Bases organicas de la religion
Autor: Gustavo Rangel Carredano | Publicado:  25/10/2010 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria , Otras Especialidades | |
Bases organicas de la religion .4

Esa variante implicaba un aumento en el número de receptores monoaminérgicos, que regula el flujo de elementos químicos capaces de alterar el humor del cerebro.

Este nuevo descubrimiento de un “gen religioso” nos podría dar una explicación del por qué algunas personas tienen mayor aptitud para lo espiritual que otras.

Según la opinión de los expertos “Buda, Mahoma y Jesús compartían todos una serie de experiencia místicas, o alteraciones en la consciencia, y por ello probablemente portaban este gen” (23).

Este descubrimiento de la ciencia ha sido criticado por los líderes clericales, que desafían la existencia de un “gen de Dios” y dicen que la investigación mina uno de los principios fundamentales de la fe – que la iluminación espiritual se alcanza a través de la divina transformación y no gracias a los impulsos eléctricos cerebrales.

Entre las posiciones que se oponen a la existencia de un gen de dios se destacan: El reverendo John Polkinghorne, miembro de la Royal Society y teólogo canónigo en la Catedral de Liverpool, dijo: “La idea de que existe un gen de la religiosidad va contra mis convicciones teológicas personales. No se puede reducir la fe al mínimo común denominador de la supervivencia genética. Esto demuestra la pobreza del pensamiento reduccionista”, resulta importante también hacer referencia al reverendo Walter Houston, capellán del Mansfield College en Oxford, y profesor de teología comentó: “La creencia religiosa no está relacionada solo con la constitución de una persona, sino con la sociedad, la tradición, el carácter; todo cuenta. Poseer un gen que puede hacer todo eso, me parece bastante improbable” (23).

Es evidente que la teoría de Hamer no puede ser una descripción aplicable a toda la familia humana, porque en tal caso eso le conduciría a un callejón sin salida, al tener que explicar por qué hay gente que cree en algo superior y otros que no creen en nada (aunque en última instancia también creen en algo, pero ésa es otra cuestión). Si ese gen de Dios fuera patrimonio de toda la raza humana, no habría en el mundo ateos ni agnósticos, por lo cual Hamer se guarda muy bien de hacer universalmente extensiva su tesis (23). El problema es que ni siquiera circunscribiendo su teoría a determinados individuos las cosas cuadran, porque todos conocemos a personas que no creen y sin embargo sus ascendientes eran muy religiosos, y viceversa, personas que creen pero cuyos padres y abuelos eran empedernidos ateos.

¿Cómo se perdió el gen de Dios en el primer caso y cómo surgió en el segundo? Tal vez, diría, se quedó latente en el salto generacional que va de los antepasados que creen a la persona que no cree y salió del estado de latencia en el salto generacional entre los antepasados que no creen y el individuo que cree (17).

En definitiva, el gen de Dios estaría, apareciendo y desapareciendo a través del árbol genealógico de la raza humana. Lo cual nos lleva a otro callejón sin salida aún peor: si la espiritualidad o falta de ella dependen del ADN, entonces se trata de algo intrínseco a la naturaleza del individuo y, por lo tanto, la fe y la incredulidad son cuestiones por las que Dios nunca podrá juzgar a nadie, de la misma manera que no juzga a nadie por ser rubio o moreno. Más aún, si la fe y la incredulidad son fundamento de la cosmovisión y en ésta va incluida la moral, se sigue que Dios nunca podrá aprobar o condenar las acciones y motivaciones de nadie, porque en último análisis dependen del ADN (23). Con lo cual cada uno puede vivir, con total tranquilidad, según su código genético. Aquí tendríamos la justificación científica del relativismo moral.

Lo cierto es que esta investigación no se opone a la creencia en Dios sino que la existencia del gen de Dios podría ser un signo más del ingenio del creador, una forma inteligente de ayudar a los humanos a reconocer y abrazar su presencia divina, además no es nuestra intención que tras este descubrimiento se deje a un lado la influencia de los factores sociales, culturales y otros, sino que se vista la espiritualidad como un fenómeno integrador y multifactorial.

2.2. Bases neurológicas de la Fe.

Un grupo de científicos que ha la luz de la ciencia actual han sido denominados como neuroteólogos creen que la espiritualidad tiene una base neurológica. Estos han realizado una serie de estudios que apuntan a la existencia de patrones cerebrales que generan el sentimiento de tener sensaciones místicas, de hecho se afirma que excitando ciertas regiones del cerebro con impulsos electromagnéticos se pueden inducir experiencias religiosas. Dichos estudios se han realizado con un dispositivo que crea un campo magnético en los lóbulos temporal y parietal del cerebro; donde un 70% de los participantes ha sentido la presencia de Dios (24).

Estudios también realizados plantean que la serotonina juega un importante papel en la fe religiosa, así como la presencia de su receptor 5HT1A que constituye uno de sus componentes más importantes pues sirve como marcador de todo el sistema serotoninérgico, planteando que existe una estrecha conexión entre este y la espiritualidad del individuo. Pues esta es mayor cuanto más baja sea la densidad de este receptor (25). Esta hecho se confirmó cuando en la Universidad de Johns Hopkins se sometieron a una serie de voluntarios a diferentes dosis de psilocibina, alcaloide con gran parecido a la serotonina y que compite con esta por la unión a los receptores. Los resultados fueron asombrosos pues el 61% tuvo experiencias místicas. También muy relacionada con este receptor se encuentra la DME también llamada molécula espiritual. Esta se cree que es producida en la glándula pineal. Además se piensa que esta molécula se relaciona con las experiencias cercanas a la muerte (25).

De manera similar Los científicos Andrew Newberg y Eugene D'aquili, de la División de Medicina Nuclear de la Universidad de Pennsylvania realizaron su estudio entre monjes tibetanos y franciscanos mientras meditaban, la realización de este estudio estuvo facilitada por el estudio con neuroimagen, ya sea la PET (Positron Emission Tomography) o bien la RMf (Resonancia Magnética funcional) permite conocer cuáles son las áreas o centros nerviosos que se activan cuando realizamos actividades físicas o intelectuales. Newberg y D'aquili han registrado las áreas cerebrales que se activaban en monjes tibetanos y franciscanos (26). En todos estos casos se vio que se activaba el lóbulo temporal mientras que en el lóbulo parietal disminuía la actividad. Como el lóbulo parietal tiene que ver con la orientación espacio-temporal, concluyen que la sensación de levitación, de estar fuera del espacio y del tiempo, que suelen experimentar los místicos, se debe a la falta de actividad de este lóbulo. Esto habría demostrado a los científicos que las experiencias místicas se viven principalmente en el cerebro, por lo que estarían relacionadas con la producción de endorfinas (26).

Las endorfinas son una proteína creada por el cerebro en situaciones de estrés o de riesgo extremo, ya que sus efectos son sedantes e inhibidores de las fibras que transmiten el dolor, por lo que crean en el cerebro una sensación de bienestar irreal que habría llevado a los científicos a relacionarla con la experiencia mística experimentada en el cerebro de los monjes (26).

Según estos científicos, en lugar de crear Dios al hombre, sería el hombre quien habría creado a Dios, como respuesta al estrés creado por el temor a la muerte y el posible dolor que ello pueda causar (27).

El ser humano combatiría el temor a la muerte con esta actividad cerebral que multiplica por 300 la liberación de endorfinas, creando una experiencia mística de bienestar, y que los científicos coinciden en relacionar con la luz brillante que afirman ver quienes han vivido episodios cercanos a la muerte (27).

Los datos arrojados por este estudio se completarían con el descubrimiento de un posible gen de Dios expuesto anteriormente Así, la religiosidad sería la respuesta humana, y genética, a la muerte. Una respuesta en forma de experiencia mística que vivirían más intensamente las personas predispuestas genéticamente a estos flujos químicos cerebrales.

Otros estudios sociológicos han reflejado también el aumento de la religiosidad en las personas a medida que envejecen. Es decir, cuanto más cerca se está de la muerte, más religiosidad se vive, tornando al discurso científico que relaciona la religiosidad con el miedo genético a la muerte.


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