La relacion medico-paciente. De la verticalidad a la horizontalidad
Autor: Camilo Ivan Machado Rodriguez | Publicado:  15/12/2010 | Medicina Forense y Legal , Otras Especialidades | |
La relacion medico-paciente. De la verticalidad a la horizontalidad .1

La relación médico-paciente. De la verticalidad a la horizontalidad.

Camilo Iván Machado Rodríguez. Abogado y Especialista en Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Externado de Colombia; Licenciado en Derecho y Doctorado en Derecho en la Universidad de Salamanca (España). Docente del Departamento de Derecho Penal de la Universidad Externado de Colombia.

PALABRAS CLAVE (español): responsabilidad médica, médico, paciente, consentimiento informado, paternalismo, autonomia de la voluntad. (Inglés): responsibility medical, medical, patient, informed consent, paternalism, autonomy of the will.

RESUMEN ESPAÑOL: La actividad médica se enfrenta a numerosos desafíos propios de la denominada sociedad del riesgo. Fenomenología frecuentemente vinculada con la actividad productiva derivada de los desarrollos científicos y tecnológicos. Estos riesgos son percibidos con mayor facilidad por los usuarios del servicio de salud, pues el paciente posee más conciencia ciudadana en torno a los Derechos sociales que les corresponde. Este cambio de mentalidad, obedece a la evolución de la relación médico-paciente, esto es, el cambio de un modelo paternalista propio de la cultura hipocrática, al actual paradigma de la autonomía de la voluntad.

RESUMEN INGLES: The medical activity faces numerous own challenges of the denominated society of the risk. Frequently tie phenomenology with the productive activity derived from the scientific developments and technological. These risks are perceived with greater facility by the users of the service of health, because the patient owns more brings back to consciousness citizen around the social Rights that correspond to them. This change of mentality, obeys to the evolution of the relation doctor-patient, that is to say, the change of an own paternalistic model of the hipocratica culture, to the present paradigm of the autonomy of the will.

La actividad médica se enfrenta a numerosos desafíos propios de la denominada sociedad del riesgo (1). Fenomenología frecuentemente vinculada con la actividad productiva derivada de los desarrollos científicos y tecnológicos (2). Estos riesgos son percibidos con mayor facilidad por los usuarios del servicio de salud, pues el paciente posee más conciencia ciudadana en torno a los Derechos sociales que les corresponde.

Este cambio de mentalidad, obedece a la evolución de la relación médico-paciente, esto es, el cambio de un modelo paternalista propio de la cultura hipocrática, al actual paradigma de la autonomía de la voluntad. De esta forma, se aprecia la necesidad de delimitar y plantear los derroteros que se deben seguir en la actuación médica, con el fin de actuar en beneficio del paciente, y con la garantía de realizar dicha actuación conforme a Derecho, logrando de esta forma, una disminución de las denuncias y demandas que se pueden presentar en dicha actividad.

En esta oportunidad abordaremos el estudio de la relación más importante que se presenta en el ámbito médico, que sin duda alguna, es el núcleo de la ética médica, la relación médico-paciente.

Como su nombre nos lo indica, la relación médico-paciente, ha sido un asunto propio de la bioética, que posee grandes repercusiones jurídicas, en donde podemos cuestionar ¿cuál es la relación médico-paciente razonable? Sobre este punto se han establecido cuatro grandes modelos de relación: El modelo paternalista, el modelo de la autonomía, el modelo interpretativo y el modelo deliberativo.

En la actual actividad médica, las relaciones entre médico y paciente han variado mucho, existe un sentimiento de desconfianza mutua, el paciente requiere resultados, cuando, es claro que el médico sólo puede proporcionar unos servicios, a su vez el médico ve en el paciente un futuro demandante o denunciante. Es por ello que la medicina se ha volcado a una medicina defensiva (3), que en la actualidad no se concibe sin el consentimiento informado del paciente.

Esta relación entre el consentimiento informado y la medicina defensiva, no puede tener una connotación meramente formal, pues al consentimiento informado como instituto jurídico que es, pretende proteger uno de los derechos más importantes que tiene el paciente, esto es, el Derecho a la libre autodeterminación, propio de un modelo de relación denominado de autonomía, como pasaremos a desarrollarlo más adelante.

Ahora bien, si partimos del respeto al derecho a la liberad que poseen todos los individuos en someterse o no, según sus criterios de voluntad, a un determinado tratamiento médico, o si, por el contrario se le da prioridad al Derecho a la vida y salud por encima de dicha libertad de los individuos, se trata en concreto de un enfrentamiento de derechos, que ha originado el desarrollo de dos máximas clásicas: “salus aegroti suprema lex” (la salud del paciente es Ley superior) y “voluntas aegroti suprema lex” (la voluntad del paciente es Ley superior), que a su vez han dado luz a dos modelos o formas de enfocar la relación médico-paciente.

Un primer modelo es el paternalista, que se caracteriza por su afán de buscar el beneficio del paciente sin respetar la voluntad contraria del mismo en el sentido de no aceptar un tratamiento médico, y un segundo modelo denominado de autonomía, preocupado por garantizar el respeto de la voluntad del paciente, así se llegue a resultados fatales como la muerte.

I. Modelo paternalista (Verticalidad)

La relación médico-paciente, se ha desarrollado en una práctica paternalista de la medicina que lleva más de XXV siglos de tradición, propia del modelo hipocrático. El modelo clásico de relación médico-paciente es paternalista. Para dicho modelo, el médico como experto, debe procurar el mayor bien para sus pacientes sin que éstos puedan tener opinión al respecto, ya que son profanos en la materia. Dicho bien siempre venía determinado por la aceptación del orden natural y, para conseguirlo, el paciente debía obedecer sin cuestionar todo lo que el médico le propusiera.

Este modelo responde al pensamiento, en donde el médico es quien sabe lo que le conviene o no a paciente, parte del concepto de infirmus como limitación moral por causa de la enfermedad, por ello el médico ocupara el lugar del paciente y como tal, decide lo que es más conveniente. Este esquema de la medicina paternalista se ha querido atribuir a la medicina que se ha venido practicando desde Hipócrates hasta los años sesenta.

El aludido modelo tradicional presentaba la relación médico-paciente como una relación humanitaria, en la que el médico actúa según su criterio en interés del paciente, con sacrificio y entrega; una relación basada en la confianza y la colaboración y en la que lejos de existir intereses contrapuestos ambas partes persiguen un interés común. De ahí que la relación implicara por su misma naturaleza una exclusión del Derecho, un rechazo a la juridificación.

Esta costumbre ha sufrido un cambio sin precedentes en la segunda mitad del siglo XX (4). “Esta medicina paternalista descansaba eminentemente en el principio de beneficencia, según el cual el médico se encontraba investido de la autoridad de Esculapio (5) y decidía aisladamente la terapia adecuada a seguir en cada caso y para cada paciente, pero sin contar con el mismo. Se tendía a creer que una persona en estado de sufrimiento no era capaz de tomar una decisión consciente, libre y lucida sobre su estado y sobre su tratamiento, puesto que se consideraba que la enfermedad no sólo afectaba a su cuerpo sino también a su alma” (6).

En atención a esta forma paternalista, se vislumbraba una relación médico-paciente de carácter fundamentalmente vertical (7). Por ello, se consideraba que la actuación del médico estaba soportada en el principio de beneficencia. Según este principio, el profesional de la salud tenía amplias facultades para actuar sin contar con la voluntad del paciente, es decir, sin su consentimiento y ello, fundamentado en la conducta general de no mantener un estado de ausencia de salud, lo cual, implicaba aceptar cualquier acto que tendiera a conseguir la curación o el alivio de las dolencias. Para ello, el médico ponía su saber, entender y todo su poder en el supuesto beneficio del enfermo, no dudando en utilizar cualquier argucia e incluso el engaño.

Este modelo buscaba básicamente el mejor interés del paciente, diferenciándose del principio de beneficencia, pues en aquel se priva al paciente capaz de su derecho a la autodeterminación, mientras que en éste se sustituye la voluntad del enfermo incapaz. Luego un modelo paternalista se preocupa en definitiva por preservar la salud, sin importar la voluntad del paciente y por lo tanto no otorga importancia a la presencia o no del consentimiento del paciente.

Este principio de beneficencia propio de una contemplación paternalista de la medicina basada en el ejercicio de la misma como una función sagrada “sacerdotal”, como fue en sus primeros tiempos, en la que el enfermo es un simple beneficiario y a cuyos esquemas, por tanto, “el consentimiento era un elemento extraño” o, al menos, adquiere un papel secundario cuando no se contempla, incluso, como un elemento distorsionador, en éste se da prioridad a la preservación de la salud y la voluntad pasa a ocupar un segundo plano.

Así las cosas, esta beneficencia paternalista era el principio continente y contenido de las tres clásicas obligaciones morales, que se encontraban ya en el digesto de Ulpiano, configuradas como preceptos jurídicos básicos: honeste vivere, alterum nom laedere, suum cuique tribuere o, como hoy en día se les conoce: beneficencia, no-maleficencia y justicia (8).

En virtud de este modelo, “la legitimidad de la actuación médica no sería el consentimiento informado del paciente, sino la realización por parte del profesional de todo lo que la ciencia médica aconseje para tratar la enfermedad en cuestión” (9).

En el mismo sentido, “existen corrientes como la denominada ética asistencial, que pone su acento en el bienestar del paciente en lugar del respeto de su autonomía. En éste punto de vista, ocupa un lugar estelar la confianza en la relación médico-paciente, con la que se trata de generar un clima comunicativo en torno a lo que resulte más conveniente para el bienestar del enfermo, algo que desplazaría el protagonismo de la exigencia de información como presupuesto para la autonomía del individuo y situaría en su lugar el desarrollo de virtudes como la compasión o el reconocimiento de las limitaciones de la capacidad de aquél” (10).


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