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Discriminacion y rechazo en la relacion medico-paciente con VIH-SIDA. Implicaciones y propuesta etica
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Autor: Dra. Sara Gabriela María Eugenia del Real Sánchez
Publicado: 23/09/2008
 

El propósito de este artículo es mostrar que la forma de relacionarse entre las personas se basa en pautas de comportamiento definidas, aprendidas, aceptadas y compartidas por una construcción cultural. Estas relaciones pueden resultar afectadas por una valoración negativa, ejercida sobre determinadas características de quienes asumen pautas ajenas o diferentes a las que la sociedad establece como normas; en consecuencia, se obtendrán conductas de discriminación y rechazo que impidan la interacción interpersonal.


Discriminacion y rechazo en relacion medico-paciente con VIH-SIDA. Implicaciones. Propuesta etica.1

Discriminación y rechazo en la relación médico y paciente con VIH/SIDA. Implicaciones y propuesta ética.

 

Sara Gabriela María Eugenia del Real Sánchez

Cirujano Dentista. Alumna de la Maestría en Ciencias de la Salud. Énfasis en Bioética Médica.

 

María Luisa Pimentel Ramírez

Doctora en Humanidades. Catedrático de la Facultad de Medicina

 

Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM).

Facultad de Medicina. Toluca, México.

 

Resumen

 

El propósito de este artículo es mostrar que la forma de relacionarse entre las personas se basa en pautas de comportamiento definidas, aprendidas, aceptadas y compartidas por una construcción cultural. Estas relaciones pueden resultar afectadas por una valoración negativa, ejercida sobre determinadas características de quienes asumen pautas ajenas o diferentes a las que la sociedad establece como normas; en consecuencia, se obtendrán conductas de discriminación y rechazo que impidan la interacción interpersonal.

 

La relación médico-paciente, como tipo especifico de relación interpersonal, es susceptible de experimentar este tipo de conductas, dado que refleja los mismos criterios e ideologías de la sociedad a la que pertenece. Las concepciones equivocadas sobre la identidad y estilo de vida de un paciente afectado por VIH/SIDA, propician actitudes negativas e injustas por parte del médico. Esta situación obstaculiza el reconocimiento de la cualidad humana del enfermo y, por ende, la atención pertinente.

 

Palabras clave: VIH/SIDA, discriminación, rechazo, relación médico paciente, ética, reflexión.

 

Summary

 

The aim of this article is to show that the way of relate among persons is based on defined paths of behavior, learned, accepted and shared within a social construction. These relations can be affected or modified due to a negative valuation about certain characteristics of those who assumed a different behavior from the social established norms; in consequence, discrimination and reject attitudes are presented during interpersonal interaction.

 

Medical relationship as a specific interpersonal relation is susceptible to experiment this negative attitudes as it reflex the same ideology and cultural values of the society it belongs.

 

The wrong conceptions about the identity and life style of a patient affected by HIV/AIDS, provides negative and unfair attitudes from the physician’s side. This situation restrains the recognition of the human quality of this ill person and also his adequate attention.

 

Key words: HIV/AIDS, reject, discrimination, medical relationship, ethics, reflection.

 

Introducción

 

Desde hace más de 20 años, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) es un problema de salud mundial que por su gravedad, ha impactado en los distintos ámbitos, de lo político, económico, religioso, médico y ético. Su rápido incremento y propagación a pesar de los intentos para prevenirlo y detenerlo han hecho centrar la atención en él.

 

El SIDA es una enfermedad infectocontagiosa causada por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH); se caracteriza por un grave deterioro en el sistema inmunológico y daño multisistémico. La infección, pasa por etapas progresivas e irreversibles con manifestaciones muy particulares; solamente a la última se denomina SIDA. (1)

 

Esta enfermedad infecciosa tiene mucho en común con otras que han generado pánico en la historia de la humanidad: su carácter contagioso, rápida diseminación y mortalidad a largo plazo; otra de sus características radica en que no responde a la forma tradicional de ese tipo de enfermedades, pues el contagio depende más de factores de carácter personal, como falta de cuidado de sí y determinadas prácticas de riesgo, los cuales facilitan su transmisión y contribuyen, de forma significativa, a su incremento y expansión. (2)

 

Cuando el VIH/SIDA empezó a expandirse, se vinculó con ciertos grupos de riesgo: homosexuales, adictos y prostitutas, quienes lo contrajeron de manera consciente o inconsciente, como resultado de la exposición al virus y de la falta de cuidado de sí. Posteriormente, el grupo se amplió, afectando a mujeres con parejas bisexuales, transfundidos, hemofílicos, hijos de madres infectadas y heterosexuales con relaciones promiscuas. (3, 4)

 

Muchas personas dentro de la norma social no se consideraron expuestas a pesar de llevar prácticas con igual riesgo, por lo que contrajeron la enfermedad y la trasmitieron a otros. Ello impidió la prevención y el control de la infección. (5,6)

 

Aun cuando se sabe que el virus del VIH es el responsable de la enfermedad, y se ha informado sobre los modos de transmisión o contagio, su asociación primaria como enfermedad de cierto grupo de personas, fuera de la norma social, estimuló prejuicios y pánico en la sociedad. (4)

 

De este modo, se establece y asume que, en tanto castigo divino para degenerados y viciosos, el VIH/SIDA está asociado a la perversión y a un comportamiento inmoral; a estas actitudes y a la incomprensión hay que sumar el temor al contagio y la ignorancia en cuanto a los mecanismos de transmisión y temor a la muerte. (3) Desde esta perspectiva, los juicios y enfoques sobre el VIH/SIDA adquieren una connotación moral; se argumenta que los enfermos merecen su condición por agredir las normas morales establecidas por la sociedad. Así, esta enfermedad de transmisión sexual se convierte en una trasgresión ética, porque implica la identidad de las personas: intimidad, orientaciones o preferencias, relaciones interpersonales, formación, valores y creencias. (5,6,7)

 

A partir de entonces, surgió el estigma: atributo desacreditador dada la caracterización social impuesta a la enfermedad y que se aplica para marcar a las personas contagiadas por VIH; a quien la padece se le juzga diferente al resto de las personas. Esta marca señala a los enfermos como individuos indignos y peligrosos, que deben ser excluidos para no contagiar al resto de la comunidad. (5,8)

 

La acción derivada del estigma es la discriminación, la cual se refleja en conductas negativas y de rechazo que pueden ser observadas en diferentes ámbitos: familiar, social, laboral, cultural y médico.

 

La discriminación recurre a innumerables expresiones, pero se refiere, concretamente, a cualquier forma de diferenciación, restricción o exclusión que puede sufrir una persona, a causa de alguna característica personal inherente. (9)

 

Saber que una persona es portadora de VIH, constituye causa inmediata de discriminación por parte de quienes carecen de información suficiente sobre el virus y la enfermedad. Restringe su papel social y modifica las relaciones con los demás a partir del momento en que se les descubre seropositivos, porque la alteración en el estado de su cuerpo (cuerpo deteriorado), tiene un simbolismo social que degrada al sujeto física y moralmente (identidad deteriorada). (5,10)

 

El área médica no está exenta de estas conductas, ya que se presentan evidencias de actitudes y trato desfavorable en los servicios de atención a la salud. (5,11) La relación médico-paciente como tipo especifico de relación interpersonal, es susceptible de experimentar este tipo de conductas, dado que reproduce los mismos criterios e ideologías de la sociedad a la que pertenece.


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Discriminación y rechazo en la relación médico y paciente con VIH/SIDA

 

El médico, en su práctica cotidiana, se expone a sufrir contagios de un sinnúmero de enfermedades, por lo que debe asumir las posibilidades de riesgo como parte de su trabajo. Debe, por eso, aprender a trabajar y a cuidarse a través de medidas preventivas y barreras de protección recomendadas para el tratamiento de padecimientos infectocontagiosos. (12) A pesar de que se cuenta con dichas medidas y barreras, en el caso del VIH/SIDA, muchos médicos niegan atención, tratamiento o intervenciones quirúrgicas a los pacientes que lo requieren. Las razones son las mismas que se han esgrimido a lo largo de la historia, durante las grandes epidemias: falta de conocimiento de la enfermedad, mitos sobre los modos de transmisión y prejuicios sobre la forma de ser y estilos de vida; los resultados convierten a los pacientes en objetos de actitudes discriminatorias y de rechazo. (4)

 

Por médico, ese conoce a un individuo cuyo saber científico, habilidades y disposición se dirigen al cuidado de una persona enferma. Por relación médico-paciente, se entiende aquella interacción que se establece entre el tratante y el sufriente con el fin de prevenir la enfermedad, devolverle la salud y aliviar su padecimiento, aun a riesgo de hacer suyo el sufrimiento. Esta relación implica, como parte primordial, la ética médica en general, de acuerdo al carácter específico del quehacer médico.

 

La relación médico-paciente, en tanto implica a dos personas, conlleva la impronta del contexto social donde se desarrolla. Esta situación exige que el médico asuma, con plena claridad y precisión, varios factores; en principio, la estructura de sus valores, después la conciencia de la forma en que sus juicios personales definen a una persona, con base en el principio de identificación, y, además, la manera en que ambos, valores y juicios, influyen en las decisiones sobre su actuar en la práctica profesional; estos aspectos le impiden, consecuentemente, ver las cosas desde la perspectiva del enfermo. (13)

 

En la relación médico y paciente con VIH/SIDA, se evidencia una serie de tensiones que se reflejan en actitudes negativas, de discriminación y rechazo, por parte del médico, durante la atención que debe brindar:

 

Cuando el clínico se sitúa frente al cuerpo enfermo de su paciente pone en marcha prácticas culturales cargadas de sentido, socialmente creadas e incorporadas a su forma de ser, las mismas que se proyectan durante el acto médico, estableciendo tres tipos de juicios: social, científico y subjetivo. (14)

 

En el primero, la sociedad con base en sus representaciones, establece una anormalidad que no corresponde forzosamente a una enfermedad.

 

En el segundo, la enfermedad que se manifiesta en un paciente es identificada por los conocimientos y habilidad del médico para diagnosticar, y mediante el tratamiento indicado obtener el alivio, curación o rehabilitación del enfermo.

 

En el tercero: el juicio social se ve confirmado por el médico (miembro de la sociedad) quien percibe que algo diferente a lo establecido como norma ocurre en el paciente, por lo que lo cataloga como un individuo diferente a los demás. Por tanto su respuesta en el trato corresponde a la discriminación y el rechazo. (15)

 

Estudios, encuestas e informes elaborados por instituciones mundiales como ONUSIDA, organizaciones no gubernamentales como vivo positivo y otros investigadores, han presentado evidencias de un comportamiento médico similar al que se ve en la sociedad. Los motivos encontrados son los mismos que predisponen a cualquier persona a rechazar a un individuo del que se conoce es seropositivo; desconocimiento sobre los modos de transmisión o contagio, el temor real de contagiarse de una enfermedad incurable y el temor simbólico de ser identificado con un grupo social que sale de la norma moral por su estilo de vida, sexualidad y prácticas de riesgo. (4,5,11,16,17)

 

Este tipo de confusiones origina conductas inapropiadas como la discriminación y el rechazo, actitudes relacionadas con el miedo a la transmisión y a la desaprobación de los estilos de vida reales o presuntos de las personas que padecen esta enfermedad y son una barrera importante en la atención.

 

La mayor parte de la literatura sobre el tema presenta evidencias de este comportamiento, identificándolo, describiéndolo y derivándolo hacia el ámbito de los derechos humanos en tanto conlleva falta de confidencialidad, implica obligatoriedad de la prueba de VIH, y atenta contra la dignidad de la persona; (4,5,11) sin embargo, no se lleva a cabo una exhaustiva revisión ética desde la filosofía y la bioética, lo cual genera un vacío en el código profesional. Este vacío repercute, indiscutiblemente, en la interacción médico-paciente, el cuidado de la salud y la pretensión de respeto a la dignidad humana.

 

De este modo, se puede aseverar que la preparación académico-profesional del médico también evidencia una deficiencia ética y humanística 15 que permite que se exacerben estas conductas e impide responder, adecuadamente, en la relación médico y paciente con VIH/SIDA, a los problemas planteados por la discriminación y el rechazo.

 

Implicaciones éticas

 

El hecho de que el VIH/SIDA sea una enfermedad que a diferencia de otras, y en la mayoría de las veces, se adquiera como consecuencia de la decisión deliberada de ejercer conductas de riesgo, no exime a los profesionales de la salud de la obligación de atender a estos pacientes. Negar los cuidados a alguien porque lleve una conducta peligrosa es una grave vulneración al deber-ser del médico y pone en riesgo la ya de por sí deteriorada salud del paciente.

 

La discriminación y rechazo en la relación médico-paciente con VIH-SIDA atentan contra la dignidad de la persona enferma y ponen en riesgo su ya de por sí deficiente estado de salud, alejándolo de un nivel de vida digna y comprometen la identidad del médico.

 

Estas actitudes son improcedentes desde el punto de vista de los valores y principios éticos que guían tanto las responsabilidades personales como las de la práctica médica.

 

La correcta actuación de los profesionales en el caso de VIH/SIDA, como en todos los casos de enfermedad, estipula aplicar su ciencia y atención para curar el mal; si no es posible, entonces prevenir y aliviar sus efectos, acompañando y consolando al paciente. (4)

 

Sin embargo, cuando se discrimina y se rechaza a un paciente con VIH/SIDA, se actúa contra la promesa y el juramento del profesional de la salud, originándose un problema ético, porque se ponen en juego no únicamente la responsabilidad y los deberes para con el prójimo, sino también la honestidad y la integridad de la persona que se comprometió. Se traiciona la confianza y la esperanza del enfermo (el que obliga) que solicita ayuda y cuidados para recuperar su salud o aliviar su padecimiento. (18,19)

 

Además, el médico se traiciona a sí mismo, a sus valores y principios, así como a la convicción de auxiliar al prójimo como objetivo de vida al pronunciarse y actuar falsamente. La discriminación y el rechazo introducen la violencia en el trato y en el respeto de la persona enferma, atentan contra su dignidad, ponen en mayor riesgo su salud y la distancian de las posibilidades de alcanzar una vida buena.

 

Por tanto, los problemas generados en la relación médico-paciente con VIH/SIDA deben abordarse desde la perspectiva de la identidad del médico, dado que es éste quien se encuentra en una posición de relativa superioridad con respecto al paciente, lo cual le confiere la posibilidad de ejercer, por prejuicios sociales, acciones que dañen la salud del enfermo.


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Esta certeza hace evidente la necesidad de discutir el tema en el ámbito de la bioética médica; con el fin de generar conciencia sobre estas actitudes que se presentan durante la interacción médico-paciente con VIH-SIDA, y empezar a disminuirlas.

 

La posibilidad de construir una respuesta, en vías de subsanar semejante deficiencia, procede de la ética de Paul Ricouer, quien propone apuntalar “la intención de realizar una vida buena con y para el otro dentro de instituciones justas”.(18) El fundamento principal de esta realidad posible se sustenta en el deseo de ser y la lucha por existir, integrantes del ser humano, y cuyos efectos deberían evitar que éste, en cualesquiera de las etapas de su existencia y por cualquier motivo, situación adversa o bajo características de una enfermedad determinada, se vea reducido a la condición de objeto.

 

La ética de Paul Ricoeur constituye una alternativa para alcanzar el horizonte de autorrealización y reconocimiento de sí mismo y de los otros como sujetos dignos de respeto y estima, lograr la vida plena mediante el disfrute equitativo de las mejores condiciones posibles para desarrollar los potenciales humanos, cuidar de la salud y vivir una vida buena. (18)

 

Propuesta ética

 

En la comprensión de la identidad y el actuar del médico, se debe recurrir a la sabiduría práctica o reflexión crítica; la cual interpreta las acciones realizadas por el sí mismo y compromete al médico con la búsqueda de una vida plena mediante la evaluación de sus actos y la fidelidad a un modo de ser que responda en beneficio de una persona vulnerable y necesitada. (20)

 

Su fundamento se articula en tres momentos, y a cada uno de ellos le corresponden ciertas cualidades éticas: el respeto y la estima de sí; disponibilidad, convicción, compromiso y atestación; solicitud, responsabilidad, amistad y justicia respectivamente. Los primeros dos niveles comprenden el desarrollo personal y una vez logrado este pueden establecerse relaciones interpersonales plenas, lo que hace posible el vivir juntos. (18, 20, 21)

 

Respeto y estima de sí

 

La dedicación a un oficio o profesión, constituye el desarrollo de las potencialidades inherentes al ser humano junto con la satisfacción de las necesidades personales para lograr el bien vivir. (18, 20)

 

Cuando se desea ser médico, se elige libremente una actividad profesional altamente significativa en la sociedad, dado que la salud es uno de los bienes y aspiraciones más preciados en la vida del ser humano. Este aspecto es de suma importancia, ya que la vocación o disposición de cuidado hacia una persona enferma, justifica la dedicación de un individuo a la profesión médica por voluntad y por convencimiento como objetivo de vida. (18)

 

Durante el desarrollo de su práctica, el médico se ve sujeto a la toma de decisiones; en un momento dado, algunas de esas decisiones pueden alejarlo de su objetivo de bien vivir; por eso, debe, con mayor frecuencia, deliberar o valorar lo correcto o incorrecto de sus acciones, en especial cuando se relacionan con sus pacientes y cuando se afecta la dignidad de éstos. (20)

 

El respeto, como afirmación o identificación de la singularidad del prójimo y reflejo de sí mismo, consiste en aceptar lo distinto, en dejar ser a las personas tal como son, sin reducir o limitar su valor, independientemente de las diferentes características que los definan, ya que nadie es más o vale más que otro ser humano. Respeto es el trato de igual que se da a uno mismo como a los demás; es decir, tratar a la persona de los otros como a la propia persona.

 

El respeto exige una actuación ética en toda actividad humana y en toda relación interpersonal; radica en el bien tratar a las personas como objetivo de vida y no reducirle a instrumento o medio, porque del respeto a sí mismo deriva el respeto al prójimo y por ende la estima de sí. (18)

 

Por tanto, si el médico al evaluar sus acciones es capaz de estimarlas buenas, se estará evaluando a sí mismo, estimándose bueno y de la misma forma en que estime a los otros así será él estimado. De otro modo, se pone de manifiesto un conflicto de carácter ético.

 

Disponibilidad, convicción, compromiso y atestación

 

La disposición de cuidado se basa en el estado de vulnerabilidad o necesidad del enfermo, dado que necesita del auxilio del médico para recuperar su salud puesto que la enfermedad le ha generado una alteración física, psicológica y social.

 

De la forma de responder a esta necesidad surge el pacto o promesa al enfermo de que se le ayudará a recuperar la salud o, por lo menos, se le aliviará y consolará en su padecimiento o discapacidad. Esta promesa implica la firme intención de hacer algo en favor del paciente a pesar de las circunstancias. Exige fidelidad a sí mismo y a la palabra empeñada por honor pues en ella se sustenta la identidad del médico. (18,19,20,21)

 

Al cumplir su promesa, el médico es reconocido como persona íntegra; en consecuencia, obtiene credibilidad y confianza, reciprocidad y aceptación. Mantenerse en la palabra dada es darle sentido a lo que se es y se hace para alcanzar la plenitud y el desarrollo personal. (21)

 

En el proceso de desarrollo y reconocimiento de sí mismo, el médico se autoevalúa y define por las acciones que realiza; Particularmente por la forma en que enfrenta los problemas en el transcurso de su vida. Ante una situación de conflicto, sus valores y principios éticos se manifiestan e intervienen en la deliberación sobre ciertas circunstancias que aparecen como intolerables o carentes de sentido; le permiten hacer un balance de la situación para, posteriormente, dictar su actuar con base a lo que debe ser, guiándose por lo que está por encima de sus preferencias o conveniencias, lo correcto, lo bueno. A esta actitud de firme convencimiento se le llama convicción. (18,21)

 

Por convicción, la persona se arriesga, enfrenta lo intolerable y se opone a la injusticia. No obstante, la convicción no es suficiente si no se acompaña de la apertura para encontrarse con el prójimo, por cuya presencia y necesidad se reconoce la causa asumida. (21)

El compromiso del médico es permanecer, fiel a su actuar, a sí mismo y a los enfermos a pesar de las circunstancias. Sólo cuando se asume un compromiso se puede estar en relación con quien es diferente; mediante la estimación de las acciones se propician las condiciones adecuadas para lograr acuerdos que disminuyan las diferencias y favorezcan la resolución de conflictos, sea por la conversión del enemigo en amigo, del diferente en igual o de lo negativo en positivo. (18, 21)

 

El médico no lo es sólo por la investidura blanca o el grado académico que ostenta, sino por su hacer de cada día; por la suma de sus acciones, decisiones y compromisos. El médico se construye poco a poco cada vez, durante el trayecto de su vida, dando testimonio de su ser en su actuar.

 

La atestación exige ser verdadero en lo que se dice ser, en la medida en que se es y se hace todos los días; demostrar que se es honesto, digno de confianza, que se es la persona a quien puede entregársele lo más valioso que alguien posee: la vida. De este modo, quien puede atestiguarse en su modo de ser, es capaz de potenciar sus capacidades y desarrollar un incremento en la constitución de su ser. (18, 21)

 

Solicitud, responsabilidad, amistad y justicia.

 

La relación médico-paciente, como se ha señalado con énfasis, implica un tipo de encuentro especial entre dos personas. Se trata de una interacción fundamentada en la solicitud, la confianza y la simpatía.

 

El médico ofrece su ayuda al paciente porque tiene confianza en sus capacidades, habilidades y técnicas, manifiesta genuino interés y preocupación por su padecer, trata de entender lo emocional de su sufrimiento. El enfermo, por afinidad, le confía al médico, voluntariamente y con esperanza, su salud, su vida e, incluso, su intimidad. Esta entrega incondicional del paciente exige del clínico, altas cualidades profesionales y éticas, pero sobre todo, una constante disposición de entrega y servicio. (14)


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El enfermo que recurre a los servicios médicos espera que, además de recibir un diagnóstico de su padecimiento y el tratamiento adecuado para recobrar la salud, sea reconocido como igual, en tanto persona, y se le trate con respeto. (15) En este punto es fundamental que el médico tome conciencia plena de que su formación integral determinará sus conductas y la manera de relacionarse con el enfermo: lo tratará como persona o como mero objeto.

 

El respeto expresado en las relaciones interpersonales conduce a la benevolencia o beneficencia, el bien actuar en consideración de alguien. De este bien actuar se deriva la solicitud o buena voluntad dirigida de forma espontánea a favor del prójimo. Es la actitud mediante la cual se acude en ayuda de las personas afectadas o necesitadas por el gusto de servir, y es por este sentimiento de bondad que el hombre elige ser médico y acepta voluntariamente el compromiso de curar como fin de su ejercicio profesional y de su vida. (18, 21)

 

La solicitud por su cualidad ética, transforma la asimetría de la relación médico- paciente en un intercambio recíproco al actuar como punto de equilibrio para igualar el dar con el recibir, de tal manera que la ayuda que se brinda se ve compensada no solo por la gratitud del paciente, sino también por la satisfacción del bien realizado. (18)

 

En la búsqueda de la igualdad en la desigualdad, la amistad se incorpora a la solicitud, pues la amistad es el equivalente de la justicia cuando se aplica a las relaciones interpersonales, e inclina a dar a cada cual lo que justamente merece por derecho o por razón. La amistad colabora en la realización de una vida buena por su bondad intrínseca, ya que las personas que se relacionan por estimación buscan lo bueno el uno en el otro, sin querer sacar provecho o utilidad. La amistad hace posible el “vivir juntos” en una sociedad plural. (18,21)

 

Como en todo acto humano, el quehacer médico conlleva responsabilidades. Responsabilidad es la forma de vivir las obligaciones, significa saber responder a la propia conducta. Cada hombre actúa de acuerdo a su escala de valores y en función de estos define lo que es bueno o malo y lo que es correcto o incorrecto, sin embargo el actuar no debe estar definido sólo por valores personales o sociales, sino por principios éticos, de este modo, la responsabilidad se convierte en un compromiso ético cuyo propósito va más allá de cumplir con una obligación adquirida, pues lo que busca es la satisfacción de su vida en el bien hacer y en el cumplimiento o fidelidad a la palabra empeñada por el interés genuino de ayudar a los demás. (18,21)

 

Finalmente, al articular los tres momentos éticos de la filosofía de Paul Ricouer en la relación médico y paciente con VIH/SIDA, se plantea que si el actuar del médico está afectando su relación con el mundo y con los otros, entonces tendrá que:

 

·         Reflexionar, sobre si está considerando al enfermo como persona y respeta su dignidad.

·         Interpretar, en el plano ético si su actuar es digno de respeto y de estima ante sus propios ojos y los de los demás.

·         Valorar, si ejerce con disponibilidad o está faltándose a sí mismo, a su convicción y compromiso, al actuar en contra del paciente y al pronunciarse falsamente.

·         Examinar, si actúa con solicitud, responsabilidad y justicia.

·         Reconocer, si da testimonio de que lo implica ser médico y persona en el trato que brinda a sus pacientes, independientemente de su enfermedad y de las características que los distinguen.

·         Emitir un juicio global, sobre si a través de su práctica profesional ha propiciado el desarrollo de las potencialidades personales y la realización de una vida plena tanto él como para el paciente.

 

Conclusiones

 

Desde hace 20 años el VIH/SIDA es un problema de salud y lo seguirá siendo hasta que no se demuestre que es curable. De igual forma, el problema de la discriminación y el rechazo seguirá vigente por la caracterización social que se ha hecho de esta enfermedad y el estigma impuesto a las personas que viven con el virus, restringiendo su interacción y desarrollo en la sociedad.

 

El área médica no está exenta de estas mismas conductas, ya que el profesional de la salud también es persona y como miembro de la sociedad lleva la impronta del contexto social donde se forma, desarrolla y practica. Sin embargo la discriminación y el rechazo ejercidos por el médico dentro de su práctica y en específico en la relación médico paciente con VIH/SIDA, no son solo acciones reprochadas moralmente, sino también desde la ética médica, ya que el médico elige por vocación y convicción dedicarse al cuidado de los enfermos, independientemente de sus características y del tipo de enfermedad que los afecte. Actuando de esta forma, no solo atenta contra la salud y la dignidad del paciente sino que también va en contra de su promesa y de lo que significa ser médico.

 

La alternativa para disminuir estas actitudes negativas e injustas durante la atención médica a pacientes con VIH/SIDA, es acudir a lo optativo, al interior del médico para reflexionar sobre su actuar en relación con el otro, recurriendo a la sabiduría práctica cuando exista este tipo de conflicto.

 

De este modo, tendrá la certeza de realizarse como persona y como profesional, en el cumplimiento del fin último de la existencia: lograr una vida buena con y para el otro.

 

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