Alzheimer. Etiopatogenia
Autor: Dr. P. García Férriz | Publicado:  11/06/2009 | Geriatria y Gerontologia , Neurologia | |
Alzheimer. Etiopatogenia.6

En la siguiente sección ofrecemos unos razonamientos para intentar consolidar la teoría electrohormonal, una teoría cuyos principales componentes, la electricidad y las hormonas, brillan por su ausencia precisamente.

 

7. Razonamientos

 

Creemos que la causa que produce la enfermedad de Alzheimer (EA) es una patología electrohormonal. Sobre ello vamos a exponer nuestros razonamientos. Nos hemos esforzado al máximo de nuestras posibilidades para exponer con suficiente claridad, precisión y exactitud la causa-efectos que concurren en la enfermedad de Alzheimer. Toda investigación científica es como una cadena en la que todos sus eslabones están relacionados entre sí, desde el primero al último, sin romperse nunca ninguno de ellos. Normalmente, el primer eslabón que aparece es la desorientación y la alteración de la conducta. La investigación científica sólo debe responder ante sí misma. Únicamente valen los resultados. En este primer eslabón exponemos la importancia que tiene la ausencia de la electricidad en las distintas partes del cuerpo.

 

En la enfermedad de Alzheimer, la patología electrohormonal es el eje principal en torno al cual giran muy distintos efectos. Pero es necesario conocer el factor principal. Hace falta saber con certeza el sujeto (causa) y el predicado. El sujeto es, sin lugar a dudas, la edad, la corriente eléctrica y las hormonas. En la enfermedad de Alzheimer, el sujeto deja de ejecutar la acción. Y el predicado es el fenómeno o acciones que acontecen en nuestro organismo como consecuencia de la acción del sujeto. Estos fenómenos (efectos) son los que constituyen la cadena de la enfermedad de Alzheimer.

 

Consideramos al predicado como el atributo de una proposición. La proposición la conceptuamos como el factor de todo principio que se establece y que debe ser demostrado. ¿Lo conseguiremos?

Como hemos visto, procuramos despejar cuantos interrogantes nos hemos planteado, pero hace falta responder a más preguntas. Esta es la constante de toda investigación científica.

 

Mucho hemos dudado en las distintas facetas que este campo de difícil investigación nos ha propiciado. Somos del criterio de que, si prescindimos del resorte íntimo egoísta que mueve la inteligencia investigadora y consideramos exclusivamente los efectos sociales de cada descubrimiento, la pretensión altruista del investigador se confirma. Así, la investigación beneficiaría de forma positiva a la Humanidad. Qué impresionante, qué maravillosa es la investigación cuando se verifica con entusiasmo, con fe inquebrantable y sin miras egoístas.

 

El estudio neurohormonal ha sido siempre la constante de nuestro trabajo y preocupación. Las reglas abstractas y confusas de la investigación científica resultan siempre infecundas y estériles. La ciencia humana debe descartar como inabordable el esclarecimiento de las causas primeras y el conocimiento del fondo sustancial de lo oculto.

 

Nos encontramos en una situación difícil y muy delicada. A pesar de ello, no podemos rendirnos ante criterios sin contenidos ciertos y fecundos. Los genios (no nos encontramos entre ellos) difícilmente se doblegan a las reglas escritas. Prefieren hacerlas. Sin darnos cuenta, así estamos procediendo. ¿A dónde llegaremos? Lo ignoramos. Lo que no podemos dudar es que conseguiremos el reconocimiento de toda mente noble que sabe recoger y reconocer un gran esfuerzo puesto al servicio de sus semejantes de forma totalmente altruista.

 

No existe mayor felicidad en este mundo que encontrarse de frente ante una investigación desconocida. Si el innato investigador no obtiene el éxito que él esperaba (pero sí el reconocimiento), no dejará de ser feliz al reconocerse a sí mismo que ha cumplido con su noble conciencia. Y esta inconmensurable realidad colma de felicidad a todo hombre de bien, ya sea en la ciencia como en cualquier profesión donde debe predominar el ingenio. Nunca nuestro saber es completo; tan fragmentado es, que, aún en los temas más prolijamente estudiados, surgen probablemente insólitos hallazgos. Por lo tanto, “no debemos menospreciar un trabajo, por muy poco científico que nos parezca; siempre nos aportará algo nuevo, aunque sea poco, porque delante de nosotros está siempre el infinito” (Saint-Hilaire).

 

La ciencia parte siempre desde lo desconocido. Se crea, pero nunca está creada. ¡Cuántos hechos, al parecer triviales, han conducido a ciertos investigadores adecuadamente preparados por el conocimiento de los métodos, a grandes conquistas científicas! ¿Nos encontramos nosotros poseídos de esa privilegiada virtud? Lo único en lo que sí podemos estar convencidos es que contamos con una base sólida: el conocimiento de importantes factores que concurren en la enfermedad de Alzheimer. No nos consideramos, pues, poseedores del cinturón de los grandes científicos, pero nos sentimos muy fortalecidos por la fe que constantemente nos invade. Los grandes investigadores suelen decir que “no hay cuestiones pequeñas; las que lo parecen son cuestiones grandes no comprendidas”.

 

Las empresas científicas, más que vigor intelectual, exigen severa disciplina de la voluntad y del querer hacer. Hemos tratado de conseguir unos fines que, siéndonos inciertos, no se pierden ni un ápice del mérito ya contraído. Muchas veces, el hombre de ciencia ofrece los caracteres mentales del inadaptado; mora en un plano superior de humildad, desinteresado de las pequeñeces y miserias de la vida material. Así nos encontramos ante una evidente felicidad, que sólo puede ser narrada por el fervor interior bien arraigado. En este sentido, las palabras pierden fuerza emotiva. Sólo valen los hechos.

 

Cuando se inicia un trabajo de investigación científica, como en la enfermedad de Alzheimer, es porque se dispone de suficiente conocimiento para embarcarse en tan difícil misión. Siempre hemos empleado el sentido común. Creemos que todo aquello que el sentido común ve como real, es real. El sentido común y el conocimiento deben fundamentarse en la experiencia. Cuando un determinado número de hechos parecidos que aparecen en los dos sistemas (el central y el vegetativo) se dan en torno a una misma causa (electro-hormonal), sucede que esos hechos están en conexión con el mismo eje del que dependen esos hechos; hechos y fundamentos que anteriormente se han comentado.

 

Todos los efectos que conocemos en la enfermedad de Alzheimer parten, sin lugar a la menor duda, de los centros vegetativos ya mencionados. La causa principal no puede ser otra que las disfunciones del hipotálamo y de la hipófisis.

 

La causa es la suma o el conjunto de todas aquellas circunstancias cuya existencia nos hace pensar como existente, un determinado efecto, y cuya ausencia total o parcial hace que no podamos pensar que este efecto exista. Esta definición viene a englobar, a encajar perfectamente con las observaciones, teoría, pruebas y los apuntes que aquí se han reflejado. Todo viene siendo coincidente y cuando todos los resortes de una cadena encajan adecuadamente, dicha cadena es válida y firme.

 

Los principios de la ciencia no son objeto de los sentidos ni de la imaginación. El entendimiento y la razón son los únicos guías seguros de la verdad. Si investigamos cuál es la naturaleza de todas nuestras conclusiones acerca de los hechos que suficientemente creemos haber aportado, vemos que todas ellas se remontan, en última instancia, a la relación causa-efecto. Así investigamos la enfermedad de Alzheimer.

 

Desde el punto de vista lógico, sería igualmente legítima y admisible la vinculación de una causa concreta cualquiera con cualquier efecto, fuera el que fuese, y frente a esto, es la experiencia la única que puede poner coto y levantar una barrera fija. En este trabajo se podrá observar y comprender las enormes dificultades que siempre y en todo momento se han presentado a cuantos han intentado romper esa barrera. ¿Lo conseguiremos nosotros?

 

La justificación de nuestras conclusiones causales no puede basarse ni en el razonamiento lógico ni en la experiencia misma; sólo nos sirven como orientación razonada. Para poder encontrar una conexión necesaria cualquiera, habría que poner de manifiesto un medio, el eslabón de un concepto intermedio que sirva de enlace. En este caso concreto, es nuestra propia electricidad y las hormonas. La electricidad (por defecto) y las hormonas (por disfunción) constituyen el enlace entre la edad con la que aparece la enfermedad y todos los efectos que ya se conocen.


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