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         Diagnóstico
        anatomovascular: Es importante para demostrar el grado de
        vascularización y los pedículos nutricios del tumor. Se realiza
        mediante la angiografía. Sus indicaciones precisas son los casos
        dudosos, la extensión al seno cavernoso y la necesidad de embolización
        preoperatoria. El estudio angiográfico constituye el método
        radiológico de mayor fiabilidad para su diagnóstico, demostrando un
        tumor muy vascularizado y posibilitando su embolización. 
        
          
            
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                 Angiografía del
                ANJ Preembolización  | 
             
            
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                 Angiografía del
                ANJ Postembolización  | 
             
            
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        Clasificación
        topovolumétrica 
        Es de gran utilidad
        para la elección del tratamiento, sobre todo para el abordaje
        quirúrgico y ante la necesidad del combinación de medios
        terapéuticos. La más adecuada es la clasificación de Fish. 
        Tipo I Tumor limitado a
        la nasofaringe y a la cavidad nasal sin invasión ósea. 
        Tipo II Tumor que
        invade la fosa pterigomaxilar o el seno maxilar o el etmoides con
        invasión ósea. 
        Tipo IIIa Tumor que
        invade la fosa subtemporal o la órbita sin ataque endocraneano. 
        Tipo IIIb Tumor con
        invasión intracraneana extradural. 
        Tipo IVa Tumor con
        invasión intracraneana extradural e intradural sin invasión del nervio
        óptico, la silla turca o el seno cavernoso 
        Tipo IVb Tumor con
        invasión intracraneana extradural e intradural con invasión del nervio
        óptico, la silla turca o el seno cavernoso. 
          
        Diagnóstico
        diferencial 
        Se debe realizar con
        los pólipos antroconales que se caracterizan por ser pálidos, blandos,
        móviles, no sangrantes y son raros en los jóvenes; también con el
        fibroma o fibromixoma, el craneofaringioma, el cordoma, el
        rabdomiosarcoma, el carcinoma indiferenciado y el linfoma. 
        Los tumores malignos
        son raros en la adolescencia y se caracterizan por ser ulcerados, con
        fetidez, infiltrantes con gran base de implantación y generalmente
        acompañados de adenopatías cervicales. 
        Los sarcomas que pueden
        adquirir gran tamaño son los que más se prestan a confusión, pero su
        rápida evolución contrasta con el ANJ. 
        La sífilis o
        tuberculosis podrían ser confundidas sólo en las formas vegetantes,
        pero son excepcionales. Los estudios radiológicos, las reacciones
        serológicas y la biopsia aclararán todas las dudas. 
        Las vegetaciones
        adenoideas pueden tener una sintomatología similar al comienzo, que ha
        llevado a intervenir a pacientes supuestos adenoideos con las
        consiguientes hemorragias, error que sólo se justifica con exámenes
        incompletos. En caso de duda debe efectuarse biopsia. 
        El sexo, la edad, la
        evolutividad, el aspecto macroscópico, las lisis óseas demostradas por
        las imágenes y eventualmente la biopsia son datos útiles para la
        diferenciación. 
         
        Tratamiento 
        Los tratamientos
        indicados van desde la abstención con vigilancia hasta la combinación
        de técnicas quirúrgicas complejas con radioterapia y embolización. 
        Abstención de
        vigilancia: Esta conducta está basada en la presunta desaceleración
        evolutiva que el tumor sufre con la edad, pero se ha demostrado que no
        es aconsejable en la mayoría de los casos. Está indicada en el control
        de recidivas intracraneanas no evolutivas ni sintomáticas. 
        Hormonoterapia:
        Considerando la influencia de las hormonas sexuales en el origen y
        crecimiento del tumor, varias escuelas han ensayado la administración
        de testoesterona o estrógenos, ya sea como terapéutica de base o para
        mejorar las condiciones del tumor en el postoperatorio, con resultados
        disímiles. Actualmente no se la emplea dado que los resultados no
        compensan las complicaciones del tratamiento. 
        Embolización: Tiene
        por objeto disminuir el sangrado operatorio, y debe realizarse no antes
        de las 96 horas previas a la cirugía. Si bien es útil, no está exenta
        de riesgo y debe ser efectuada por un equipo de hemodinamia muy bien
        entrenado. Sus indicaciones precisas son los tumores invasores muy
        vascularizados y la oclusión de la carótida interna supraoftálmica en
        tumores de tipo IV o las recidivas invasivas del seno cavernoso con buen
        polígono de Willis. 
        Quimioterapia: Goepfert
        y Cols reportan 5 casos de ANJ manejados con quimioterapia utilizando 2
        esquemas, el primero con doxorrubicina-dacarbazina y el segundo con
        vincristina, dactinomicina y ciclofosfamida. Esta ha sido recomendada en
        lesiones recurrentes y en aquellas en donde no están indicadas la
        cirugía ni la radioterapia 
        Radioterapia: El
        tratamiento principal del ANJ es la cirugía que puede ser curativo,
        pero se ha observado una disminución de recidivas si se trata con
        radioterapia posoperatoria. Su efecto consiste en provocar fibrosis y
        vasculitis radiante que disminuyen el tamaño y el sangrado del tumor y
        frenan su evolución. Esta acción no es efectiva con dosis bajas, y las
        lesiones posradiación de la hipófisis, el hipotálamo y los nervios
        ópticos, sumadas a la acción cancerígena que pueden ejercer las
        radiaciones sobre la rinofaringe en dosis útiles, limitan sus
        indicaciones a los tumores de tipo IVb y a las recidivas evolutivas o
        sintomáticas inoperables. 
        En general, se ha
        indicado la radioterapia en tumores con extensión intracraneal en las
        fosas anterior y media que comprometen vasos nutricios paraselares del
        sistema de la carótida interna, seno cavernoso y quiasma óptico, en
        tumores recurrentes, alto riesgo quirúrgico y en pacientes que rechazan
        la cirugía. 
        La radioterapia es asimismo el tratamiento indicado cuando quede tumor
        residual, o cuando no sea posible la cirugía. El alivio de los
        síntomas es la norma habitual después del tratamiento, pero una
        regresión objetiva puede tardar meses en apreciarse. 
        Se suele emplear
        telecobaltoterapia con campos individualizados que aseguran la cobertura
        del tumor, muy similares a los que se utilizan para tratar el cáncer de
        nasofaringe, pero sin la irradiación de los ganglios linfáticos
        cervicales. En todos los casos deben proteger los ojos adecuadamente. La
        dosis recomendada es de 30 Gy en 15 sesiones durante 3 semanas. 
        
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