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El perro de Obama
n El deseo confeso del presidente de Estados Unidos de regalar un perro a sus hijas ha abierto un gran debate

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MILIO MARIÑO SINDICALISTA Y ESCRITOR Desde que Obama, en su primer discurso como presidente electo de los Estados Unidos, prometió a sus hijas un perro, se ha abierto el debate sobre qué perro vivirá en la Casa Blanca los próximos años. El problema, al parecer, no sólo es elegir un perro que congenie con el Presidente y no haga daño a sus hijas, que tienen alergia al pelo de los animales, sino ponerle el nombre adecuado.

En eso están ahora los americanos; buscando perro y discurriendo como bautizarlo. La revista «The New Yorker» ya ha hecho varias propuestas. Ha propuesto «Bark Obama», «Swing vote» o «Checkers». Nombres que no llegan al atrevimiento del propuesto por el diario británico «The Guardian», que anima a Obama a cambiar perro por perra y llamarla «Sarah»; en alusión, imagino, a la republicana Palin.

Decir, a estas alturas, que el perro es el mejor amigo del hombre es una cursilada, pero lo cierto es que cada vez hay más hombres, y más presidentes de Gobierno, que reclaman la compañía de un perro. Ahora, lo que no está muy claro, es si precisan un perro para que ejerza de amigo, o para que mueva el rabo y les lleve las zapatillas cuando vuelven a casa. Favores que no son gratuitos, pues los perros se toman la revancha paseando por donde quieren y haciendo sus necesidades en los sitios más concurridos, sospecho que por el placer de humillarnos y vernos con la bolsa en la mano, dispuestos a recogerlas del suelo.

Obama no tendrá ese problema, no necesitará andar con la bolsa en mano esperando que cague el perro, pero puede tener otros peores porque, en vista de los ofrecimientos que está recibiendo, me temo que va a resultarle más difícil elegir perro que a la mayoría de sus consejeros.

Claro que también es verdad que para ser el perro del Presidente no vale cualquiera. Suele decirse, no sin razón, que los perros son muy listos, pero les pasa como a los humanos, siempre es necesario que alguien les enseñe. No hay problema. La Facultad de Veterinaria, de la Universidad Complutense de Madrid ha impartido, hace menos de un año, la primera diplomatura en adiestramiento canino. Así que Zapatero parte con la ventaja de poder ofrecerle a Obama un adiestrador que enseñe a su perro a algo más que a sentarse, tumbarse, hacer el muerto y dar la patita. No me refiero, por supuesto, a que le enseñe a morder, que de eso ya saben los perros, sino, sobre todo, a que sea comprensivo y discreto. Actitudes muy a tener en cuenta dado que, como saben, los presidentes americanos hablan mucho con sus perros. Cosa que, en contra de lo que pueda parecer, no es muy difícil. Con un perro puede hablar cualquiera; ahora, lo difícil es que te entienda.

De todas maneras tampoco es tan importante que al perro de Obama lo adiestre un universitario. Conozco y he conocido perros totalmente autodidactas que eran capaces de lo más inverosímil. Seguro que ustedes también conocen algunos que harían un gran papel en la Casa Blanca. El primero que se me ocurre es el perro «Paco». Un perro tan aficionado al teatro que a decir de los dramaturgos de principios del siglo pasado no se perdía ni uno solo de los estrenos de la Gran Vía madrileña. «Paco» asistía a los estrenos desde el patio de butacas, sentado sobre sus partes traseras, a la altura de la primera fila y, según cuentan, tenía su domicilio en las cocheras del tranvía. Salía de las cocheras por la mañana y regresaba, todas las noches, después de cenar en el restaurante Fornos y asistir a la última función de teatro.

Un perro así no le vendría mal a la Casa Blanca, pero estos perros prefieren vivir a su aire y no tener dueño. Claro que tampoco sabemos si lo que quiere Obama es un perro faldero o un perro culto e inteligente que ladre cuando le apetezca y muerda si llega el caso