Bueno, pues yo opino que los prospectos no ponen todo lo que debieran por un par de sencillas razones.
La primera porque los laboratorios que fabrican los fármacos no son entidades benéficas que trabajan altruistamente para el bien de la comunidad, muy al contrario, su objetivo es vender sus productos a toda costa.
La segunda, porque el procedimiento de prueba por el que pasa un medicamento antes de salir al mercado no es completo. De hecho, una vez puesto a la venta se va completando con las evidencias que van apareciendo. Puedo poner un ejemplo que viví muy de cerca: el acetensil, indicado para la hipertensión, no tenía entre sus efectos indeseados el de la hepatitis crónica. Pues bien, después de un determinado número de casos donde pacientes tratados con ese medicamento padecieron esa dolencia, empieza a aparecer información al respecto, pero ojo, en los Vademecum, no en los prospectos. Hay que aclarar que los prospectos comerciales no son tan extensos como los documentos dirigidos a los médicos.
Otro ejemplo, muy conocido en España, es el de determinado medicamento para el colesterol, que provocó un buen número de víctimas mortales hasta que se retiro del mercado, porque afectaba precisamente al corazón.
Y para rematar la faena, decir que la aspirina infantil está practicamente proscrita para menores de 16 años en España (y Reino Unido también, que yo sepa), porque se sabe que puede provocar el Síndrome de Reye, un trastorno poco común pero grave, que incluso puede ser mortal. Y eso no lo pone ningún prospecto, tal vez lo ponga en las lápidas de esas criaturas, víctimas, poco comunes eso sí, de nuestra facilidad para tomar porquerías y dárselas a nuestros hijos. Cuando pienso en las veces que di aspirinas a mis niños no puedo dejar de tener un sentimiento de culpabilidad enorme, pues el simple hecho de poner su vida en riesgo me resulta insoportable.
En realidad, yo creo que lo que nos lleva a algunos a evitar la medicación no es el miedo, pues bien al contrario, esa decisión nos hace soportar a pelo lo que otros pasan con ayuda farmacológica. El color del cristal desde el que yo miro me dice que el miedo lleva a hacer todo lo contrario, a apelar a fármacos a sabiendas de que no sirven para el cometido que se usan. Es evidente que la raza humana debe mucho a la farmacología. Imaginemos que no existiera un tratamiento anticoagulante para las víctimas de ictus, que no existiera tratamiento efectivo para la hipertensión severa o que no se hubiera sintetizado la insulina para permitir a los diabéticos vivir con cierta normalidad. Pero hablamos de personas con dolencias tales que no tienen otra alternativa que arriesgarse a los efectos indeseables de su medicación. Ahora bien, sabiendo como sé que las extras van y vienen, ahora están controladas y después disparatadas, ¿por qué razón voy a pensar que alguna que otra pequeña mejoría se la debo a la medicación si también las tengo sin ella? Si un betabloqueante o lo que fuera, consiguiera eliminar mis extras, es más que probable que me tiraría de cabeza a tomármelo. Pero repito, para seguir padeciéndolas y encima apuntarle el tanto de alguna que otra buena racha al fármaco... ni hablar. Todos tenemos buenas y malas rachas, tanto si nos medicamos como si no, así que a buen entendedor pocas palabras bastan.
Por cierto y ya termino, la información procedente de Wikipedia no es un prospecto y leer en ella que existe un buen puñado de casos donde el Atenolol provocó diabetes mellitus me pone los pelos de punta. Si eso es miedo... pues entonces soy un miedoso, pero déjenme con mis extras y que la insulina se la pinche otro.

Saludos,

Carlos.