Bioetica, Calidad de Vida y Tecnociencia en el mundo globalizado
Autor: Dr. Harold Guevara Rivas  | Publicado:  28/08/2008 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria | |
Bioetica, Calidad de Vida y Tecnociencia en el mundo globalizado.2

Calidad de Vida y Ambiente

 

Según Baldi y García (2), el ambiente es un fenómeno de alta complejidad, y la relación de este con la salud y la calidad de vida de las personas han adquirido una trascendencia cada vez mayor. Actualmente, los conceptos de Ecología y ambiente con relación a la salud y a la calidad de vida se han hecho significativamente más complejos, incorporando relaciones tales como ingresos reducidos, educación limitada, empleo incierto, desocupación estructural, vivienda inadecuada, hacinamiento, falta de instalaciones sanitarias básicas, promiscuidad, exposición a diferentes organismos patógenos, contaminantes y sustancias tóxicas, entre otros. El riesgo de accidentes y violencia genera condiciones que fomentan el desequilibrio psíquico y la injusticia social. La opresión y falta de responsabilidad de los sectores gubernamentales y del Estado para proteger el bien común, agudiza la crisis ecológica y los problemas de salud de la población, comprometiendo su calidad de vida.

 

Desde una visión integradora, la calidad de vida ambiental puede ser concebida como el resultado de las relaciones que establecen los individuos y las comunidades con los elementos bióticos y abióticos del medio. Por otra parte este concepto no puede percibirse individualmente, sino que debe abordarse económica, social, cultural y ambientalmente, ya que toda evaluación subjetiva estará inmersa en un contexto socio-histórico determinado. A modo de ejemplo, la calidad del agua, del aire, de la tierra y el contacto con la naturaleza impactan directamente en la calidad de vida de las personas, pudiendo afectar procesos de su salud (2).

 

Se debe asumir entonces el ambiente como un sistema complejo, en el que los procesos que determinan su funcionamiento son el resultado de la confluencia de múltiples factores que interactúan de tal manera que no puede ser descrito por la simple adición de estudios independientes sobre cada uno de sus componentes (5).

 

Tecnociencia y Ambiente

 

Hasta hace pocas décadas, el positivismo triunfante presentaba a la ciencia y la técnica como actividades “neutras”, colocadas más allá del bien y del mal. El proyecto tecnocientífico escapaba al juicio crítico en tanto instrumento del progreso ilimitado en el que la humanidad se creía embarcada. Después del uso de la bomba atómica en Hiroshima, y más recientemente con el advenimiento de la ingeniería genética con sus dilemas éticos inherentes, la actitud ante la tecnociencia se debate entre una confianza ingenua en los beneficios que ambas prometen y los riesgos desmesurados que representan para la humanidad, en tanto que el ser humano en su afán de someter y explotar a la naturaleza usando la tecnociencia, puede terminar derrotado y dominado por esta (6).

 

Entendiendo como ambiente el conjunto de elementos concretos que nos rodean y su sistema de interrelaciones (7), cabe destacar que el aumento creciente del conocimiento que el hombre tiene de sí mismo y de su entorno, no ha ido al unísono con un compromiso moral que establezca las bases para que el bienestar humano sea simultáneamente bienestar ecológico. Y no puede serlo mientras se mantengan relaciones de asimetría en el acceso a bienes y servicios entre los seres humanos, de inequidades que engendran pobreza y acciones bélicas. Tanto la pobreza como la riqueza desmedidas revierten sus acciones maléficas sobre el hábitat, pues los pobres destruyen la naturaleza para sobrevivir y los ricos para aumentar su opulencia ambiciosa. Mientras los pobres tengan que roer la naturaleza para saciar su hambre y los poderosos desangren los ecosistemas para aumentar sus cuentas bancarias, no hay esperanza alguna ni para el hombre ni para la naturaleza (1).

 

Jonas en su obra sobre el principio de responsabilidad señala que el hombre puede pensar que sus intervenciones técnicas sobre la naturaleza son superficiales y sin peligro de sufrimiento para la misma, porque ella misma ejerce los mecanismos para restablecerse (autopreservación), y que por ello, cada nueva generación encontrará la naturaleza como la vio la generación anterior (8). Pero hoy se sabe que la tecnología puede ejercer efectos irreversibles sobre el ambiente, por lo tanto existe la obligación moral del bien ser, que consiste en actuar pensando en la suerte de los otros. De acuerdo con Jonas, la responsabilidad del hombre no tiene límites, y su acción debe evitar la destrucción de toda posibilidad de una existencia humana, esta es la ética de la responsabilidad. Luego el hombre tiene el deber moral de velar por el cuidado de la naturaleza; tiene la responsabilidad de garantizar para las generaciones futuras un ambiente adecuado para su desarrollo. Eso es lo que constituye la ética ambiental (9).

 

América Latina debe estar muy atenta respecto a la prevención, control y evaluación de los riesgos químicos y biológicos sobre su población humana y los ecosistemas, inherentes al desarrollo industrial biotecnológico. En general, los países en vías de desarrollo son presa fácil para la industria internacional altamente contaminadora del ambiente debido a su fragilidad legislativa, a la pobreza de sus habitantes y a la corrupción de su clase dirigente. No se puede permitir que nuestros países se conviertan en el basurero de las sustancias tóxicas y de los desechos radioactivos de las naciones industrializadas (1).

 

La transferencia de tecnologías nocivas (procesos productivos contaminantes), desde países desarrollados a otros en vías de desarrollo, característica de la globalización, puede tener su expresión de daño en el perfil de salud de los trabajadores, de sus familiares, de los habitantes de la región en que se instaure la tecnología nociva y en el equilibrio del sistema ecológico, puesto que en muchas ocasiones los procesos transferidos a países en vías de desarrollo incluyen sustancias tóxicas no biodegradables, que se tienden a bioacumular y biomagnificar, como el mercurio y los insecticidas organoclorados. En este caso desde el punto de vista ético se comprometen los principios de no maleficencia y de justicia, en el plano global, puesto que las grandes potencias para maximizar sus ganancias, al hacer esas transferencias de tecnología exportan riesgos y procesos desfavorables para nuestros países, nuestros habitantes y nuestro ambiente, dando lugar a un daño infligido por el hombre al hombre mismo, de países poderosos a otros menos industrializados, agrandando la brecha entre ricos y pobres y depredando el ambiente. Además, la falta de solidaridad para con los pobladores de los países en vías de desarrollo implica que se ignoraron los principios éticos de responsabilidad y de precaución (ante la duda, abstenerse de actuar).

 

Asimismo, los dirigentes de nuestros países deben tener en cuenta el principio de no maleficencia al momento de tomar la decisión de admitir procesos productivos potencialmente nocivos, haciendo una evaluación de riesgos y beneficios, intentando conciliar el imperativo de respeto a la dignidad de la persona humana, el principio de autonomía entendido como ejercicio de libertad con responsabilidad y asunción de las consecuencias que se derivan de las decisiones tomadas, el derecho de todo ser humano a trabajar en condiciones adecuadas y a disfrutar de un hábitat saludable.

 

La tecnociencia, guiada por la mano invisible del mercado podría terminar sustituyendo a Dios, prescindiendo del homo sapiens para dar relevancia al homo economicus (10). Es decir, el ser humano podría estar en la encrucijada de autodestruirse con la tecnociencia, si esta sigue siendo un fin en sí misma, o utilizarla como medio para su autorrealización (11).

 

Desarrollo Sustentable y Ecología Humana

 

La brecha entre países industrializados y en vías de desarrollo ha puesto de manifiesto la necesidad de que se plantee un nuevo orden social, económico y político, donde el progreso de todos los pueblos se logre, no sólo a través de la distribución equitativa de las riquezas sino que este desarrollo sea sustentable o sostenible, es decir, un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras para satisfacer las suyas (9, 12). Este debe ser consecuencia de una revolución ética que nos retrotraiga al humanismo y a la consideración de los valores fundamentales de la vida (13), que a juicio de Guevara se obtiene estimulando actividades económicas que, aprovechando las potencialidades de los recursos naturales, no atenten contra su integridad y existencia (9).

 

Otros amplían esta definición señalando que es el proceso de lograr el desarrollo humano de manera incluyente, conectada, equitativa, prudente y segura. La inclusividad implica desarrollo humano en el tiempo y el espacio. Conectividad implica interdependencia entre lo ecológico, lo económico y lo social. Equidad sugiere justicia intergeneracional, intrageneracional e interespecies. Prudencia tiene que ver con los deberes de cuidado y prevención tecnológica, científica y política. La seguridad demanda estar a salvo de amenazas crónicas y protección contra disrupciones dañinas (14).

 

Es evidente que el desarrollo sustentable no niega, en principio, la lógica capitalista de producción de bienes y riqueza con la tecnología más eficiente posible y en las condiciones más favorables para maximizar la ganancia, pero sí la condiciona fuertemente, intentando armonizar crecimiento económico, mejoramiento social y conservación del ambiente, manteniendo los principios de equidad entre grupos sociales, entre territorios y entre las generaciones actuales y futuras, por lo cual es un paradigma emergente que permite el análisis integral de las sociedades humanas en general y de la nuestra en particular (12).


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