Del mito de la inmortalidad al paradigma emergente del cuidado de la vida humana.3
De esta manera el cuerpo no es algo que la persona es, sino algo que ella tiene, es un mero instrumento al servicio de los valores racionales. La vida humana tiene una dimensión biológica, que no es esencialmente personal. Esto hace que el cuerpo entre bajo los dominios de la técnica y de la ciencia. La realidad corporal vida-salud y enfermedad, son solo cuestiones técnicas. La dimensión corporal del hombre queda así cosificada, es decir, reducida a puro material, sujetos a criterios de eficiencia y utilidad. Quien instaura esos criterios? La libertad.
La vida humana se concibe como un terreno donde es posible intervenir siempre y cuando la libertad del individuo o la sociedad lo determine. No hay límites éticos absolutos, pues la vida humana está en el campo del “tener”, de la propiedad. La vida humana se cosifica, es terreno para la técnica y la ciencia, según los deseos de la libertad. Podemos decir, que sobre la vida humana confluyen el poder de la ciencia y una ética autónoma que justifica el uso de la ciencia, no en beneficio de la vida humana sino en función de las directrices y apreciación de una conciencia autónoma. La vida humana no se identifica con la sustancia del ser personal, es un apéndice de ella.
Se valora la vida humana en términos de utilidad biológica: solo es válida la vida humana que tiene cierta calidad, según unos parámetros. La vida per se no tiene un valor absoluto, es relativa a algo. Con este presupuesto se pierde el respeto a la diversidad biológica, y se concibe la vida humana, bajo el prisma eugenésico con los peligros que esto trae. Si es cierto que los conocimientos científicos o las intervenciones biomédicas plantean interrogantes o dudas a una determinada cultura o posibilitan ciertas intervenciones, en este caso que nos ocupa en relación a la vida, es el mismo contexto cultural el que procesa estos nuevos descubrimientos y da una repuesta a esa pregunta. Preguntar que hace la ciencia biomédica, y que ella es incapaz de responder, pues hacen referencia a su sentido y valor, trascendiendo las respuestas al saber biomédico 14.
La ciencia se ha convertido en una actividad analítica que en su conocimiento realiza una tarea no de distinción sino de atomización o separación de la realidad. Los hechos se reducen a diversas causas, se pierde la visión universal y existe el peligro del reduccionismo. La consecuencia es que el mundo en cierta manera pierde su halo de misterio y se entra en una época en que este es desacralizado. La emancipación del hombre del medio y su modificación no solo es una tentación más o menos estéril sino algo que pueda satisfacerse. Este cienticismo se apoya en la afirmación implícita de que todo conocimiento científico es bueno y además toda la realidad debe ser conocida bajo el paradigma de la ciencia.
El cuidado humano como pensamientos emergentes de las ciencias de la salud en el siglo XXI.
El enfoque tecnocientífico del modernismo en el siglo XXI en relación con la salud están siendo cuestionados posibilitando en esta nueva era paradigmas emergentes. Sin embargo, existe una prevalencia del paradigma positivista cuya tradición y herencia de pensamiento es bastante fuerte en comunidades más conservadoras.
La antropología dualista cartesiana y el reduccionismo 13 componen las principales características de ese paradigma. El hombre de esta manera fue cosificado, separado y cortado en pedazos, de allí el nacimiento de las especialidades y lo más grave aun del especialísimo.
De hecho la hiperespecialización impide ver tanto lo global, que fragmenta en parcelas, como lo esencial, que disuelve; impide inclusive tratar correctamente los problemas particulares que solo pueden ser planteados y pensados en un contexto. Los problemas esenciales nunca son parcelados y los problemas globales son cada vez más esenciales. Mientras que la cultura general incita a la búsqueda de la contextualización de cualquier información o de cualquier idea, la cultura científica y técnica disciplinaria parcela, desune y compartimenta los saberes haciendo cada vez más difícil su contextualización 13.
Esta fragmentación de los saberes ha brutalizados a los seres humanos, profesionales de la salud y educación, entre otros, han tornado sus prácticas bastantes mecanizadas, impersonales, pocos creativas y a veces deshumanizadas. Se precisa rescatar entonces el sentido de la vida humana y en esa dimensión el interés y el cuidado. Indudablemente, las ciencias de la salud atraviesan una crisis 13, de fragmentación, oriunda de la fantasía de separatividad que culmina en la neurosis del paraíso perdido. Es una crisis ética que envuelve todo el modo de vida y de pensamiento, resultando en una desintegración cultural, ética, ecológica que ha perjudicado la espiritualidad del hombre y de la mujer.
En esta crisis, el cuidado humano emerge como un paradigma holístico de una filosofía integralizadora. Entendiendo el holismo como la manera que cada ser humano busca el comprenderse mejor y de entender la posición que ocupa en el mundo que vive. Cuando hablamos del cuidado de la vida humana 15, dejamos el dualismo cartesiano y el reduccionismo que nos llevó a la separación del cuerpo y la mente y la cosificación del ser humano. El cuerpo sería una parte del ser humano pero no es su totalidad, en las ciencias contemporáneas se prefiere hablar de corporeidad para expresar al ser humano como un ser vivo y orgánico. Se habla de hombre-cuerpo, hombre-alma-espíritu para designar las dimensiones totales del ser humano.
El cuerpo en este pensamiento emergente, es aquella porción del universo que nos anima, informa, concientiza y personaliza. Un maestro del espíritu, refiere que cuidar el cuerpo de alguien, es prestar atención al soplo que lo anima. El cuerpo está formado por el polvo cósmico 15 que antecedió la formación de las galaxias, de las estrellas y del planeta. El hierro, el fósforo, el calcio el carbono y el oxigeno demuestran que somos verdaderamente cósmico.
El cuerpo vivo es también subjetividad. Se dice que el cuerpo es nuestra memoria más arcaica, pues en su todo y en sus partes guarda información (ADN) de largos procesos evolutivos (genes chatarra, el 8º molar, el cerebro reptil).
A través del cuerpo se muestra la fragilidad humana. La vida corporal es mortal, ella va perdiendo su capital energético, sus equilibrios, enferma y finalmente muere. Con la muerte no viene el fin de la vida, ella comienza en su primer momento. Cuando nacemos comenzamos a morir lentamente hasta que acabamos por morir completamente. La aceptación de la mortalidad de la vida nos hace entender de forma diferente la salud y la enfermedad.
La enfermedad 15 significa un daño a la totalidad de la existencia. No es el pecho que duele cuando sufro un infarto, soy yo en mi totalidad existencial que sufro. Por lo tanto, no es una parte que está enferma, es la vida misma que enferma en todas sus dimensiones: en la relación con sí mismo, ya que experimenta los límites de la vida mortal, en relación con la sociedad, porque se aísla, deja de trabajar y tiene que tratarse en un centro de salud, en relación con el sentido global de la vida, porque se pregunta ¿Por qué exactamente yo estoy enferma?
La enfermedad necesariamente remite a la salud. Toda cura debe reintegrar las dimensiones de la vida a nivel personal, social y en lo fundamental que es el respeto al sentido supremo de la existencia. Por eso el primer paso consiste en reforzar la dimensión salud para que cure la dimensión enfermedad. Para reforzar la dimensión salud, debemos enriquecer nuestra dimensión de la salud. No podemos entenderla como la ideología dominante con sus técnicas sofisticadas, de ingesta de vitaminas, de dietas y de ejercicios. La salud debe ser concebida como salud total, como si fuese un fin en sí misma, sin responder a la pregunta básica ¿Qué hago en la vida con mi salud?, nos debemos distanciar de la conocida definición de salud de la Organización Mundial de la Salud “Salud es el completo estado de bienestar físico, espiritual y social y no solamente la ausencia de enfermedades”.
Esa comprensión no es realista, ya que no toma en cuenta las preocupaciones, el dolor, el sufrimiento del espíritu humano y la muerte dentro de la definición. Esta definición ve la salud como un estado y no como un proceso permanente de busca de equilibrio dinámico entre todos los factores que componen la vida humana.
Salud y cuidado designan el proceso de adaptación y de integración de la más diversas situaciones, en las cuales se da la salud, la enfermedad, el sufrimiento, la recuperación el envejecimiento y el caminar tranquilo para el gran pasaje de la muerte. Salud por lo tanto no es un estado ni un acto existencial, es una actitud que hace que en varias situaciones pueden ser de enfermedad o saludable. Ser persona no es simplemente tener salud, es saber enfrentar saludablemente la enfermedad y la salud. Ser saludable significa realizar un sentido de vida que englobe la salud, la enfermedad y la muerte. Alguien puede estar mortalmente enfermo y ser saludable, porque con esta situación de muerte crece, se humaniza y sabe dar sentido a aquello que padece.
Salud es la fuerza de vivir la vida como se presenta, alegre y trabajosa, saludable y enferma limitada y abierta o ilimitada después de la muerte. Es una postura ante la vida, no depende de una clase social en particular, depende de una actitud positiva ante la vida, la enfermedad, el sufrimiento y ante la muerte misma. Qué significa entonces cuidar la vida humana, creo que una dura tarea, ya que implica: cuidar la vida que lo anima, cuidar del conjunto de relaciones como realidad circundante, relaciones que pasan por la higiene, por la alimentación, por el aire que respiramos, por la forma como nos vestimos, por la manera como organizamos nuestra casa y nos situamos en un determinado espacio ecológico.
Ese cuidado refuerza nuestra identidad como seres que nos relacionamos por todos los lados. Cuidar significa la búsqueda de la asimilación creativa de todo lo que nos pueda ocurrir en la vida, compromisos y trabajo, encuentros significativos y crisis existenciales, sucesos y fracasos, salud y sufrimiento. No cabe duda de que la vida humana es compleja, muy relacionada con esos misterios de Dios y de la vida a que él alude. Para poder extasiarse ante ella hay que renunciar al mundo establecido, el de la acción, el de las prisas incontenibles, el de los intereses, el de las urgencias y detenerse a reflexionar, a mirar con ilusión renovada y un tanto poéticamente a nuestro alrededor, también a lo más irrelevante. Sólo entonces estaremos en condiciones de exclamar, con Hermes Trimegisto: "Mágnum, o Asclepi, miraculum est homo!: ¡el hombre, oh Asclepio, es un gran milagro!" Y el saber cuidar la vida como la esencia del hombre es parte de este gran milagro.
Bibliografía consultada
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