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La construcción del género y su relación con la violencia machista

La construcción del género y su relación con la violencia machista

A lo largo de la evolución apreciamos que el orden masculino no ha requerido justificación ni legitimación para establecer su dominio.

Autores/as:

Teresa Almudí Alonso (Matrona) / Laura Moreno Buendía / Inés Ruiz Salvador (Matrona)/ Diego Sorli Latorre (Matrona)/ Carmen Serrano Ibáñez (Matrona)/ Cristina Badel Rubio (Matrona)

Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa, Zaragoza.

Palabras clave: «migrant”; “inmigrante”; “women”; “mujer”; “equity”; “igualdad”; “gender perspective”; “vulnerability”; “socio-health”; “position statement”; “education”; “partner violence”; “domestic violence”; “violence women”.

Resumen:

Los códigos culturalmente legitimados han permitido que el género masculino se asocie al del privilegio, de la razón y de la naturalización de la dominación y del monopolio. Todo ello tiene cabida en un marco de profunda asimetría relacional entre hombres y mujeres, en todas las clases de relación: producción, reproducción…

El rol de género  es la forma en que la sociedad determina los papeles que los individuos pertenecientes a uno u otro sexo deben jugar en la sociedad en la que viven. De este modo, género es una construcción simbólica establecida sobre los datos biológicos de la diferencia sexual, y será esta simbolización cultural la que determinará la dimensión básica de la vida social.

Abstract:

Throughout evolution we appreciate that the masculine order has not required justification or legitimation to establish its domain.The culturally legitimized codes have allowed the masculine gender to be associated with privilege, reason and the naturalization of domination and monopoly. All this has a place in a framework of profound relational asymmetry between men and women, in all kinds of relationship: production, reproduction…The role of gender is the way in which society determines the roles that individuals belonging to one or the other sex must play in the society in which they live. In this way, gender is a symbolic construction established on the biological data of sexual difference, and it will be this cultural symbolization that will determine the basic dimension of social life.

A lo largo de la historia, hemos sido testigos y receptores de unas pautas culturales que inciden en nuestro comportamiento y en nuestras actitudes, y que han forjado una visión subjetiva de lo masculino o lo femenino. Este hecho también será determinante en la asunción de una posición determinada en la estructura social en la que nos mantenemos inmersos, y delimita maneras de ser diferenciadas y legitimadas por la misma sociedad.

No podemos considerar el género como algo innato, sino que es resultado de un aprendizaje. Aquello que es propio de hombres o de mujeres, viene expresado por cada cultura en función de los intereses y necesidades de la sociedad en ese momento. De este modo, el rol de género  es la forma en que la sociedad determina los papeles que los individuos pertenecientes a uno u otro sexo deben jugar en la sociedad en la que viven. Son las actitudes, capacidades, limitaciones y funciones que la sociedad establece como atributos “naturales” para los hombres y las mujeres en ese momento cultural concreto. Hoy se apela al género para significar construcción social y cultural, y se respalda en la justificación tradicional de la diferencia anatómica y biológica entre ambos sexos, lo que supone indirectamente, además, la división sexual del trabajo. Así, el género es una construcción simbólica que se construye sobre los datos biológicos de la diferencia sexual, y serán estas connotaciones culturales las que marcarán las dimensiones de la vida social.

El concepto global de “lo masculino” o de “lo femenino”, se impregnan de múltiples factores culturales, sociales, políticos y económicos dominantes en ese momento, pero posee también un componente cultural, fruto de un aprendizaje más perenne con respecto al paso del tiempo. Las bases simbólicas del dominio masculino en todas las esferas, tanto en la sociedad como en las instituciones, han sido objeto de estudio de forma continuada.

Autores como Bourdieu, se hacen eco de esta idea de dominación masculina perpetuada en el tiempo, y describen a las instituciones “… Familia, Igesia, Escuela, Estado…” como responsables de este tipo de “violencia simbólica” [1].

Por su parte, Virginia Woolf[2], recoge la figura de la mujer, en su obra Una habitación propia, desde la posición de la subordinación al hombre. Históricamente, se ha legitimado al género masculino para asociarlo al privilegio, a la razón, y a su forma natural de dominación y monopolio. Esto se contextualiza en un marco de una asimetría profunda en la relación hombres- mujeres, en todo tipo de relaciones: producción, reproductiva, relacional, social, cultural…en consonancia, la mujer ha sufrido una “exclusión” del mundo cultural, un desprestigio, y se ha relegado tradicionalmente al ámbito doméstico. Prueba de ello es la “invisibilidad” de la mujer en los registros históricos, más allá de su rol de ama de casa y educadora de los hijos, apartada de la vida pública y por supuesto del mundo laboral y político. Woolf se refiere a esta exclusión de la mujer en la historia con el término “deshistoriación”.

La violencia ejercida por los hombres ha sido legitimada por estos aprendizajes de género, y debe ser cuestionada y abolida con diversos instrumentos a nivel institucional. Ejemplos de este tipo de violencia es la correspondencia entre los atributos de virilidad, fortaleza, superioridad… con el hombre, y la presión que conlleva sobre su figura: los hombres no deben llorar, no deben hacer públicos sus sentimientos…

Nuevamente, Bordieu[3] recoge el hecho de que el orden masculino a lo largo de la evolución, se ha establecido como dominante, sin requerir justificación ni legitimación para ello. Aparece como neutro y se respalda en el orden social establecido para ejercer este monopolio.

Paralelamente, se debe tener en cuenta también la violencia simbólica, como aquella forma de poder ejercida que no requiere de la coacción física. Supone una forma de dominación que actúa como resultado de una socialización ejercida de manera  invisible e indiscriminada. Los rasgos de esta simbolización se muestran de manera cotidiana, como por ejemplo los cuentos que nos muestran desde niños (el castigo a la soberbia, la “premiación” a la humildad y el sometimiento, figuras de damas esperando ser rescatadas por la figura de un “salvador” que representa un hombre…) Gracias a esa “sutilidad”, dominadores y dominados contribuyen sin saberlo o sin quererlo, a la propia dominación de éstos últimos (éste caso, por ejemplo, aplicado a la vida cotidiana doméstica).

Aún hoy, el género podríamos decir que se trata de una “etiqueta” asignada al nacimiento en función de las características físicas y consecuentemente biológicas, que se observan a simple vista. Así se ha descrito clásicamente la dicotomía género femenino o masculino[4] (esta visión tradicional establecida por Fowler, fue rebatida posteriormente por Joan W. Scott). A raíz de esta “clasificación” de género, las personas somos capaces de empaparnos de elementos culturales, sociales o educativos, que lo definan hacia aquél con el que nos sintamos más cómodos. El problema surge en el momento en el que la sociedad tiene prejuzgados una serie de comportamientos, roles o tendencias sexuales para cada uno de estos géneros, y se juzga críticamente ir “en contra” de ellos, como si se tratara de una norma cultural establecida, y es aquí donde se reivindica que la definición de “género” lleva implícitas más connotaciones que las del  “sexo” varón o hembra.

Defendiendo esta postura, a partir de la década de los 70, surge el estructuralismo y feminismo, que argumentan que no existe la “naturaleza humana”, y que el género no es lo que somos, sino que se trata de una construcción social en base a lo que representamos y cómo nos relacionamos. El feminismo radical rechaza que sólo existan dos opciones de género posibles y obligatorias, y que entre ellas sean excluyentes. Esta dicotomía es una construcción socio-cultural, artificial, y que perpetúa los roles de género haciéndolos pasar por “roles naturales”[5].  Así, abogan por apertura de género lejos de este binomio y la posibilidad de infinidad de opciones y comportamientos humanos.

En este sentido, para el feminismo carece de sentido la homosexualidad o heterosexualidad, puesto que no suponen una conexión con nuestra biología sino una expresión personal. Surge a partir de los 80s la “Queer Theory” como fusión de teorías feministas y estructuralistas, que defiende el movimiento homosexual, en base a que la identidad no refleja algo innato, sino que es una construcción de nuestras actuaciones y comportamientos. Según estos principios, hay una fusión de las teorías feministas y estructuralistas, que conducen las ideas defensoras del movimiento homosexual a partir de los 80s (se funda así la “Queer Theory”). Defiende que la identidad no es expresión de una esencia, de algo innato, sino que se construye con nuestras actuaciones y comportamientos.

Así pues, en su acepción más actualizada, “género” es sinónimo de «mujeres», las incluye sin nombrarlas, rechazando la idea de la interpretación de esferas separadas. Se utiliza asimismo también para designar las relaciones sociales entre sexos, según estos roles de mujeres y hombres.

El género se construye a diversos niveles: de forma tradicional se ha asociado al sistema del parentesco (la casa y la familia suponían la base de la organización social), pero también implica al ámbito laboral (la segregación por sexos forma parte del proceso de construcción del género), la educación (las instituciones masculinas, las de un sólo sexo… forman parte del mismo proceso), la política (el sufragio universal masculino es parte del proceso de construcción del género), la economía..

Esta idea de dominación sobre la mujer desde el punto de vista biológico es criticada por la socióloga, Evelyne Sullerot[6], puesto que propugna que sobre la naturaleza de la mujer se justifica su posición en la sociedad en cuanto a roles, poderes, estatutos… incidiendo en otros aspectos como el social, cultural y económico que perpetuaban esta dominación abusiva.

CONCLUSIONES

 A nivel de especie las personas tenemos aspectos comunes, pero la especial característica del ser humano es la razón, y consecuentemente, los rasgos individuales de cada uno de nosotros. La educación y las influencias socioculturales nos caracterizarán en la individualidad y nos influirán a nivel comportamental.