Trasplante Renal. Impacto de Vida o de Corporeidad
Autor: Dra. Onelia Orence Leonett | Publicado:  17/10/2011 | Otras Especialidades , Nefrologia , Urologia , Articulos | |
Trasplante Renal. Impacto de Vida o de Corporeidad .3

Marco Teórico

La relación que se establece entre identidad personal y trasplante de órganos es oscura, compleja y, por sobre todo, poco estudiada. Puede entreverse que esa noción se involucra con una idea más general sobre el cuerpo humano, su naturaleza, funciones y alcances; y también intuirse que ella juega un papel importante en la decisión de donar y también en la de aceptar el órgano ofrecido por un tercero. Pero al mismo tiempo, en la mayoría de las veces, las sospechas enunciadas se mueven en terreno de lo especulativo y persisten en desconocer los datos de primera mano que los propios individuos comprometidos aportan para esclarecer cuál es el vínculo que mantienen con su cuerpo, cuáles son sus percepciones, creencias, emociones, imágenes y valor que le otorgan a su corporeidad (26).

Las publicaciones existentes hasta el momento, que relacionen la corporeidad y el trasplante renal, son pocas. A continuación algunos autores disertan sobre el tema de trasplante en general desde una perspectiva filosófica. Las primeras publicaciones, se orientaron a examinar algunos vínculos entre trasplante e identidad. Adoptando una perspectiva teórica, imaginó el autor (27) que el hipotético trasplante de cerebro pondría en jaque a la idea misma de identidad personal. El sostuvo que si tamaña hazaña fuera posible y pudiera en paralelo mantenerse la vigencia de un dualismo antropológico de cuño cartesiano, el yo o la ipseidad del receptor se vería comprometida al quedar envuelta en esa práctica biomédica. Incluso las nociones tradicionales de donante y receptor perderían en tal caso sus perfiles definidos, porque quedaría en entredicho quién y qué se dona, quién y qué se recibe. Según sea la manera de entender este punto podría hablarse de trasplante de cerebro o bien de trasplante de tronco completo, de una persona que recibe un cerebro en buen estado o de un cerebro en buen estado al que se le ha conseguido un nuevo cuerpo en el cual alojarse (28). La propuesta, sin embargo, no pasa de ser un ejercicio intelectual cercano a los argumentos novelescos a que nos tiene acostumbrados la ciencia ficción, imposible no reparar aquí en Las cabezas trocadas (27), y a las especulaciones formuladas por neurocientíficos (28).

El trasplante de cabeza/tronco se ha ensayado, hasta ahora, a título experimental entre perros y monos. Otro frente de tormenta, esta vez apuntando ya no sólo a la identidad personal sino a la identidad de la propia especie humana, se abre cuando ponderamos la licitud de trasplantar órganos genitales (ovarios, testículos) y glándulas que regulan el equilibrio hormonal y bio-psicológico de las personas (hipófisis); pero esta posibilidad fue pasada por alto por este autor, en sus trabajos, hasta la fecha. En este caso la amenaza que turba la identidad se cierne sobre el receptor pero también sobre su descendencia biológica, con lo cual el problema queda amplificado. Desde una perspectiva simbólica que reconoce la utilización de materiales anatómicos humanos para trasplante como variante tecnológica del sacrificio, del canibalismo o de la antropofagia, también la identidad personal aparece como problema. Ciertas preguntas se actualizan en cuanto se pretende poner en marcha un operativo de ablación y trasplante: ¿continuaré siendo yo mismo cuando incorpore a mi cuerpo un fragmento corporal que me es ajeno?, ¿ese elemento exótico podrá con propiedad ser designado como algo que me pertenece?, yo mismo, si muero, ¿continuaría siendo quien soy si me incorporara al organismo de otro? Y en todos estos supuestos ¿cuál es el límite entre mi yo y los otros yoes, entre interioridad y exterioridad, entre identidad y alteridad Otra investigadora, declina en varios de sus artículos estos interrogantes, para concluir que la cuestión de la identidad es el factor de interferencia más importante tanto para donar un órgano propio como para aceptar de otra persona un órgano determinado (28,29).

Los señalamientos de gran parte de la fenomenología contemporánea de varios filósofos (30,31,32,33), apuntan en dirección semejante a la descrita (28,29), quienes ponen en evidencia que el tener cuerpo no es del orden de lo posesivo (a la manera en que yo soy propietario de un reloj, por ejemplo, que es un objeto distinto de mí e independiente) sino de lo implicativo (es un poseer que, a la vez, me tiene o me posee). Y aún más: muestran que las categorías interior – exterior son inseparables cuando se las aplica a la consideración del hombre en el mundo, porque no existe ninguna realidad a la que se pueda designar bajo el nombre de “hombre exterior”. El sujeto encarnado que cada hombre es, por tanto, concretamente, no puede escindirse de este mundo en el que participa ni de este cuerpo que tiene. Es, a la vez, toda interioridad o toda exterioridad según ese yo comprenda al mundo o según el mundo lo comprenda a él (35). Esta visión del problema remonta los dualismos y plantea una unidad discernible del ser como totalidad en un terreno que es anterior a cualquier división abstracta (como la emprendida por el cartesianismo entre sujeto y objeto, por cierta antigua teología cristiana entre materia y espíritu).

El proceso de apropiación de un órgano ajeno, en tal caso, se ve dificultado por la sencilla razón de que la ipseidad no comprende únicamente a la sustancia pensante o conciencia (si tuviera aquí algún sentido mantener el dualismo cartesiano), sino que coincide de manera completa con el propio cuerpo, que es a la vez corporeidad (materia objetiva) y corporalidad (cuerpo vivenciado o experiencial) (30). La persona dispuesta a recibir un material anatómico ajeno, debería poder volver ajeno a su propio cuerpo, objetivarlo, distanciarse de él, desconocerlo en tanto que propio; y entonces recién avenirse a tomar ese otro elemento objetivo que se le ofrece y al cual desconoce, ya que no dispone de noticias ciertas sobre su origen ni sobre su historia social previa ni sobre sus deseos. Ocurre entonces que la técnica trasplantológica, a pesar de lo que aparenta, se cumple no sólo sobre este cuerpo que el enfermo tiene (Körper), mero organismo, corporeidad objetiva, sino sobre el cuerpo que es, sobre el cuerpo vivido (Leib), sobre su cuerpo fenomenal o propio, sobre su corporalidad. No puede pretenderse que su biología cambie y que él continúe siendo exactamente el mismo, aunque esa modificación orgánica esté dictada por la enfermedad que padece. Por el contrario, es lícito pensar, que la alteración de su sustancia corporal transformará también su manera de ser y, con ella, la manera de adecuarse al nuevo cuerpo, al mundo (35,36).

Conservar o perder la propia identidad es un dilema que remite entonces a la dificultad que representa esa transformación obligada de todo su ser, a la exigencia de transitar una dialéctica que sepa conjugar su cuerpo orgánico con su cuerpo vivido y relacionarlo de manera armónica con el cuerpo social en que ambas “realidades” se desenvuelven. Si falla este proceso de apropiación, se hablará de rechazo. Aunque, bien mirado, podemos suponer que el fenómeno del rechazo no se agota en el ámbito biológico sino que también abarca un psico-rechazo (26), en tanto hacerse cargo de un elemento ajeno que ingresa a su cuerpo e intenta formar parte del yo, acaba por perturbarlo emocionalmente pues distorsiona su esquema corporal y sus mecanismos de reconocimiento, incluso hasta el punto de obligarlo desde inicio a recusar la práctica biomédica propuesta. Del mismo modo en que podríamos hablar de una compatibilidad biológica entre partes orgánicas, podríamos hacerlo, también, de una psico-compatibilidad que remite a la buena relación que se establece entre el yo y los distintos elementos corpóreos que le son inherentes (32).

Las preguntas que la fenomenología contemporánea se hace ocuparían poco espacio en el caso de que se sustentara una concepción dualista del hombre, en la cual el cuerpo propio resultara una especie singular de máquina organizada como un conjunto de elementos interactuantes, pero donde queda sin definir una identidad específica para cada uno de ellos. La escuela pre-vesaliana recluye al cuerpo al mundo de la extensión, cosa entre las cosas, objeto entre los objetos, instrumento íntimo y extraño empleado con diversos fines. La existencia de este cuerpo es confirmada por un procedimiento semejante al utilizado para verificar la existencia de cualquier objeto externo al sujeto mismo, es decir de cualquier objeto situado en el espacio. Y si yo comprendo eso significa que dispongo de una inteligencia distinta del cuerpo. Este cuerpo antes que nada es una propiedad muy especial que se posee (habere) y no algo que intrínsecamente se es (esse): en esta forma verbal se juega el destino de esa relación que nos atañe entre yo y el cuerpo que se tiene, en cierta forma un extraño respecto de uno mismo (15). Es así que esta posesión, esta pertenencia, puede prestar un servicio instrumental; mientras que “mi esencia consiste en que soy una cosa que piensa”, “una cosa que piensa y carece de extensión”, si bien “poseo un cuerpo al que estoy íntimamente unido”, “casi fundido”, lo cual no significa que llegue a identificarme con él bajo ningún respecto (38,39,40).

Aunque lo anteriormente expuesto, no son los resultados de estudios realizados en trasplantados, sino visiones filosóficas de los diferentes autores, considero importante incorporar esta imagen dual de la naturaleza humana, los intercambios y los recambios de partes corpóreas quedan legitimados en tanto no se altere la conformación o estructura del conjunto y se permita su funcionamiento, su equilibrio vital. La identidad es una categoría que cada uno es capaz de establecer consigo mismo en tanto ser pensante, pero de la cual esa sustancia extensa particular que es el cuerpo propio, queda excluida. La identidad personal, en suma, deviene de la conciencia, es decir de la apropiación que el yo hace de sus operaciones, estados presentes y pasados.

La biomedicina actual adopta estas nociones de cuño filosófico y centra su operatoria en encontrar el nuevo órgano que reemplazará en un cuerpo dañado al órgano enfermo y, al mismo tiempo, en conformar con su desempeño a la estructura operante. El receptor debe, por necesidad, poner en funcionamiento una lógica idéntica, la que le permita incorporar esa parcela ajena al conjunto de su más íntima pertenencia. Ambos movimientos son estrictamente necesarios para llevar a feliz término cualquier intervención de trasplantes.

El trasplante de órganos ofrecerá a los pacientes una mayor cantidad y calidad de vida. No obstante, este tipo de intervenciones puede generar durante todo el proceso (desde la propuesta del trasplante hasta la adaptación tras la alta médica) importantes complicaciones psicológicas, tanto en los pacientes como en sus familiares. Algunos autores afirman que, el post-trasplante es una fase de conflictos ambivalentes que oscilan entre el miedo y la esperanza, la dependencia y la independencia (40).

PERSPECTIVAS MÚLTIPLES DEL FENÓMENO

ANÁLISIS, INTERPRETACIÓN Y DISCUSIÓN DE LAS SUBCATEGORÍAS Y CATEGORÍAS.

El trasplante renal, ha sido abordado básicamente desde el punto de vista experimental y clínico apoyándose en el paradigma cuantitativo, con excelentes resultados, lo que ha generado el éxito como terapia idónea de los portadores de enfermedad renal crónica (ERC), indistintamente de la causa. Sin embargo, la buena respuesta esperada en los pacientes trasplantados renales es multifactorial, donde intervienen varios factores: biológicos, clínicos, farmacológicos, psicológicos, espirituales, intuitivos, vivenciales y otros. Considero que todos y cada uno de estos aspectos, son de gran importancia, por lo tanto deben ser abordados con el propósito de contribuir con su calidad de vida al brindarle a todos los trasplantados renales una valoración integral.


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