Lo que he denominado "plantoterapia" supone, a mi entender, una profundización considerable en el uso terapéutico de las plantas. Este es su texto fundacional, que presenta sus principios de forma poética. Es una propuesta seria, no obstante. Ignoro si algo parecido existe ya en otro lugar. Por mi parte, dejo la idea como si de una semilla se tratara. Como ya comprenderéis al leer el texto, yo ya la he regado. Aun así, ella, como yo, os necesita... de vuestra luz, pero, sobre todo, de vuestro calor.

¿Qué es la plantoterapia? Para entenderla más claramente narraré la anécdota que dio lugar a la idea original: Mi madre acababa de poner seis pequeños cipreses en el patio que había antes de entrar por la puerta principal. Orgullosa de su labor, decidió darles un nombre a cada ciprés y decidió usar el de mi hermana, el mío y el de los cuatro estudiantes a los que alquila una habitación en su casa. Era una especie de homenaje a los nombrados que, sabíamos, les iba a gustar (a todo el mundo le gusta que se acuerden de uno y que además lo muestren con gestos como éste). Y la idea original que dio lugar a lo que voy a contar fue simplemente preguntarme "oye ¿y si en lugar de darles nombres a las plantas... le das plantas a los nombres?", y añadí para aclararlo "si, piensa en... si tú fueses una planta ¿qué planta serías? El mundo vegetal es enorme en su variedad y riqueza, seguro que hay una u otra planta con la que te sientes identificada". Yo sabía que a mi madre le gustaban mucho las margaritas, por lo que para mi siempre han ido asociadas la una con la otra. Ahora me estaba planteando, directamente, cómo sería el jardín de mi vida. ¿Qué planta le asignaría a mi padre o a mi hermana, de tal modo que en la planta se reproduzcan o se refleje el carácter de ellos? ¿qué plantas les asignaría a mis amigos, a mis vecino y en definitiva, a todo aquel que ha dejado una huella en mi vida? No estaría nada mal hacer semejante jardín, y darle a cada planta el nombre de la persona que, permítaseme la expresión, plantifica (en lugar de personifica). ¡El jardín de mi vida! Plantoterapia, claro. La idea es hacer consciente las relaciones que tengo con las personas, las que he tenido en el pasado y las que puedo tener en el futuro. En realidad la "plantoterapia" no trata sobre plantas, sino sobre personas, y sobre la visión y los sentimientos que tenemos sobre ellas: se trata de hacer consciente y evidente el papel que juegan en mi vida, y más todavía, se trata de hacerme responsable de ellas, de las relaciones que mantengo con ellas. Mi jardin será variado, sin duda, pues he sido afortunado en la vida y he podido viajar y conocer a muchas personas. ¿Debería ponerles plantas a aquellas personas que no me agradan tanto? Bueno ¿por qué no? Dedícales un cáctus, si quieres -me decía a mi mismo, pero hazlo. También los cáctus necesitan cuidados, y pese a su aspecto fiero ¡florecen maravillosamente cuando lo hacen! Plantoterapia, si, no es lo mismo que "terapia con plantas", porque el nombre de plantoterapia viene de "yo planto", pues soy yo quien es consciente, responsable de mi jardín, quien ha de entender que cada planta es diferente, que tal vez no todas florezcan cómo y cuando nos gustaría, o tal vez algunas no llegan a florecer jamás, pero que tampoco ellas son por completo las responsables de ser como son. Como las personas, las plantas no eligen la tierra en la que crecieron, las macetas que tal vez les impidieron crecer o la falta de cuidados que en otros tiempos pudieran recibir. De nuevo, repito, no se trata de las plantas, sino de nuestra vida, de hacernos responsables, de ser jardineros de nuestro mundo-jardín, y no exploradores perdidos en la selva de nuestros recuerdos. Esta idea otorga una nueva dimensión al cuidado de las plantas, las personalizamos (y aunque tal vez les robemos a ellas algo de identidad para rememorar a nuestros seres queridos, sin duda no es lo mismo cuidar de un rosal sin nombre, que cuidar de un rosal que represente a nuestra querida madre, o a nuestro primer amor). ¿Qué planta le dedicarías a vuestro mejor amigo? ¿y a un profesor querido?

Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo.

Ahora bien, hasta el momento sólo hemos hablado de las plantas que hemos conocido en nuestra vida y de las que siguen con nosotros, pero ¿y las plantas por venir? ¿cómo puedo saber cuáles crecerán en mi jardín? Tal vez eso no lo pueda elegir, pero se me ocurre que si las plantas han de ser aquellas personas que se han cruzado en mi vida, bien podría yo procurar que el suelo en el que han de asentarse, los sentimientos con los que voy a recibirlas, sean los más adecuados para que se desarrollen. Procuraré abonar mis tierras con la confianza, eliminar las piedras del rencor y la amargura, fertilizar con amabilidad los campos y no consentir que parásitos de ningún tipo estropeen las relaciones que mantengo con mis plantas, que son en definitiva la gracia, si es que no la pura esencia, de mi jardín.

En este modelo... ¿qué soy yo? ¿Soy el jardinero acaso? Podría ser. Pero se me ocurre algo mucho mejor. En mi jardín, en mi propio jardín, siendo el máximo responsable, siendo el alimento fundamental, seré el agua que riegue cada centímetro de mi mundo. El agua, precisamente lo que no tiene forma, ni color, ni olor, es capaz de dar vida a su alrededor. Tal vez así deba ser yo, como el agua, igual de flexible, fluyendo, empapándome en todo más no permaneciendo concretamente en ningún lugar (¿alguien piensa en el Tao?). Como el agua, si, pero, al igual que con el agua, he de tener cuidado al darme a los demás, pues también el elemento que da vida es capaz de ahogar, si me doy en demasía. Quizá sea más prudente, y mejor para todos y para mí, darme paso a paso, un poco cada día, por goteo, lento, pero constante, siempre presente, pero sin agobiar.

Algo en mi interior me dice, si, eres el agua, que da vida, como da vida el amor. Si has de regar tu jardín verdaderamente, de forma natural, hazlo con amor, o mejor, hazlo como el amor, riega todo cuanto crece sin distinción. Llueve sobre tu jardín, ama-riega indiscriminadamente, aunque sólo sea una vez, date el placer de darte en todo tu esplendor. El amor es en realidad inagotable, y toda el agua que cae del cielo vuelve al cielo, y toda el agua que se evapora de la tierra vuelve al suelo. Aunque sólo sea una vez, no temas amar verdaderamente. Tiempo después, aunque sean malos tiempos, aunque tu jardín se seque y poco sea tu consuelo, todavía brillará en tu mente, y lo hará para siempre, el recuerdo del arco iris con el que una vez regaste el cielo.

José Sánchez-Cerezo de la Fuente