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Transculturación del consumismo sanitario y medicalización en la globalización

Transculturación del consumismo sanitario y medicalización en la globalización.

Gustavo Alcántara Moreno. Politólogo, Abogado, Magíster en Ciencias Políticas, Doctorando en Ciencias Humanas (Universidad de Los Andes).
Evelyne Rivas Suárez. Politólogo, Magíster en Economía (Universidad de Los Andes).


Departamento de Ciencias de la Conducta, Facultad de Medicina, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Proyecto financiado por el CDCHTA-ULA, código M-1016-11-09-B.

Resumen

El presente trabajo tiene como propósito abordar la transculturación del consumismo sanitario desde la sociedad norteamericana hacia las sociedades en vías de desarrollo, dando cuenta de cómo esta situación repercute en el proceso salud-enfermedad. También se estudia una de las principales características de las sociedades influenciadas por el sistema de salud norteamericano, tal y como lo es la medicalización de las mismas. Se pretende entonces abordar dichos fenómenos desde una perspectiva sociológica de la globalización, en el sentido de que se hace énfasis en la dimensión cultural.

El estudio se realizó desde una perspectiva sociológica mediante la aplicación de una metodología, predominantemente cualitativa, de tipo documental, centrándose en un caso que pretende ser estudiado como unidad, de manera exhaustiva.

Palabras clave: Transculturación, medicalización, globalización, cultura.

Abstract.

This paper aims to address health consumerism transculturation from American society toward developing societies, realizing how this affects the health-disease process. We also study one of the main characteristics of societies influenced by the U.S. health system, as it is the medicalization of them. It then seeks to address these phenomena from a sociological perspective of globalization, in the sense that it emphasizes the cultural dimension. The study was conducted from a sociological perspective by applying a methodology, predominantly qualitative, documentary, focusing on an event that aims to be studied as a unit, exhaustively.
Key words: Transculturation, medicalization, globalization, culture.

1.1. Introducción: globalización, cultura y salud.

En el plano académico, una visión sociológica con respecto a qué se entiende por globalización es la dada por los autores franceses, los cuales denominan al fenómeno como mundialización. Por dicho proceso se entiende “el incremento, a escala mundial, de las interacciones que unen entre sí a todas las actividades humanas. Este aumento de las interdependencias ya no conoce fronteras, gracias a la abolición de los obstáculos imputables al tiempo y al espacio” (Brunvick y Danzin, 1999, p. 15).

Se trata de una transformación de la sociedad cuya rapidez y profundidad sólo es susceptible de comprenderse como una ruptura. En este proceso está presente la categoría de cambio social, marcando entonces el paso de una época a otra, lo que por supuesto implica una recreación y reconstrucción de la estructura social. De allí que la nueva realidad desborde las explicaciones y sature los sentidos al intentar comprenderla y digerirla.

Así pues, el mundo se hace cada vez más un lugar en donde las distancias se acortan y el tiempo se reduce. Se vive ciertamente en una aldea global que presenta como característica específica, que lo que sucede en cualquier punto estratégico de la misma puede tener impactos inmediatos y muy intensos en muchos otros lugares y afectar especialmente a los países en desarrollo por su alta vulnerabilidad, en particular en el área de la salud. Ejemplo de ello son el cambio climático, la lluvia ácida, los contaminantes químicos, los cultivos de transgénicos, el tráfico de desechos tóxicos peligrosos y los desastres naturales, entre otros.

Podría afirmarse entonces que nadie, ningún país ni persona, es infalible a los peligros arriba mencionados. Se trata de una proliferación de riesgos para la salud a escala global que trasciende el ámbito geográfico y por tanto la competencia de los diversos Estados nacionales del mundo. Este “desplazamiento de los asuntos humanos del marco restringido del Estado-nación al vasto escenario del planeta Tierra está afectando no sólo el comercio, las finanzas, la ciencia, el ambiente, la delincuencia y el terrorismo; también está modificando la naturaleza de los retos de salud a los que nos enfrentamos en todo el mundo” (Frenk y Gómez, 2004).

También en una perspectiva sociológica, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2003) entienden la globalización como “la internacionalización de la producción y el consumo, de valores y costumbres, a través del movimiento de capital, fuerza laboral, tecnología e información” (p. 3). Esta definición toma en cuenta dos categorías sociológicas de análisis como lo son los valores y las costumbres, incluidas éstas dentro del área más amplia de los estudios referentes a la cultura.

Esta es una tendencia que viene dada por estudios sociológicos y politológicos, los cuales ven en la globalización la tendencia a la expansión de los valores de la sociedad occidental y los valores de la democracia y del Estado Social de Derechos, lo cual entra en conflicto con muchas sociedades rurales y con bajas capacidades estructurales para que se dé la democratización. Ello conlleva a matizar y comprender de manera más clara el proceso de diferenciación cultural dejado de lado en muchas interpretaciones apresuradas sobre el proceso de globalización en cuanto criterio de explicación de la expansión de la racionalidad científica en el planeta.

Los valores como categoría sociológica son “criterios profundamente asumidos para juzgar lo que está bien y lo que está mal, lo que es deseable o indeseable, lo que es hermoso o feo. Son los estándares subyacentes, generales, con frecuencia inconscientes e inexpresados con los que evaluamos actos específicos, objetos o hechos” (Calhoun, Light y Keller, 2000, p. 93).

En un escenario como el anterior, el concepto de cultura aplicado al campo de la salud constituye el eje neurálgico en el análisis de los factores sociales involucrados en el proceso de salud-enfermedad. A través del reconocimiento de las diferencias y similitudes culturales entre usuarios y proveedores es posible comprender, por ejemplo, el nivel y carácter de las expectativas que cada cual tiene del proceso, las percepciones de salud y enfermedad representadas en la interacción médico-paciente, los patrones con que se evalúa la calidad y resultado de la acción terapéutica, y el despliegue de diversas conductas frente a la enfermedad.

De hecho, “La diversidad sociocultural es mayor que la diversidad biológica de los seres humanos, cuyos organismos funcionan todos más o menos similarmente en el plano fisiológico. En la medida en que la salud es concebida en forma que va más allá del tratamiento de la enfermedad para incluir aspectos como nutrición, seguridad y participación social, hay un papel cada vez más importante que debe desempeñar el científico social” (Sawyer, 1999, p. 42).

En torno a la cultura surge entonces el debate de si acaso estamos avanzando hacia una homogenización de valores, costumbres, símbolos, normas y usos sociales o, si por el contrario, gracias a la globalización es posible que cada comunidad determinada reafirme y refuerce su diversidad cultural y pueda expresarla a nivel global, tal y como ocurre por ejemplo con los movimientos indígenas.

Al respecto puede decirse entonces que la globalización de la cultura no es un proceso que transite unívocamente por un mismo camino, conducente inevitablemente a la norteamericanización, lo que algunos denominan el imperialismo cultual. Tampoco crea necesariamente “una cultura homogeneizada, aguada y grisácea. Las pequeñas culturas tradicionales pueden verse arrolladas, pero la globalización también permite combinaciones nuevas y diversas de tradiciones culturales antaño separadas” (Friedman, citado en Calhoun, Light y Keller, Ob. cit., p. 113).

Sin embargo, puede argumentarse que actualmente en América Latina, la ciencia y la tecnología son objeto de transferencias desde los centros de poder en que se generan relaciones desiguales devenidas en medios de dominación cultural, que dejan sin posibilidades de desarrollo cualquier otro conocimiento alternativo.

Tal sería el caso del “campo de los servicios de Salud donde la medicina occidental ejerce una acción hegemónica sobre la medicina popular tradicional, que repercute negativamente en los niveles de desarrollo de la cultura médica” (Magaz y Magaz, 2008).

De cualquier modo, la globalización cultural norteamericana tiene repercusiones muy particulares en lo que respecta al proceso salud-enfermedad, pues el sistema de salud de los Estados Unidos es prácticamente el único en el mundo con características predominantemente de mercado.

Adicionalmente, si se considera que la moderna e industrializada sociedad norteamericana ha experimentado un profundo proceso de medicalización a partir de los años 70 del siglo XX, a través del cual muchos comportamientos que en un determinado momento se consideraron como problemas morales o relativos al ámbito privado del individuo, han pasado a formar parte de la órbita de los médicos (Macionis y Plummer, 1999), se tiene un conjunto de creencias y costumbres sociales que potencialmente se podrían transculturizar en un mundo globalizado.

En tal sentido, surge la interrogante acerca de cuál es la tendencia y manifestaciones de los estilos de vida norteamericanos a transculturizarse y expandirse globalmente, en un mundo con países en vías de desarrollo acuciados de políticas sociales para sobrellevar la carga de las enfermedades y las desigualdades.

1.2. La globalización de la cultura norteamericana y el consumismo sanitario en las sociedades en vías de desarrollo.

Una de las preocupaciones que se manifiesta al considerar la salvaguarda de la libertad cultural en el mundo actual es la enorme influencia que ejerce la cultura occidental, (liderada por la hegemonía cultural de los Estados Unidos) en particular su “consumismo”, en el mundo globalizado en que vivimos.

Para corroborar el consumismo norteamericano en materia de salud, es pertinente referirse por ejemplo al mercado farmacéutico, en el cual los Estados Unidos se ubican como el principal consumidor a nivel mundial con un 48 %, aproximadamente.

Así, según Angell (2006), IMS Health, posiblemente la más citada de las fuentes estadísticas de la industria farmacéutica, calculó que el total de las ventas en todo el mundo de medicamentos recetados ascendía a cuatrocientos mil millones de dólares en 2002. Cerca de la mitad de esa cifra corresponde a los Estados Unidos.

Por lo tanto, el hecho de consumir prácticamente la mitad de los medicamentos a nivel mundial resulta escandaloso si consideramos que los Estados Unidos cuentan con unos 300 millones de habitantes en un mundo con una población total de 6.500 millones.

En tal sentido, el consumismo sanitario en los EEUU se traduce en una sociedad sobremedicada. Este tipo de sociedad se estructura en base a prácticas inducidas por parte de la industria farmacéutica multinacional hacia los médicos y los usuarios y/o pacientes, generando un desmedido consumo de medicamentos. Así, las pautas de comportamiento de los médicos al prescribir medicamentos, se ven fuertemente influenciadas, incluso desde que comienzan sus estudios de medicina, por parte de los visitadores médicos, quienes fungen como el principal agente de marketing de la industria farmacéutica.

Del mismo modo, en cuanto a los usuarios y/o pacientes norteamericanos, sostiene Angell (Ob. cit.), que los mismos han sido muy bien instruidos por la publicidad de la industria. “Les han enseñado que si no salen del consultorio médico con una prescripción, el médico no está haciendo bien su trabajo. El resultado es que mucha gente termina tomando fármacos cuando hay maneras más eficaces de lidiar con sus problemas” (p. 190). Se construye así una creencia que sustenta y agudiza el consumismo sanitario, en el seno de una sociedad opulenta que, gracias a la globalización cultural, puede potencialmente generar una transculturación de éstos enunciados específicos que las personas consideran como ciertos, hacia la gente en las sociedades en vías de desarrollo.

Se sostiene con cierta frecuencia y de manera verosímil que “la libertad de escoger el modo de vida propio en el mundo actual no implica tan sólo la posibilidad de elegir libremente, sino también que las personas de las civilizaciones más desposeídas sean capaces de resistirse a la influencia occidental” (PNUD, 2004, p. 33). Esta preocupación es indudablemente merecedora de atención, dada la innegable precariedad de las culturas locales en un mundo que está tan dominado por la extrema exposición a las influencias transculturales y el poderío avasallante del mundo occidental.

Con respecto a la globalización cultural y el proceso salud-enfermedad, desde la vertiente del globalismo neoliberal, se observa que el modelo hospitalocéntrico, individualista y curativista de los Estados Unidos se ha transculturizado a muchas sociedades en vías de desarrollo. Esto puede comprobarse por el simple hecho de que la más alta proporción del gasto presupuestario en salud suele destinarse al nivel terciario de la atención en salud, es decir, a las acciones de hospitalización, terapéutica, cirugía y consultas, entre otras. Lo que se critica es que “esta forma de hacer las cosas está dirigida a cuidar la salud de sólo entre el 10 % y el 15 % de la población, generalmente la élite” (Calhoun, Light y Keller, Ob. cit., p. 400).

Existe poca facilidad para que la mayoría de la gente acceda a este tipo de medicina, porque para el desarrollo de la misma se aplica tecnología de punta, y los costos se elevan proporcionalmente con relación a la misma, lo que profundiza las inequidades y la brecha entre los países desarrollados y las sociedades en vías de desarrollo, y entre los ricos y los pobres de una nación (Sawyer, Ob. cit.).

Resulta ilustrativo echar un vistazo al sistema de salud de los Estados Unidos, para lo cual se puede observar en el Gráfico 1 una comparación entre diversos países desarrollados pertenecientes a la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE) (Suecia, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, España, Portugal, Grecia, Japón y Canadá), desde el punto de vista de la relación existente entre el gasto en salud y la mortalidad infantil para inferir la efectividad de cada sistema sanitario.

Los Estados Unidos, que son la potencia hegemónica a nivel mundial desde el punto de vista económico, político, militar y cultural, presenta los peores resultados para el 2003 en cuanto a la tasa de mortalidad infantil con 7 por cada 1.000 nacidos vivos entre el grupo de países desarrollados que aparecen en el Gráfico 1. Además, tiene el mayor gasto per cápita en salud con 4.487 $. Es obvio entonces que el sistema de salud norteamericano hace un gasto elevado en materia de salud el cual no se traduce en resultados óptimos si lo comparamos por ejemplo con Inglaterra que tiene un gasto per cápita en salud de 1.989 $ y una tasa de mortalidad infantil de 5 por cada 1.000 nacidos vivos (Alcántara Moreno, 2011).

Gráfico 1. Gasto en Salud per cápita y mortalidad infantil en menores de 1 año en algunos países de la OCDE (EEUU /per cápita- X 1.000 nacidos vivos)

transculturacion_consumismo_sanitario/mortalidad_infantil_lactantes

Fuente: Elaboración propia con datos del PNUD. Informe Sobre
Desarrollo Humano 2004.

Adicionalmente, en el Gráfico 2 se muestra como los Estados Unidos es el país que más dinero gastó de manera total en salud durante 2003 como porcentaje del producto interno bruto (PIB) con un 13,9 %, presentando una tasa de mortalidad infantil en menores de 5 años de 8 por 1.000 nacidos vivos. Países desarrollados como España e Inglaterra, que poseen un modelo sanitario de Sistema Público Nacional de Salud, tuvieron cada uno en 2003 un gasto total en salud de casi la mitad que el realizado por Estados Unidos, esto es, 7,6 % de su respectivo PIB, presentando tasas de mortalidad infantil en menores de 5 años de 6 los españoles y de 7 los ingleses. Entonces, los Estados Unidos gastan mucho y están lejos de tener los mejores resultados en salud. Por ello, la calidad de los resultados en los indicadores de salud dependen más de la oportunidad y aciertos de como se invierten los recursos que de la cantidad de los mismos.

Una prueba más fehaciente de la importancia de como se invierten los recursos en salud, antes que la cantidad de éstos, lo demuestran los resultados obtenidos por Chile y Costa Rica, ambos países latinoamericanos y en vías de desarrollo. Chile tuvo un gasto en salud per cápita de 792 $ y un gasto total en salud de 6,8 % de su PIB, obteniendo tasas de mortalidad infantil de 10 por cada 1.000 nacidos vivos y de mortalidad en menores de 5 años de 12. Los ticos realizaron un gasto total en salud de 7,2 % de su PIB, apenas 562 $ per cápita y obtuvieron unas tasas de mortalidad infantil de 9 por 1.000 nacidos vivos y de mortalidad en menores de 5 años de 11 por 1.000 nacidos vivos.

Así pues, según Bezruchka, citado por Pickard (2004) “si Estados Unidos es el país más rico y poderoso del planeta, pero con la peor expectativa de vida de los industrializados, la razón estriba en la creciente desigualdad en ese país, más el sistema de salud controlado por grandes empresas y por tanto a merced de las ganancias de éstas” (p. 13). La situación de salud de los Estados Unidos se ve entonces ampliamente determinada por las desigualdades e inequidades estructurales de la sociedad norteamericana.

La sociedad norteamericana está fuertemente imbuida del individualismo y el consumo como valores, antes que por la solidaridad social, viéndose esta última debilitada en un contexto globalizador de consolidación del individualismo como mecanismo de resolución de problemas y como forma de vida impuesta por el capital. Esta situación va de la mano con las crecientes restricciones de acceso a los servicios públicos de salud y educación, al igual que la individualización de las pensiones y los seguros médicos que han generado una progresiva dependencia de la supervivencia de cada persona con respecto a su propio esfuerzo. Aunque estos procesos individualistas no se han extendido tanto como divulgan los portavoces neoliberales, “ideológicamente han modificado la visión del mundo predominante y las formas de actuar de las personas. Un hecho objetivo de esta época es el debilitamiento objetivo y subjetivo de los lazos comunitarios en todos los niveles de la sociedad” (Flores y Mariña, 1999, p. 284).

Gráfico 2. Tasa de Mortalidad Infantil -5 años (x 1.000 nacidos vivos) y gasto total en salud como % del PIB en algunos países de la OCDE

transculturacion_consumismo_sanitario/infancia_mortalidad_infantil

Fuente: Elaboración propia con datos del PNUD. Informe Sobre
Desarrollo Humano 2004.

En una perspectiva sociológica, en palabras de Beck (1999), la individualización significa la desintegración de las certezas de la sociedad industrial, así como la compulsión a buscar y encontrar nuevas certezas por sí mismo y entre todos. Esta situación surge ante la desintegración de las formas de socialización de la modernidad industrial simple, generándose en la modernidad reflexiva una situación en la que los individuos deben producir, escenificar y remendar ellos mismos, sus propias biografías.