de miocardio fatal, no fatal y muerte súbita. Especial interés a este respecto tienen las alteraciones del control glucémico en fase postprandial.

 

En pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID), siempre está indicado el trata­miento intensivo con insulina para la prevención de la en­fermedad microvascular (nefropatía, neuropatía y retinopatía). Dado que el nivel de con­trol de la glucemia es el principal determinante de los niveles de lipoproteínas en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID), el control óptimo de la glucosa en plasma debería conseguir niveles normales, o por debajo de lo normal, de lípidos y lipopro­teínas en sangre. Además, el control óptimo de­bería evitar el estado aterogénico asociado a la glucosila­ción de lipoproteínas.

 

 

Control glucémico recomendado por la American Diabetes Association

 

Niveles de glucosa preprandial (mg/dl):

  • No diabéticos: menor de 110
  • Ideal: entre 80 y 120
  • Se sugiere actuación si: menor de 80 o mayor de 140

 

Niveles de glucosa postprandial (mg/dl):

  • No diabéticos: menor de 120
  • Ideal: entre 120 y 140
  • Se sugiere actuación si: menor de 100 o mayor de 160

 

Niveled de hemoglobina A1c (%):

  • No diabéticos: menor de 6
  • Ideal: menor de 7
  • Se sugiere actuación si: mayor de 8

 

 

La presencia de nefropatía diabética es un factor mayor que afecta a los niveles plasmáticos de lipoproteínas en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID). Los pacientes con nefropatía diabética suelen te­ner niveles plasmáticos más elevados de triglicéridos y co­lesterol LDL y niveles más bajos de liproteínas de alta densidad (HDL).  Cuando en un individuo con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) sin signos de nefropatía diabética se mantiene una hiperlipidemia importante, después de conse­guir un control óptimo, se deberá sospechar la existencia de un trastorno hereditario de los lípidos independientemente del grado de afectación del metabolismo hidrocarbonado.

 

A diferencia de lo que sucede en la diabetes mellitus insulindependiente (DMID), la mejora del control de la diabetes en la no insulinodependiente puede ir asociada o no a variaciones favorables del perfil lipídico. La mejora del control de la glucemia utilizando tratamiento con sulfonilureas o insulina a menudo consigue una reducción significativa de los niveles de trigli­céridos-VLDL. Sin embargo, es frecuente que los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL) no se normalicen.

           

A pesar de que la respuesta de los lípidos no sea la óptima, se debe intentar un control óp­timo de los niveles de glucosa en plasma antes de añadir fár­macos hipolipemiantes al régimen terapéutico del paciente. Sin embargo, el médico no debe esperar demasiado tiempo para iniciar el tratamiento hipolipemiante concomitante, de­bido al elevado riesgo de enfermedad macrovascular en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), que probablemente ha estado presente durante mu­chos años antes de manifestarse la diabetes. Además, en la mayor parte de los pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) no se consigue un control «perfecto» de los niveles de glucosa en plasma. Como conclusión, si al cabo de 3 a 6 meses de tratamiento no farmacológico, con modificaciones de la dieta, ejercicio físico y control de la glu­cemia, no se consigue mejorar los niveles de lípidos, está jus­tificado el tratamiento farmacológico.

 

Tratamiento farmacológico

 

Si bien el tratamiento farmacológico de la hiperlipidemia se trata con más detalle en el capítulo "Lípidos plasmáticos y lipoproteínas", se realizará a continuación una escueta revisión del tema, prestando especial  atención a los aspectos relacionados con la interacción entre hiperlipidemia y diabetes mellitus.

                       

En pacientes con diabetes que no presentan otros facto­res de riesgo de insuficiencia coronaria se seguirán las medidas higiénicas (dieta, ejercicio, etc.) durante 6 meses.

                       

Si los niveles de liproteínas de baja densidad (VLDL) o de triglicéridos se mantienen dentro de los márgenes de alto riesgo (LDL 160mg/dl, triglicéridos >400 mg/dl), deberá considerarse la posibilidad de tratamiento farmacológico, con el objeti­vo de conseguir niveles «aceptables» de colesterol LDL y triglicéridos (LDL <130 mg/dl, triglicéridos <200 mg/dl).

                       

En pacientes con cualquier otro factor de riesgo añadido a la diabetes (hipertensión, consumo de tabaco, historia fa­miliar de coronariopatía preɭatura, HDL <35 mg/dl), deberá consi­derarse el tratamiento farmacológico, incluso aunque los ni­veles de liproteínas de baja densidad (VLDL) y triglicéridos se encuentren en el límite superior de la normalidad.

           

Debido al elevado riesgo de enfermedad coronaria en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), algunos investigadores piensan que en todos estos pacientes debería aplicarse un descenso agresivo del colesterol LDL por deba­jo de 100mg/dl (similar al recomendado para la insuficiencia coronaria  esta­blecida), tendencia que viene reforzada por los últimos informes del National Cholesterol Education Program (NCEP) y de la American Diabetes Association (ADA).

 

No se dispone de datos suficientes para establecer los va­lores concretos de elevación del colesterol HDL que se de­ben conseguir.  Ante niveles bajos de liproteínas de alta densidad (HDL), el tratamiento de primera línea incluye el aumento de la actividad física, el abandono del consumo de tabaco y la pérdida de peso, caso de que haya obesidad. Si fuera necesario el tratamiento farma­cológico para reducir los niveles de liproteínas de baja densidad (VLDL) o de triglicéridos en un paciente que tiene también disminuidos los de liproteínas de alta densidad (HDL), deberá considerarse la posibilidad de utilizar aquellos fár­macos que elevan las liproteínas de alta densidad (HDL). En este ámbito, es importante tener en cuenta que el ácido nicotínico es más eficaz elevando los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL) que los fármacos de áci­do fíbrico y los inhibidores de la HMG-COA reductasa, que tienen una eficacia similar considerando este efecto.

 

Ácido nicotínico

 

El ácido nicotínico es un poderoso fármaco hi­polipemiante que reduce la producción hepática de liproteínas de muy baja densidad (VLDL), con lo que se consigue un importante descenso de los tri­glicéridos y del colesterol LDL.  También consigue un aumento significativo de los niveles de colesterol HDL.

           

Por tanto, el ácido nicotí­nico ejerce efectos favorables sobre la concentración plas­mática de todas las lipoproteínas. Dado que es el más barato de todos los fármacos hipolipemiantes, el NCEP recomien­da al ácido nicotínico como tratamiento de primera línea para la hipertrigliceridemia. Dosis moderadas de ácido ni­cotínico (1 a 3 g/día) producen incrementos casi máximos de las liproteínas de alta densidad (HDL), pero son necesarias dosis más altas para con­seguir reducciones óptimas de triglicéridos y liproteínas de baja densidad (VLDL). 

           

Por desgracia, aunque el ácido nicotínico es efectivo en los diabéticos, a menudo deteriora el control de la glucemia. En un estudio realizado con pacientes que presentaban diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), una dosis de niacina de 4,5 g/día reducía los niveles de co­lesterol plasmático en un 24% y los de triglicéridos en un 45%, elevando el colesterol HDL en un 45%. Sin embargo, el nivel de hemoglobina glucosilada aumentaba en un 21 %. 

           

El mecanismo del efecto adverso del ácido nicotíni­co sobre el metabolismo de la glucosa parece ser la induc­ción de resistencia a la insulina. Por tanto, no se recomienda el uso de ácido nicotínico en cual­quier forma, como tratamiento de primera línea en pacien­tes diabéticos con dislipemia. Este fármaco se reservará para pacientes seleccionados, con dislipemias resistentes y sólo después de considerarlo detenidamente y de un seguimien­to de evaluación.  La incapacidad para mantener un control aceptable de la glucemia exige en muchos casos la suspensión del tra­tamiento con este fármaco.

 

Fibratos

 

Los fibratos han sido ampliamente es­tudiados en pacientes con dislipemia diabética. Reducen los niveles de triglicéridos en un 20 a 50%, elevan el colesterol HDL entre un 10 y un 25% y tienen un efecto variable sobre los niveles de colesterol LDL. Para conse­guir un efecto completo sobre los niveles de los lípidos, puede ser necesario un mínimo de 3 a 6 meses.

           

El efecto sobre el colesterol LDL es variable. En pa­cientes con niveles normales de triglicéridos, estos fárma­cos reducen el colesterol LDL en un 5 a 15%. Sin embar­go, en pacientes con hipertrigliceridemia, el descenso en los niveles de triglicéridos con frecuencia va acompañado de un aumento en los niveles de colesterol LDL. Probablemente este aumento refleje la eliminación de par­tículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas (cuya fisiopatología se describe anteriormente en este capítulo), características de los pa­cientes con hipertrigliceridemia, dando lugar a un coleste­rol LDL menos aterogénico. En el Helsinki Heart Study, en el que también participaban 135 varones diabéticos, se ha utilizado el gemfibrozil con eficacia en la prevención primaria de la enfermedad coronaria. Los mayores efectos beneficiosos de la reducción de la esta patología se observaron en pacientes con dislipemias mixtas, con triglicé­ridos elevados, colesterol LDL elevado y colesterol HDL disminuido. La incidencia de acontecimientos cardiovasculares fue también algo más baja en pacientes con diabetes mellitus no insulinodependiente del grupo tratado con gemfibrozil. Sin embargo, dado el pequeño número de acontecimientos registrados, la dife­rencia no alcanzó significación estadística. 

           

Estos fár­macos no afectan de forma adversa al metabolismo de la glucosa. Debido a estos efectos, parece que estos fármacos constituyen un tratamiento ade­cuado para las anomalías de las lipoproteínas frecuentes en los diabéticos y probablemente sean los fármacos de elec­ción en el tratamiento de la hipertrigliceridemia en estos pa­cientes.

           

Sin embargo, los derivados del ácido fíbrico aumentan el riesgo de cálculos biliares de colesterol. Puesto que los pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) ya están predispuestos a padecer colelitiasis, esto puede suponer, en ocasiones, un importante inconveniente.

 

Resinas fijadoras de ácidos biliares

 

La colestiramina es eficaz reduciendo los niveles de co­lesterol LDL en pacientes con diabetes mellitus no insulinodependiente. En un estudio, los niveles de colesterol LDL descendieron en una media del 28%.

           

Sin embargo, las resi­nas de ácidos biliares pueden elevar de forma significativa los niveles de VLDL triglicéridos, especialmente si ya estaban elevados por encima de 250 a 300 mg/dl. Así, se producen elevaciones exageradas del nivel de triglicéridos principalmente en pacientes que ya presentaban una hiper­trigliceridemia importante y, en algunos casos, diabetes mal controlada. Esta tendencia a elevar los niveles séricos de triglicéridos hace que estos fármacos no estén indicados como tratamiento de primera línea en muchos pacientes dia­béticos que ya presentan hipertrigliceridemia importante (nivel plasmático de triglicéridos >250-300 mg/dl) ni en aquellos con un mal control de la glucemia.

           

Estos fármacos pueden ser útiles en casos de dislipemias mixtas con elevaciones simultáneas del colesterol LDL y de los triglicéridos de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL). En esos casos, se pueden utilizar las resinas de ácidos biliares en pequeñas dosis, es­pecialmente en combinación con derivados del ácido fíbrico. Además, estos fármacos son el único tratamiento farmacológico recomendado en niños y adolescentes. Puesto que el estreñimiento es el principal efecto secundario del tratamiento con  resinas, deberán utilizarse con gran precaución en pacientes con neuropatía autónoma diabética.

 

Inhibidores de la hidroxi-metil-glutaril coenzima A reductasa

 

Los inhibidores de la HGM-COA reductasa son muy efi­caces reduciendo los niveles de colesterol en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), en los que el hallazgo principal es la elevación de los niveles de colesterol LDL y no afectan de forma ad­versa al control de la glucemia.  Habitualmente, estos fármacos no modifican la composición de las partículas de liproteínas de muy baja densidad (VLDL) ni de las liproteínas de baja densidad (VLDL).

           

Se pueden recomendar en diabéticos con concentraciones elevadas de colesterol LDL y niveles normales o ligeramente elevados de triglicéridos. Los inhibidores de la HMG-COA reductasa reducen el potencial litógeno de la bilis, por lo que pueden resultar útiles en dia­béticos con neuropatía autónoma y deterioro de la motili­dad de la vesícula biliar que predispone a la formación de cálculos biliares de colesterol.

 

Es importante tener en cuenta que el riesgo de miopatía indu­cida por fármacos es especialmente elevado en pacientes con insuficiencia renal de gravedad moderada o en aque­llos que siguen tratamiento simultáneo con ciclosporina, gemfibrozil o ácido nicotínico.  Se deben dar instruccio­nes a los pacientes para que informen de cualquier dolor, aumento de sensibilidad o debilidad musculares, con deter­minaciones seriadas de la creatinfosfocinasa y de la función hepática.

           

Por otro lado, existe una posibilidad teórica de que el trata­miento prolongado con inhibidores de la hidroximetilglutaril coenzima A (HMG-COA) re­ductasa aumente el riesgo de desarrollo de cataratas en pa­cientes diabéticos que ya están predispuestos a la formación de cataratas.

 

Diversos estudios (4S, CARE) han demostrado la efectividad de estos fármacos para la prevención de enfermedad coronaria.


Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.5

HIPERTENSIÓN Y RESISTENCIA A LA INSULINA

 

La hipertensión se produce con una frecuencia unas dos veces mayor en pacientes con diabetes que en la población general.  Hasta el 50% de los pacientes diabéticos ter­minan siendo hipertensos. Igualmente, los pacientes con hipertensión esencial presentan una mayor propensión a de­sarrollar diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).

           

La prevalencia de hipertensión y diabetes coexistentes es de casi el doble entre las personas de raza negra que entre los de raza blanca, y es tres veces mayor entre los blancos de origen hispano que entre las demás personas de raza blanca.

                       

La hipertensión sistólica aislada es considera­blemente más frecuente entre diabéticos. A veces se pro­duce hipertensión supina con hipotensión ortostática en pacientes con neuropatía autónoma.

           

La presencia combinada de hipertensión y diabetes ace­lera considerablemente el desarrollo de complicaciones dia­béticas macro y microvasculares.  Por ello, los individuos diabéticos con hipertensión coexistente tienen una mayor prevalencia de cardiopatía isquémica, ictus y enfermedad vascular pe­riférica. La hipertensión también acelera la pro­gresión de la nefropatía diabética y de la retino­patía diabética.  Sin embargo, la ma­nifestación más importante de esta combinación de enfer­medades es que confieren un mayor riesgo de enfermedad macrovascular a los individuos afectados.

           

El curso en el tiempo y la historia natural de la hiper­tensión presentan diferencias notables entre pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y aquellos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).

           

La prevalencia de hiper­tensión asociada en pacientes con diabetes mellitus insulinodependiente sin microalbumi­nuria (30-300 mg/24h), es comparable a la de pacientes no diabéticos de la misma edad y sexo. La tensión arterial suele ser normal en el momento de la presentación, permaneciendo así en casi todos los pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) con superviven­cia prolongada que no han desarrollado nefropatía diabéti­ca. De esta forma, en la mayor parte de los pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID), la aparición de la hipertensión suele producirse durante la eta­pa de nefropatía diabética incipiente, definida por la pre­sencia de microalbuminuria.  La tensión arterial aumenta progresivamente, a menudo dentro de los límites normales, durante la etapa de microalbuminuria y continúa aumentando de forma progresiva a medida que aparecen macroalbuminuria y nefropatía clínicamente manifiesta, acele­rando de forma importante la progresión de la enfermedad.

 

En contraste con la diabetes mellitus insulindependiente (DMID), los pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) re­cién diagnosticada suelen ser hipertensos en el momento del diagnóstico.  Se produce también un ex­ceso de prevalencia de hipertensión en individuos con de­terioro de la tolerancia a la glucosa y resistencia a la insu­lina que precede al desarrollo de diabetes no insulinodependiente manifiesta.  La asociación entre hipertensión esencial y diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) es inde­pendiente de la edad, la obesidad y la función renal.  Sin embargo, se produce un aumento progresi­vo de la tensión arterial con la edad y con los grados cada vez mayores de obesidad.

 

La hipertensión sistólica aislada es especialmente frecuente en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), atribuyéndose generalmente a la pérdida de la distensibilidad elástica en las grandes arterias.

           

En pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), el riesgo de enfermedad cardiovascular se dobla en presencia de hiper­tensión.

           

En este subtipo de diabetes se suele producir hipertensión asociada a un agrupamiento de fenómenos metabólicos y cardiovasculares.  Los datos epidemiológicos y la experiencia clínica indican un grado notable de superposición entre diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), hipertensión esencial y obesidad.  El análisis de los datos del San Antonio Heart Study indica que alrededor de la quinta década de la vida, el 85% de los pacientes diabéti­cos son hipertensos y obesos, y el 80% de los sujetos obesos tienen una tolerancia anormal a la glucosa y son hipertensos.  Muchos de estos pacientes presentan también dislipe­mias, que incluyen niveles séricos elevados de triglicéridos de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL), niveles séricos bajos de liproteínas de alta densidad (HDL), mayor proporción de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas y posiblemente una al­teración de la fibrinolisis.  Esta concentración de fac­tores de riesgo cardiovascular se encuentra con frecuencia en pacientes con esta clase de diabetes.

           

Varios estudios han demostrado una correlación positiva entre la tensión arterial y los niveles plasmáticos de insuli­na o el grado de resistencia a la insulina en sujetos hiper­tensos obesos y delgados. Se ha propuesto que puedan ser la propia resistencia a la insulina o la hiperin­sulinemia compensadora acompañante, los mecanismos fisiopatológicos de unión entre la intolerancia a la glucosa, la obesidad, la hipertensión, la dislipemia y la enfermedad macrovascular. La resistencia a la insulina no es sólo ca­racterística de los estados de obesidad y diabético.  La hi­pertensión esencial, en contraste con las formas secunda­rias de hipertensión es también un estado de resistencia a la insulina asociado a hiperinsulinemia e into­lerancia a la glucosa, tanto en individuos obesos como en no obesos.  La resistencia a la insulina va aso­ciada también a un patrón anormal de las lipoproteínas, que incluye niveles más elevados de triglicéridos y más bajos de liproteínas de alta densidad (HDL). El número cada vez ma­yor de pruebas acerca de la asociación entre resistencia a la insulina, hipertensión, dislipemia y enfermedad coronaria llevó a la des­cripción del síndrome de resistencia a la insulina o «síndro­me X» en sujetos no obesos.  Todos los elementos del este síndrome se pueden encontrar en individuos obesos, aun­que, como se ha indicado anteriormente, ya se había admi­tido desde hace tiempo su coexistencia con la obesidad.

                       

En la actualidad se admite que la resistencia a la insuli­na se asocia también a una mayor proporción de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas.

                       

En contraste, la hiper­colesterolemia poligénica, no genética y ambiental (tipo IIa) va asociada a concentraciones más elevadas de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) grandes y no va acompañada de resistencia a la insulina.

                       

La hiperlipidemia característica asociada a resistencia a la insulina va asociada a un importante aumento del riesgo de coronariopatía.

 

Modulación del transporte de cationes

 

El aumento de las resistencias periféricas y el favoreci­miento de la respuesta contráctil del músculo liso a los ago­nistas, son característicos de la hipertensión en la diabetes. La sensibilidad de las respuestas de la tensión arte­rial a hormonas presoras, como angiotensina II y noradre­nalina, ya está aumentada en las etapas precoces, sin com­plicaciones, de esta alteración del metabolismo hidrocarbonado.

                       

La hiperactividad vascular se produce tanto en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) como en aquellos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), así como en presencia o ausencia de hipertensión.

                       

El aumento de las resistencias periféricas y de la reactividad vascular puede estar relacionado con alte­raciones en el transporte de calcio  mediado por la insulina.  De esta forma, la elevación del calcio intracelular es un hallazgo frecuen­te en la diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), así como también en la obesidad y en la hipertensión esencial.  Se ha sugeri­do que la homeostasia anormal del calcio celular sea la unión entre resistencia a la insulina e hipertensión.  Nume­rosas observaciones indican que la insulina puede regular la contractilidad del músculo liso vascular variando los ni­veles de calcio ionizado intracelulares, incluyendo también una fuerte relación entre el nivel de tensión arterial y los niveles de calcio ionizado intracelular en sujetos hipertensos. Estas observaciones pueden tener su expli­cación en la existencia de varias anomalías en el transpor­te de cationes.

           

La insulina influye en numerosos sistemas de transporte de la membrana celular. La insulina afecta a la homeosta­sia de los cationes, a través de sus efectos estimulantes so­bre la Ca-ATPasa, la Na-K-ATPasa y el intercambiador de Na-H.  Las dos primeras bombas de cationes relacio­nadas con la ATPasa son fundamentales para el manteni­miento de niveles fisiológicos bajos de calcio intracelular, y la disminución de la actividad de la insulina provocada por la resistencia a esta hormona puede dar lugar a una disminución de la actividad Ca-ATPasa, elevando los niveles de calcio ionizado intracelular.

           

Se ha observado una disminución de la actividad de la Ca-­ATPasa en la membrana del eritrocito en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID). Una reducción similar de la actividad Ca-ATPasa en el músculo liso vascular de los diabéticos podría establecer la base por la cual la resistencia a la insulina pro­vocaría un aumento de las resistencias periféricas y de hi­pertensión.  Puesto que la elevación de los niveles de calcio intracelular en las células musculares lisas vasculares des­empeña un papel fundamental en el establecimiento y mantenimiento de un estado de aumento de las resistencias pe­riféricas, la resistencia a la insulina a nivel del tejido muscular liso vascular puede provocar directamente un aumento del calcio ionizado intracelular con activación de la contracción del músculo liso y aumento de las resistencias vasculares periféricas.

           

Por su parte, la Na-K-ATPasa afecta a los niveles de calcio intracelulares alterando el nivel de sodio intracelular y modulando así al intercambiador de sodio-calcio, que también extrae calcio de la célula. Esta enzima es activada, además, por la insuli­na.  En ausencia de insulina, o en ausencia de una acción adecuada de esta debido a resistencia a la misma, las células no podrían sacar sodio, provocando una acumulación inadecuada de esta molécula. En efecto, varias situaciones clínicas caracterizadas por resistencia a la insulina (intolerancia a la glucosa, obesidad, hipertensión y sus combinaciones) van asociadas a una re­ducción de la Na-K-ATPasa y una elevación del sodio in­tracelular.

           

En pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID), la activi­dad Na-K-ATPasa de los hematíes está relacionada con el grado de control de la glucemia. En estos pacientes insulinopénicos, la actividad Na-K-ATPasa de los hematíes es estimulada por la administración de insulina. En consecuencia, la resistencia a la insulina a nivel del tejido muscular liso vascular podría interferir con la actividad normal de las bombas Ca-ATPasa y Na-K-­ATPasa, dando lugar a un aumento del calcio ionizado in­tracelular y a un aumento del tono vascular.

           

Finalmente, se sabe que la insulina estimula la actividad del intercambiador de Na-H, que intercambia hidrogeniones intrace­lulares por moléculas de sodio extracelular.  Este sistema de transporte de localización universal participa en el control del pH y la concentración de sodio intracelulares y del crecimiento y proliferación celular y de la reabsorción tubular renal pro­ximal de sodio.  Así, si el intercambiador de Na-H con­serva la sensibilidad normal a la insulina, la actividad exa­gerada de este sistema debido a la hiperinsulinemia, podría provocar hipertensión a través de varios mecanismos:

 

a) el aumento del Na intracelular va asociado a un aumento del calcio intracelu­lar, lo que debería aumentar el tono vascular y potenciar la sensibilidad de las células musculares lisas vasculares a los efectos presores de la noradrenalina y la angiotensina II;

b) la alcalinización del citoplasma estimula el crecimiento celu­lar, provocando una proliferación del músculo liso en las paredes de los vasos de resistencia y un aumento de la resistencia vascular. La actividad exagerada de este sistema en el túbulo renal provoca la retención de sodio.

 

Varios hallazgos clínicos apoyan el papel del intercam­biador de Na-H en la patogenia de la hipertensión. Así, por ejemplo, se ha demostrado un aumento de la actividad del intercambiador de Na-H eritrocitario en individuos hipertensos, el cual es el único marcador genético conocido de hipertensión esencial. 

           

Por otro lado, una importante cantidad de pruebas experimentales indican que el inter­cambiador de Li-Na de los hematíes es un modo funcio­nal del intercambiador de Na-H de los hematíes. La ac­tividad Li-Na de los hematíes presenta una estrecha relación con una predisposición hereditaria a la hiperten­sión, así como también a la nefropatía diabética en pa­cientes con la variedad insulinodependiente de la diabetes.

 

Acción directa de la insulina sobre las arterias.

 

Existen pruebas de que la propia insulina puede cons­tituir un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular al actuar directamente como factor de crecimiento, o indi­rectamente a través de la estimulación de otros factores de función similar.

           

La insulina puede inducir la proliferación de componentes de las paredes arteriales para iniciar o agra­var la enfermedad macrovascular y, si están afectadas las arteriolas, podría provocar también hipertensión. Además, el trata­miento prolongado con insulina provoca lesiones que con­tienen lípidos y engrosamientos de la pared arterial. Como prueba de ello, es importante mencionar que se han identificado receptores para la insulina y  para el factor de crecimiento 1 similar a la insulina (FCI-1) en los vasos  sanguíneos. Por otro lado, está demostrado que concentraciones fisiológicas de insulina estimulan la proliferación de células musculares lisas y fibroblastos cultivados.  Existen pruebas de que este efecto se produce a través de la esti­mulación del FCI-I más que a través de receptores de la insulina. La semejanza entre la subunidad beta del receptor de la insulina y la del receptor FCI-I permite a la insulina estimular los receptores FCI-I.  Así, en presencia de resistencia a la insulina, situación en que la acción metabólica de la insulina es ineficaz, puede existir sin em­bargo una respuesta proliferativa.

Adicionalmente, la insulina estimula también la síntesis de colesterol y la fijación de las liproteínas de baja densidad (VLDL) a las células musculares lisas arteriales y los monoci­tos/macrófagos.

           

A pesar de todo ello, aunque la hiperinsulinemia, la resistencia a la insulina y la tensión arterial están relaciona­das en algunos individuos, no se ha establecido con cla­ridad una relación causa-efecto entre estas variables.

 

Se ha demostrado que la in­sulina tiene numerosos efectos sobre el riñón, el sistema nervioso simpático y el sistema cardiovascular que, si se mantuvieran, podrían provocar hipertensión. Sin embargo, todavía no está muy claro si los efectos inmediatos de la insulina se pueden mantener lo suficiente como para influir en la regulación de la tensión arterial a lar­go plazo.

 

Tratamiento

 

Entre las modificaciones del estilo de vida se encuen­tran el control del peso, las modificaciones de la dieta, el aumento de la actividad física, la moderación en la inges­ta de alcohol y el abandono del consumo de tabaco.

 

La obesidad es un factor contribuyente importante a la hiper­tensión asociada a la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).  Dada la firme asociación entre obesidad, hipertensión, resistencia a la insulina y dis­lipemia, de entre todas las modificaciones del estilo de vida, la disminución de peso ha demostrado ser la que po­see mayor eficacia para reducir la tensión arterial.  Incluso una reducción moderada del peso corporal puede mejorar el control de la tensión arterial y de la glucemia.  La reducción de peso consigue disminuir la tensión arterial por varios mecanismos, que incluyen el descenso de los niveles de insulina, la disminución de la actividad del sis­tema nervioso simpático y la corrección del metabolismo de cationes celulares, que provoca un descenso en las resistencias vasculares.

 

Como ya se ha comenta­do anteriormente, en diabéticos hipertensos suele existir una notable re­tención de sodio. Por tanto, se debe recomendar una restricción moderada de la ingesta de sal hasta un nivel in­ferior a 100 mmol/día (2,3 g de sodio o 6 g de cloruro só­dico).

 

A la vista de los efectos adversos de la hipertensión so­bre las complicaciones macro y microvasculares, su diagnóstico precoz y tratamiento eficaz deben tener un efecto importante sobre la morbilidad y la mortalidad. Aunque ningún ensayo clínico aleatorio ha analizado el efecto del tratamiento antihipertensivo sobre el riesgo car­diovascular en la diabetes, por extrapolación de la hiper­tensión esencial y sistólica aislada, está indicado el trata­miento agresivo de la hipertensión.

 

Modificaciones del estilo de vida y farmacoterapia

 

El American Working Group on Hypertension in Dia­betes indica que, en los pacientes diabéticos con tensiones arteriales de 140/90 mmHg o superiores, deberá considerarse el tra­tamiento farmacológico, si un período de prueba de 3 me­ses con tratamiento no farmacológico de hipertensión leve no consigue reducir la tensión arterial.

                       

El objetivo del tra­tamiento en pacientes con diabetes es mantener la tensión arterial por debajo de 130/85 mmHg. El tratamiento antihi­pertensivo no debe empeorar el control de la glucosa ni de los niveles lipídicos, ni provocar trastornos concomitantes como enfermedad vascular periférico o gota, efectos que se observan en algunos de los tratamientos clásicos empleados para reducir los 6niveles de presión arterial, como se explicará con más detalle en este capítulo.

 

Se define a la hipertensión sistólica aislada como una ten­sión arterial sistólica >140 mmHg, con una tensión arterial diastólica <90 mmHg. El objetivo inicial del tratamiento en pacientes diabéticos es reducir la tensión arterial sistólica a cifras <160 mmHg en los sujetos cuya tensión arterial sistólica es >180 mmHg y reducir la tensión arterial sistólica en 20 mmHg de aque­llos cuyas cifras previas estaban entre 160 y 179 mmHg. Con niveles de tensión arterial sistólica aislada de 140 a 160 mmHg, las modificaciones del estilo de vida pueden ser una ayuda al tratamiento o incluso el tratamiento defi­nitivo.

 

Aunque el enfoque general del tratamiento farmacoló­gico de los pacientes con diabetes e hipertensión es simi­lar al utilizado en pacientes hipertensos sin diabetes, la elección del tratamiento se deberá basar en datos deriva­dos del conocimiento actual sobre la fisiopatología de la hipertensión en diabetes. Además, la resistencia a la insulina acompañante y el aumento de las posibilidades de dislipemia, enfermedad renal y nefropatía autónoma com­plica el proceso de toma de decisión relacionado con la selección de productos farmacológicos para el tratamien­to de la hipertensión en el paciente diabético.             

 

Los fármacos antihipertensivos pueden afectar de forma adversa al control de la glucemia o al metabolismo de los lí­pidos y alteran potencialmente la eficacia del tratamiento farmacológico.

           

Por otro lado, la disfunción autónoma es frecuente en diabéticos y les predispone a padecer hipotensión postu­ral. Además, estos pacientes pueden tener hipertensión supina.  En este caso, se pueden tomar vasodilatadores de acción cor­ta (como los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina o los antagonistas del calcio) inmediatamen­te antes de acostarse para reducir las presiones supinas nocturnas.

 

El control de la tensión arterial sistémica es el factor úni­co de mayor importancia que ha demostrado retrasar la pro­gresión de la nefropatía diabética. Sin embargo, se ha observado que la inducción de presión intraglomerular normal ofrece ma­yor protección frente a la lesión glomerular.  La inhibición de la enzima convertidora de la angiotensina (ECA) tiene la ventaja añadida de reducir el nivel de la presión capilar glomerular a la normalidad, eliminando el efecto constric­tor de la angiotensina II sobre la resistencia arteriolar efe­rente. Ensayos clínicos han demostrado que los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) retrasan la progresión de nefropatía incipiente a clínica y reducen la velocidad de progresión de la nefropatía diabética manifiesta.  Por ello, en presencia de enfermedad renal, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) son probablemente el tratamiento antihipertensivo de elec­ción.

 

El fármaco antihipertensivo ideal no debería tener efec­tos adversos sobre el metabolismo de la glucosa y de las lipoproteínas y debería tener un efecto beneficioso sobre las complicaciones de la diabetes, además de sus efectos antihipertensivos. En la actualidad, no existe consenso so­bre el tratamiento farmacológico inicial de la hiperten­sión en diabéticos, en ausencia de nefropatía. A conti­nuación se comentan las cinco clases principales de fármacos que suelen ser eficaces como tratamiento con un solo fármaco.

 

Inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina

 

Los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) son eficaces en los diabéticos a pesar de que la actividad de la renina en plasma y las con­centraciones de angiotensina sérica suelen ser bajas en los diabéticos hipertensos.  Estos fármacos se están convirtiendo en los principales fármacos de elección para el tratamiento de la hipertensión asociada a la diabetes melli­tus, ya que no afectan de forma adversa al control de la glu­cemia ni al perfil de los lípidos.  De hecho, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) pueden realmente potenciar la sensi­bilidad a la insulina en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) con o sin hi­pertensión.

           

Además, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) están especialmente indica­dos en pacientes con indicios de nefropatía diabética. Sin embargo, cuando se emplea este tipo de fármacos en pacientes con estenosis de la arteria renal bilateral se pue­de producir un rápido deterioro de la función renal, situa­ción que es más frecuente entre los diabéticos por lo que, en este grupo de pacientes, es fundamental una monitorización periódica de la función renal.

           

Por otro lado, el hipoaldosteronismo hiporreninémico se asocia con frecuencia a diabetes y predispone a los pacientes a experimentar una hiperpotasemia cuando se inicia el tratamiento con inhibi­dores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA), por lo cual es importante descartar esta situación previamente al inicio del tratamiento.

 

Bloqueantes de los canales del calcio.

 

Como se ha mencionado anteriormente, se han identifi­cado las anomalías del metabolismo del calcio celular tanto en la diabetes como en la hipertensión esencial. Tomando como base el comentario anterior sobre las alteraciones del metabolismo del calcio celular en la diabetes y la hiperten­sión, existe una razón para el uso de bloqueantes de los ca­nales del calcio en diabéticos hipertensos. En efecto, se ha demostrado que los antagonistas de los canales del calcio re­ducen la tensión arterial y devuelven la capacidad exagera­da de respuesta presora a la normalidad en pacientes diabé­ticos.

                       

Estos fármacos no tienen un efecto adverso sobre el control de la glucemia, el metabolismo de los lípidos o la función renal. Sin embargo, tienen el poten­cial de inducir hipotensión en ocasiones.

 

Alfabloqueantes

 

Los fármacos bloqueantes de los receptores alfa, especial­mente aquellos que tienen una duración de acción de 24 ho­ras (por ejemplo, doxazosina), son fármacos antihipertensivos efi­caces en pacientes con hipertensión y diabetes. Varios estudios indican que estos fármacos pueden mejorar la resistencia a la insulina y el metabolismo de los lípidos. En concreto, los alfabloqueantes reducen el colesterol LDL y los triglicéridos y elevan el colesterol HDL. Estos fármacos se deben utilizar con precau­ción porque pueden ser causa de hipotensión postural per­sistente en diabéticos.

 

Tiazidas

 

Las tiazidas suelen ser fármacos antihipertensivos efecti­vos en la diabetes, en la que existe una elevación del sodio corporal total y el volumen extracelular está expandido. 

           

Sin embargo, estos fármacos pueden deteriorar la tolerancia a la glucosa y empeorar la resistencia a la insulina previa.  Entre los mecanismos que contribuyen a deteriorar la tolerancia a la glucosa se encuentran la disminución de la se­creción de insulina provocada por la hipopotasemia, la disminución de la sensibilidad a la insulina y el aumento de la producción de glucosa hepática. Además, el perfil de los lípidos se afecta de forma adversa, con elevaciones de los niveles de colesterol LDL y los triglicéridos totales y des­censo de los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL).

 

Los efectos metabólicos ne­gativos de las tiazidas son dependientes de la dosis, y con una dosis baja (12,5 a 25 mg o menos de hidroclorotiazida), los efectos adversos sobre el metabolismo de los hidratos de carbono son poco frecuentes. La corrección de la hipopotasemia por sustitución de sales de potasio o el uso concomitante de diuréticos ahorradores de potasio pueden impedir el deterioro de la tolerancia a la glucosa y restable­cer la sensibilidad a la insulina. Puesto que la resis­tencia a la insulina, la hiperinsulinemia y la dislipemia re­presentan factores de riesgo cardiovascular importantes, no se deben utilizar estos fármacos como agentes de primera lí­nea en el tratamiento de diabéticos hipertensos, a menos que la retención de sodio se manifieste clínicamente en forma de edema.

 

Es importante tener en cuenta que cuando la velocidad de filtración glomerular presente ya una disminución impor­tante (VFG <30 ml/min), los diuréticos de asa tienen una eficacia superior.  Este es un problema frecuente en pacien­tes con diabetes e hipertensión. En esta situación, en la que existe un aumento del contenido en sodio corporal total, los diuréticos de asa pueden constituir una elección razonable como fármacos antihipertensivos, especialmente porque los otros efectos secundarios metabólicos pueden no ser tan im­portantes como con las tiazidas.


Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.6

Betabloqueantes

 

Estos fármacos disminuyen la tensión arterial principalmente re­duciendo el gasto cardíaco, por lo que no tienen un efecto concreto sobre los mecanismos subyacentes que se conside­ran importantes en la hipertensión del diabético.

 

Sin embargo, hay otros problemas que limitan la utilidad de los betabloqueantes en el tratamiento de los pacientes con diabetes. Así, como las tiazi­das, los betabloqueantes pueden agravar tanto la hipergluce­mia como la hiperlipidemia. Los betabloqueantes inhiben la liberación de insulina, especialmente cuando se utilizan agen­tes no cardioselectivos, y aumentan la resistencia a la insuli­na y la hiperinsulinemia.

                       

Además, estos fármacos suelen elevar también el nivel de triglicéridos y reducir el de colesterol HDL, debido a su acción depresora de la actividad lipoproteinlipasa. Los betabloqueantes interfieren, también, con la respuesta contrarreguladora de la secreción de catecolaminas.

 

 

PROPENSIÓN A LA TROMBOSIS

 

Los sistemas de coagulación y fibrinolítico son especialmente importantes en la aterosclerosis, por la importante con­tribución que puede tener la trombosis mural en las etapas fi­nales de la progresión de la placa, y porque la oclusión por trombosis desempeña un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos clínicos. La diabetes se caracte­riza por una serie de alteraciones en los sistemas de coagula­ción y fibrinolítico que provocan un estado de trombofilia.

 

Alteración de los factores de la coagulación

           

En la diabetes, se ha encontrado una elevación de los factores VII, IX, X y XII de la coagulación, ya que los niveles plasmáticos de determinados factores de la coagulación están bajo el con­trol inmediato de la glucosa plasmática o de los niveles de insulina. En pacientes dia­béticos, los niveles elevados de factor VII descienden cuan­do mejora el control de la glucemia.

                       

Además, se produce un descenso de la actividad biológica de la antitrombina III (AT-III) en la diabetes, en presencia de con­centraciones antigénicas normales, como resultado de la glu­cosilación no enzimática del residuo lisina que fija la AT-III a su cofactor natural, que es la heparina. La mejora del control de la glucemia puede restablecer la actividad nor­mal de esta molécula.

                       

Por otro lado, la concentración y actividad de la proteína C, un importante inhibidor de la coagulación, es­tán disminuidas en los diabéticos y se elevan en respuesta a la glucemia normal inducida por la insulina.

 

Factor de von Willebrand

 

Las concentraciones plasmáticas de factor de Von Wille­brand (FvW) están elevadas en pacientes diabéticos con o sin complicaciones vasculares. El factor de Von Wille­brand se pro­duce en el endotelio y los megacariocitos, y participa en la adhesión de las plaquetas al subendotelio. Por tanto, el au­mento de su concentración puede contribuir al aumento de la capacidad de adhesión plaquetaria en la diabetes.

 

Alteraciones de la coagulación en la diabetes

  • Niveles elevados de factores de la coagulación
  • Disminución de inhibidores de la coagulación
  • Disminución de la actividad de la AT-111
  • Disminución de la proteína C
  • Aumento de la agregación plaquetaria
  • Aumento de la capacidad de adhesión plaquetaria
  • Aumento de la formación de tromboxano A
  • Deterioro de la actividad fibrinolítica
  • Concentraciones elevadas de PAI-1
  • Glucosilación del plasminógeno

 

 

Fibrinógeno

 

Estudios epidemiológicos han demostrado una relación directa entre los niveles plas­máticos elevados de fibrinógeno y el aumento del riesgo de cardiopatía isquémica. Una asociación similar se ha de­mostrado en diabéticos. En este tipo de pacientes, los niveles están relacionados con el control de la glucemia y descienden con el tratamiento intensivo con insulina.

 

Alteración de la fibrinolisis en la diabetes

 

La intensidad de la fibrinolisis endógena dependerá del proceso de competición en el equilibrio dinámico, en el que participan activadores circulantes del plasminógeno, principalmente activador del plasminógeno de tipo tisular (t-PA) y su principal inhibidor fisiológico, el inhibidor del activador del plasminógeno tipo 1 (PAI-1). Así, la actividad fibrinolítica plasmática reducida puede desviar el equili­brio entre trombosis y fibrinolisis hacia la trombosis. Este desequilibrio crea una mayor exposición de las superficies luminales de las paredes de los vasos a los mitógenos aso­ciados al coágulo, que pueden potenciar la emigración y proliferación de células musculares lisas vasculares, la quimiotaxis y activación de macrófagos y, en consecuen­cia, la aceleración de la aterosclerosis. La disminución de la fibrinolisis a consecuencia del aumento de la activi­dad del PAI-1 es un factor de riesgo de enfermedad arte­rial  coronaria prematura y de infarto agudo de miocardio.

           

La actividad fibrinolítica está disminuida en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) sin enfermedad arterial corona­ria, en presencia de niveles normales o aumentados de an­tígeno t-PA y aumento de actividad del PAI-1. Aunque las concentraciones plasmáticas de antígeno t-PA están norma­les o elevadas, el t-PA es biológicamente inactivo porque está unido a su inhibidor.  La actividad fibrinolítica disminuida es secundaria al aumento de la actividad del PAI-I en presencia de resistencia a la insulina e hiperinsulinemia.

           

El deterioro de la fibrinolisis puede ser un vínculo bio­lógico importante entre hiperinsulinemia y aterosclerosis en la diabetes mellitus no insulinodependiente. La elevación de la concentración plasmática de PAI-1 es constante en pacientes con hiperinsulinemia. El PAI-1 es sinte­tizado por las células endoteliales y los hepatocitos y la insulina y los precursores de la misma como la proinsulina, estimulan su producción. La mejora del control de la glucemia normaliza los niveles de t-PA y de plasmina.

 

Plaquetas

 

Las plaquetas de sujetos diabéticos muestran un aumen­to de la capacidad de adhesión, hiperagregabilidad y  un aumento de la generación de tromboxano. Estas alteraciones son más eviden­te en pacientes diabéticos con complicaciones vasculares y también se observan en pacientes diabéticos recién diagnosticados, lo que indica que la alteración de la fun­ción plaquetaria puede ser una consecuencia de alteraciones metabólicas secundarias al estado diabético.

           

El tromboxano (TxA2), que es sintetizado en las pla­quetas a partir del ácido araquidónico durante la activación plaquetaria, es un potente activador de las plaquetas y un vasoconstrictor.

           

En individuos diabéticos se produce un aumento de la actividad de la vía del ácido araquidónico, con aumento de la formación de prostaglandinas y de TxA2. Existe una correlación significativa entre la produc­ción de TxA2 y la glucosa plasmática en ayunas o la hemoglobina glicosilada, pudiendo restablecerse la producción de TxA2 mediante un control estricto de la glucemia.

           

Es probable que la hiperagregabilidad plaquetaria acele­re el desarrollo de la placa favoreciendo la trombosis y la liberación de factores de crecimiento derivados de la lesión aterosclerótica. Por ello, se ha demostra­do que la agregación plaquetaria espontánea predice la re­currencia de infartos después de un infarto agudo de mio­cardio y está relacionada con el aumento de episodios cardiovasculares en la diabetes.

           

 

Según las recomendaciones de la American Diabetes Association (1999), debe utilizarse aspirina (81-325 mg/d) en pacientes diabéticos:

 

a) como prevención secundaria en pacientes con evidencia de enfermedad vascular (infarto de miocardio, enfermedad vascular periférica, claudicación, angina de pecho, bypass o ictus transitorio o permanente); y

b) como prevención primaria en pacientes de alto riesgo (fumadores, hipertensión arterial, obesidad, proteinuria, hiperlipidemia o historia familiar de enfermedad coronaria).

 

 

ANOMALÍAS DEL ENDOTELIO VASCULAR EN LA DIABETES

 

El endotelio vascular participa en importantes funciones celulares homeostáticas, como la regulación de la coagulación, la adhesividad plaquetaria, el control del cre­cimiento celular y el tono vascular.

           

El endotelio vas­cular ejerce su efecto sobre el tono vascular sintetizando y secretando agentes vasorrelajantes como el factor relajante derivado del endotelio (EDRF u óxido nítrico) y la prostaciclina (PGI,), y los vasoconstrictores TxA y endotelina.

 

En el caso concreto de la diabetes mellitus se produce una disyunción endotelial que potencialmente puede contribuir a la aceleración de la aterosclerosis.

           

El mecanismo de la alteración de la relajación inducida por el endotelio inducida por la diabetes no está muy claro. Se ha demostrado que los productos finales de la glucosilación avanzada (FGA) inactivan rápidamente al óxido nítrico. Existen pruebas de que los radicales libres pueden desempeñar un im­portante papel en el deterioro de la relajación dependiente del endotelio provocado por la elevación de las concentra­ciones de glucosa, al inactivar al óxido nítrico antes de que pue­da ejercer su acción sobre las células musculares lisas. El óxido nítrico también inhibe la agregación y ad­hesión plaquetarias, la adhesión de los monocitos circulan­tes a las células endoteliales y la proliferación del múscu­lo liso vascular. Además, la sín­tesis de PGI en los vasos sanguíneos está disminuida en pacientes diabéticos.

 

Por su parte, la endotelina 1 es un potente vasoconstrictor pro­ducido en las células endoteliales y  un potente mi­tógeno para las células musculares lisas vasculares y, por tanto, puede contribuir al proceso aterosclerótico.  Las con­centraciones de endotelina plasmática están significativa­mente elevadas en pacientes con diabetes mellitus, en comparación con sujetos sanos.

 

 

PRODUCTOS FINALES DE LA GLUCOSILACIÓN AVANZADA

 

El informe inicial del Diabetes Control and Complications Trial (DCCT) demostró de forma con­cluyente que cuanto mayores eran los niveles medios de glucosa en sangre en pacientes con diabetes mellitus insulinodependiente, mayor era el riesgo de presentar retinopatía, neu­ropatía y nefropatía, aunque no se encontró que la enfermedad de grandes vasos fuera estadísticamente significativa. Sin embargo, hay que tener en cuenta que es muy probable que la macroangiopatía hubiera sido estadísticamente significativa si el número de pacientes del estudio hubiera sido ma­yor y si el estudio se hubiera prolongado durante más tiempo.

           

Uno de los mecanismos atribuidos como responsable de acelerar la aterosclerosis en la diabetes es la glucosilación avanzada de las lipoproteínas de baja densidad (VLDL), la hemoglobina y las proteínas de las paredes ar­teriales (como, por ejemplo, el colágeno).

           

Inicialmente, la glucosa está ligada, de forma covalente y no enzimática, a grupos amino reactivos de pro­teínas circulantes, como la hemoglobina y las liproteínas de baja densidad (VLDL), y de proteínas estructurales, como el colágeno de la pared arte­rial.

           

La formación de productos finales de la glucosilación avanzada (FGA) sobre las pro­teínas estructurales es irreversible, provoca un entrecruza­miento de proteínas adyacentes y, en las arterias, puede actuar como sustrato para la formación de placas.

           

Los factores que influyen en el grado de formación de productos FGA son la concentración de gluco­sa y la duración de la exposición a ella, así como las variaciones genéticas de la capacidad para detoxifi­car los productos FGA intermedios.

           

Se han iden­tificado receptores específicos para las proteínas modificadas por los productos FGA en monocitos y ma­crófagos, y también en células endoteliales, observándose que su unión  provoca la secreción de interleuquina 1, factor de creci­miento 1 tipo insulina y factor de necrosis tumoral.

 

Efectos de los productos FGA en la aterogénesis.

  • Acumulación de productos FGA en la pared arterial
  • Atrapamiento de liproteínas de baja densidad (VLDL) - Aumento de la oxidación de liproteínas de baja densidad (VLDL)
  • Alteraciones en las células endoteliales

-         Aumento de la permeabilidad

-         Adhesión celular

-         Estado de procoagulación

·         Monocitos/macrófagos

·         Quimiotaxis y activación - Secreción de citoquinas/factor de crecimiento

·         Proliferación de células musculares lisas

 

 

MIOCARDIOPATÍA DIABÉTICA

 

A nivel cardiaco, la existencia de una miocardiopatía diabética sigue siendo poco considerada, pero es una realidad demostrada por estudios epidemiológicos, clínicos, necrósicos y experimentales. Su repercusión clínica es la insuficiencia cardiaca congestiva, aunque en pacientes que todavía no presentan clínica alguna ya existen alteraciones morfofuncionales del miocardio en cuyo mecanismo patogénico se han involucrado micro y macroangiopatía, disfunción autonómica, depósito de colágeno y glucoproteínas, alteración metabólica de las miofibrillas y alteraciones de las organelas intracelulares entre otros.

           

Este tipo de patología parece ser independiente del tiempo de evolución de la diabetes y de la afectación macroangiopática y su origen probablemente sea multifactorial. En todo caso, supone un empeoramiento del pronóstico cardiovascular del paciente diabético.

           

Su estudio se puede realizar a través de ecografía-doppler o gammagrafía de perfusión con Ta-201 y otras pruebas similares.

 

 

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