Calidad de vida, salud mental y la familia del adulto mayor
Autor: Lic. Manuel J. Boggio | Publicado:  10/10/2009 | Geriatria y Gerontologia , Medicina Familiar y Atencion Primaria , Psiquiatria , Enfermeria , Psicologia | |
Calidad de vida salud mental y la familia del adulto mayor.2

Levi y Anderson (4) señalan que, un alto nivel de vida objetivo (ya sea por los recursos económicos, el hábitat, el nivel asistencial o el tiempo libre), puede ir acompañado de un alto índice de satisfacción individual, bienestar o calidad de vida. Pero esta concordancia no es biunívoca. Para ellos, por encima de un nivel de vida mínimo, el determinante de la calidad de vida individual es el ajuste o la coincidencia entre las características de la situación (de existencia y oportunidades) y las expectativas, capacidades y necesidades del individuo, tal y como él mismo las percibe.

 

Un concepto amplio de calidad de vida, podría ser lo que hace que una vida sea mejor, es decir, “una buena vida” (5). Esta definición se sustenta en tres grandes teorías:

 

1)     la teoría hedonista, es subjetiva, se basa en las experiencias conscientes que se caracterizan como placer, felicidad o disfrute y que acompañan la satisfacción de los deseos;

2)     la teoría relacionada con la satisfacción de las preferencias, también es de carácter subjetiva y tiene que ver con la satisfacción de los deseos pero no como experiencia consciente sino como objetos;

3)     la teoría relacionada con los ideales específicos de una buena vida, es objetiva y explícitamente normativa, como por ejemplo la autodeterminación y la autonomía.

 

Para algunos autores, las dos primeras teorías son lo que se denomina “bienestar” (6), pero surge la pregunta sobre qué preferencias deben satisfacerse para tener calidad de vida. Para los igualitaristas existe una medición con respecto a la satisfacción independiente del esfuerzo y deseo de los individuos, lo que los coloca en una posición paternalista ya que no tienen posibilidad de elegir. Para los detractores de esta posición se debe hablar de igualdad de oportunidades para el bienestar siempre y cuando ellas reflejen la oportunidad de las personas de elegir (6).

 

Para identificar la calidad de vida es necesario obtener un conocimiento realista del bienestar teniendo en cuenta los factores que influyen, sin limitarse a los puramente físicos sino incluyendo el verdadero sentido de la vida, el modelo de sociedad y la adquisición de aspiraciones individuales, pero no es susceptible a una definición simple y objetiva porque cada individuo juzgará de acuerdo con la percepción subjetiva de los factores objetivos de su existencia: expectativas, niveles de aspiración, grupos de referencia, valores personales, etc. Con el desarrollo y perfeccionamiento de los indicadores sociales, a mediados de los 70 e inicios de los 80, comienza a definirse la calidad de vida como un concepto integrador que comprende todas las áreas de la vida y hace referencia tanto a condiciones objetivas como a componentes subjetivos, pero falta una definición del constructo y su evaluación.

 

En 1995, Felce y Perry encontraron tres modelos conceptuales de Calidad de Vida que ellos complementaron con una cuarta, a saber: (a) calidad de vida definida como la calidad de las condiciones de vida de una persona; (b) calidad de vida como la satisfacción experimentada por la persona con dichas condiciones vitales; (c) calidad de vida como la combinación de componentes objetivos y subjetivos, es decir, calidad de las condiciones de vida de una persona junto a la satisfacción que ésta experimenta; (d) calidad de vida como la combinación de las condiciones de vida y la satisfacción personal, ponderadas por la escala de valores, aspiraciones y expectativas personales (7).

 

Por otro lado y según lo expone Amparo Belloch (8), no siempre cantidad se acompaña con calidad; hemos conseguido vivir más tiempo, pero no está claro que vivamos mejor, al menos en lo que se refiere al estilo de vida que llevan muchos ancianos en nuestras aparentemente desarrolladas “sociedades del bienestar”. Es fundamental entonces que los profesionales de la salud se ocupen no solo de alargar la vida, sino también de contribuir a dotarla de la más alta calidad posible.

 

La calidad de vida no es un “estado”, es un fenómeno social complejo y un proceso activo que incluye la producción, distribución y percepción social de ciertos valores, objetivos y subjetivos, que son los que condicionan lo que han llamado “calidad de la vida” que es la que, a su vez, condiciona el grado de satisfacción o insatisfacción de la población, vale decir, el nivel de bienestar alcanzado (9).

 

El Programa de Salud Mental de la OMS, en el Foro Mundial de la Salud realizado en 1996, definió la calidad de vida como la manera en que el individuo percibe el lugar que ocupa en el entorno cultural y en el sistema de valores en que vive, así como en relación con sus objetivos, expectativas, criterios y preocupaciones; todo ello matizado por las dimensiones (facetas): físico (dolor, malestar, energía, cansancio, sueño, descanso); psicológico (sentimientos positivos, labor de reflexión, aprendizaje, memoria, concentración, autoestima, imagen y apariencia corporal, sentimientos negativos); grado de independencia (movilidad, actividades de la vida diaria, dependencia respecto a medicamentos o tratamientos, capacidad de trabajo); relaciones sociales (relaciones personales, apoyo social, actividad sexual); entorno (seguridad física, entorno doméstico, recursos financieros, atención sanitaria y social, actividades recreativas, entorno físico, transporte); espiritual (espiritualidad, religión, creencias personales) (10).

 

Recogiendo los conceptos de los anteriores autores, para este estudio la calidad de vida será entendida no como un “estado”, sino como un fenómeno social complejo y un proceso de percepción personal del nivel de bienestar alcanzado a través de la combinación de las condiciones de vida (variables objetivas que se pueden medir independientemente de los sentimientos) y el grado de satisfacción con la vida (variables subjetivas que dependen de los sentimientos y no se pueden medir directamente solo preguntándole a los interesados).

 

La calidad de vida es difícil de cuantificar porque involucra dimensiones personales subjetivas e intersubjetivas muy difíciles de definir, desde el enfoque empírico analítico. Se puede, mediante la creación de indicadores, explicar las diferencias en la satisfacción con datos objetivos, pues la satisfacción puede crecer cuanto más bienestar se posea. Los indicadores son unidades observables de un fenómeno social que establece el valor de un rango que no se puede observar ni cuantificar directamente. Los elementos o factores que podemos cuantificar son: recursos económicos, salud física, incapacidades funcionales, recursos familiares y sociales, vivienda, actividad y ocio.

 

Fernández-Ballesteros (11), en varias publicaciones enfatiza teóricamente, y con aplicación en la práctica, en la especificidad del concepto de calidad de vida en las personas mayores, que aunque mantienen aspectos comunes con otros grupos poblacionales, tienen otros factores importantes como es la autonomía. Rechaza la igualdad de calidad de vida con el estado de salud del individuo y concreta en la multidimensionalidad de factores personales como salud, habilidades funcionales, relaciones sociales, actividades de ocio, satisfacción y factores socioambientales como apoyo social, condiciones económicas, servicios de salud y sociales, calidad del ambiente y aspectos culturales. (11). Es por ello, que si un adulto mayor satisface un sus necesidades podría mantener salud mental.

 

Salud mental del adulto mayor.

 

Según la Organización Mundial de la Salud, el crecimiento de la población adulta mayor trae consigo inevitablemente un aumento de las enfermedades relacionadas con la edad, como las demencias y la depresión (12), siendo considerada esta ultima como el principal problema de salud mental que enfrentará el mundo del futuro.


 

Los trastornos mentales y conductuales perturban profundamente la calidad de vida de las personas afectadas y de sus familias, impacto negativo no solo por lo importante sino por lo prolongado del trastorno (13). Es de esperar que el envejecimiento poblacional se acompañe de cambios importantes en la frecuencia y la distribución de los trastornos somáticos y mentales, así como en la interrelación entre estos dos. La demencia tipo Alzheimer es casi exclusiva de los adultos mayores, pero también se observan altas tasas de prevalencia de depresión, ansiedad, trastornos psicóticos, suicidio y uso indebido de sustancias.

 

En la publicación de la OPS/OMS sobre la Salud Mental en el Mundo se considera que los factores que afectan potencialmente la salud mental del adulto mayor están originados en el aumento de la esperanza de vida seguido por una baja en las tasas de fertilidad, los cambios en la economía, la creciente migración del campo a la ciudad, la mayor educación de los hijos; otros factores son positivos y mitigan los posibles resultados en salud mental, como son: la mayor educación de los adultos, el aumento del ingreso per cápita en algunos países y las mejoras en la atención en salud (12).

 

La salud mental del adulto mayor en el mundo ha sido considerada como enfermedad mental inherente a la edad, por esta razón es casi normal que se hable de la demencia y la depresión como “cosa de viejos” haciendo alusión a los trastornos psiquiátricos que se presentan en otros grupos etáreos, pero no son relevantes en las estadísticas nacionales, a sabiendas que la cuarta parte de las personas mayores de 60 años (uno de cada cuatro) sufre de depresión.


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