La Epistemologia como faro de la Metodologia
Autor: Dr. Harold Guevara Rivas  | Publicado:  7/05/2010 | Formacion en Ciencias de la Salud , Otras Especialidades | |
La Epistemologia como faro de la Metodologia .2

Al realizar este salto paradigmático en nuestra conciencia, si es que consideramos pertinente hacerlo, debemos vencer nuestras propias resistencias y asumir con pasión nuestra decisión, apegarnos a la autonomía del sujeto investigador (Leal, 2009) puesto que la propia convicción es la única alternativa que nos da asidero cuando nadamos contra la corriente arraigada en nuestro entorno y en nosotros mismos, como ya hemos comentado.

En este orden de ideas, Quiroga (2008), citando a Ken Wilber, señala que la mente es la apariencia interna de nuestra conciencia mientras que, por otra parte, el cerebro constituye su apariencia externa. El cerebro es localizable físicamente, tiene un peso y unas dimensiones. Tiene, en definitiva, lo que Wilber denomina, una localización simple. Sostiene que se puede señalar el cerebro, una roca o una ciudad pero no es posible hacer lo mismo con la envidia, el orgullo, la conciencia, el valor, la intención o el deseo. ¿Qué es el deseo? No podemos señalarlo del mismo modo que apuntamos a una roca, porque el deseo es una dimensión interna y carece, por tanto, de localización simple. ¡Pero eso no significa que no sea real! Tan sólo significa que carece de localización simple. El deseo no se puede ver pero se puede interpretar.

Quizás todas estas reflexiones nos llevan al famoso relato de los ciegos y el elefante, en el que un maharajá mandó reunir a todos los ciegos del pueblo, pidió que los pusieran ante un elefante y les pidió que tratasen de identificar qué era. Unos dijeron, tras tocar la cabeza: “Un elefante se parece a un cacharro”; los que tocaron la oreja, aseguraron: “Se parece a un cesto”; los que tocaron el colmillo: “Es como una reja de arado”; los que palparon el cuerpo: “Es un granero”. Y así, cada uno convencido de lo que declaraba, comenzaron a disentir enfáticamente entre ellos.

Se dice que esta historia la contó Buda en respuesta a las reiteradas rencillas entre seguidores de distintas escuelas metafísicas y religiosas. Y se cuenta que agregó que la visión parcial entraña más desconocimiento que conocimiento y que aunque todos están parcialmente correctos, dada la limitación de sus facultades, todos están errados dada la realidad evidente. Dice Wilber que las superficies pueden ser vistas pero las profundidades deben ser interpretadas como señala Quiroga (Ob cit). Este parcelamiento y subespecialización nos ha venido afectando en el proceso de enseñanza-aprendizaje de todas las áreas del conocimiento, particularmente de los futuros profesionales de la salud.

Sin embargo debemos reconocer que no todo ha sido malo, puesto que de alguna forma hemos logrado acercarnos a la realidad, sólo que nuestra percepción de ella en la mayoría de los casos ha sido sectorizada y sesgada por nuestro objetivismo ilusorio. Actualmente consideramos que ni siquiera en la investigación positivista que hemos hecho la objetividad ha sido tal, puesto que hay en nosotros una natural tendencia a asumir la realidad como compleja, como sistema de interrelaciones entre partes conectadas dinámicamente. Por ejemplo cuando se obtienen hallazgos no previstos que se salen de la lógica lineal de la relación causa-efecto, lo que ocurre en la mayoría de los casos al investigar el proceso salud-trabajo-enfermedad y la salud pública. Debemos asumir la realidad con una visión no lineal, interdimensional, que incluye lo borroso y lo impreciso, con todas sus interacciones, retroacciones, implicaciones e incertidumbres (García, 2006; Leal, 2009; Morin, 2003; Morin et al., 2003; Ugas, 2006).

Más allá de la objetividad e incluso de la subjetividad, debemos tener presente la intersubjetividad en la investigación, la existencia de una serie de constataciones de hecho sumidas en lo impreciso, lo vago, lo dinámico, lo incierto y lo contingente; al interactuar con la realidad debemos aproximarnos más al orden implicado (la esencia, el noúmeno, que a su vez comprende lo vago y lo impreciso) que al orden desplegado (lo aparente, lo fenoménico), como propone Moles (1995).

Asimismo, más que una realidad parcelada, dividida, analizada, abordada por las disciplinas escindidas unas de otras, debemos asumir la realidad como un sistema abierto y complejo, cuya integración hace posible un todo que es más y menos (por las retroacciones negativas, lo que queda inhibido por la misma dinámica del sistema) que la suma de sus partes según el principio sistémico de la complejidad (Morin et al., 2003; García, 2006). Visto desde la ontología sistémica, el ser humano es un todo físico-químico-biológico-social-cultural-ético-moral-espiritual compuesto por una serie compleja de otras subestructuras o subsistemas, y todas juntas, supeditadas unas a otras en el orden y jerarquía señaladas, forman una superestructura dinámica de un altísimo nivel de complejidad que es la persona humana, siendo evidente la necesidad de adoptar una metodología interdisciplinaria para integrar los aportes de las diferentes áreas del saber en un todo coherente y lógico con base en el principio de la complementariedad, como lo señalan Martínez (1998), Soto (1999) y Garciandía (2005).

Hay que tener presente el componente caórdico de la realidad, es decir, que todo orden tiene un caos implícito y que el desorden puede ser generador de una frágil estabilidad con base en el principio de recursividad organizada, más allá del orden estático que da por sentado el positivismo; de igual manera, el principio hologramático (Morin et al., 2003; Garciandía, 2005) según el cual el todo contiene a cada parte y cada parte contiene en sí misma al todo, lo cual dejaría sin efecto el imperativo positivista de estudiar una muestra suficientemente grande y representativa.

Consideramos que debemos deslastrarnos de las ideas de la unicidad del pensamiento, de la objetividad pura, de la causalidad lineal, de los determinismos, de querer demostrar antes que mostrar, de querer convencer antes que suscitar reflexión, acciones que nos han acompañado hasta ahora y nos han permitido conocer sólo la superficie, el pico de ese iceberg que es la realidad, recordando que aunque el iceberg luzca pétreo, rígido e inerte, en sí mismo es una danza aleatoria de corpúsculos y ondas que preservan un frágil equilibrio (orden) con tendencia al desorden (caos), pero también a la regeneración creadora a partir del caos (autopoiesis), término constituido por dos palabras griegas, auto (hace referencia a la condición de sí mismo) y poiesis (poesía, producir, hacer). El concepto fue desarrollado por Maturana, Varela y Uribe, tres neurofisiólogos chilenos según refiere Garciandía (2005) quienes señalan que consiste en la capacidad que poseen los seres vivos para desarrollar, conservar y producir su propia organización, de modo tal que esa organización que se desarrolla, conserva y produce es idéntica a la que lleva a cabo el proceso.

Se trata de una red de procesos de producción, en la que la función de cada componente es participar en la producción o transformación de otros componentes de la red. Como consecuencia toda la red, la organización entera, se constituye a sí misma, se hace y fabrica en todas sus estructuras que son el soporte de la organización misma. Esto refuerza lo resaltado por Ugas en el 2006 y Morin en 1999, siguiendo los postulados de lo que Martínez (1998) llama la nueva racionalidad y lo que Abraham Moles (1995) denomina una epistemología de lo impreciso con su infralógica o lógica de lo borroso.

De hecho, Morin (2000) señala que las ciencias nos han hecho adquirir muchas certezas pero de la misma manera nos han revelado innumerables campos de incertidumbre, por lo cual nos propone que aprendamos a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza.

El despertar epistemológico a nivel de la conciencia puede llevar al investigador a un salto cualitativo relevante, pasando de la rigurosidad metodológica a la construcción del método (camino a seguir) en la medida que avanza el diálogo investigador-realidad, es decir, el a-método postulado por Morin (1999) y Feyerabend (2000) en su obra Tratado Contra el Método. Según la postura epistemológica de Paul Feyerabend (citado por Leal, 2009; y por Bracho et al., 2004), en la ciencia el éxito es el resultado del atrevimiento metodológico, no de la adhesión a una racionalidad totalmente obsoleta, es decir, muchos conocimientos y descubrimientos se han concretado gracias a que los investigadores no se han ceñido al método científico clásico. Para el autor no hay método, sino métodos; ya no hay núcleos que salvar sino dogmas que derribar y nuevas teorías que edificar. La ciencia se asemeja al arte, no hay unidad de método en la ciencia, rechazándose los exclusivismos (Mardones, 1994). Los principios de complementariedad de Niels Bohr y de incertidumbre de Heisenberg, postulados originalmente en el marco de la física cuántica, se van abriendo paso, transitando de un mero deseo a concreciones metodológicas justificadas con base en su significación científico-filosófica (Strobl, 2007).

Se pasa entonces a una metodología fraguada en la praxis investigativa propiamente dicha, se hace camino al andar y no en la camisa de fuerza de un proyecto cuyas modificaciones, aun en estudios desde el paradigma positivista suelen ser muy numerosas, reconociéndose así en la práctica la inconveniencia de la rigidez metodológica, no así de la rigurosidad y respeto al paradigma escogido, porque lo mejor ante la realidad compleja es acercársele sin prejuicios y sin planes que pueden truncar que esta emerja en toda su riqueza. Por lo cual Morin et al (2003) proponen que la Complejidad es un estilo de pensamiento y de acercamiento a la realidad que genera su propia estrategia inseparable de quienes lo desarrollan, poniendo a prueba en el caminar los principios generativos del método. Sin rechazar el análisis, la disyunción o la reducción (cuando es necesaria), el pensamiento complejo rompe la dictadura del paradigma de simplificación. Pensar de forma compleja es pertinente allí donde (casi siempre), nos encontramos con la necesidad de articular, relacionar, contextualizar, donde no se puede reducir la realidad ni a la lógica ni a la idea, donde buscamos algo más que lo sabido por anticipado. Finalmente, se debe pasar del lenguaje de la lógica formal (lineal, causal, predecible) al de la lógica configuracional (no lineal, interconectada, imprecisa y no predecible).


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