Viernes, quince de junio del dos mil siete. Diez y media de la mañana. Sala 4 del edificio que el INSS tiene en la madrileña calle de López de Hoyos.

Entré en aquel despacho. Sentada tras la mesa, inmóvil, casi augusta, una mujer. Gruesa, blanquecina, despeinada cabellera de color cobrizo, aunque decir esto es plasmar la imagen que mis retinas y solo ellas, enviaron a mi cerebro. Miraba a la mesa, incapaz de fijar sus ojos en los míos, no me respondió a los ¡buenos días! No me ofreció asiento, solo miraba, dudo que leyera, los informes médicos que presenté en anteriores inspecciones.

Tomé asiento por iniciativa propia. Un enfermo de fibromialgia, fatiga crónica, tendinitis y contracturas varias y crónicas, sequedad de mucosas, colon irritable y un sinfín de patologías a sumar, incluida una depresión crónica, no puede ni debe permanecer mucho tiempo en posición vertical.

Me expuso, mirada abajo, que me encontraba en aquel lugar para justificar mi estado de baja laboral desde mayo del presente año. No era así, mis repetidas bajas laborales se iniciaron en noviembre del dos mil cuatro. Mis bajas y yo, hemos pasado por el obligado infierno de varias inspecciones, un tribunal médico, un recurso, una demanda a la seguridad social, un juicio, otro recurso, mas inspecciones, un despido por parte de la empresa, otras dos inspecciones y visitas a los distintos médicos especialistas una vez por semana desde aquella fecha otoñal.

Quince de mayo del dos mil siete era "su" fecha importante. Este es el día que entregué a la seguridad social toda la documentación para que, tanto yo, como mi familia, pudiera seguir comiendo. Y allí se encontraba esa funcionaria dirigiendo nuestro futuro. Pidiéndome, repetidamente, documentos inexistentes. Intentando ordenarme, dictatorialmente, la entrega de informes que ya estaban entregados y que ella, encima de aquella mesa donde fijaba su mirada, poseía. No dejaba que me explicara. Por su boca, constantes ráfagas de cuestiones acusatorias en un tono inquisidor, aludían a su duda para que la seguridad social debiera pagarme. Me dijo que las patologías allí ofrecidas se llamaban, todas, fibromialgia. Pregunto a cualquier médico que sepa, si las enfermedades que he citado al principio de este escrito son las mismas. Si todas son una. Cierto es que unas pueden desembocar en las otras, pero… ¿misma enfermedad? Intenté explicarle que en este momento me están realizando un estudio cognitivo para ver motivos de mis repetidas amnesias. Intenté explicarle que tenía pendiente una consulta con neurología para ver si existían lesiones cerebrales. Solo fueron intentos. Solo fueron palabras que se quedaron en el aire descompuesto de aquel despacho. No hizo caso.

Se levantó como el antiguo maestro de escuela se levantaba cuando sus alumnos le crispaban los nervios, dando una palmada en la mesa y ordenándome (así eran sus tonos y volúmenes) que me incorporara de la silla. Que me agachara. Yo me puse de cuclillas y ella me preguntó si no sabía lo que era agacharme. Supe que se refería a que doblara mi cintura porque su vigorosa mano me indicó, empujando mi cuello, que así lo hiciera. Me hizo daño, ese daño que cualquier contacto físico, incluso en muchas ocasiones una caricia, nos produce a los que padecemos, entre otras enfermedades, fibromialgia. Su orden de tocarme con las palmas de las manos y sin doblar las rodillas, mis pies, fue tarea imposible, Mis manos no conseguían descender de la altura de mis rodillas. Con una mano en mi cabeza intentaba que siguiera bajando y a la vez clavó uno de sus dedos en la zona media de mi columna, lo que hizo que me incorporara rápidamente por causa del punzante dolor. Me enfrenté verbalmente a ella, indicándole que tuviera más respeto y consideración. Amenazó con avisar a seguridad y le contesté que si, que les llamara pero que también avisara a personas enfermas que se encontraran el la sala de espera a modo de testigos de lo que en aquel despacho estaba ocurriendo. Sonriendo, solicitó otro movimiento imposible de realizar, dar una palmada por encima de la cabeza con brazos estirados. Le dije, intentándolo, que era imposible. Mis brazos quedaron verticales pero fue imposible juntar las palmas de mis manos.

Ese fue su reconocimiento, por lo que seguí suponiendo que, aquella funcionaria, era doctora de/en algo.

Sentados nuevamente, yo sin poder apoyar mi espalda en el respaldo de la silla por culpa del dolor, volvió a pedirme los informes médicos que ella ya tenía. Le dije que estaban el aquella carpeta blanca, con logotipo oficial. Los reconocí perfectamente, eran todas las fotocopias que había presentado en todas y cada una de las inspecciones. Ahora parecía que dejaba que le diera un informe que la doctora de atención primaria me realizó intentando facilitar la tarea de cualquier profesional, en el que se detallaban todas las patologías, los tratamientos médicos, mi estado actual y las consultas futuras con los especialistas. Consultas de neurología, unidad del dolor, unidad de fibromialgia, y psiquiatría. Para mi sorpresa, su respuesta fue que no le interesaba ya que se trataba de un informe de la doctora de cabecera y le dije que, por favor, leyera al menos. Ella no lo hizo. Yo se lo leí en voz alta aunque hizo caso omiso.

Para despedirme, me indicó que le dejara todos los papeles y que, sonrisa en su cara y mirada a la mesa, con “esto”, refiriéndose a la documentación, tenía sus dudas de que la seguridad social, ese organismo que todos los trabajadores de este país sustentamos para que, cuando nos sea necesario e imprescindible, nos escuche y se preocupe de nosotros, se hiciera cargo de “mis dineros”.

Hoy, el INSS tiene copia por duplicado de todos mis informes médicos. ¿Servirá de algo? Si la seguridad social no se hace cargo de ayudarnos a vivir… Pero más denigrante aún, es el trato vejatorio que he recibido por parte de esta funcionaria. Tendré derecho a prestaciones económicas o no, pero, a lo que si tengo derecho como ciudadano que paga sus impuestos y que durante más de veinte años ha contribuido económicamente con la seguridad social, es que se me trate, se nos trate, con respeto. Soy, como ella, UNA PERSONA.