Desde tiempos inmemoriales, el proceso de envejecimiento se ha convertido en un fenómeno que no ha dejado de sorprender, asombrar y de preocupar, casi en idéntica proporción. Nadie puede permanecer ajeno a este proceso natural irreversible y a los potenciales problemas que éste suele acarrear, tanto para el propio individuo como para su entorno sociofamiliar más próximo. A primera vista, envejecer constituiría una aspiración que todos desearíamos ‘alcanzar’, sobretodo cuando tenemos en cuenta cual es la alternativa frente a esta opción evolutiva, aunque tal deseo encubre (más o menos explícitamente) una cierta contradicción interna, perfectamente definida por Quevedo cuando afirmaba “Todos deseamos llegar a viejos y todos negamos haber llegado ya”.