Fraternidad en la interaccion docente – estudiante
Autor: Lic. Omaira Ramírez | Publicado:  25/11/2009 | | |
Fraternidad en la interaccion docente – estudiante .4

Sin embargo, dentro de esta pluralidad, se puede concluir el análisis afirmando que la idea de desarrollo perfectivo es un elemento común a todas las acepciones y definiciones sobre educación.

 

Al respecto:

 

Si tuviéramos que concretar en una breve formula una realidad tan variopinta, sin duda nos decidiríamos por ésta: educación es todo aprendizaje valioso e intencional. Aunque sea genérica esta expresión, sin embargo, elimina una gran cantidad de realidades y conceptos que a veces se proclaman como incluidos bajo el noble término de educación. Hasta que no se produce una modificación en los conocimientos, hábitos o actitudes del sujeto, una mejora en su comportamiento, lo que implica perfeccionar su ser, no se ha alcanzado la cota educativa (9).

 

El problema reside en entender lo que es adecuado y en distinguirlo de lo que no lo es. El problema se presenta, pues, a nivel axiológico, a nivel de lo que se entiende como mejor, como deseable, como ideal, como valor o modelo en función del cual se pueda coincidir en el objetivo final de lo que se pretende alcanzar mediante el desarrollo perfectivo u optimización de la persona y en carácter de la conducción de este desarrollo.

 

En esta misma línea, la razón que sustenta tal asimilación es doble. Por una parte, no puede pensarse una educación donde no se de ningún acto de valoración. Por otra, no puede pensarse tampoco una persona en relación con el medio sin que la presencia de los valores envuelva a una y a otro. Es ésa una realidad, la de la existencia humana y la de la educación. Al respecto, este mismo autor señala:

 

...parece que la única salida es confesar abiertamente y sin miedo, que toda educación, por escéptica que pretenda ser, es una educación, en valores. Los valores hay que buscarlos en la vida de la persona en crecimiento constante, se encuentran arraigados en la existencia humana, en las relaciones que establece con la realidad y con la vida (9).

 

Se pueden configurar dos grandes bloques relativos a las finalidades de la educación: socialización y autonomía, integración de la persona en la sociedad y desarrollo de su conciencia crítica. Ello supone reconocer los determinantes históricos, sociales, políticos, ideológicos y culturales de la educación, pero concebirlos a su vez, desde la interacción y la construcción. Por consiguiente, se educará para el desarrollo social, para el valor de la mejora social. Pero, por otra parte, se orientará también para el desarrollo personal, para ser mejores. Solidaridad, participación, cooperación, autonomía, compromiso y crítica podrían ser algunos de los descriptores axiológicos que se encontrarían presentes como metas a conseguir dentro de las dos grandes finalidades educativas, entendiendo, además; que no se trata de apartados o categorías claramente diferenciadas, sino en mutua relación e implicación cuya separación siempre implica artificiosidad sólo justificable bajo fines didácticos.

 

Desde este binomio totalmente integrado, se debe tener en cuenta el peligro de la influencia de la estructura colectiva sobre la persona en el acto de valoración y con él, el peligro de la llamada “fascinación técnico-cientificista”, lo que impele precisamente a tener, si cabe, aún más presente el desarrollo de la capacidad de crítica y de autonomía, el proceso de construcción personal que no se adapte de manera heterónoma a lo sociocultural, sino que incida sobre él, transformándolo y optimizándolo. Siempre que concibamos la educación como optimización, desde el ideal de perfección, como adaptación con idea de evolución, de mejora en suma, se estará afirmando la íntima relación entre educación y valores, porque la optimización, la evolución o la mejora implican siempre una opción valorativa por encima de otras alternativas. De esta manera es como se considera que es preferible educar para la reflexión que no para la sumisión, para la crítica que no para la aceptación pasiva; para la participación que no para la abstención, y sea cual sea la concreción que se le de a los anteriores referentes, se estará moviendo en el dominio de los valores colectivos y particulares (10).

 

El componente moral o ético, el universo axiológico de cada persona, han de ser desarrollados y potenciados de igual manera que se desarrollan y se potencian las habilidades cognitivas,  la competencia lingüística, el conocimiento cultural o la motricidad. Nadie se cuestiona la necesidad e importancia de desarrollar estas competencias - y otras - en los niños y jóvenes. En cambio si parecía necesario hasta hace poco tiempo justificar la importancia, necesidad y conveniencia de desarrollar una labor educativa en el dominio de los valores, lo cual no deja de ser significativo. En este sentido, es prudente expresar “que si el proceso educativo no consigue personas que tengan predisposiciones para interrogar e interrogarse sobre la realidad que los rodea y sobre ellos mismos, predisposiciones para enjuiciar críticamente la información recibida, habría que suprimir lo de educativo” (11).

 

Al respecto la primera condición de la persona, por el simple hecho de serlo, por estar dotada de inteligencia y libertad, era su moralidad. Se refería a la moral como estructura previa a la bondad o maldad de la acción o de la vida, que implica la justificación de esa vida, tanto en el sentido de totalidad o globalidad como en su acepción específica, acción tras acción (12).

 

Parece, pues, incuestionable que se esté llamado a recorrer ese camino, a cuestionar lo que nos rodea, a valorar y a actuar en consecuencia. Nuestra vida no es otra cosa que el ejercicio de la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor. Si la educación ha de preparar para la vida, no puede, por lo tanto, dejar a un lado lo que constituye la esencia misma de la persona. Ha de preparar para ese ejercicio de discernimiento, así como también para aquellas capacidades o dimensiones de la persona que se encuentra en su base. Las palabras de Marín, R  sobre este respecto son claras y rotundas: “La vida puede tener sentido y carecer de él. La Vida se gana y se pierde. Hay vidas nobles y viles. ¿Cuál es el sentido de la vida? La respuesta es sencilla: La realización de los valores" (9).   

 

Planteada la pregunta, de por qué educar en valores, se contestaría que por las mismas razones por las que se educa a los niños, tanto en el ámbito formal como en el no formal y, por supuesto el informal. La educación, cuando es verdadera educación, es educación en valores, es educación moral, y son muchas las personas especialistas en Pedagogía y campos afines que así lo entienden.

 

La dimensión axiológica de la educación parece, pues, una afirmación sólidamente establecida y negar lo que resulta evidente supone desvirtuar tanto el concepto mismo de educación, como la función a desempeñar desde la profesión.

 

Las citas que seguidamente se recogen expresan con mayor precisión y acierto la postura que se acaba de presentar, por lo que señalan que:

 

Cuando educamos, y lo hacemos, con criterios de racionalidad, necesariamente tenemos que realizar nuestras acciones educativas en el contexto de los valores. La vida de las personas, como nos dicen los Antropólogos, está abocada a la acción, y la acción del humano, por provenir de un ser inteligente, tiene que ser intencional, se hace para algo; cuando esa acción se pretende que sea educativa tiene que hacerse para algo valioso, porque la educación es siempre un proceso de optimización o mejora del educando. (11).

 

No hay educación sin moral, porque sin moral ninguna educación sería posible.

 

Si no es a partir de los valores no hay posibilidad alguna de llevar a cabo un proceso educativo. No existe el hombre biológico, desnudo de cultura, de valores desde los cuales exige ser interpretado. Acercarse al hombre, conocerlo, entenderlo, significa interpretar el mundo de significados o valores a través de los cuales todo hombre se expresa, siente y vive; y el sistema de actitudes ante la vida que le dan sentido y coherencia. Significa contemplar al hombre en su historia, en su propio hábitat fuera del cual sería del todo irreconocible. Por ello los valores son explícitos o implícitos, inevitables en la educación. (12).


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