Llegé al consultorio médico el lunes pasado puntualmente. Como me indicó el médico, lavé antes minuciosamente mi pene con su glande pelado y así lo mantuve hasta la presencia del médico. Me pasó a la sala de reconocimiento, me pidió quitarme el pantalón y la truza y me acosté en la mesa.

La enfermera muy atenta, me lavó con algún líquido desinfectante todo el pene y el prepucio totalmente retraido con el frenillo tirante; el médico le roció xilocaina y con una aguja muy delgada, me inyectó la anestesia sobre el frenillo. Sufrí alguna molestia al picar la aguja, no más que en una curación con el dentista.

Esperó el médico unos diez minuros para que surtiera efecto la anestesia y tomó el bisturí eléctrico. Un ligero olor a carne asada y en menos de dos minutos todo había terminado, absolutamente sin una gota de sangre.

Esperaba que me cosiera la herida, pero me explicó que no era necesario con esta técnica moderna. Sólo me recomendó mantener aseado y seco el glande, por lo que era necesario tenerlo pelado, con su prepucio enrollado y no alarmarme si sangrara algo en ese lapso. Por prevención de alguna infección, me recetó antibiótico y un analgesico por si hubiera dolor o molestia y me exigió abstenerme de relación alguna con mi esposa o masturbarme, evitar esfuerzos físicos y no practicar deportes, todo antes de pasar un mes por lo menos.

Mi primera expresión al ver mi pene sin frenillo, fue el agradecer al médico su consejo y lamentar el tiempo que pasé con la molestia de ese pellejo, que tirante doblaba el glande y era un peligro de que se rasgara en un coito.

Me vestí y como si nada hubiera pasado, salí a continuar con mi trabajo.

Al cabo de una semana, ninguna molestia; efectivamente me sangró la herida, sólo fueron unas cuantas gotas que casi no se hicieron notar en mi truza. Ventaja casi inmediata, ha sido que con mayor facilidad mantengo retraido mi prepucio casi constantamente y aseado el glande, al carecer de las arrugas del frenillo.