Muerte digna y derechos del paciente
Autor: Dr. Leonardo Strejilevich | Publicado:  9/04/2010 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria | |
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Muerte digna y derechos del paciente

Dr. Leonardo Strejilevich. Médico. Neurogerontología – Neurogeriatría. Master en Gerontología Social. Universidad Autónoma de Madrid

República ARGENTINA

El proceso de la muerte está adquiriendo una gran importancia en nuestras sociedades. Suele decirse que contribuyen a ello tanto las posibilidades técnicas y avances de la medicina como la introducción del valor de la autonomía personal en la toma de decisiones en esta etapa, antes gestionado de manera casi exclusiva por médicos y sacerdotes.

El sistema sanitario tiene como fin último la mejora continuada de la asistencia sanitaria y al paciente como centro de todas sus acciones poniendo el marco para el desarrollo de un respeto exquisito por la autonomía y la libertad de elección, garantizando el protagonismo del paciente en el sistema sanitario, fortaleciendo la capacidad de los ciudadanos para participar realmente en la toma de decisiones relacionadas con algo tan esencial como es la propia salud, la enfermedad y la forma de morir.

Todavía hay barreras administrativas para que el ciudadano pueda elegir médico de familia, pediatra y enfermero en Atención Primaria y médico especialista y hospital entre todos los del sistema sanitario; este derecho debe ser garantizado y refrendado por profesionales sanitarios, sociedades científicas, órganos colegiados, asociaciones de pacientes y el propio Estado como administrador y responsable de la salud pública.

Para garantizar una atención sanitaria donde el ciudadano tenga libertad de elección, hay que llevar a cabo una nueva organización territorial y funcional del sistema de salud que permita ampliar la movilidad voluntaria de los profesionales a todo el territorio y favorecer los procesos de centralización y estandarización, para homogeneizar los procesos y procedimientos que actualmente se realizan en diferentes jurisdicciones. Esto significa que hay que dar soluciones iguales a problemas iguales, profundizando en la equidad y calidad del sistema.

Debería haber una Historia Clínica Unificada que pueda ser consultada por todos los profesionales sanitarios desde cualquier centro que el paciente elija, lo que evitará duplicidad de pruebas, reiniciar el mismo proceso de nuevo o que la historia tenga que ser trasladada.

La libertad de elección permite a los usuarios no sólo acceder a un servicio que responda a sus necesidades y expectativas, sino también, identificar el grado de calidad del sistema sanitario, lo que permitirá a la Administración actuar sobre las áreas susceptibles de mejora.

Hay una condición personal vinculada a la libertad de cada uno para gestionar su propia biografía asumiendo las consecuencias de las decisiones que toma. De la salud sabemos bastante y hay acuerdo en cómo definirla. Ahora, ¿qué es una enfermedad? Existen enfermedades provocadas por demostradas o probables lesiones orgánicas; hay enfermedades de origen fisiológico o funcional en que no podemos demostrar lesiones orgánicas y hay otras enfermedades causadas ideológicamente que algunos denominan enfermedades de categoría estratégica o de iatrogénesis conceptual. Estas últimas antiguamente se llamaban vicios y hoy adicciones o comportamientos inhabituales o de riesgo que, obviamente, son desaprobadas por sectores de la sociedad con poder de decisión, veto o prohibición. Quién tiene, la más de las veces, el poder de cualificar y decidir sobre nuestras enfermedades, vicios, adicciones, comportamientos de riesgo, hábitos inaceptables es el poder o el Estado sanitario que decreta que es lo que está mal y que pedagógicamente interviene en la sociedad estableciendo pautas de opinión que a poco andar repudia ciertas enfermedades o comportamientos humanos.

De este modo, se configura una situación en que conculcamos nuestros derechos y cercenamos nuestra libertad individual, en apariencia garantizada, para enfermar; no podemos disponer libremente de nuestra salud pues ésta pertenece al Estado, a la seguridad social, a las obras sociales, a los planes de la medicina prepaga que costea nuestros desaguisados sanitarios.

Muchas veces, declararse o aceptarse como enfermo trae sus beneficios: se descarga la culpa, se diluye la responsabilidad ante terceros, nos habilita a pedir ayuda en materia de provisión de medicamentos o de soportes sociales.

Somos muchos los que en situación de enfermedad y aún teniendo los mismos síntomas que nuestro prójimo nos encontramos bastante bien y casi a gusto con nosotros mismos. El enfermo real quiere que le curen; el enfermo ideológico o el famoso enfermo imaginario de Moliere, que es ideológico, reclama la curación de la sociedad, de la sociedad enferma que a su vez lo enferma.

Una pregunta que suele no hacerse tiene que ver con la frecuente declaración de que algo es insano, patógeno, nos pone en riesgo, es insalubre. Para legitimar estas aseveraciones tenemos poderosas instituciones que van más allá del poder sanitario de los estados tales como la OMS o la OPS. Lo que no se dice, que muchas de las cuestiones consideradas insalubres devienen del perjuicio que ocasionan en la rentabilidad laboral dentro de una sociedad domesticadora y mercantilista.

Hemos convivido desde hace mucho tiempo con el vino, el whisky, los medicamentos, las drogas legales, las drogas ilegales…pero últimamente se escucha poco a las personas que están enfermas y que tienen mucho que decir acerca de lo que les pasa y decidir sobre la conveniencia o la inconveniencia de ciertas recomendaciones sanitarias; los seres humanos protagonizamos desde dentro nuestra enfermedad sabiendo que la sociedad no se preocupará demasiado por nosotros al momento de nuestra muerte que es absolutamente individual, propia, intransferible y que se concreta la mayoría de las veces en solitario.

No podemos garantizar la salud de nuestro cuerpo ni de nuestra alma; la vida está perdida de antemano a cualquier edad por muchos riesgos que logremos esquivar. Nuestra vida es única e irrepetible y todos nos nivelamos al final gracias a la genérica muerte.

La experiencia de estar sano o saludable se entiende y se siente desde adentro y es mucho más que la mera duración de la vida, el adecuado funcionamiento de nuestros órganos o la posibilidad cierta de concretar nuestros compromisos laborales o sociales. Nuestra salud está más allá de las estadísticas sanitarias, de la dictadura productivista y de algunos que consideran a las personas como engranajes hechos de material desechable.

Quien ama la vida debe aceptar que los dolores nos sirven de límites y frontera; la vida es el arte de disfrutar con maestría buscando la gratificación y el placer mesurados; no es fácil tener y ejercer una cordura hedonista. La moderación o el cuidado de la salud depende de la razón sensual de cada uno, como diría F. Savater, ningún abuso o ataque a la salud resulta personal y colectivamente tan nocivo como el de la autoridad que lo prohíbe en nombre de los posibles abusos y riesgos intentando salvar a cada cual de sus propios deseos en lugar de educarle para desarrollarlos con sensatez.

Las leyes enmarcan las situaciones, y señalan elementos para su valoración, pero la aplicación concreta de las mismas siempre es una tarea reflexiva del ciudadano o ciudadanos implicados. Ahora bien, si lo que esperamos es una cierta seguridad jurídica a la hora de tipificar las situaciones del final de la vida, a la hora de señalar esos contenidos de muerte digna y de ubicarlos en situaciones clínicas concretas, va a ser necesario legislar al respecto.


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