Afortunadamente, la Iglesia Católica ya no goza de la impunidad de antaño (en los siglos y países en que ostentó un poder absoluto o casi absoluto cometió abundantes tropelías dignas del Partido Nazi) y ahora salen a la luz cada vez más casos de pederastia sacerdotal y, lo que es peor, de encubrimiento sistemático de estos delitos por parte de los superiores jerárquicos, siguiendo una pauta de repugnante corporativismo.

Pues bien, la situación no es muy distinta con respecto a los médicos y los abogados. Que estos individuos se protegen insistentemente entre sí, incluso llegando a tapar infracciones de una crasa ilegalidad, es algo que sabe cualquiera que haya presentado quejas ante los comités de Ética y Deontología de los Colegios Oficiales de Médicos o de Abogados. Estas instituciones no están, comúnmente, para defender a los perjudicados contra los abusos de sus perjudicadores, sino para defender a los perjudicadores contra las denuncias de sus perjudicados.

Lo tristemente habitual es que las víctimas sean recibidas ahí con métodica desconfianza e incredulidad, cuando no con patentes desprecios y humillaciones, y que, para cerrar en falso la mayoría de las denuncias, los encargados de examinarlas no vacilen en practicar las omisiones conscientes, las tergiversaciones hipócritas y las mentiras descaradas. Todo sea por tender un manto de silencio sobre cualquier desmán perpetrado por cualquier miembros de la cofradía.

Véase aquí la crónica de un indignante caso reciente, ocurrido en la española ciudad de Barcelona:
https://fraudedelcolegiooficialdemedicosdebarcelona.wordpress.com/