En la niñez temprana de los 3 a los 5 años el niño se percibe como una carga, no como una bendición, significa para sus padres un cuerpo más que vestir, atender y una boca más que alimentar (Rice, 1997). Este niño que empieza a crecer en un ambiente familiar inseguro desarrolla un poder adaptativo como lo denomina Darwin (1936), proceso de selección natural y supervivencia del más apto, donde el niño logra desarrollar características de personalidad diferentes a las que desarrollaría en un ambiente seguro. Los temores de caer, a la oscuridad o a ser abandonados se consideraban miedos irracionales de la niñez, pero tienen sentido en un ambiente en que la proximidad de los padres especialmente de la madre es esencial para sobrevivir Rice, 1997).
Muchos aspectos de la conducta infantil, como el reflejo de búsqueda y la formación de vínculos de apego también son necesarios para la supervivencia del niño. En el transcurso de su desarrollo el niño aumenta sus conocimientos y sus habilidades para percibir, la forma en que piensa, comprende y utiliza estas habilidades para resolver problemas prácticos de la vida cotidiana.
En este proceso de recopilación de información de un hogar desestructurado que el niño recibe, percibe y recuerda influye en los cambios de su personalidad y actitudes, la formación de una conducta inadecuada en situación de riesgo. En el periodo de los 6 a los 11 años estas situaciones vividas empiezan a generar sentimientos en el niño, empezando a sentir la necesidad de expresar sus pensamientos, deseos e intenciones esto lo realiza por la imitación de las conductas vividas en el hogar y el manejo de las situaciones.
La atmósfera familiar emocionalmente cargada, hablará por sí sola en las expresiones diarias del niño dificultándosele las interacciones sociales. Por estas razones cuando el niño ingresa a algún tipo de programa educativo, se le dificulta más el proceso de adaptación y aprendizaje, mostrando un bajo desempeño académico, social o ambos inclusive. Mostrando de hecho problemas específicos de aprendizaje por ejemplo: dificultades en la expresión oral o escrita, desenvolvimiento corporal y diversidad de enfermedades (Rice, 1997).
Estas deficiencias del niño en el proceso de aprendizaje y desempeño escolar son una de las causas más significativas que pueden producir problemas conductuales, agresión, deserción y enajenación social. Debido al desinterés y perdida de la motivación.
En el caso de las familias disfuncionales es más probable que se ocasionen efectos negativos sobre su éxito personal y académico, ya que el conflicto, la tensión familiar, el abuso físico o emocional, el rechazo, descuido de los padres, sus criticas u hostilidad y mal manejo de las situaciones socavan la seguridad y la autoestima del niño, creándoles ansiedades, tensiones y temores que interfieren con su buen desarrollo humano (Rice, 1997).
Cuando el niño llega a la adolescencia en el periodo que abarca de los 12 a los 19 años, luego de haber vivido cada una de estas carencias, llega a esta etapa de cambios físicos, biológicos y psicológicos que generan grandes trastornos e incapacidad emocional mucho más susceptible y vulnerable en el medio social. Freud (1964), caracterizaba la adolescencia como un periodo de desequilibrio psíquico, conflicto emocional y conducta errática. Si a esta definición se le suma todo lo vivido anteriormente aquí señalado en las etapas prenatal y de la niñez los resultados pueden ser nefastos, evitando el logro de una identidad sana, que se define como ser reconocido por sus características físicas, apariencia, figura, por su sexo y representación de roles de género, por sus habilidades en la interacción social y pertenencia a grupos, por su elección de carrera y logro académico, por su militancia política, afiliación religiosa, moral, valores, filosofía y entidad étnica (Phinney y Alipuria, 1990).
Esta falta de identidad hace que el adolescente considere no poder satisfacer las demandas sociales y personales. Se siente fracasados ante las tareas del desarrollo que abarcan los conocimientos, actitudes, funciones y habilidades que los individuos deben adquirir en su desarrollo por medio de la maduración física, esfuerzo personal y expectativas sociales. Este fracaso para dominar las tareas del desarrollo da por resultado desaprobación social, ansiedad e incapacidad para funcionar como persona social y emocionalmente sana para una sociedad (Rice, 1997).
Todas estas características antes mencionadas de un desarrollo familiar, educativo, social y personal pueden incidir en niños, niñas y adolescentes para la formación de una conducta criminal. Aunque ninguna característica especifica de personalidad indica o determina que un niño, niña o adolescente está dispuesto a la criminalidad pero es más probable que los individuos con estas descripciones de vida se conviertan en desviados sociales por el hecho de ser impulsivos, destructivos, suspicaces, hostiles, resentidos, ambivalentes ante la autoridad, desafiantes y carentes de autocontrol (Ashford y Le Croy, 1990) (Thompson y Dodder, 1986).
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