Pues sí, José Luis, tenemos rachas y, lo que es peor, nunca nos acostumbramos a ellas (a las malas claro está)
Lo que para una persona normal es una vivencia más, con un componente estresante o emocional, para nosotros lleva implícita la consiguiente temporada de desasosiego ante el embate de nuestras odiadas compañeras de viaje.
Verás, hace sólo unos días falleció mi última abuela. Pasé unos días muy duros durante su agonía. Muchas horas en el hospital junto a su cama. Fue un proceso donde en cuestión de un par de semanas pasé de oirle contar con nostalgia cómo la comadrona que me trajo al mundo me depósito en sus brazos, a ver cómo exhalaba su último suspiro mientras yo apretaba su mano intentando contener mi llanto ante su mirada, que por momentos se tornaba vidriosa y sin vida. Se me hace un nudo en la garganta sólo con pensar en ello, pero te diré una cosa, en todos esos días no logré sentir ni una sola extra. En cambio ahora, cuando de nuevo aterrizo en mi mundo, las estoy pasando canutas. La moraleja positiva que puede extraer de esto es que nuestro corazón, quejica y destartalado, está preparado para soportar los embates más duros que la vida nos depara.
Tengamos esperanza en que vendrán tiempos mejores.

Saludos,

Carlos.