Dr. Tóxico, la última comunicación que has publicado aquí parece implicar que tu condición mental se deteriora cada vez más y degenera velozmente. Cualquiera ve que no es más que un conjunto de balbuceos incoherentes propios de un borracho en estado de "delirium tremens". Ni un experto en jeroglíficos lo tendría fácil para descifrarlos. Aun así comentaré someramente alguna de las escasas ocurrencias tuyas que resultan semi-inteligibles.
Yo no tengo nada en contra de los incultos, al menos no automáticamente. Cuando yo era más joven creía que, si algo podía mejorar al mundo, ese algo era la cultura; pero no tardé en desengañarme. He conocido a muchas personas que eran expertas en todas las ramas del arte o de la ciencia habidas y por haber, y que eran seres abominables, totalmente abominables; y he conocido a muchas personas que apenas cursaron estudios oficiales y que tenían un gran corazón y una inmensa sabiduría de la vida.
Pero a quienes no puedo soportar es a los que oyen campanas y no saben dónde, o sea, a los ignorantes que, o bien no saben que lo son, o bien están orgullosos de serlo; lo cual no necesariamente es sinónimo de incultos. Ocurre -no siempre, pero sí con alguna frecuencia- que la ignorancia engendra la estupidez; y la estupidez engendra la crueldad, como lo ejemplificas tú de manera insuperable. En definitiva, no soporto a los imbéciles, y ellos, quién sabe por qué, se lo toman como algo personal.
Tiene mucha gracia que precisamente tú me reproches firmar como Anónimo. Mira quién fue a hablar. Tú te escudas detrás de un pseudónimo (grotesco, por si fuera poco), y en tu perfil personal de Portales Médicos tienes desactivada la posibilidad de que te envíen mensajes privados. Bien, bien. A tus innumerables defectos ya podemos sumar otro más: la hipocresía rampante. Además, yo me he ofrecido a salir del anonimato para ti en exclusiva. ¿Sabes?, uno de los mejores métodos para curarse de un TOC es hacer cursos intensivos de artes marciales y defensa personal, a fin de no volver jamás a tolerar que nadie, absolutamente nadie, cometa faltas de educación y de respeto para con uno. Te propuse darte personalmente unas cuantas muestras prácticas de mis nuevas habilidades al respecto, pero declinaste tácitamente mi invitación. En el fondo no me sorprende. Tu tono al expresarte me recuerda al de incontables alfeñiques físicos acomplejados que pululan por ahí.
No voy a volver a responder a ninguno de tus mensajes; es más, ni siquiera pienso leerlos. Para mí sería una lamentable pérdida de tiempo. Ya ha quedado aplastantemente claro, para todo aquél que tenga dos dedos de frente, de qué calaña eres. Y nunca mejorarás, nunca; eres incapaz de reconocer un error, pedir disculpas y enmendar tu conducta; para eso hace falta verdadera grandeza de espíritu, cosa de la que, según toda apariencia, careces casi desde el día de tu nacimiento.
Tu desbocado narcisismo te impedirá darte cuenta de una cosa importante: muchos, muchos, muchísimos, han aplaudido con entusiasmo mi labor de hacer morder el polvo a un fatuo engreído como tú, lo cual siempre resulta, sin duda alguna, un espectáculo edificante.
Todo delata que eres un fanático perturbado con pretensiones mesiánicas de infalibilidad, uno de ésos que creen saberlo todo sin haber presenciado nada, y que se permiten despreciar infinitamente a quien se le ponga por delante -sin conocerlo realmente en lo fundamental- porque es el método más facilón para sentirse superiores; desde luego es un método mucho más cómodo que intentar desarrollarse personalmente para superar a los demás con recursos de buena ley.
Intentar dialogar contigo es una empresa condenada de antemano al fracaso. Tus razonamientos y argumentaciones brillan por su ausencia, y lo único que sabes hacer es lanzar rebuznos y eructos. A la larga resulta tedioso lidiar con un sujeto así. Yo quizá consentiría en proseguir tan monótona e improductiva tarea si por lo menos me pagaran por ello. Puestos a hacerlo gratis, hay adversarios de talla bastante mayor que la tuya, aunque sea en un sentido de pura perversión. Seguro que resultaría considerablemente más ameno combatir al genuino Donald Trump que a un minúsculo Donald Trump de imitación y de secano.
Opinen lo que opinen tus ínfulas de superexperto, ya he superado prácticamente todos mis problemas psíquicos. No tengo más obsesiones que cualquier hijo de vecino, y las que tengo son más interesantes y divertidas de lo habitual. Soy independiente. No constituyo una carga para nadie. Me gano la vida honradamente. Tengo un hermoso trabajo que me gusta, y en el que desde el punto de vista profesional me va muy bien. En el mundo hay mujeres a las que amar, amigos que tratar, rica comida que degustar, buenos libros y películas que disfrutar, hermosa música que admirar, paisajes nuevos por descubrir, idiomas extranjeros por aprender. No me queda tiempo para dedicártelo a ti, Dr. Tóxico, porque cada vez practico menos el masoquismo; y ni siquiera una cierta curiosidad antropológica me moverá ya a estudiar en cuántas vilezas y bajezas pueden incurrir los reptiles humanos de las cloacas, uno de cuyos especímenes más eximios (¿o debería decir ex-simios?) eres tú. De éstos últimos es aconsejable huir como de la peste... si uno no quiere perder el sentido de las cosas bellas de la vida.
Tratar contigo, aunque sea vía Internet, me recuerda lo que una vez le dijo Heinrich Heine a una de sus amistades: "Hoy me vas a encontrar un poco idiota. X... ha venido a visitarme y hemos estado intercambiando ideas." Aparte de eso, sé por experiencia que a los que estáis histéricamente deseosos de llamar la atención no hay nada que os duela más que el olvido y la indiferencia.
Me despido vaticinándote una cosa: vas a acabar mal, muy mal... y sin necesidad de que yo ni nadie mueva un dedo para conseguirlo. Tú te vas a labrar tu propia ruina. A lo largo de mi existencia he visto un buen número de individuos que eran similares a ti y que acabaron muriendo en la más completa soledad y desesperación, porque su carácter despertaba una generalizada repulsa allá por donde pasaban. En la hora de tu horrorosa agonía, te garantizo que te acordarás de estas palabras que ahora te dirijo. Ya resulta sintomático que, cuando despotricabas contra la broma que te gasté para dejar en evidencia tu presunción y tu soberbia, replicaras que eso sólo debía hacerse con los conocidos; fíjate bien, no dijiste "amigos" sino "conocidos". Lógico. Los sujetos como tú nunca tienen amigos; a lo sumo tienen amiguetes o amigotes, o colegas, o vecinos, o cómplices de fechorías; la verdadera amistad es algo que desconocen, y están crónicamente incapacitados para cultivarla.
Adiós para siempre, Dr. Tóxico. Asqueado de haberte conocido.