Hace un poco más de veinte años, me eliminaron el frenillo del pene. Sangre y costuras, pero al cabo del tiempo, fue lo mejor que me sucedió. Desde mi niñez, odie esa piel, que impedía el crecimiento de mi pene, lo torcía.

A mis cuarenta y cinco años, me pelo el pene a satisfacción y lo goza mi mujer, bien duro y erecto, con toda la cabeza pelada dentro de su vagina, sin riesgo de sangrado.

He evitado que a mis hijos los circunciden, como lo piden en los sanatorios privados, pero eso sí, a sus seis meses o antes, el médico les peló sus pititos y a petición mía les hizo su frenulotomía. Para algo debe servir la experiencia.

Me es realmente satisfactorio decir que en las regaderas del club, mis hijos, ya adultos, orgullosamente incircuncisos, sin complejos ante los circuncisos, presentan sus penes bien desarrollados, con sus prepucios cortos y arremangados, sus glandes gordos, pelados, aseados, rectos y sin frenillo, como los han llevado desde su niñez.