Están pensados para tratar la esquizofrenia y reducir los brotes psicóticos. Ello se consigue reduciendo la cantidad de dopamina en el cerebro y éste es su mecanismo de acción: dejar a las neuronas sin dopamina. Lo que hacen es vaciar los depósitos de neurotransmisores que hay en la neurona, de modo que éstos sean destruidos antes de poder llegar a su destino. Con ello se terminan los delirios, alucinaciones y reacciones violentas, pero también toda sensación de vivir y toda iniciativa. Hacen sentir realmente mal: impotencia sin ni siquiera posibilidad de rabia. Se puede llegar al extremo de que a uno le ataquen cruelmente y no sea capaz de sentir enfado alguno, porque en sus neuronas no queda adrenalina ni nada que se le parezca.

Los efectos secundarios son de lo peor: sequedad, visión borrosa, retención urinaria, obstrucción de vías biliares, alteraciones sanguíneas, desequilibrios hormonales (no es infrecuente que una mujer pierda la menstruación)... Y los llamados "efectos extrapiramidales", que son debidos a la falta de dopamina, consisten en dificultades de movimiento y temblores parecidos a los que sufren los enfermos de párkinson (antes hemos visto que en la enfermedad de párkinson hay una falta de dopamina) y que suelen presentarse a quien lleva un tratamiento algo fuerte. Es por ello que también recetan Akineton junto con esos fármacos: para paliar en parte esos efectos.

Pero lo que no podrán paliar serán los casos de disquinesia tardía, en los que el sujeto será víctima de movimientos involuntarios el resto de su vida, aunque ya no tome más el fármaco, ni los de hipertermia maligna, ni los casos en que se destruye la sangre, o el hígado... Si hubiera una droga de diseño capaz de algo así, realmente tendrían razón de prohibirla. Pero tratándose del orgullo de la psiquiatría, se limitan a hablar de "efectos secundarios" y, dado que los clientes de estos fármacos cada vez más son jóvenes desorientados que resulta que han estado tomando de todo, no cuesta mucho imaginar quién va a cargar con el muerto...