El uso de la fuerza pública está ampliamente condicionado por la disciplina que forma el espíritu del soldado, como ocurre en cualquier cuerpo de guerreros. El objeto mismo de la máquina de guerra del estado es la guerra, y la disciplina impuesta por las órdenes debe formar la contextura de carácter del soldado para ser eficiente en ella, es decir, para destruir el mayor número de enemigos y dar seguridad a los amigos.

Al soldado se le exige un compromiso casi imposible entre dos estados opuestos del alma: la obediencia ciega y casi servil que moldea a su antojo el poder de los mandos, que sacrifica la voluntad, iniciativa y responsabilidad individual, y la hiperactiva ferocidad y arrojo, casi suicida, frente al enemigo, cuando debe desplegar la creatividad personal.
algunos entendidos solucionan el dilema al concluir que la preparación de un soldado es la inducción forzada de una esquizofrenia.