Hola, buenos días.
Esto no pretende ser un mensaje de tipo disciplinar, ni siquiera tiene pretensiones de abrir debate alguno, es sencillamente una reflexión en voz alta (más bien en letra clara)
Creo sinceramente que nuestra postura frente a la muerte es crucial para encarar el problema de las extras, aunque en realidad todo ello puede hacerse extensivo a todas y cada una de las facetas de nuestra vida.
Recuerdo que cuando era un niño tenía la sana costumbre de agradecer cada mañana la posibilidad de vivir un nuevo día. De forma sistemática, cada vez que abría los ojos pensaba en lo afortunado que era por poder disfrutar de un día más. La vorágine en la que la vida nos va metiendo, ha hecho que el paso del tiempo me hiciera perder esa perspectiva, pero después de que las extras me han sacudido, intento retomar esa senda.
Como es obvio, para que una actitud así no suponga un verdadero suplicio, es fundamental no temer a la muerte. Creo que en nuestra vida hay una serie de hitos dignos de resaltar, pero dos sobresalen sobre todos ellos: nuestro nacimiento y nuestro óbito. Como todos y cada uno de esos escalones que suponen nuestro tránsito vital, hay que pasarlos inexorablemente, entonces ¿por qué no somos capaces de hacernos a esa idea?
Es cierto que hay cosas que nos atan a este mundo con mucha fuerza, pero si vamos haciendo lo que estimamos correcto en cada momento, podemos estar siempre preparados para el gran salto. Es evidente que puede que nuestra tarea aquí no esté terminada, pero si lo que hemos hecho nos satisface y sabiendo que la partida no tiene fecha prevista, la idea de morir no tendría que amargarnos, ni provocarnos ataques de ningún tipo.
Anoche, sin ir más lejos, me sobrevino de repente una ráfaga de extras de las que yo denomino tipo “tembleque”. El desorden en que entra mi corazón en esos momentos es tal que no soy capaz de determinar ni el número ni el tipo de extras. El cuerpo llega a agitarse levemente, como intentando acompañar al corazón, sin que yo pueda controlarlo. En esos momentos pienso que no va a pasar nada, que esto es benigno, pero… por si acaso, alargo la mano y toco a mi compañera que duerme plácidamente a mi lado y que tantos años de felicidad me ha dado. Pienso que mi muerte será sin duda un duro golpe para ella, pero que es muy fuerte y saldrá adelante. En el fondo, un sencillo cálculo de probabilidades dice que tendrá que pasar ese trance un día u otro. Cierto que cuando más tarde mejor, sobre todo porque tenemos tres hijos y nuestro trabajo con ellos no ha terminado. Otra vez me invade un sentimiento de culpa, porque pienso que el trabajo se le acumulará a esta gran mujer, pero al mismo tiempo un sentimiento egoísta también aflora, pues hay que reconocer que la vida es bella en ocasiones, pero también que es una putada en otras tantas y quitarme de en medio será un alivio en ese sentido. No intento engañarme, sé que todavía quedan muchas cosas por llegar que no me gustaría perderme, pero hay que ser realista. ¿Me gustaría llegar a conocer a mis nietos? ¡¡Por supuesto!! Y a mis bisnietos, si pudiera, pero por desgracia no podemos elegir el momento de nuestra muerte, así que lo mejor que podemos hacer es estar preparados siempre para ese trance.
Por otra parte, pienso que incluso podría considerarme afortunado de tener una muerte rápida, si consideramos la posibilidad de tener que pasar por verdaderos calvarios en forma de enfermedades devastadoras que nos conducen a la muerte con mucho sufrimiento.
En fin, después de todas esas reflexiones, en ocasiones las extras todavía siguen ahí, pero aunque no logro que desaparezcan sí les digo a la cara que no las temo… que ya me joden bastante como para encima desestabilizarme emocionalmente provocándome ansiedad o pánico. ¿Dificultades para conciliar el sueño por las extras?... ya pasarán y mientras tanto a poner en orden mis pensamientos. ¿Puede resultar fatal la práctica de los deportes que me gustan?... de algo hay que morir y si encima es haciendo algo que te gusta y que es recomendable ¿cuál es el problema? Otra cosa sería que con otro tipo de actitudes agravara mi salud (alcohol, tabaco, etc.), porque entonces no estaría haciendo lo que el respeto a mis seres queridos me obliga. En este punto quiero rendir homenaje a un compañero de trabajo recientemente fallecido cuando hacía su habitual ejercicio diario, caminando por una conocida avenida de mi ciudad. Manolo, que así se llamaba, tenía problemas en su corazón, pero no como los nuestros, sino realmente graves. Había sido intervenido quirúrgicamente ya en alguna ocasión y pasaba largos períodos de baja médica porque su corazón andaba renqueante. Sin embargo, lejos de acobardarse y meterse en casa sumido en una depresión y presa de ataques de todo tipo, siguió con su vida durante años e intentó mantener su corazón activo el tiempo que pudo, aplicando para ello los consejos que sus médicos le daban. Me entristece enormemente su muerte, pero me alegra que haya sido capaz de vivir feliz el tiempo del que disponía y me enorgullece su valentía. Para mí es un ejemplo a seguir.
Bueno, creo que mi turno en el diván del psiquiatra ha llegado a su fin por hoy. Perdón por el rollo, pero alivia contar estas interioridades a alguien, aunque sea de esta forma tan impersonal.

Sean felices y tengan siempre presente el siguiente latinajo: CARPE DIEM (que viene a decirnos que disfrutemos el presente sin preocuparnos por el futuro)

Un cordial saludo,

Carlos.