La etica ecologica en el antropocentrismo de la ecologizacion del individuo
Autor: Camilia Souki Morocoima  | Publicado:  27/02/2010 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria | |
La etica ecologica en el antropocentrismo de la ecologizacion del individuo .3

Precisamente, si se entiende que cualquier principio moral ha de tener en cuenta a todos los individuos afectados por él; y si una norma sustentada en un principio se encuentra legitimada si en ella cristalizan necesidades e intereses generalizables; con consecuencias previsibles en las que los afectados estarían de acuerdo, entonces, las condiciones de argumentación y deliberación diseñadas en las éticas comunicativas serían bases idóneas para dar respuesta práctica de razón práctica a los problemas que las mujeres y los hombres y el mundo de hoy tienen planteados y que se suelen englobar bajo el rótulo de crisis ecológica, crisis ambiental; crisis social; que además, se podría entender como crisis de civilización. Sólo que en el seno de comunidades de diálogo, donde se dirime acerca de las pretensiones de validez y de fundamentación de juicios morales, habrían de estar presentes, de algún modo, todos los elementos que integran el medio ambiente global.

Parafraseando a Rigoberto Lanz citado en Parra, Luz Neira: Este es un artículo que se adentra en los problemas conceptuales y prácticos de pensar en el tema de la violencia simbólica de Pierre Bourdieu, en dos aspectos que se nos antoja parece ser el umbral hacía epistemologías diferentes: la relación cultura – desarrollo y otra se asoma desde el modelo adquisicional de la semiótica del relato de A. J. Greimas, los nexos entre la producción del sujeto operativo y la producción del sujeto narrativo. Sin duda resulta apasionante, por las posibilidades que ofrece de pensar la cultura desde la alteridad conceptual en relación a su objeto de estudio.

El sujeto humano que hace la ética no es un sujeto ahistórico; está marcado y definido histórica y socialmente. El individuo varón, racionalista, propietario, adulto, poseedor de los instrumentos para dominar y someter a la naturaleza; exhibe los rasgos que componen el modelo de subjetividad moderno, que conlleva la negación de los límites, de la finitud, de la muerte, de la sociabilidad; de la naturaleza. La naturaleza es un recurso, creyente ciego en el progreso y en el crecimiento como dogmas indiscutibles.

La tarea de ecologización de este sujeto moderno no consiste en preconizar ningún modelo imposible de sistema social cerrado, sin intercambio de materias y energía con el entorno natural, ningún modelo de sociedad cuyo intercambio con el medio sea igual al grado cero de entropía, es decir, en equilibrio dinámico y perfecto. Pero ni siquiera consiste en postular ninguna forma de sociedad en temibles condiciones de atraso; no se trata de una vuelta atrás. Ni ultra carencial, ni ultra modernidad, sino superación de la desintegrada modernidad tardía, como dice Hans Küng (1990). Supondría, pues, importantes cambios en la definición social de ese sujeto, cambios a los que nos obligaría el estado del mundo y de sociedades humanas en el momento presente. El reconocimiento de la imperfección, reconocerse como un sujeto humano finito, imperfecto, que tiene límites, incompleto; porque el sujeto, en su construcción de orden, genera necesariamente desorden; el reconocimiento de la diversidad del sujeto, un sujeto integral, que reconoce las varias dimensiones que en él existen: estética, emotiva, otras; sin amputaciones racionalistas; un sujeto que se reconoce ser vivo entre los seres vivos, miembro del movimiento de la vida, no por encima ni fuera de él, serían algunas notas definitorias de ese sujeto ecologizado que ha de entenderse sobre la base de la des-construcción del sujeto moderno.

Naturalmente, un sujeto así no se crea por un acto de voluntad, sin que medie una serie de cambios estructurales, económicos, sociales. Es decir, el cambio individual no se opera sino en interacción con el cambio social. Por otra parte, el cambio del modelo de sujeto ha de ser, por fuerza, un cambio gradual, donde se van operando modificaciones de conductas. No se vive como se piensa, sino que generalmente se piensa como se vive. El sujeto ecologizado es el sujeto compatible con una sabia concepción antropocéntrica.

Parece claro que las tradiciones éticas modernas no se han elaborado sobre un tipo de sujeto como el que se refiere. Y esa es la razón de que, al hablar de ética ecológica, no se esté de acuerdo con aquellos que todavía hoy ante la cuestión repetida de si se necesita una nueva ética; concluyen que tal cosa es innecesaria, argumentando que las éticas existentes ya contienen un potencial suficiente para que pueda hablarse de responsabilidades y deberes morales del ser humano respecto al medio ambiente que le rodea. Porque éste es, justamente, el error: pensar que como la actividad humana productiva y generadora de desarrollo ha sido agresiva con el ambiente, lo que hay que hacer es ser menos agresivo, ser más cuidadoso con el entorno.

Y ése, no es el problema de un sujeto como el sujeto moderno, ni de una ética elaborada por y para ese sujeto, no se puede sacar una ética ecológica. Todo lo más que se saca es una ética que añade algunas divulgaciones de consideración para con los animales, o con referencia a las fuentes de energía, o a la estimación cosmetológica del paisaje. Siempre por la vía de la analogía de los deberes interhumanos y siempre teniendo como referencia suprema a la especie humana. Sería una ética pintada de verde, una ética cosmética, meramente ambiental o ambientalista, que no va a la raíz de los problemas, como intentaría hacerlo una ética ecológica. Si la idea recta del desarrollo humano, sobre la que se ha construido el sistema de producción y distribución de bienes, la organización de las sociedades y las relaciones del hombre con el hombre y del hombre con el ambiente; el modelo civilizatorio ha sido la del dominio y explotación del hombre sobre lo demás. Hoy, al manifestarse como indeseables las consecuencias y efectos de aquella idea recta, no habría otro camino racional que el de examinarla y modificarla.

No es posible una política ambiental sectorial o complementaria, sino que ésta ha de aspirar a un cambio cultural, espiritual, político y social global. No se trataría de cambiar la política ambiental del sistema, sino de cambiar el sistema mismo ecologizándolo. Porque la crisis ecológica es la manifestación de un problema que tiene dos caras: el deterioro del medio natural y la degradación del medio social; es la resonancia de la vida. Pero entonces ya no consiste en hablar sólo de política, estrictamente, sino que la política interaccionad aquí con el plano cultural y ético. Hay que colocar en el centro de la cuestión ecológica la instancia de la decisión individual y colectiva. El sistema social, el sistema político y el sistema moral tienen necesariamente que interaccionar y actuar ante el reto que supone la crisis ecológica y ambiental. En otras palabras, la dimensión del cambio social, que necesariamente se ve también un cambio espiritual, ético y cultural.

La ética ecológica obliga a poner en primer plano la cuestión de los límites del modelo civilizatorio. La ecología se construye mirando al planeta, a la casa de todos, no sólo a la casa humana; Gaia es un patrimonio con presencia y pertenencia a los seres vivos de todo orden. Un valor ecológico a postular desde esta ética y a cultivar dentro de ella es la solidaridad, pero una solidaridad que no se detiene en los límites de la simetría de los pactos interhumanos en un orden planetario. Es una solidaridad ecológica y ambiental que nace de reconocerse en el mismo destino, compartiendo la misma aventura de la vida, con todo lo que constituye el proceso de armonía vital; incluso con aquellos que aún no han nacido, pero que vendrán y tendrán este mismo medio como suyo. La postulada ecologización del individuo pasa por estos cambios de percepción.

La búsqueda de las significaciones y sentidos que hay detrás de los fenómenos sociales, investigar el proceso de producción de sentido y la crisis de sentido de la mujer y del hombre. Detrás de las palabras y los comportamientos hay un universo oculto, que hay que desentrañar.

Joyce Esser Díaz y Carlos Rojas Malpica. Sujeto y objeto en el lenguaje de la ciencia (2006). Sostienen: El trabajo no es un objeto, sino una actividad que da acceso a los objetos que el hombre necesita para su sustento y convivencia social, aunque no en los mismos términos en que el animal se provee de alimentos, conformándose con los productos acabados de la naturaleza. Mediante el trabajo, el hombre modifica la naturaleza y se perfecciona a sí mismo. Transforma y se transforma. Por el trabajo podemos explorar la genealogía de la subjetividad humana. Cuando en la historia se pasa del trabajo manual al trabajo intelectual, ocurre también su representación social como dinero, el cual es un abstracto de la cantidad de esfuerzo laboral contenido en un símbolo vehiculizado como monedas, conchas cauríes o porcelana.

La idea es que lo humano se construye como tal mediante un proceso de simbolización de la realidad. En este proceso el lenguaje ocupa un papel predominante. La sociología, la comprensión de la sociedad y la psicología social, los grupos como lugares intermedios y de entrecruzamiento entre la subjetividad individual y social, si se puede discriminar ambas, entre la socialización en el grupo familiar primario y en los espacios institucionales.


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