Factores de Riesgo Cardiovascular. Diabetes Mellitus Insulindependiente y no insulindependiente.5
HIPERTENSIÓN Y RESISTENCIA A LA INSULINA
La hipertensión se produce con una frecuencia unas dos veces mayor en pacientes con diabetes que en la población general. Hasta el 50% de los pacientes diabéticos terminan siendo hipertensos. Igualmente, los pacientes con hipertensión esencial presentan una mayor propensión a desarrollar diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).
La prevalencia de hipertensión y diabetes coexistentes es de casi el doble entre las personas de raza negra que entre los de raza blanca, y es tres veces mayor entre los blancos de origen hispano que entre las demás personas de raza blanca.
La hipertensión sistólica aislada es considerablemente más frecuente entre diabéticos. A veces se produce hipertensión supina con hipotensión ortostática en pacientes con neuropatía autónoma.
La presencia combinada de hipertensión y diabetes acelera considerablemente el desarrollo de complicaciones diabéticas macro y microvasculares. Por ello, los individuos diabéticos con hipertensión coexistente tienen una mayor prevalencia de cardiopatía isquémica, ictus y enfermedad vascular periférica. La hipertensión también acelera la progresión de la nefropatía diabética y de la retinopatía diabética. Sin embargo, la manifestación más importante de esta combinación de enfermedades es que confieren un mayor riesgo de enfermedad macrovascular a los individuos afectados.
El curso en el tiempo y la historia natural de la hipertensión presentan diferencias notables entre pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y aquellos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID).
La prevalencia de hipertensión asociada en pacientes con diabetes mellitus insulinodependiente sin microalbuminuria (30-300 mg/24h), es comparable a la de pacientes no diabéticos de la misma edad y sexo. La tensión arterial suele ser normal en el momento de la presentación, permaneciendo así en casi todos los pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) con supervivencia prolongada que no han desarrollado nefropatía diabética. De esta forma, en la mayor parte de los pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID), la aparición de la hipertensión suele producirse durante la etapa de nefropatía diabética incipiente, definida por la presencia de microalbuminuria. La tensión arterial aumenta progresivamente, a menudo dentro de los límites normales, durante la etapa de microalbuminuria y continúa aumentando de forma progresiva a medida que aparecen macroalbuminuria y nefropatía clínicamente manifiesta, acelerando de forma importante la progresión de la enfermedad.
En contraste con la diabetes mellitus insulindependiente (DMID), los pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) recién diagnosticada suelen ser hipertensos en el momento del diagnóstico. Se produce también un exceso de prevalencia de hipertensión en individuos con deterioro de la tolerancia a la glucosa y resistencia a la insulina que precede al desarrollo de diabetes no insulinodependiente manifiesta. La asociación entre hipertensión esencial y diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) es independiente de la edad, la obesidad y la función renal. Sin embargo, se produce un aumento progresivo de la tensión arterial con la edad y con los grados cada vez mayores de obesidad.
La hipertensión sistólica aislada es especialmente frecuente en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), atribuyéndose generalmente a la pérdida de la distensibilidad elástica en las grandes arterias.
En pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), el riesgo de enfermedad cardiovascular se dobla en presencia de hipertensión.
En este subtipo de diabetes se suele producir hipertensión asociada a un agrupamiento de fenómenos metabólicos y cardiovasculares. Los datos epidemiológicos y la experiencia clínica indican un grado notable de superposición entre diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), hipertensión esencial y obesidad. El análisis de los datos del San Antonio Heart Study indica que alrededor de la quinta década de la vida, el 85% de los pacientes diabéticos son hipertensos y obesos, y el 80% de los sujetos obesos tienen una tolerancia anormal a la glucosa y son hipertensos. Muchos de estos pacientes presentan también dislipemias, que incluyen niveles séricos elevados de triglicéridos de las liproteínas de muy baja densidad (VLDL), niveles séricos bajos de liproteínas de alta densidad (HDL), mayor proporción de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas y posiblemente una alteración de la fibrinolisis. Esta concentración de factores de riesgo cardiovascular se encuentra con frecuencia en pacientes con esta clase de diabetes.
Varios estudios han demostrado una correlación positiva entre la tensión arterial y los niveles plasmáticos de insulina o el grado de resistencia a la insulina en sujetos hipertensos obesos y delgados. Se ha propuesto que puedan ser la propia resistencia a la insulina o la hiperinsulinemia compensadora acompañante, los mecanismos fisiopatológicos de unión entre la intolerancia a la glucosa, la obesidad, la hipertensión, la dislipemia y la enfermedad macrovascular. La resistencia a la insulina no es sólo característica de los estados de obesidad y diabético. La hipertensión esencial, en contraste con las formas secundarias de hipertensión es también un estado de resistencia a la insulina asociado a hiperinsulinemia e intolerancia a la glucosa, tanto en individuos obesos como en no obesos. La resistencia a la insulina va asociada también a un patrón anormal de las lipoproteínas, que incluye niveles más elevados de triglicéridos y más bajos de liproteínas de alta densidad (HDL). El número cada vez mayor de pruebas acerca de la asociación entre resistencia a la insulina, hipertensión, dislipemia y enfermedad coronaria llevó a la descripción del síndrome de resistencia a la insulina o «síndrome X» en sujetos no obesos. Todos los elementos del este síndrome se pueden encontrar en individuos obesos, aunque, como se ha indicado anteriormente, ya se había admitido desde hace tiempo su coexistencia con la obesidad.
En la actualidad se admite que la resistencia a la insulina se asocia también a una mayor proporción de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) pequeñas y densas.
En contraste, la hipercolesterolemia poligénica, no genética y ambiental (tipo IIa) va asociada a concentraciones más elevadas de partículas de liproteínas de baja densidad (VLDL) grandes y no va acompañada de resistencia a la insulina.
La hiperlipidemia característica asociada a resistencia a la insulina va asociada a un importante aumento del riesgo de coronariopatía.
Modulación del transporte de cationes
El aumento de las resistencias periféricas y el favorecimiento de la respuesta contráctil del músculo liso a los agonistas, son característicos de la hipertensión en la diabetes. La sensibilidad de las respuestas de la tensión arterial a hormonas presoras, como angiotensina II y noradrenalina, ya está aumentada en las etapas precoces, sin complicaciones, de esta alteración del metabolismo hidrocarbonado.
La hiperactividad vascular se produce tanto en pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID) como en aquellos con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), así como en presencia o ausencia de hipertensión.
El aumento de las resistencias periféricas y de la reactividad vascular puede estar relacionado con alteraciones en el transporte de calcio mediado por la insulina. De esta forma, la elevación del calcio intracelular es un hallazgo frecuente en la diabetes mellitus insulindependiente (DMID) y en la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID), así como también en la obesidad y en la hipertensión esencial. Se ha sugerido que la homeostasia anormal del calcio celular sea la unión entre resistencia a la insulina e hipertensión. Numerosas observaciones indican que la insulina puede regular la contractilidad del músculo liso vascular variando los niveles de calcio ionizado intracelulares, incluyendo también una fuerte relación entre el nivel de tensión arterial y los niveles de calcio ionizado intracelular en sujetos hipertensos. Estas observaciones pueden tener su explicación en la existencia de varias anomalías en el transporte de cationes.
La insulina influye en numerosos sistemas de transporte de la membrana celular. La insulina afecta a la homeostasia de los cationes, a través de sus efectos estimulantes sobre la Ca-ATPasa, la Na-K-ATPasa y el intercambiador de Na-H. Las dos primeras bombas de cationes relacionadas con la ATPasa son fundamentales para el mantenimiento de niveles fisiológicos bajos de calcio intracelular, y la disminución de la actividad de la insulina provocada por la resistencia a esta hormona puede dar lugar a una disminución de la actividad Ca-ATPasa, elevando los niveles de calcio ionizado intracelular.
Se ha observado una disminución de la actividad de la Ca-ATPasa en la membrana del eritrocito en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID). Una reducción similar de la actividad Ca-ATPasa en el músculo liso vascular de los diabéticos podría establecer la base por la cual la resistencia a la insulina provocaría un aumento de las resistencias periféricas y de hipertensión. Puesto que la elevación de los niveles de calcio intracelular en las células musculares lisas vasculares desempeña un papel fundamental en el establecimiento y mantenimiento de un estado de aumento de las resistencias periféricas, la resistencia a la insulina a nivel del tejido muscular liso vascular puede provocar directamente un aumento del calcio ionizado intracelular con activación de la contracción del músculo liso y aumento de las resistencias vasculares periféricas.
Por su parte, la Na-K-ATPasa afecta a los niveles de calcio intracelulares alterando el nivel de sodio intracelular y modulando así al intercambiador de sodio-calcio, que también extrae calcio de la célula. Esta enzima es activada, además, por la insulina. En ausencia de insulina, o en ausencia de una acción adecuada de esta debido a resistencia a la misma, las células no podrían sacar sodio, provocando una acumulación inadecuada de esta molécula. En efecto, varias situaciones clínicas caracterizadas por resistencia a la insulina (intolerancia a la glucosa, obesidad, hipertensión y sus combinaciones) van asociadas a una reducción de la Na-K-ATPasa y una elevación del sodio intracelular.
En pacientes con diabetes mellitus insulindependiente (DMID), la actividad Na-K-ATPasa de los hematíes está relacionada con el grado de control de la glucemia. En estos pacientes insulinopénicos, la actividad Na-K-ATPasa de los hematíes es estimulada por la administración de insulina. En consecuencia, la resistencia a la insulina a nivel del tejido muscular liso vascular podría interferir con la actividad normal de las bombas Ca-ATPasa y Na-K-ATPasa, dando lugar a un aumento del calcio ionizado intracelular y a un aumento del tono vascular.
Finalmente, se sabe que la insulina estimula la actividad del intercambiador de Na-H, que intercambia hidrogeniones intracelulares por moléculas de sodio extracelular. Este sistema de transporte de localización universal participa en el control del pH y la concentración de sodio intracelulares y del crecimiento y proliferación celular y de la reabsorción tubular renal proximal de sodio. Así, si el intercambiador de Na-H conserva la sensibilidad normal a la insulina, la actividad exagerada de este sistema debido a la hiperinsulinemia, podría provocar hipertensión a través de varios mecanismos:
a) el aumento del Na intracelular va asociado a un aumento del calcio intracelular, lo que debería aumentar el tono vascular y potenciar la sensibilidad de las células musculares lisas vasculares a los efectos presores de la noradrenalina y la angiotensina II;
b) la alcalinización del citoplasma estimula el crecimiento celular, provocando una proliferación del músculo liso en las paredes de los vasos de resistencia y un aumento de la resistencia vascular. La actividad exagerada de este sistema en el túbulo renal provoca la retención de sodio.
Varios hallazgos clínicos apoyan el papel del intercambiador de Na-H en la patogenia de la hipertensión. Así, por ejemplo, se ha demostrado un aumento de la actividad del intercambiador de Na-H eritrocitario en individuos hipertensos, el cual es el único marcador genético conocido de hipertensión esencial.
Por otro lado, una importante cantidad de pruebas experimentales indican que el intercambiador de Li-Na de los hematíes es un modo funcional del intercambiador de Na-H de los hematíes. La actividad Li-Na de los hematíes presenta una estrecha relación con una predisposición hereditaria a la hipertensión, así como también a la nefropatía diabética en pacientes con la variedad insulinodependiente de la diabetes.
Acción directa de la insulina sobre las arterias.
Existen pruebas de que la propia insulina puede constituir un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular al actuar directamente como factor de crecimiento, o indirectamente a través de la estimulación de otros factores de función similar.
La insulina puede inducir la proliferación de componentes de las paredes arteriales para iniciar o agravar la enfermedad macrovascular y, si están afectadas las arteriolas, podría provocar también hipertensión. Además, el tratamiento prolongado con insulina provoca lesiones que contienen lípidos y engrosamientos de la pared arterial. Como prueba de ello, es importante mencionar que se han identificado receptores para la insulina y para el factor de crecimiento 1 similar a la insulina (FCI-1) en los vasos sanguíneos. Por otro lado, está demostrado que concentraciones fisiológicas de insulina estimulan la proliferación de células musculares lisas y fibroblastos cultivados. Existen pruebas de que este efecto se produce a través de la estimulación del FCI-I más que a través de receptores de la insulina. La semejanza entre la subunidad beta del receptor de la insulina y la del receptor FCI-I permite a la insulina estimular los receptores FCI-I. Así, en presencia de resistencia a la insulina, situación en que la acción metabólica de la insulina es ineficaz, puede existir sin embargo una respuesta proliferativa.
Adicionalmente, la insulina estimula también la síntesis de colesterol y la fijación de las liproteínas de baja densidad (VLDL) a las células musculares lisas arteriales y los monocitos/macrófagos.
A pesar de todo ello, aunque la hiperinsulinemia, la resistencia a la insulina y la tensión arterial están relacionadas en algunos individuos, no se ha establecido con claridad una relación causa-efecto entre estas variables.
Se ha demostrado que la insulina tiene numerosos efectos sobre el riñón, el sistema nervioso simpático y el sistema cardiovascular que, si se mantuvieran, podrían provocar hipertensión. Sin embargo, todavía no está muy claro si los efectos inmediatos de la insulina se pueden mantener lo suficiente como para influir en la regulación de la tensión arterial a largo plazo.
Tratamiento
Entre las modificaciones del estilo de vida se encuentran el control del peso, las modificaciones de la dieta, el aumento de la actividad física, la moderación en la ingesta de alcohol y el abandono del consumo de tabaco.
La obesidad es un factor contribuyente importante a la hipertensión asociada a la diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID). Dada la firme asociación entre obesidad, hipertensión, resistencia a la insulina y dislipemia, de entre todas las modificaciones del estilo de vida, la disminución de peso ha demostrado ser la que posee mayor eficacia para reducir la tensión arterial. Incluso una reducción moderada del peso corporal puede mejorar el control de la tensión arterial y de la glucemia. La reducción de peso consigue disminuir la tensión arterial por varios mecanismos, que incluyen el descenso de los niveles de insulina, la disminución de la actividad del sistema nervioso simpático y la corrección del metabolismo de cationes celulares, que provoca un descenso en las resistencias vasculares.
Como ya se ha comentado anteriormente, en diabéticos hipertensos suele existir una notable retención de sodio. Por tanto, se debe recomendar una restricción moderada de la ingesta de sal hasta un nivel inferior a 100 mmol/día (2,3 g de sodio o 6 g de cloruro sódico).
A la vista de los efectos adversos de la hipertensión sobre las complicaciones macro y microvasculares, su diagnóstico precoz y tratamiento eficaz deben tener un efecto importante sobre la morbilidad y la mortalidad. Aunque ningún ensayo clínico aleatorio ha analizado el efecto del tratamiento antihipertensivo sobre el riesgo cardiovascular en la diabetes, por extrapolación de la hipertensión esencial y sistólica aislada, está indicado el tratamiento agresivo de la hipertensión.
Modificaciones del estilo de vida y farmacoterapia
El American Working Group on Hypertension in Diabetes indica que, en los pacientes diabéticos con tensiones arteriales de 140/90 mmHg o superiores, deberá considerarse el tratamiento farmacológico, si un período de prueba de 3 meses con tratamiento no farmacológico de hipertensión leve no consigue reducir la tensión arterial.
El objetivo del tratamiento en pacientes con diabetes es mantener la tensión arterial por debajo de 130/85 mmHg. El tratamiento antihipertensivo no debe empeorar el control de la glucosa ni de los niveles lipídicos, ni provocar trastornos concomitantes como enfermedad vascular periférico o gota, efectos que se observan en algunos de los tratamientos clásicos empleados para reducir los 6niveles de presión arterial, como se explicará con más detalle en este capítulo.
Se define a la hipertensión sistólica aislada como una tensión arterial sistólica >140 mmHg, con una tensión arterial diastólica <90 mmHg. El objetivo inicial del tratamiento en pacientes diabéticos es reducir la tensión arterial sistólica a cifras <160 mmHg en los sujetos cuya tensión arterial sistólica es >180 mmHg y reducir la tensión arterial sistólica en 20 mmHg de aquellos cuyas cifras previas estaban entre 160 y 179 mmHg. Con niveles de tensión arterial sistólica aislada de 140 a 160 mmHg, las modificaciones del estilo de vida pueden ser una ayuda al tratamiento o incluso el tratamiento definitivo.
Aunque el enfoque general del tratamiento farmacológico de los pacientes con diabetes e hipertensión es similar al utilizado en pacientes hipertensos sin diabetes, la elección del tratamiento se deberá basar en datos derivados del conocimiento actual sobre la fisiopatología de la hipertensión en diabetes. Además, la resistencia a la insulina acompañante y el aumento de las posibilidades de dislipemia, enfermedad renal y nefropatía autónoma complica el proceso de toma de decisión relacionado con la selección de productos farmacológicos para el tratamiento de la hipertensión en el paciente diabético.
Los fármacos antihipertensivos pueden afectar de forma adversa al control de la glucemia o al metabolismo de los lípidos y alteran potencialmente la eficacia del tratamiento farmacológico.
Por otro lado, la disfunción autónoma es frecuente en diabéticos y les predispone a padecer hipotensión postural. Además, estos pacientes pueden tener hipertensión supina. En este caso, se pueden tomar vasodilatadores de acción corta (como los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina o los antagonistas del calcio) inmediatamente antes de acostarse para reducir las presiones supinas nocturnas.
El control de la tensión arterial sistémica es el factor único de mayor importancia que ha demostrado retrasar la progresión de la nefropatía diabética. Sin embargo, se ha observado que la inducción de presión intraglomerular normal ofrece mayor protección frente a la lesión glomerular. La inhibición de la enzima convertidora de la angiotensina (ECA) tiene la ventaja añadida de reducir el nivel de la presión capilar glomerular a la normalidad, eliminando el efecto constrictor de la angiotensina II sobre la resistencia arteriolar eferente. Ensayos clínicos han demostrado que los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) retrasan la progresión de nefropatía incipiente a clínica y reducen la velocidad de progresión de la nefropatía diabética manifiesta. Por ello, en presencia de enfermedad renal, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) son probablemente el tratamiento antihipertensivo de elección.
El fármaco antihipertensivo ideal no debería tener efectos adversos sobre el metabolismo de la glucosa y de las lipoproteínas y debería tener un efecto beneficioso sobre las complicaciones de la diabetes, además de sus efectos antihipertensivos. En la actualidad, no existe consenso sobre el tratamiento farmacológico inicial de la hipertensión en diabéticos, en ausencia de nefropatía. A continuación se comentan las cinco clases principales de fármacos que suelen ser eficaces como tratamiento con un solo fármaco.
Inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina
Los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) son eficaces en los diabéticos a pesar de que la actividad de la renina en plasma y las concentraciones de angiotensina sérica suelen ser bajas en los diabéticos hipertensos. Estos fármacos se están convirtiendo en los principales fármacos de elección para el tratamiento de la hipertensión asociada a la diabetes mellitus, ya que no afectan de forma adversa al control de la glucemia ni al perfil de los lípidos. De hecho, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) pueden realmente potenciar la sensibilidad a la insulina en pacientes con diabetes mellitus no insulindependiente (DMNID) con o sin hipertensión.
Además, los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA) están especialmente indicados en pacientes con indicios de nefropatía diabética. Sin embargo, cuando se emplea este tipo de fármacos en pacientes con estenosis de la arteria renal bilateral se puede producir un rápido deterioro de la función renal, situación que es más frecuente entre los diabéticos por lo que, en este grupo de pacientes, es fundamental una monitorización periódica de la función renal.
Por otro lado, el hipoaldosteronismo hiporreninémico se asocia con frecuencia a diabetes y predispone a los pacientes a experimentar una hiperpotasemia cuando se inicia el tratamiento con inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA), por lo cual es importante descartar esta situación previamente al inicio del tratamiento.
Bloqueantes de los canales del calcio.
Como se ha mencionado anteriormente, se han identificado las anomalías del metabolismo del calcio celular tanto en la diabetes como en la hipertensión esencial. Tomando como base el comentario anterior sobre las alteraciones del metabolismo del calcio celular en la diabetes y la hipertensión, existe una razón para el uso de bloqueantes de los canales del calcio en diabéticos hipertensos. En efecto, se ha demostrado que los antagonistas de los canales del calcio reducen la tensión arterial y devuelven la capacidad exagerada de respuesta presora a la normalidad en pacientes diabéticos.
Estos fármacos no tienen un efecto adverso sobre el control de la glucemia, el metabolismo de los lípidos o la función renal. Sin embargo, tienen el potencial de inducir hipotensión en ocasiones.
Alfabloqueantes
Los fármacos bloqueantes de los receptores alfa, especialmente aquellos que tienen una duración de acción de 24 horas (por ejemplo, doxazosina), son fármacos antihipertensivos eficaces en pacientes con hipertensión y diabetes. Varios estudios indican que estos fármacos pueden mejorar la resistencia a la insulina y el metabolismo de los lípidos. En concreto, los alfabloqueantes reducen el colesterol LDL y los triglicéridos y elevan el colesterol HDL. Estos fármacos se deben utilizar con precaución porque pueden ser causa de hipotensión postural persistente en diabéticos.
Tiazidas
Las tiazidas suelen ser fármacos antihipertensivos efectivos en la diabetes, en la que existe una elevación del sodio corporal total y el volumen extracelular está expandido.
Sin embargo, estos fármacos pueden deteriorar la tolerancia a la glucosa y empeorar la resistencia a la insulina previa. Entre los mecanismos que contribuyen a deteriorar la tolerancia a la glucosa se encuentran la disminución de la secreción de insulina provocada por la hipopotasemia, la disminución de la sensibilidad a la insulina y el aumento de la producción de glucosa hepática. Además, el perfil de los lípidos se afecta de forma adversa, con elevaciones de los niveles de colesterol LDL y los triglicéridos totales y descenso de los niveles de liproteínas de alta densidad (HDL).
Los efectos metabólicos negativos de las tiazidas son dependientes de la dosis, y con una dosis baja (12,5 a 25 mg o menos de hidroclorotiazida), los efectos adversos sobre el metabolismo de los hidratos de carbono son poco frecuentes. La corrección de la hipopotasemia por sustitución de sales de potasio o el uso concomitante de diuréticos ahorradores de potasio pueden impedir el deterioro de la tolerancia a la glucosa y restablecer la sensibilidad a la insulina. Puesto que la resistencia a la insulina, la hiperinsulinemia y la dislipemia representan factores de riesgo cardiovascular importantes, no se deben utilizar estos fármacos como agentes de primera línea en el tratamiento de diabéticos hipertensos, a menos que la retención de sodio se manifieste clínicamente en forma de edema.
Es importante tener en cuenta que cuando la velocidad de filtración glomerular presente ya una disminución importante (VFG <30 ml/min), los diuréticos de asa tienen una eficacia superior. Este es un problema frecuente en pacientes con diabetes e hipertensión. En esta situación, en la que existe un aumento del contenido en sodio corporal total, los diuréticos de asa pueden constituir una elección razonable como fármacos antihipertensivos, especialmente porque los otros efectos secundarios metabólicos pueden no ser tan importantes como con las tiazidas.