El psicoanalisis y la cultura. La cultura de la aceleracion. Sus efectos psiquicos
Autor: Dr. José Cukier  | Publicado:  30/01/2009 | Otras Especialidades , Psicologia | |
El psicoanalisis y la cultura. La cultura de la aceleracion. Sus efectos psiquicos.2

Unas breves reflexiones sobre el tema del número.

 

En los orígenes de la cultura el número es lógicamente anterior a la letra. En la historia de la escritura el número fue empleado de modo sucesivo de dos formas: primero para expresar cantidades, y luego para fechar, en cuyo caso se privilegia la función de la historia de ciertos individuos y grupos. Este segundo uso del número incluye la temporalidad y la identificación. En la medida que en nuestra cultura actual los números son usados con fines contables y no identificatorios, las relaciones tienden a transformar a los otros en números sin nombre en la memoria ajena.

 

Se pierden los nombres y con ello la posibilidad de acceder a una identidad. Las relaciones solo son, en su mayoría, "contactos". Se circula de un espacio a otro, estableciendo "conexiones".

 

Espacios y tiempos regidos por frecuencias, números, ritmos, intereses y ganancias. Los vínculos retrogradan a vínculos narcisistas en que el prójimo, suele ser instrumentado como auxiliar, Freud, (1921c). Las relaciones no son de "ser como" (identificarse con el ideal), sino de "tener y usar a", (vínculo posesivo y desconsiderado). En tales regresiones y vínculos, se advierte la eficacia de la pulsión de muerte.

 

El problema de la aceleración temporal.

 

La discontinuidad es fundamental en la producción anímica del tiempo, y deviene del movimiento pulsional de investidura periódica y la desinvestidura posterior. Con la investidura surge la conciencia, y ésta desaparece, cuando la investidura se interrumpe.

 

Dinámicamente entonces, el flujo y reflujo libidinal, que genera la discontinuidad, necesita de dos lugares diferentes como requisito; por ejemplo la tensión devenida de las relaciones intercelulares, la constitución de los lugares psíquicos o la apertura de las zonas erógenas. Cuando aumenta la cantidad del flujo por tramitación insuficiente de la misma, el ritmo se acelera y con ello dejan de marcarse las diferencias de tiempo, es decir la fundamental discontinuidad. Sobreviene el estancamiento, la intoxicación pulsional, la falta de ligadura psíquica y la descarga.

 

La velocidad y sus diferencias genera el pasaje de la lógica de la simultaneidad, a la analogía donde impera la palabra. La aceleración de los ritmos produce el acortamiento de los ciclos, el amesetamiento y la disminución del espacio temporal entre éstos, con lo cual "todo es igual".

 

Se acompaña de sentimientos de aburrimiento, hastío, que intentan paliarse con el tener diverso y acelerado. Los objetos mundanos son rápidamente expulsados sin disfrutar y transformados en desechos, símil al generado por acumulación pulsional. La autopercepción de la aceleración, crea la sensación relativa de que las cosas pasan más lentamente en relación al tiempo propio con sentimientos de impaciencia. La menor capacidad de ligar la pulsión por falta de introyección del asistente original provoca la acumulación y la intoxicación que estimula la descarga, ésta potencia la ya producida por pérdida de ritmo. La exterioridad plasma el conflicto interior, y hoy todo es bueno si es instantáneo. Se usa, se tira y se acumula basura comprometiendo la ecología. Realidad externa e interna coinciden. La ecología y la economía intrapsíquica están abrumadas por desechos no procesados que tienen efectos tóxicos.

 

Efectos psíquicos de la aceleración y la simultaneidad. La familia hoy. Vínculos interindividuales. Organización mental. Matiz afectivo. Sentimiento de sí mismo.

 

En la institución familiar es posible observar el resultado de los esfuerzos intrapsíquicos e interindividuales por procesar las triples exigencias, las instintivas las exigencias de la realidad y las derivadas de las tradiciones. En aquellas situaciones en que claudica la posibilidad de tramitar las exigencias pulsionales por déficit o ausencia materna, éstas según las hipótesis Freudianas se vuelven tóxicas. Lo verdaderamente tóxico es la pulsión y esto se da cuando el yo inerme ante ella no la puede tramitar ni en forma motriz ni psíquica, Freud, (1895b, 1898a, 1912f). Cuando ocurren estos estancamientos libidinales surgen afectos desbordantes de los cuales Freud describió la angustia automática (1926d). En todos ellos prevalece la misma característica: que la magnitud de los procesos pulsionales estancados es tan grande, que desborda la posibilidad de que la conciencia, registre los estados afectivos correspondientes. Se dan emociones, cuya intensidad imposibilita captar el tono psíquico, las variedades de matiz, Maldavsky, D, (1990).

 

El yo real primitivo del infante queda abrumado por la pulsión e impedido de tomar conciencia de la vitalidad de los procesos pulsionales y del núcleo de la propia existencia. La conciencia inicial del sentirse vivo queda interdicta cuando quién está a cargo del infante carece de empatía o ternura. La familia es la encargada de brindar el sustento para desplegar la fractura en el ello y diferenciarlo del yo, facilitando la inscripción del matiz afectivo en la conciencia como contenido de la misma. La imposibilidad de sentirse vivo resulta de la falencia en las primeras relaciones objetales. Se puede intentar suplir con estímulos espurios tales como las adicciones, el consumo acelerado, el incremento de operaciones económicas o el trabajo creciente sin freno. El tener es usado a la manera de pseudopulsión para buscar el afecto no sentido y sustituir la ausencia del sentimiento de ser.

 

Las funciones fallidas o no surgidas del yo real primitivo buscan sustituirse por drogas que pueden clasificarse según las funciones que intentan suplir: sustitución del sueño (barbitúricos); mantenimiento del estado placentero de base (ansiolíticos, antidepresivos); perturbación de la motricidad voluntaria (cocaína); percepción y afectividad (marihuana, opio, LSD, anfetaminas).

 

En un polo menor de la escala se encuentran las adicciones al trabajo, honores, deportes, al éxito fácil y al dolor, (vía accidentes por ejemplo), como un intento supremo de recuperar el sentimiento de estar vivo.

 

El matiz afectivo deriva de la introyección del soporte materno, y el sentimiento de sí es un conjunto caleidoscópico que reúne diversos matices afectivos productos de la identificación. Provee un bienestar básico que sustenta el sentirse vivo, la captación de la propia vitalidad y la ajena y la capacidad para estar solo, Winicott, (1958). El matiz afectivo, si bien es un producto intrapsíquico importa para su constitución el enlace con un otro diferente, de manera que el matiz es representante del ensamble pulsional y la realidad.

 

- Función paterna.

 

La ausencia de una función paterna conspira para que sobrevenga la diferenciación madre hijo. Nuestra cultura estimula esta ausencia con la falsa promesa de "pertenecer" y alcanzar metas imposibles de satisfacer. Ante la falta del tercero que imponga la separación, madre e hijo continúan operando con el supuesto de una unicidad orgánica, pero además con funciones invertidas y el niño es tomado por su madre, como lugar para la descarga de sus procesos tóxicos. En estas familias se parte de un supuesto: pertenecer a la misma confiere el derecho de tomar al cuerpo del otro como propio según se evidencia por ejemplo en las situaciones de maltrato infantil. El hijo, y en particular su cuerpo, no constituye un bien social sino un patrimonio personal, sobre el cual es posible obrar según el capricho. La falta de una función paterna reordenadora es sustituida por el despotismo. La ausencia permite el mantenimiento de una simbiosis patológica previa. Esta constelación permite la confusión y un enlace narcisista entre los miembros del grupo, que opera como defensa contra la admisión de las pérdidas. La constelación psíquica dominante privilegia el narcisismo y rechaza una ley que regula los vínculos inmediatos, con una característica específica cuando predominan los procesos tóxicos. Esta característica singular que rige la indiferenciación puede ser enunciada con la siguiente frase: "Carne de mi carne, sangre de mi sangre", Maldavsky. D. (1991a).

 

- El cuerpo en las patologías psicosomáticas. Los ritmos.

 

Cuando Freud analiza el cuerpo como fuente pulsional formula un criterio descompositivo en partículas. Estos establecen entre sí vínculos basados en la existencia de elementos comunes, y diferencias específicas. Por lo tanto la unión entre tales partículas crea una tensión, opuesta a la pulsión de muerte. En este nivel, el encuentro con lo diferente preserva del aniquilamiento porque si tales partículas viven rodeadas por sus propias deyecciones, mueren irremisiblemente en un proceso tóxico. Sólo se puede conservar la vida, si ésta transcurre entre productos segregados por partículas diferentes. Freud conjeturaba que también era necesaria una coraza de protección ante los estímulos exteriores al cuerpo, y también la posibilidad de expulsar fuera del organismo, aquellas excreciones que en lo interior se volvieran tóxicas, para interponer luego ante ellas la mencionada coraza. Podríamos decir que si falla el criterio expulsivo o la coraza antiestímulo, un sector del organismo pasa a funcionar como depósito potencialmente explosivo de las toxinas generales. En determinados momentos de un grupo, opera una lógica por la cual los distintos integrantes constituyen partes de un cuerpo único, como si estuvieran todos unidos por un cordón umbilical, y uno de los integrantes, o varios alternativamente, ocuparan el lugar de coraza o el lugar en que ocurre la descarga. El agente gracias al cual se logra sostener este criterio está constituido por un erotismo despertado con exageración. Este en lugar de investir la exterioridad puede tomar al cuerpo como objeto.

 

Puede pensarse que en cada aparato psíquico existe un momento primordial en que el yo aún no se ha desprendido del ello, y en que la libido inviste a los órganos y luego emigra hacia las zonas erógenas. Cuando en un movimiento regresivo toma al cuerpo como objeto, la exterioridad que le corresponde es de naturaleza rítmica. En esta importa no la cualidad del estímulo sino la frecuencia, la captación de ritmos indica la indiscriminación inicial. Se va produciendo una articulación entre ritmo, número, ganancia; típico de los enfermos psicosomáticos de quienes se dice que "hacen números" como un intento de recuperar su propio ritmo. La ganancia que obtiene, suelen pagarla con salud (con una "libra de carne") y en la búsqueda del plus de ganancia, ("plusvalía") el precio es la salud. En tales ocasiones muy arcaicas del desarrollo libidinal, ciertas actitudes familiares intrusivas o abandonantes, promueven un mismo efecto: despiertan grandes intensidades voluptuosas, en lugar de registros sensoriales de la exterioridad.


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