Fragilidad en el adulto mayor
Autor: Dra. Magaly Catarí Sánchez | Publicado:  28/06/2010 | Medicina Familiar y Atencion Primaria , Geriatria y Gerontologia | |
Fragilidad en el adulto mayor .2

Lo que en realidad marcará la diferencia es si esta enfermedad u otra condición física, psíquica o social han favorecido el Estado de Salud Funcional o llevado al compromiso del Estado de Salud Funcional.

Es así como una de las primeras manifestaciones de enfermedades en el adulto mayor (AAMM) se produce a través de alteraciones de la funcionalidad. Esta se constituye, en el signo de alerta más importante. De aquí la importancia fundamental de la medición permanente de la funcionalidad en el adulto mayor (AAMM) (19).

Aunque no se puede dar una definición única al significado de adulto mayor (AAMM) o anciano, la palabra hace referencia a la suma de cambios que suceden a un individuo con el paso del tiempo, en una relación entre la edad cronológica y los cambios biológicos, sociales y económicos. Sin embargo, no existe una medida segura y absoluta del envejecimiento, ya que cada organismo cambia de manera individual, y aunque es un proceso universal, irreversible y progresivo, se necesitan mecanismos de evaluación y estrategias específicas organizativas de la población anciana desde los diferentes abordajes, para su atención en salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS), define salud como el “bienestar físico, mental y social, de los individuos”, resaltando que no sólo es la ausencia de enfermedad. En los adultos mayores (AAMM) la salud es definida como la capacidad para atenderse a sí mismo y desenvolverse en el seno de la familia y la sociedad, la cual permite desempeñar sus actividades de la vida diaria por sí solo (20).

En lo referente a la fragilidad, comúnmente asociada con la edad, incluye varias características. Los adultos mayores (AAMM) frágiles son débiles, a menudo tienen muchos problemas médicos complejos, tienen menor habilidad para vivir de forma independiente, pueden tener habilidades mentales reducidas y con frecuencia requieren de ayuda para sus actividades cotidianas (vestirse, comer, ir al baño, movilidad). La mayoría de los adultos mayores (AAMM) frágiles son mujeres (en parte debido a que las mujeres viven más que los hombres), tienen más de 80 años y a menudo reciben cuidados de un hijo adulto. Debido a la rápida tasa de crecimiento de la población de 65 años de edad o mayor, el número de personas mayores frágiles aumenta cada año (21).

La mayoría de los autores concuerda en que la fragilidad es un estado asociado al envejecimiento, que se caracteriza por una disminución de la reserva fisiológica o lo que se ha llamado un estado de homeoestenosis. Este estado se traduciría en el individuo en un aumento del riesgo de incapacidad, una pérdida de la resistencia y una mayor vulnerabilidad a eventos adversos manifestada por mayor morbilidad y mortalidad (22).

A pesar de la claridad conceptual de las definiciones anteriores la dificultad es lo inespecífico de ellas, ya que no podemos ignorar el hecho de que el envejecimiento en sí, es un proceso de deterioro también caracterizado por una vulnerabilidad aumentada y una viabilidad disminuida que se da en el tiempo y que progresivamente disminuye la reserva fisiológica. Otra característica del envejecimiento es su heterogeneidad, que resulta de interacciones complejas entre los factores genéticos y ambientales, llevando a una variabilidad individual de edad fisiológica que no coincide exactamente con la edad cronológica y la presencia de la comorbilidad (efecto de una enfermedad o enfermedades en un paciente cuya enfermedad primaria es otra distinta) y discapacidad.

El envejecimiento biológico, los hábitos tóxicos, las patologías agudas y crónicas, la nutrición inadecuada, la inactividad, el inmovilismo y el reposo en cama, los factores sociales y económicos: condiciones de la vivienda, soledad, nivel educativo, pobreza, aumentan el riesgo de fragilidad. De especial relevancia son los factores modificables como la inactividad. La inactividad produce cambios a nivel del sistema musculoesquelético (pérdida de hasta un 3% diario de la fuerza muscular, descalcificación ósea acelerada), cardiovascular (reducción de 150 ml de volumen plasmático/día) y respiratorio (reducción de la PO2), entre otros. En la actualidad, tres de cada diez personas mayores de 65 años que se encuentran hospitalizadas desarrollan algún tipo de incapacidad funcional que no presentaban cuando fueron ingresadas, como resultado de la inactividad a que les obliga la atención hospitalaria convencional (camas altas, barandillas, cateterizaciones prolongadas). El contacto del anciano con el sistema sanitario genera dependencia, y en un momento en el que se está hablando tanto de este asunto con la aprobación de la ley de dependencia, resulta fundamental insistir en que el objetivo de la atención a los mayores es prevenir esta situación (23).

En la práctica clínica, la debilidad de las personas mayores es frecuentemente descrita por cambios como son discapacidad, presencia de comorbilidades y fragilidad, lo cual, hace más vulnerable al adulto mayor (AAMM) y se ve la necesidad de que sea asistido. Generalmente estas tres condiciones se encuentran asociadas.

La discapacidad se denomina como una pérdida paulatina de las habilidades mentales, lo cual, es una limitante para el desempeño de las actividades cotidianas. Mientras que la fragilidad, se caracteriza por múltiples patologías como son bajo peso, fatiga, dolor muscular, poca energía, disminución de respuesta motora, además de una lenta reacción cognitiva. Esto en conjunto, crea un círculo vicioso, en donde en ocasiones es necesaria la intervención médica e incluso la hospitalización.

Si oportunamente se somete a cuidados y rehabilitación, el adulto mayor (AAMM) es capaz incluso de cuidarse por sí mismo, aunque es recomendable una vigilancia, de esta forma puede continuar con sus actividades cotidianas y vivir un poco de independencia, características que elevan su calidad de vida.

En Canadá, en un cuestionario a través del cual se evalúa al adulto mayor (AAMM), se integran criterios como capacidad cognitiva, motivaciones, capacidad de comunicación, movilidad y equilibrio, integridad del sistema digestivo, capacidad sensorial, sueño y descanso, estado nutricio e integración social.

Por otra parte, también es común encontrar una elevación de marcadores serológicos como son la proteína C reactiva y citoquinas como la interleucina, que en conjunto incrementa los procesos de inflamación y coagulación, lo cual provoca mayores enfermedades crónicas, por ello, estos marcadores biológicos deberían integrarse como parte de una evaluación preventiva.

La fragilidad y la incapacidad son entidades clínicas asociadas a la vejez, los mecanismos de origen aún no se conocen con exactitud y tampoco hay un acuerdo con su definición. Lo que es cierto, es que cuando estas entidades clínicas se asocian, la calidad de vida del adulto mayor (AAMM) disminuye, pues depende de otros, aún en sus cuidados básicos, situación que puede llevar al adulto mayor (AAMM) a una depresión mayor (24).

Habitualmente, en la atención al anciano se utilizan numerosos instrumentos y escalas para valorar la dependencia. Sin embargo, si lo que se pretende es evaluar fragilidad y, por lo tanto, dimensionar un estadio previo a la aparición de incapacidad deberían utilizarse instrumentos que fueran capaces de realizar la medición de la reserva funcional de un individuo. En los últimos 25 años se han propuesto numerosos criterios para diagnosticar la fragilidad. Todos inciden en la competencia del aparato locomotor como puerta de entrada hacia la fragilidad. Entre los numerosos marcadores de fragilidad propuestos, se repite con frecuencia la fuerza de prensión. La fuerza de prensión puede ser un buen indicador de fragilidad. La pérdida de fuerza de prensión se asocia con el incremento de la edad cronológica pero, independientemente de esta relación, es un marcador potente de discapacidad y morbimortalidad. Si tuviéramos que optar por un único marcador para llevar a cabo el diagnóstico de fragilidad en la práctica clínica diaria, muy probablemente y a la espera de definir marcadores biológicos que se alterarían de forma temprana desde las fases preclínicas de la fragilidad (mediadores solubles de la respuesta inflamatoria, hormonas, radicales libres, antioxidante y macro y micronutrientes), éste sería la velocidad de la marcha. La disminución de la velocidad de la marcha es una manifestación preclínica de fragilidad física, lo cual nos da opción de poder intervenir sobre el anciano frágil antes de que se establezca la discapacidad. La velocidad de la marcha debiera incorporarse a la evaluación sistemática del anciano frágil o con sospecha de serlo (23).

Para ser considerada frágil, una persona debe tener 3 o más características de las que se nombran a continuación: poca actividad física, debilidad muscular, funcionamiento más lento, fatiga o poca resistencia y pérdida de peso involuntaria. Las personas que son frágiles tienen más propensión a volverse discapacitadas, a ser hospitalizadas y a tener problemas de salud. Los adultos mayores (AAMM) frágiles son más propensos a desarrollar infecciones debido a que su sistema inmunológico no funciona tan bien como el de los adultos mayores (AAMM) sanos. Las infecciones simples pueden causar más daño, hasta la muerte, en personas mayores frágiles que en individuos de la misma edad que son sanos. La desnutrición es también común entre los adultos mayores (AAMM) frágiles. La pérdida de masa muscular (más de la normal con el envejecimiento sano) puede derivarse de una dieta baja en proteínas. Debido a la incapacidad de planear y preparar sus propios alimentos, los individuos mayores frágiles pueden no consumir suficiente proteína y calorías para mantener su peso corporal y su salud (21).

Este estudio se enmarca en la rama Geriátrica de la Medicina, la cual se ocupa de la atención integral del adulto mayor (AAMM), en la salud y enfermedad considerando aspectos clínicos terapéuticos, preventivos y rehabilitación precoz existen diversos instrumentos para la realización de evaluaciones físicas, psíquicas, sociales y funcionales.

En lo que respecta a la valoración funcional, ésta determina la capacidad que tiene un individuo de auto-cuidarse en su entorno y está influenciado por su salud física, mental y social. El término funcional se utiliza más, para dentro de la esfera física identificar qué grado de independencia se alcanza en las actividades de la vida diaria (AVD). Permite distinguir:

• Grado de autonomía: capacidad del sujeto de decidir por sí mismo su conducta, la orientación de sus actos y la realización de diversas actividades.
• Grado de dependencia: necesidad de asistencia para realizar ciertos actos.


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