El estrés familiar es la sensación de incapacidad que se produce cuando lo que nos exige el entorno rebasa nuestras posibilidades de respuesta. Ciertos niveles de estrés pueden considerarse adecuados, ya que nos ayudan a afrontar las demandas habituales de nuestra vida. El problema surge cuando nos sentimos sobrepasados e incapaces de responder a los requerimientos y compromisos.

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Las manifestaciones más frecuentes suelen ser:



Tenemos la sensación de ir continuamente con el “acelerador a fondo” y aun así, no cumplimos todas las obligaciones.
Tenemos la impresión de hacer todo muy rápido, de ir continuamente con prisa a todas partes y a pesar de ello llegar o terminar siempre fuera de tiempo.
A pesar del cansancio y del esfuerzo, se quedan obligaciones importantes sin cumplir.
Suele aumentar el nerviosismo, impaciencia y el grado de ansiedad.
Al final, nos solemos sentir insatisfechos por lo que hacemos; hacemos muchas cosas, pero no las saboreamos. Tenemos la sensación de ir continuamente con el “acelerador a fondo” y aun así, no cumplimos todas las obligaciones.
Tenemos la impresión de hacer todo muy rápido, de ir continuamente con prisa a todas partes y a pesar de ello llegar o terminar siempre fuera de tiempo.
A pesar del cansancio y del esfuerzo, se quedan obligaciones importantes sin cumplir.
Suele aumentar el nerviosismo, impaciencia y el grado de ansiedad.
Al final, nos solemos sentir insatisfechos por lo que hacemos; hacemos muchas cosas, pero no las saboreamos.

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Afecta al ambiente familiar por las siguientes razones:

Se tiene la sensación de desorganización: las cosas de la casa están sin hacer, hay desorden, olvidos importantes…
Los gritos y los enfados son más frecuentes de lo habitual, se está más sensible y la chispa salta antes.
Se toleran menos los fallos de los demás.
Las expresiones de afecto son menores.
No hay ni tiempo ni ganas de escuchar a los otros.
Los niños suelen pasar tiempo al cuidado de otros cuidadores o familiares.


Por otro lado el estrés familiar propicia que se adopten pautas educativas inadecuadas por las siguientes razones:

Se cede antes a las presiones y demandas de los hijos, aunque estas no sean convenientes, con tal de que nos dejen un rato tranquilo.
Si los niños insisten, logran cambiar los “no” en “sí”.
Las medidas se adoptan sin pensar, en momentos de enfado, suelen ser desproporcionadas y luego nos arrepentimos y las incumplimos.
Se desesperan ante la lentitud y parsimonia de los hijos, por lo que los padres optan por hacer las cosas antes y mejor.
Las expresiones de afecto y los elogios a las conductas positivas son menores.
Se está más cansado, con menos paciencia y capacidad de aguante.
Se está en peores condiciones de adoptar medidas y que se cumplan.

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La realidad y vivencia concreta de tener una persona afectada dentro del núcleo familiar, genera como consecuencia natural, un estado de alarma permanente, de esfuerzo continuo en la resolución de dificultades y el posterior agotamiento; al menos si esta situación dura más de seis meses. Generando un verdadero deterioro biopsicosocial en el grupo familiar y allegados. Por este motivo se ofrece un entrenamiento para prevenir estas situaciones, detectar precozmente las mismas y realizar la rehabilitación asistencial, de ser necesario, en formal integral.

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