La función de la defunción
Cuando enfermó por última vez gravemente, para ya salir de ese estado solo a la muerte, los amigos y compañeros de él, confeccionamos un calendario de turnos para atenderle.
Cada mañana a eso de las 8:30, llegábamos a su casa y su familia marchaba sus quehaceres. Preparábamos el desayuno, dábamos la medicación, y repasábamos las noticias tratando que nuestro amigo estuviera informado de los sucesos de la vida, y que se desorientase lo menos posible.
El salón de la casa, era el espacio más grande de la misma, una vivienda pequeña de un barrio obrero de Madrid. Detrás del salón estaba la cocina y en una pared del fondo, había una puerta que daba al cuarto de baño. Instalado en un sofá-cama que la familia acomodó como pudo allí para atender las vistas de médico o de los cuidadores, estaban los huesos y la piel; poco más dejó de él la caquexia nuestro amigo, al que cariñosamente le llamábamos por el diminutivo de su nombre. Le nombrábamos así, para diferenciarle de otro de los amigos de aquellos días, que fue el último director de Comité Anti-Sida de Madrid.
Una de aquellas últimas mañanas, recibí una de las más fructuosas lecciones de humanidad. A cada lado del sofá cama, uno de nosotros, los tres en silencio. De repente, reclamó nuestra atención: Cuando la vida se muestra insostenible por ser insoportable, y nada más se puede por mejorar, en lugar de contemplar la función de defunción, hacer que la agonía sea como fue la vida; una expresión explosiva de albedrío.
- Estáis aquí.
- Sí.
- Están mis hermanas.
- No.
- Así que estamos solos
- Así es, solos nosotros tres.
- Acercaos, quiero deciros algo importante para mí, y no quiero que alguien más nos escuche.
- Cuéntanos lo que quieras.
- ¿Pero estamos solos verdad?
- Que sí, nada más que nosotros tres.
Nos miró fijamente. Se llevó los dedos índice y medio a los labios. Y aspiró entre ellos, diciendo: Vicio, Vicio. La forma que habitualmente se le llama al hábito de fumar. Le encendimos un cigarrillo y poco a poco, lo fue consumiendo. Fue el último placer que le proporcionamos a la vida de un amigo.
De la organización es mejor no citar algo, pues los protagonismos personales consiguieron hacer de ella, una auténtica mazmorra, para quienes tuvieron la penosa necesidad de asistir a ella, para ser asistidos por aquella organización. Sólo una cosa más de ella: siguen sin haber presentado a los seropositivos, ni las cuentas económicas para declarar en qué se gastaban el dinero de las subvenciones que para tal fin, tratar de concienciar a la población de la problemática de esta enfermedad, o de reforzar el ánimo de las personas que vieron su proyecto personal derrumbarse en un instante, en ese mismo, que los médicos le dijeron que estaba infectado por el virus que causaba la entonces mortal enfermedad.