Principios Fundantes de la Bioética. La Verdad y el Bien. La libertad y la Responsabilidad pueden prescindir del Bien y la Verdad. Leamos la Encíclica “Fides et ratio” de Ioannes Paulus II
Autor: Dr. Juan Herrera Salazar | Publicado:  15/09/2011 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria , Articulos | |
Principios Fundantes de la Bioética: la Verdad y el Bien. La libertad y la Responsabilidad. El bien

Principios Fundantes de la Bioética: La Verdad y El Bien. La libertad y la Responsabilidad Pueden Prescindir del Bien y la Verdad. Leamos la Encíclica “Fides et ratio” de Ioannes Paulus II.

Dr. Juan Herrera Salazar: Miembro de la Asociación de Médicos Católicos Humanae Vitae, Appointed Director del Proyecto del Centro de Bioética de la Universidad Juan Pablo II. Managua, Nicaragua.

La Verdad y el Bien Principios Fundantes de la Bioética:

La fe y la razón (Fides et ratio) “son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

El problema de la fundamentación de la Bioética es un problema aún no resuelto.

A todos resulta claro que la bioética es una ciencia y como tal, ésta no puede alejarse del horizonte de la verdad.
El binomio verdad y bien resultan fundantes para la bioética: privarse de ellos equivale a abandonar sus principios y su objeto de estudio.

Sin la búsqueda de la verdad y el bien del hombre, la bioética, se encuentra pérdida, y pierde el sentido de su quehacer. Como ciencia deja de ser ciencia. Si la Bioética deja de intentar convertirse en una reflexión seria se vuelve, por así decirlo, un entretenimiento, mejor dicho un “ludus existencial”.

A la pregunta:

¿Puede la Bioética Fundamentarse, Lejos del Horizonte de la Verdad?, responderé invitando al lector a buscar la respuesta en la Encíclica Antropológica de Ioannes Paulus PP. II “Fides et ratio”.

La Encíclica tiene el siguiente Diagrama estructural:

1. Introducción “Conócete a ti Mismo”

2. Capítulo 1. La Revelación de la Sabiduría de Dios.

3. Capítulo 2. Credo ut Intellegam.

4. Capítulo 3. Intellego ut Credam

5. Capítulo 4. Relación entre la Fe y la Razón.

6. Capítulo 5. Intervenciones del Magisterio en Cuestiones Filosóficas

7. Capítulo 6. Relación entre la Teología y la Filosofía.

8. Capítulo 7. Exigencias y Cometidos Actuales

9. Conclusión.

… “Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado — no podía ser de otro modo — dentro del horizonte de la autoconciencia personal: el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia. Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nuestra vida.

La exhortación Conócete a ti mismo estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de toda la creación, calificándose como « hombre » precisamente en cuanto (conocedor de sí mismo)”.

… “Movido por el deseo de descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombre trata de adquirir los conocimientos universales que le permiten comprenderse mejor y progresar en la realización de sí mismo. Los conocimientos fundamentales derivan del asombro suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal.

La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático. Gracias a este proceso, en diferentes contextos culturales y en diversas épocas, se han alcanzado resultados que han llevado a la elaboración de verdaderos sistemas de pensamiento. Históricamente esto ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico. Pero es evidente que, en estos casos, entra en juego una cierta « soberbia filosófica » que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal. En realidad, todo sistema filosófico, aun con respeto siempre de su integridad sin instrumentalizaciones, debe reconocer la prioridad del pensar filosófico, en el cual tiene su origen y al cual debe servir de forma coherente.

En este sentido es posible reconocer, a pesar del cambio de los tiempos y de los progresos del saber, un núcleo de conocimientos filosóficos cuya presencia es constante en la historia del pensamiento. Piénsese, por ejemplo, en los principios de no contradicción, de finalidad, de causalidad, como también en la concepción de la persona como sujeto libre e inteligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad y el bien; piénsese, además, en algunas normas morales fundamentales que son comúnmente aceptadas.

Estos y otros temas indican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad.

Es como si nos encontrásemos ante una filosofía implícita por la cual cada uno cree conocer estos principios, aunque de forma genérica y no refleja. Estos conocimientos, precisamente porque son compartidos en cierto modo por todos, deberían ser como un punto de referencia para las diversas escuelas filosóficas. Cuando la razón logra intuir y formular los principios primeros y universales del ser y sacar correctamente de ellos conclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, entonces puede considerarse una razón recta o, como la llamaban los antiguos, orthòs logos, recta ratio.”

Para concluir, voy a dejar al lector una inquietud que en este momento perturba mi espíritu: el deseo de vincular de manera coherente los binomios verdad-bien y libertad-responsabilidad, necesarios comprender en profundidad, para poder argumentar a la hora que nos soliciten responder, a un concepto fundamental, que actualmente está al centro del debate público contemporáneo:

¿Qué es la libertad de consciencia?

A este tema quiero dedicar una reflexión, en un próximo escrito desde el Aerópago, invitando al mismo Sócrates, como sujeto de la discusión, filósofo, que para no traicionar la verdad, rehúsa salvar su vida y escapar de prisión, su intelecto reconoce una verdad que no puede traicionar y prefiere morir.

La lectura de las encíclicas que encontramos en la bibliografía nos pondrán en una disposición intelectual de apertura, para examinar la problemática de “La Libertad de Consciencia”, debate que ha tenido ocupado a la humanidad los últimos 2500 años y que hoy más que nunca es relevante para la sociedad postmoderna.

Bibliografía:

Juan Pablo II, Encíclica “Fides et ratio”. Fides et Ratio (14 de septiembre de 1998),
http://www.vatican.va/edocs/ESL0036/_INDEX.HTM.
Juan Pablo II, Encíclica, “Veritatis splendor”. Veritatis Splendor (6 de agosto de 1993),
http://www.vatican.va/edocs/ESL0044/_INDEX.HTM.



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