En unas pocas décadas las estadísticas, unidas a la simple apreciación de las personas, muestra que antes de terminar la primaria un porcentaje muy importante de niños tiene alguna deficiencia visual.
Y no digamos si pasamos a la secundaria. En un cálculo aproximado, ya que no dispongo de estadísticas fehacientes, diría que por lo menos un 20% de los adolescentes necesita anteojos. Y esta es una estimación sumamente conservadora, ya que algunos oftalmólogos incrementan este porcentaje a un 40% de la población juvenil.
Estos guarismos todavía se amplían más en el hemisferio norte, donde el consumo de alimentos refinados es superior, y es muy habitual observar cómo los jóvenes ingieren alimentos que extraen de unas pequeñas bolsas o cajas primorosamente decoradas por la próspera y funesta industria alimentaria.
Y ni qué hablar de pueblos como mis paisanos hebreos, que abusan aún más de los dulces y los alimentos refinados, en donde este porcentaje, me atrevería a decir, supera el 70% u 80% de los jóvenes.
Tampoco se puede tomar un grano, aunque sea integral, y reducirlo a un polvo impalpable ya que el organismo no está preparado para ello, y al ingerirse produce un shock de glucemia que afecta a la vista exactamente igual que en la diabetes.
Me refiero por ejemplo a las galletas de arroz integral o a los cereales inflados. He visto casos en que, después de comerse un paquete de estas galletas, la esclerótica (el blanco del ojo) no sólo estaba inyectada, sino teñida en su totalidad de un rojo rutilante.
Cuando un porcentaje tan grande de un pueblo tiene afectado su sentido más preciado (la vista), enseguida vienen a tratar de inculcarnos que las dolencias de la vista son de origen genético; y consideran que la miopía es una dolencia hereditaria, que aparece en algún momento de la vida, y que se irá agravando en mayor o menor medida requiriendo anteojos con cristales cada vez más potentes. No soy tan necio como para no reconocer que en toda dolencia hay un cierto componente hereditario, pero la importancia de este factor en enfermedades como la miopía, las cataratas, el glaucoma, etc., es mínima.
Se considera que la miopía es hereditaria por su mayor incidencia entre hijos de miopes.
Sin embargo, este razonamiento, aparentemente correcto, deja bastante que desear desde el punto de vista científico.
Por lo pronto, a lo largo de mi experiencia, he visto muchas personas miopes cuyos hijos no padecen miopía; y muchísimos más chicos miopes que no registran antecedentes hereditarios directos de miopía.
Tampoco se puede afirmar que, porque exista algún pariente en las últimas siete generaciones que padezca miopía, ésta sea hereditaria.
Con este criterio, pues, la mayoría de las dolencias lo serían.
También he visto varios casos de hijos adoptivos cuyos familiares genéticos no habían tenido miopía y que desarrollaron esta dolencia al tomar los hábitos alimentarios y psicológicos de sus padres adoptivos (más claro y evidente, imposible).
Muchas veces, cuando se dice que una enfermedad es hereditaria, se suele evidenciar que, en realidad, no se conoce el origen de la misma.
Asimismo, al hacer esta afirmación, se obstaculizan los intentos de averiguar su origen ya que, al definirla como hereditaria, para qué vamos a investigar entonces cómo se produce.
El avance de la miopía es tan arrasador que aceptar que su origen es puramente genético resulta simplemente pueril.
Entonces, si esta dolencia no es hereditaria, ¿cómo se adquiere? ¿Y por qué hay una mayor incidencia entre los hijos de personas miopes?
En una primera aproximación, podemos decir que la nutrición (haremos un artículo sobre esto en el futuro, o pueden consultarlo en mi libro “Comer bien para ver mejor “) y el buen uso de la vista, inciden directamente sobre la miopía.
Además de todo ello, y en el caso específico de la miopía, el doctor Michio Kushi, eminente médico naturista japonés también considera que la miopía proviene de la alimentación inadecuada.
Coincido con el doctor Kushi en que esta dolencia no es hereditaria. Y dado que los hijos adoptan generalmente los hábitos alimentarios y psicológicos de sus padres, esto explica una de las causas de la mayor incidencia de miopía entre los hijos de personas miopes (y entre los hebreos).
A este factor habría que sumar los excesos alimentarios que cometen algunas madres durante la época de gestación, y que sin duda entran en el torrente sanguíneo del feto produciendo los mismos estragos.
En efecto, la barrera placentaria existe, pero en el caso de los glúcidos, la atraviesan como si simplemente no existiera. Y como por supuesto el niño nace ya con problemas visuales, es muy fácil ponerle la etiqueta de una dolencia de origen genético.
Por descontado, no se trata de que el niño jamás coma un pedazo de torta ya que está inmerso en una sociedad en que este tipo de desmanes alimentarios está muy generalizado. Cuando vaya a un cumpleaños, comerá todo lo que encuentre en la fiesta.
Pero normalmente, a diario, debe comer bien: frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, proteínas animales de buena calidad.
Por otra parte, no hace falta ser un genio ni un gran maestro de la medicina para darse cuenta de ciertas cosas.
Es prácticamente de conocimiento popular que las personas diabéticas tienen la vista afectada, produciéndose a veces dolencias muy graves como la catarata, el glaucoma, problemas de retina e incluso ceguera. A una persona se la considera diabética cuando, al realizarle un examen de azúcar en sangre en ayunas (glucemia), sus valores están aumentados sobre los valores de referencia. Y el exceso de glucosa en sangre es precisamente lo que afecta a la vista.
Ahora bien, tomemos a una persona no diabética, cuya glucemia en ayunas es normal. Si se le realiza una glucemia después de comer un alfajor, un caramelo, un plato de fideos, de arroz blanco, de polenta ultra refinada, etc., el índice de glucemia subirá abruptamente a valores muy elevados (propios de la diabetes).
Es decir, la absorción es mucho más rápida que si se ingirieran los granos integrales (se produce un pico de glucemia).
Pero esto no concluye aquí, porque así como al consumir azúcares o cereales refinados la glucemia sube rápidamente produciendo saciedad y un estado de aparente bienestar, también baja bruscamente produciendo un síndrome de abstinencia (igual que una droga), por lo que la persona recurre a algún otro alimento que haga subir rápidamente su glucemia.
Y así se pasan todo el día, y de esta forma su glucemia diaria es muy similar a la de un diabético y produce en los ojos el mismo deterioro.
Y ni que hablar de los lácteos no humanos (cuyo consumo considero es un error colosal de la humanidad), y que producen un daño inmenso sobre la salud y especialmente sobre la vista que es donde más incide una mala alimentación, aunque la mayoría crea que no tiene nada que ver.
Finalmente, con el tiempo, la humanidad deberá tomar conciencia de cómo la alimentación afecta a su salud y especialmente a su vista.
De lo contrario, si establecemos una tendencia y hacemos una proyección sobre lo que ha sucedido en los últimos cincuenta años, la especie humana tenderá cada vez más hacia la ceguera.
Pero esto no termina aquí, sino que además de perder la vista, se pierde la conciencia de los propios ojos, la conciencia propioceptiva del ojo tal y como se dice médicamente.
Y por ende, cada vez nos damos menos cuenta de cómo el ojo se deteriora y de cuáles son los factores que lo producen. Pero además del factor alimentario y del mal uso de la vista, existe en la miopía un factor psicosocial que es de especial importancia.
La miopía, como veremos, es también una forma de ser en el mundo; y el niño, por identificación generalmente con alguno de sus progenitores, la adopta.
Sin embargo, es una forma de ser en que no sólo se cede parte de la vista, sino también una parte de la expresión de los sentimientos y de la comunicación con los otros seres. Es muy habitual que, al hablar con un miope, uno no pueda percatarse de cómo le afectan nuestras palabras. Y esto es así porque las facciones del miope no denotan de manera cabal y espontánea sus emociones. También es menester señalar que esta “máscara” no es patrimonio exclusivo de la miopía, sino que también está presente en otras formas de no exposición de nuestras emociones. Otro aspecto es, además, que muchos miopes realizan ingentes esfuerzos para compensar esta retracción de sí mismos o menor exposición, como quiera llamarse. Esta actitud, que en psicología se denomina sobrecompensación, puede llevarles a mantener actitudes de sobreexposición e, incluso, temerarias. Algunos miopes, por ejemplo, han realizado esfuerzos durante años para ser mas espontáneos y abiertos, y este es un factor que incrementa la tristeza que experimentan cuando se les menciona su retraimiento. Pero pese a que nos compadezca o nos duela ayudar a hacer surgir esta tristeza, es útil para el desarrollo del tratamiento. Existe un principio en psicología para evolucionar hacia otro estado, que dice: «Cuando se toma la mayor conciencia de donde uno está (insight), se puede intentar superar la situación». Perder la vista, y que nadie lo dude, es un hecho muy doloroso. Es una lucha que se sufre y cuya derrota (la pérdida visual) produce una gran tristeza. Para recuperarla, hay que re-experimentar estas emociones y desplegar lo máximo posible el contenido del ideario de las mismas. Varios médicos se han ocupado de los aspectos psicológicos de la miopía. Los orígenes de la miopía tienen, habitualmente, un elemento común: el miedo. Este tipo de miedo puede tener múltiples variantes así como también producirse en distintos momentos de la vida. Uno de los más álgidos, y donde frecuentemente se inicia o se agrava la miopía, es en el ingreso en la adolescencia, en la secundaria, al proponerse conseguir una pareja, etc. En términos más generales, podría decirse que estos miedos se generan cuando se accede a una situación social diferente, mucho más amplia y menos contenida o amparada desde el punto de vista emocional. Es como si nos metiéramos en nuestra propia cueva, al amparo del juicio, de la exigencia de esa sociedad que cada vez nos contiene menos. En los muchos casos que he tratado en los últimos treinta años me he dado cuenta de que las exigencias pueden ser muy variadas y depender de muchos factores. Otro momento de la vida en que puede ocurrir es en el parto, cuando el neonato sale de una situación ultra protegida, como es el estado intrauterino, y se convierte en un nuevo integrante de la sociedad. En ese momento, y durante las primeras horas o días, la calidez de una mirada impregnada de amor y la contención amorosa, que de forma natural brindan los padres, son de gran importancia para la futura salud visual.
Otra etapa también muy álgida en este sentido es la del tramo de dos a seis años, cuando se produce el ingreso en la escolaridad. Aquí, de nuevo, se pasa de una situación social más pequeña y contenida (madre, padre, familiares, algún amiguito, etc.) a una inserción mucho mayor (compañeros, maestras, estudios, obligaciones, etc.) donde, además, el niño se pondrá en juego como persona; un salto enorme para él, cuya magnitud muchas veces los adultos olvidamos.
Otras situaciones que conllevan para el niño una pérdida de contención social son, por ejemplo, cuando es separado de sus padres (la madre, por supuesto, es esencial en los primeros años).
Esta separación, aunque sólo sea por algunas horas al día, es potencialmente muy delicada; dependiendo, en esos casos, del grado de amor y contención que puedan brindar quienes lo cuidan. Y esto, más allá de las buenas intenciones que puedan tener la niñera o la abuela, dependerá del estado emocional de estas personas.
Al ir creciendo y ampliando su comunicación con otros seres, se verá inevitablemente expuesto a experimentar el estado emocional de quien le recibe.
Dicho de otra manera, si nos “encontramos” con otro ser de una forma íntima y auténtica, como lo suele hacer un niño, sentimos lo que está sintiendo el otro. Por ejemplo, si me encuentro con alguien que está triste, esto me producirá tristeza; si alguien está enojado, nos transmitirá enojo; si está contento, alegría; si tiene miedo, miedo, etc. etc.
Es decir, que para poder estar “verdaderamente” con el otro, se deben experimentar emociones similares. Esta actitud de comunión o espíritu gregario que los niños poseen de manera natural quizá debiera conservarse un poco más en la edad adulta. Sin embargo, y dada la situación social que vivimos los adultos, perdemos gran parte de esta capacidad de comunión y solemos acercarnos a la gente en forma más defendida o estructurada.
Estos conceptos tienen importancia puesto que el infante siente miedo no solamente porque la madre o la niñera tengan una actitud amenazante, sino fundamentalmente porque ellas mismas, por otras causas, se sienten amenazadas.
Otras situaciones que pueden desencadenar este miedo son: la separación de los padres entre sí, traslados, nacimientos traumáticos de un hermano; o más adelante, el ingreso a la facultad, la inserción laboral a un trabajo de mayor responsabilidad, etc. En todas estas situaciones, el niño, y más tarde el adulto, pierde contención y amparo y siente miedo. Por supuesto, todas estas situaciones tienen múltiples variaciones y sus efectos dependerán de la magnitud de la agresión social y cómo sea recibida (teniendo mucho que ver que existan experiencias traumáticas anteriores, etc.).
Pues bien, lo dicho hasta aquí nos explica cómo se genera este miedo al intercambio social, pero todavía no nos explica cómo se produce la miopía. Normalmente, y hasta un punto determinado, el cuerpo está preparado para tolerar el miedo sin romperse. Sin embargo, si éste es muy grande, puede constituir una situación traumática en sí mismo.
Este trauma consiste en que se genera un miedo adicional a volver a experimentar un miedo tan grande. Y como es tan doloroso, tarde o temprano saldrá de la conciencia y se instalará fuera de ella (inconsciente reprimido). Para lograrlo, se adoptan inconscientemente tensiones musculares que, al volverse crónicas, conforman las denominadas corazas. El gesto crónico de miedo contractura la musculatura ocular y origina las deformaciones que modifican el enfoque sobre la retina. A esto se agregan las tensiones que se producen al intentar forzar crónicamente la visión por encima de las menores posibilidades originadas por el miedo.
Dicho de otro modo, no es el miedo en sí mismo lo que produce la miopía sino el retraimiento que se produce para evitar sentirlo.
Y con este retraimiento, basta con que el ojo se estire tres décimas de milímetro y ya tenemos una dioptría de miopía.
Siempre debe recordarse que este tipo de emociones el ojo las toleraría bien, si la persona realizara una alimentación equilibrada y correcta. Este miedo a sentir miedo, crónico e inconsciente, también bloquea la aptitud para expresar con la totalidad del ser otros sentimientos.
Pues si no hemos sentido y elaborado nuestro miedo, tampoco podemos expresar bien la rabia porque inconscientemente tenemos miedo. Y si no podemos expresar bien nuestra rabia y enojo, tampoco podemos expresar nuestra pena, porque nos da rabia hacerlo. Generalmente, en la infancia se comienzan a utilizar ciertos recursos para disminuir de algún modo la sensibilidad (contener la respiración, retraerse, endurecerse, etc.).
Luego, a fin de poder proseguir la socialización, continúa con esta conducta de una forma crónica e inconsciente, se acoraza. En general, todos los adultos, aunque no seamos miopes, estamos bastante acorazados. Es muy improbable que un adulto medio, por lo menos en las ciudades, conserve intacta su sensibilidad.
Llegados a este punto, el lector se preguntará entonces cuál es la causa fundamental de la miopía: ¿los desarreglos alimentarios?, ¿el mal uso de la vista o los factores psicosociales que acabamos de describir? La respuesta es: todos ellos aunados en diversas combinaciones y con otros factores que luego mencionaremos. Es decir, la etiología es múltiple y variable, pero, en general, intervienen todos los factores mencionados.
Creo que, en la mayoría de los casos, se comienza con una dieta incorrecta que produce una debilidad funcional en la vista. Esto lleva al mal uso y forzamiento de la misma y, por último, viene el golpe de gracia del miedo a tener miedo, lo que finalmente instaura la miopía.
Los factores son múltiples y también las miopías son variables en muchos aspectos. Varios autores han correlacionado el funcionamiento del campo visual con el funcionamiento del campo de la conciencia del propio ser. Es decir, que la forma en que la persona ve, tiene características similares a la forma en que la persona piensa y viceversa. Es como un modo de ser. En el miope, por ejemplo, la dificultad está en alcanzar la visión lejana, la profundidad visual. Tiene más facilidad para estar en sí mismo y menos para socializarse; aunque como ya hemos comentado, algunos lo sobre compensan y se convierten en grandes artistas o personas muy socializadas.
La vista surge desde nuestro interior de una manera inconsciente en que la atención fluye de forma continua. Cuando se quiere “manejar” la vista conscientemente, se suele alterar de distintas formas. Por ejemplo, cuando se salta rápidamente de un objeto a otro, no se da el tiempo o el espacio suficiente para que se profundice; y esto también se produce en la conciencia de sí mismo.
O por el contrario, cuando se fija exageradamente en una imagen, esto se corresponde con una conciencia más rígida que, con el objetivo de defenderse, impide la plasticidad necesaria para tomar contacto con los pensamientos que se asocian al punto de máxima conciencia.
Darse cuenta de ello, amplía el campo de la conciencia y completa la “armonía” o el “acorde” que pueden despertar aquellas emociones de las cuales la persona trata de defenderse inconscientemente. El campo general de nuestra percepción es muy amplio y está constituido por otras sensaciones (auditivas, táctiles, olfativas, gustativas, emocionales de muy distinta índole, etc.). Y todas deben fluir libremente para lograr una buena visión.
La atención es una de las claves para restablecer la visión. Debe volver a fluir de forma flexible en una sola dirección, sin distracciones ni interrupciones. La patología que acompaña a la miopía (como en la mayoría de las afecciones) es variable y compleja. No obstante, hemos comprobado que presenta signos y síntomas asociados que son muy similares y que, a nuestro criterio, constituyen un síndrome que abarca las piernas, el cuello, el sistema digestivo, y tiene connotaciones psíquicas y sociales; la pérdida de la visión lejana es el síntoma capital.
El aparato perceptivo del hombre es muy aguzado, quizá mucho más afinado de lo que estamos acostumbrados a aceptar. Y esta sensibilidad incluye matices que los adultos a veces no tenemos en cuenta o hemos perdido. La exquisita sensibilidad humana, especialmente en los niños, requiere un máximo de protección.
Muchos estímulos que a los adultos, habitualmente más insensibilizados, nos resultan perfectamente tolerables, sobrepasan muchas veces la capacidad de los niños. Son muchas las publicaciones, desde William Bates en adelante, que establecen que en la miopía se encuentran tensiones en la musculatura ocular y también en otras partes del organismo.
El miedo se experimenta principalmente en el pecho (palpitaciones) y para evitar la llegada de la conciencia a los mismos (experimentarlos) se utilizan varios recursos defensivos.
De ellos, los más significativos nos parecen dos: el primero, la contracción de los músculos flexores del cuello, que produce el típico mentón protruido del miope y que lleva en ciertos casos a la artrosis cervical; y el segundo, la contracción crónica del esfínter anal, de manera similar a como lo hacen los cánidos al sentir miedo (la cola entre las patas), que impulsa la energía —y la conciencia— hacia la cabeza.
Estos dos recursos defensivos producen en el organismo un desequilibrio que conlleva, por un lado, el alto desarrollo de los centros racionales y la propensión intelectual típica del miope; y por otro, la descarga de las piernas, que pierden así temperatura y apoyatura en el suelo, haciéndose pasibles de distintas dolencias.
De una pequeña estadística realizada sobre 310 casos, se verificó que 113 (o sea el 36%) eran estreñidos; 53 (17%) tenían hemorroides; y otros 60 (19%) presentaban otros síntomas digestivos, derivados, a nuestro juicio, de la contracción crónica del esfínter anal. En lo que se refiere al cuello y la zona cervicobraquial, había marcadas tensiones en 233 pacientes (75%). Investigando las piernas, observamos que 200 casos (64%) presentaban algún tipo de patología en ellas.
Asimismo, cabe mencionar que una buena parte de los que no se encuadraban en este síndrome, realizaban intensa ejercitación en las piernas y/o cuello y dietas severas para compensar los desórdenes digestivos. Si bien hay casos que no siguen estas pautas, creemos que los porcentajes mencionados (que son perfectamente verificables en la medida en que se los investigue) son suficientes para abandonar la concepción de que la miopía es una dolencia limitada a la vista.
Por ello, postulamos que la miopía sea considerada como un síndrome miópico, de origen psicosocial y alimentario, que afecta principalmente al sistema digestivo, las piernas y el cuello, y cuyo síntoma capital es la pérdida de la visión lejana. En el tratamiento natural de la miopía hacen falta unas cuantas cosas, como por ejemplo la disposición a cambiar algunos hábitos alimentarios.
Lo más básico sería restringir los azúcares y cereales refinados que se absorben muy rápidamente y los lácteos (cosas que trataremos cuando hablemos de alimentación). La cuestión básica es hacer regresar a la persona al nivel de “exposición” en el medio ambiente que poseía antes de ser miope (si tuvo la fortuna de nacer con buena vista), puesto que el ser miope implica vivir en un grado mayor de reclusión.
El problema es que esto ya no es fácil de explicar, ¿qué significa “reclusión”? ¿Que todos los miopes están recluidos en sí mismos? ¿Y los demás no? Tratando de definirlo, es como si hubiera una tensión del espíritu “hacia adentro”; o quizá sería mejor decir una tensión hacia arriba de sí mismos, hacia los centros superiores, para evitar caer más bajo en sí mismos, donde pueden encontrarse con la conciencia de estar recluidos u otras sensaciones dolorosas.
Es decir, el temor a darse cuenta de este estado de reclusión que nos angustia y llena de impotencia. Es interesante también acotar que muchos miopes, como medio de sobrecompensación de la reclusión antes mencionada, desarrollan una vocación artística e incluso una pasión por los escenarios, convirtiéndose en grandes artistas o conductores televisivos, etc., etc., haciendo gala de su espontaneidad y capacidad de expresión.
Por ello, es delicado cuestionar, si se quiere decir así, dicha capacidad, lo que por supuesto es muy loable. Sin embargo, dado que la exposición del espíritu es limitada, su capacidad de experimentar las emociones de la vida también lo es.
Con esto me refiero a que Los miopes son muy desconfiados, y al hablarles de su dolencia en términos tan diferentes a lo que les han dicho los oftalmólogos convencionales, hace que a veces sean difíciles de convencer. Recuperar la vista implica tolerar el desaliento y los sentimientos penosos que acompañaron su pérdida. Otro de los argumentos que se utiliza es que el largo anteroposterior del ojo es mayor, y que quien es miope por tener un globo ocular alargado, siempre lo será por esta cuestión anatómica.
Y entonces, ¿cómo se explica que, por ejemplo, un niño hasta los once años no sea miope y a los once y medio desarrolle una miopía? El ojo no es una estructura rígida y se deforma por la acción de los músculos que lo recubren. Algunos estudios establecen que el poder de estos músculos es de unas doscientas veces mayor al necesario para movilizar el ojo.
Y así como toma la conformación de un ojo miope, también puede volver a tomar la forma de un ojo normal o emétrope. Por supuesto, y como en cualquier otra dolencia, no se puede afirmar que todas las miopías se curan. Esto dependerá de múltiples factores: la gravedad de la dolencia, la antigüedad de la misma, la edad y el estado general del paciente, su determinación en hacer los ejercicios y las correcciones en la dieta, su situación laboral, personal, social, etc.
También se ha afirmado durante mucho tiempo que el cáncer era una enfermedad incurable y terminal y hoy en día hay muchísimos cánceres que se curan. En miopías menores o moderadas se puede lograr su total reversión y volver a tener una visión normal sin anteojos. Asimismo en todos los colegios además de informar del daño que hacen las golosinas debieran realizar dos o tres veces por semana algunos ejercicios visuales como se hace por ejemplo en la República de China.

Dr. Raúl Flint
www.drflint.com.ar
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