Inicio > Psiquiatría > Esquizofrenia. Un posicionamiento subjetivo

Esquizofrenia. Un posicionamiento subjetivo

Esquizofrenia. Un posicionamiento subjetivo

Resumen

La experiencia esquizofrénica revela que a pesar del avance en neurociencias se hace indispensable una aproximación a la subjetividad, pues es ejemplo de que existen diversas maneras de relacionarse con el mundo y con uno mismo no va en sentido contrario de las neurociencias, antes bien nos aproximan a su utilidad, a saber,  auxiliar a comprender el universo que nos habita.

Esquizofrenia. Un posicionamiento subjetivo

Alberto Sanen Luna. Maestro en Teoría Psicoanalítica. Especialidad en psicoanálisis. Catedrático UVM.  Adscrito en el Hospital Psiquiátrico Infantil

Palabras clave: experiencia, psicoanálisis, fenomenología, psicosis

“La esquizofrenia no puede entenderse sin comprender la desesperación”

Ronald D. Laing

Vivir con esquizofrenia es convivir con la desesperación del ser, es situarse en la fragmentación de uno mismo y entablar una relación con el mundo desde la extrañeza.

En un universo con estas características los mitos y las realidades son elementos que se contrapuntean incesantemente, son oleadas anímicas que envuelven, que revuelcan, desintegran y en otros instantes reconfiguran.

Es un vaivén de imágenes cuya estabilización solo se logra en la ruptura y desde ella  se mira el espectáculo del mundo, es la desesperación más no la desesperanza.

El hablar de la vivencia esquizofrénica en cualquier momento de la vida no es posible desde el discurso científico, su incompatibilidad y discordancia es clara, requerimos de un relato aproximado al plano emocional, de allí la elección  desde el campo fenomenológico y psicoanalítico.

Al hablar de esquizofrenia desde una clínica moderna tendemos a la descripción y enunciación de signos clínicos y síntomas característicos, mas en aras de una precisión de esta índole, descuidamos al sujeto y su relación con el mundo.

De esta manera por fuera de condiciones prodrómicas o constantes comportamentales, el acontecer -diríamos la gestación- de la psicosis puede ser situada en la desgarradura del yo y del ser para con el mundo en si.

Esta desgarradura para decirlo tanto con Cioran como con Freud (1935), en otro sentido inherente a todos, no basta para explicar la conformación del sujeto, es el cómo se religa al mundo lo que marca su singular pre-esencia.

En este sentido al tornarse renuente al encuentro de los otros no hace sino revelar la desconfianza y la imposibilidad de confiar plenamente en los otros, está seguro de lo que nosotros ignoramos, no se sabe bien quienes son los otros y de que son capaces, se revitaliza lo inanimado y una mortífera sensación de rareza inunda al ser. El movimiento psíquico que paulatinamente se gesta es una desconfianza en el mundo, es el inicio avasallante de la enfermedad mortal de Kierkegaard (1980), la desesperación.

Como un recurso estabilizador se tiende a proveer de fortaleza a ciertas producciones fantasmáticas que expliquen los acontecimientos, las ideas y fantasías cobran la dimensión de mitos ordenadores, respuestas que atemperan al imponerse. En este punto hablamos sin duda de la organización plena, de la estructura concretada. La mirada que deposita el niño en el mundo está vectorizada por la necesidad de concretud, de orden, de un redoble, digámoslo así de seguridad en las garantías.

Estos primeros instantes han orientado al sujeto a posicionarse de una particular manera frente al exterior, es un fantasear diurno lo que permite incorporar lo extranjero, y donde la impresiones queden encapsuladas para tolerar su fiereza, esto se comprueba al reconocer los elementos que la anamnesis brinda, no como meras   señalizaciones clínicas sino como una narrativa entrecortada de los pequeños instantes que trastocaron la actualidad.

No existe por tanto una explicación única, no hay una respuesta contundente, la alteración orgánica o molecular, no desaparece como se percibe y vive el mundo, se trata de un algo más, de un plus a las fantasías o al incremento de la imaginación.

Tras un tiempo la estabilización se logra precariamente, pero lo suficiente como para soportar al sujeto, pero los efectos están patentes y la posibilidad de establecer un intercambio tranquilizador con los otros comienza a perderse, es necesario reconformar el universo en sí, un movimiento de esta índole comienza a hablarnos de una fractura entre el mundo y el sujeto, algo que los fenomenólogos, en concordancia con Heidegger, han perfectamente delineado como el ser-en-el-mundo y la relación con el-mundo-en-sí.

De esta forma el contenido primario tras la falla de la represión convierte el exterior en una pesadilla y al término de esta en un sitio la mayoría de ocasiones desolado.

Esto se traduce en un desligamiento y una angustia, él vive la relación con el mundo de manera angustiante, se ha convertido en extranjero en su propio ser y por las fisuras de su estructura se cuelan e incrustan los reflejos de un espacio exterior hostil.

No hay inadecuación afectiva o negación del afecto como tal, lo que tenemos es un pliegue sobre si, es lo que nominaba José Luis Patiño, “afectividad de cristal”, frágil y transparente, invisible para quienes le rodean pero no por ello fuera de daño, la agresividad con que responde  tanto para con quienes le rodean como hacia lo que le rodea no trata de la violencia per-se, es una herramienta de supervivencia. Su cuerpo cobra la dimensión de fortaleza y la suciedad que llega a recubrirle es efectiva pues ofende las “buenas conciencias” de los que se aproximan.

Bajo un nuevo instante de la vida, apremiado por la existencia se echa mano de de una reconstrucción para poder habitarlo, el delirio -“parche” a la desgarradura indica Freud-, tiene la función de sostener el ropaje de si y permitir la continuidad del ser.

No es un rompimiento con la realidad, contrario a lo