[Continuación y final del mensaje anterior]



5. FRAGMENTOS SELECCIONADOS DE MI CRÓNICA DEL MALTRATO QUE ME INFLIGIÓ EL DR. CHAPMAN, PRESENTADA ANTE EL ILUSTRE COLEGIO OFICIAL DE MÉDICOS DE MADRID EL 5 DE ABRIL DE 2019, Y NUNCA DESMENTIDA POR EL DR. CHAPMAN A PESAR DE QUE LE DIERON LIMPIAMENTE LA OPORTUNIDAD DE HACERLO



Fui a hacerme en la clínica del Dr. Risco (C/ Alcalá 433, 28027 Madrid) los análisis que ya les envié a Vds. Había que esperar algo más de una semana hasta recibir los resultados. A XXXXX le dije que fuera a hacerse ella también todos los análisis de las ETS.

Pero ella no pensaba hacerse análisis en la Seguridad Social ni en ningún otro seguro médico, porque, en caso de dar positivo en algo, el dato siempre resurgiría cada vez que cualquier médico de cualquier rama consultara su historial.

Por ello le propuse que acudiera a un centro médico privado, y me ofrecí a hacerme cargo de todos los gastos y a acompañarla a la hora de hacerse los análisis, haciéndomelos yo también para mayor confirmación de los resultados. Busqué exhaustivamente en Internet y consideré que Open House, una empresa que no conocíamos de nada, podía ser una buena opción, juzgando por los colores celestiales con que estaba redactada su publicidad “on-line”.

En definitiva, hacia finales de 2011 fuimos los dos juntos a Open House para hacernos un chequeo completo de ETS. El diagnóstico, ofrecido a la media hora de realizarnos las pruebas -ya que se trata de una clínica de resultados rápidos-, fue que nuestras únicas afecciones eran que yo padecía sífilis, y mi pareja gonorrea de garganta.

El Dr. Chapman dijo que pediría para mí una prueba complementaria con la muestra obtenida de mi sangre, prueba que mandó que hicieran en Ruiz- Falcó (C/ Larra 16, 28004 Madrid), cuyos resultados tardarían una semana en saberse. Durante esa nueva semana de espera me llegaron los resultados de Megalab, vía Dr. Risco, con resultado negativo para sífilis, que ya les envié a Vds.

El viernes 25 de noviembre de 2011, hacia las 19.50 h., recibí una llamada telefónica personal del Dr. Chapman, quien me anunció que Ruiz-Falcó había confirmado su resultado positivo en sífilis. Yo le hablé del resultado negativo de Megalab. Él me dijo que visitara la clínica llevándole el informe de Megalab y que lo examinaríamos juntos. Yo le pregunté cuándo podía ir. Él me dijo literalmente: “Cuando tú quieras.” Yo le tomé la palabra y le pregunté: “¿Puede ser el domingo?”, y él me colgó el teléfono, sin más ni más.

Ahora bien, mi propuesta de visitarlo en domingo no pretendía ser ninguna falta de respeto. Pensé inocentemente, al escuchar aquel “Cuando quieras”, que eso significaba que se trataba de una de esas empresas que abren los siete días de la semana. Si no le pregunté al Dr. Chapman si podíamos vernos el sábado fue porque el sábado a las 19.30, en XXXXX, programaban una de las películas más divertidas que existen (“XXXXX”), y yo deseaba llevar a mi pareja a verla porque ambos necesitábamos urgentemente levantar el ánimo. Al Dr. Chapman le propuse el domingo única y exclusivamente porque yo creía sinceramente que era el día más cercano que podía venirnos bien a los dos, y quería solventar cuanto antes, en mi ansiedad, el misterio de la discrepancia de diagnósticos.

Menos de un minuto después de que el Dr. Chapman cortara la conversación colgándome el teléfono, yo lo llamé a él para disipar el malentendido; pero quien me atendió fue el recepcionista de la clínica, el cual me dijo que el Dr. Chapman ya se había marchado porque era la hora de cerrar. Yo le pedí hora para entrevistarme personalmente con él a la mayor brevedad, y me la dieron para el lunes por la mañana.

Mi novia estuvo presente en la misma habitación que yo cuando se produjo todo este intercambio de llamadas telefónicas, y puede corroborar que es verdad cuanto les digo a Vds.

El lunes comparecí ante el Dr. Chapman en Open House y, debido a mi carácter tímido y apocado -y también a mi renuencia a contar aspectos personales de mi vida si no es totalmente imprescindible-, al principio no hice ninguna alusión al incidente telefónico del viernes anterior. Le enseñé los resultados de Megalab, los ojeó durante diez segundos (o menos) y sentenció: “No son veraces”, sin ofrecer explicación alguna. Yo no insistí, por temor a irritarlo aún más. Él me preguntó si alguna vez me habían tratado con penicilina, y yo respondí, lanzando una pequeñísima carcajada (que él interpretó como burlona, pero que en realidad no era más que una risita semihistérica de ansiedad): “No que yo sepa, a menos que los psicofármacos contengan penicilina.” A raíz de esto, el Dr. Chapman montó en cólera.

Una vez más les aclaro a Vds. que mi intención no tenía nada de sarcástica. Aunque les cueste creerlo, yo no tenía apenas idea de en qué consiste la penicilina, ni qué productos la incluyen, ni qué aplicaciones médicas tiene.

Pues bien, el Dr. Chapman, hecho un basilisco, me dijo que mi visita actual y nuestras conversaciones telefónicas previas eran de lo más desagradable que había tenido que pasar en toda su actividad profesional. Entonces, yo, para solucionar el conflicto, decidí que no había más remedio que hablar de mis trastornos psíquicos y le revelé que padecía TOC o neurosis obsesiva. Para mi gran sorpresa, me dijo de inmediato con una increíble rotundidad: “Entonces, no te acepto como paciente.” Yo, extrañadísimo, le dije: “Pero ¿por qué?” Y respondió: “Porque estoy harto de los que tenéis TOC, que no hacéis más que ponerme denuncias absurdas por falta de higiene.”

Fíjense Vds. en que el Dr. Chapman no estaba dispuesto a rechazarme, según él mismo, por nada que yo hubiera hecho, sino por lo que él temía que pudiera llegar a hacer, basándose únicamente en experiencias anteriores suyas con otras personas. A mi entender, él no tenía absolutamente ningún derecho a presuponer tal cosa de mí. Ya que es inglés, podía haberse aplicado un refrán famoso en su país de origen: “Don’t cry until you are hurt.” (“No chilles hasta que te hayan herido.”) Y, en todo caso, si le parecía estar corriendo un riesgo, ésos son los gajes de su oficio; y, si no está dispuesto a aceptarlos, sería preferible que se dedicara profesionalmente a otra cosa. Quiere disfrutar de todas las ventajas de su posición, pero eludiendo todos los inconvenientes de una manera comodona y XXXXX.

Por otro lado, como ya les participé a Vds., yo jamás he sufrido manías de higiene obsesiva. La higiene de Open House me pareció impecable, nunca protesté por ella ante el Dr. Chapman, no se la comenté negativamente a XXXXX, no he hecho ninguna referencia a ella en ninguna de mis múltiples críticas feroces en Internet... y resulta que este sujeto tiene la impresentable desfachatez de acusarme judicialmente de haberlo atacado por eso, forzándolo así a expulsarme. En fin.

Volvamos a mi relato. Casi tuve que suplicarle al Dr. Chapman que me aceptara y me tratara, asegurando que yo nunca había puesto una denuncia contra nadie y que era la persona más miedosa del mundo a la hora de meterme en líos de cualquier tipo. Por lo que se refiere al informe de Megalab, él me preguntó, sin abandonar el tono bronco, que para qué venía a Open House si no estaba dispuesto a creerme lo que él me dijese, y afirmó estar seguro de que yo era uno de esos aprensivos que se pasan la vida haciéndose una y otra vez los mismos análisis en distintas clínicas sin quedar nunca satisfechos, fuera cual fuese el resultado. Yo, como no tenía ganas de explicarle mi muy íntima y dolorosa historia personal, le dije que acudí a Open House porque me había sentido incapaz de aguardar el plazo de espera de Megalab y porque la publicidad de Open House promete diagnósticos en menos de media hora; y asimismo le aclaré conciliadoramente que había pensado que él pudiera estar equivocado en sus resultados porque yo en realidad no sabía básicamente nada de él ni de su empresa. Él me recalcó muy digno que estaba en posesión de sus correspondientes diplomas y de todos los permisos necesarios de la Comunidad y el Ministerio (yo nunca llegué a examinar ninguno de tales documentos, ni él se ofreció a mostrármelos). También me preguntó airado por qué le había propuesto telefónicamente el domingo para concertar una cita; yo, en condiciones normales, le habría hablado detalladamente de las características de mi TOC; pero, en vista de que así corría el peligro de que me expulsara definitivamente debido a su paranoia, le contesté que en esos momentos me había afectado mucho la noticia de la corroboración de mi sífilis y, en mi desconcierto y confusión, no sabía ni lo que yo mismo decía.

Acto seguido le desapareció repentinamente el enojo, se le dibujó en el rostro una sonrisa beatífica, y me hizo tumbarme en una camilla para ponerme una inyección de penicilina, especificándome que durante la quincena inmediata habría de ponerme otras dos inyecciones iguales, cosa que cumplió de modo irreprochable. Yo le pregunté entonces si no había manera de averiguar si mi sífilis era reciente o antigua y me dijo categóricamente que no. A XXXXX también le hizo la prueba IgG-IgM, que a ella le salió negativa (¡¡¡después de 10 años de sexo con un presunto infectado!!!); y ella podría testificar ante Vds. que a ella tampoco le comunicó -ni verbalmente ni por escrito- los valores que determinan la antigüedad y la vigencia de esa enfermedad, en contra de lo que el Dr. Chapman declaró embusteramente en Google en la “Respuesta del Propietario” que luego tuvo buen cuidado de borrar.

Ya pueden Vds. advertir que el Dr. Chapman parece creerse en el derecho de pedir explicaciones a todo el mundo, aun aquéllas que no le incumben para nada, pero no está dispuesto a dar las que está obligado, profesional y moralmente, a ofrecer a sus pacientes.

Supongo que la pregunta que me hizo sobre si alguna vez me habían tratado con penicilina me la hizo con ánimo de aclararme, seguidamente, que, una vez que uno ha estado en contacto con la sífilis, la prueba IgG-IgM le dará siempre positivo, aunque uno ya haya sido curado de ella, advertida o inadvertidamente. Pero, atacado por su berrinche, se le olvidó aportarme ese dato fundamental, que me habría ahorrado muchas angustias y que sólo supe mucho más adelante.

XXXXX tuvo una consulta privada con el Dr. Chapman para hablar de su supuesta gonorrea de garganta (¡¡¡a mí esa prueba me dio negativo!!!), y de paso comentó con él la discrepancia de mis resultados en Open House y en Megalab, así como su conato de expulsarme. Según me contó ella luego, el Dr. Chapman se limitó a decirle que tenía una larga lista de pacientes que habían sido dados por perfectamente sanos en la Sanidad pública, pero a los que él les había encontrado enfermedades insidiosamente ocultas; y que uno de sus pacientes, afectado de TOC, se había suicidado y él no quería volver a pasar por la misma experiencia. A mi modo de ver, la primera explicación es insuficiente y burda, y exige ser creída sólo sobre su palabra de honor (un honor del cual carece por completo); y la segunda no es ni por asomo una razón admisible para rechazar a ningún paciente. Para colmo, esas explicaciones debería habérmelas dado a mí directamente, y no habérmelas hecho llegar por persona interpuesta, como si yo fuera un ser peligroso o un niñito inmaduro incapacitado para afrontar las duras realidades de la vida.

XXXXX me sugirió que le presentara disculpas al Dr. Chapman por mi comportamiento con él, aunque no porque ella creyese que yo había obrado con mala intención, sino para apaciguarlo y evitar futuros conflictos. Yo le pedí efectivamente perdón en mi siguiente cita, y el Dr. Chapman me sonrió bonachón y me dijo que no me preocupara, pues yo ya era casi parte de la casa. En esa misma cita le conté que yo había estado informándome en Internet sobre la sífilis y temía estar padeciendo quizá una neurosífilis y que se debieran a ella la persistencia y el agravamiento de mis trastornos neuróticos, así como los dolorosísimos espasmos musculares que se me producen continuamente por toda la cabeza desde hace muchísimos años. El Dr. Chapman me contestó que no creía que yo padeciera neurosífilis pero que, para que me quedara tranquilo, le dijera a la que por entonces era mi psiquiatra, la Dra. Juana Martínez Ladrón, que se pusiera en contacto con él para prescribirme una punción en la médula espinal y salir así de dudas. La reacción de la Dra. Martínez Ladrón ante mi crónica de mis relaciones con el Dr. Chapman, ya se la especifiqué a Vds. en una de mis comunicaciones anteriores; la Dra. Martínez Ladrón también exclamó que quién se creía que era ese individuo para insolentarse conmigo porque yo hubiera acudido a otros laboratorios antes que a él y porque le pidiera explicaciones sobre las discrepancias, y que cuando uno puede tener una enfermedad grave está en su perfecto derecho de consultar a veinte médicos distintos, si le apetece, para obtener la máxima pluralidad de puntos de vista.

En la cita de que hablo, el Dr. Chapman añadió que, si me surgían más dudas médicas, se las consultara escribiéndole a una dirección de correo electrónico que figuraba en una tarjeta comercial que me entregó. Yo no quería consultarle ninguna duda por esa vía, pues no deseaba que quedara constancia escrita, firmada por mí, de ningún episodio de mi vida; y además llevaba meses e incluso años con fobia a utilizar mi cuenta de correo electrónico, para no incurrir en infinitas y extenuantes comprobaciones neuróticas al manejarla. No le dije al Dr. Chapman nada de esto, para que no me volviera a considerar un paciente peligroso ni me expulsara definitivamente. Me resigné a no hacerle pregunta alguna hasta que, al cabo de tres meses, se verificara si había surtido efecto el tratamiento con penicilina, y entonces ya no me importaría si me declaraban “persona non grata” en Open House.

Los susodichos tres meses siguientes fueron horrorosos.

Al término de esos tres meses fui otra vez a Open House para realizarme nuevas pruebas de sífilis, que las mandaron a hacer en Ruiz-Falcó, y dieron negativo. En Open House me habían prometido que ya me llamarían ellos para recordarme cuándo era el momento de hacérmelas, pero, por lo visto, eso también se les olvidó; fui yo quien hubo de recordárselo a ellos cuando ya se había cumplido sobradamente el plazo. Mientras yo aguardaba en la antesala del centro médico, en la que esperábamos varios pacientes en presencia del recepcionista, éste, un jovenzuelo con pinta de “macarra”, recibió una llamada de alguien que al parecer quería pedir cita urgente con el Dr. Chapman para plantearle personalmente una serie de dudas angustiosas. El recepcionista le dijo casi a gritos: “Escríbele, hombre, escríbele”, y colgó el teléfono ruidosamente. Yo pensé para mis adentros: “En esta clínica no conviene hacer preguntas a la cara; el que no quiere hacerlas por escrito es considerado poco menos que un apestado.” Y en consecuencia resolví no hacerle al Dr. Chapman las preguntas orales que tenía preparadas para él en esa visita. Luego me enteré de que el recepcionista de marras acabó siendo despedido de la empresa, meses después, por las protestas de varios afectados, y de que el Dr. Chapman pidió disculpas en Internet a quienes hubieran podido resultar perjudicados por los modales del interfecto.

Finalmente, como a mí me seguían reconcomiendo varias dudas relativas a mi caso, pedí permiso a XXXXX para usar su cuenta de correo con objeto de hacerle al Dr. Chapman una tímida pregunta sumamente respetuosa. Me respondió al cabo de un par de días, muy correctamente, y en ese e-mail, como ya les manifesté a Vds., constaba su declaración de que no había modo humano de datar la antigüedad de mi supuesta sífilis.

Después de otros pocos meses más, continuando yo obsesionado por una serie de dudas, me dije para mis adentros: “Bah, llámalo, pide cita con él y pregúntale todo lo que quieras; seguro que te atenderá muy amablemente, saldrás de dudas y habrá un final feliz.” XXXXX no estaba de acuerdo: me dijo que, independientemente de que el Dr. Chapman tuviera muchos o pocos conocimientos, lo que estaba claro era que tenía muy poca paciencia, sobre todo con las personas en mi situación. La tarde que acudí por último a esta consulta, XXXXX la pasó temblando por mí hasta la hora de mi regreso.

La experiencia fue inenarrablemente espantosa. El Dr. Chapman estaba de muy mal talante ya desde que puse el pie en su despacho y, por culpa de sus preguntas suspicaces y sus interrupciones y recriminaciones, una entrevista que podría haberse zanjado en diez minutos terminó durando casi media hora. A continuación consigno los puntos culminantes.

Lo primero que hizo, nada más verme, fue preguntarme malhumorado por qué no le había planteado antes mis dudas por correo electrónico. Me zafé como buenamente pude, contestándole que prefería hacerlo cara a cara para poder añadir matizaciones según fuera informándome de nuevos datos.

Me dijo irritadísimo que una “persona normal” (o lo que él entendía por tal, no como yo, que para él debía de ser una persona anormal), al recibir la noticia de que estaba definitivamente curado, se habría olvidado para siempre del asunto y no habría seguido dándole vueltas. Me preguntó para qué venía a consultarle cosas si seguramente no iba a creerme nada de lo que él me dijese; volví a zafarme como buenamente pude, asegurándole con mucha solemnidad que había decidido creer en él.

Le pregunté si era verdad algo que yo había leído acerca de que el semen infectado de sífilis, expuesto al aire libre, perdía su potencial contagioso rápidamente. Él me dijo que sí. Yo dije: “Anda, ¿así que es cierto?”, pero lo dije del mismo modo que lo haría un niño maravillado ante el relato de una hazaña futbolística. El Dr. Chapman me dijo que por qué se lo preguntaba por segunda vez, como si se lo pusiera en entredicho, y que se notaba mucho que yo, aunque no fuera consciente de ello, estaba empeñado en desconfiar de sus palabras.

Le dije que había invitado a mi casa a un amigo, que le había servido un refresco, que se me había caído -sin querer- una gotita de saliva en dicho refresco, que mi amigo se lo había bebido entero, y que yo temía que así pudiera haberse contagiado de mi sífilis. El Dr. Chapman me preguntó despiadadamente si lo que ocurría en realidad era que yo había tenido relaciones homosexuales con mi amigo y no quería confesárselo con franqueza; le respondí que tal no era el caso, que las cosas habían sido tal como se las contaba (y efectivamente habían sido así, ni más ni menos), pero él volvió a insistir, con gran violencia verbal y gestual, en que sospechaba que se había tratado de una relación homosexual.

Le hice una pregunta técnica sobre esa punción en la médula espinal que determina si alguien tiene neurosífilis. Él me preguntó por qué no había ido a hacérmela de una vez. Para no herir sus sentimientos, no le respondí que ello se debía a que varios médicos de Asisa-Muface me habían avisado que yo estaba tratando con un estafador, sino tan sólo a que mi psiquiatra, una vez informada, se había negado en redondo a hacérmela (no le especifiqué el motivo de semejante negativa). Él puso cara de “¿Lo ves?”, como si yo me hubiese obstinado siempre en hacérmela y él se hubiese opuesto a la idea desde el principio, cuando lo cierto es que yo ni siquiera sabía de la existencia de esa intervención quirúrgica hasta que él me habló de ella y me animó a hacérmela. Desde entonces ya he aprendido la lección de que no debo procurar no herir la sensibilidad de aquéllos a los que no les importa pisotear la mía.

Le pregunté si debía informar a mis antiguas novias de mi sífilis para que ellas se hicieran pruebas de ETS a su vez por si estuvieran infectadas sin saberlo. Me preguntó colérico por qué no las había informado desde hacía meses. Yo me limité a responderle que la sífilis es una enfermedad socialmente vergonzosa y que uno no puede hablar de ella así como así (cosa que, por lo demás, él ya debía saber de sobra a esas alturas, a menos que sea tonto de remate). Me abstuve de añadir que dar a una mujer una noticia tan alarmante sin contar con una certeza absoluta de su veracidad es portarse como un irresponsable.

Le conté que yo no sabía a ciencia cierta si XXXXX y yo habíamos cumplido estrictamente el “periodo de ventana”. Le especifiqué la cifra de semanas que recordaba que el recepcionista me había dicho que debían integrar ese plazo. El Dr. Chapman me preguntó muy severamente si yo estaba seguro de que esa cifra (no recuerdo cuál le dije exactamente) era el periodo de ventana establecido por Open House para la sífilis. Yo le contesté: “Pues sí-í-í-í”, pero en tono dubitativo. El Dr. Chapman salió unos momentos del despacho sin explicarme para qué. Supongo que fue a hablar con el recepcionista para cotejar su versión con la mía. Al volver, hecho un basilisco, me dijo que la cifra auténtica no era ésa, sino otra distinta (no recuerdo cuál, pero la diferencia no excedía las cuatro semanas). Yo comenté mansamente: “Bueno, pues me habré equivocado.” Él replicó agresivamente: “Pero tú dijiste que estabas seguro.” Al reflexionar yo más tarde en mi casa, libre de la insoportable tensión que reinó durante la consulta, recordé que el recepcionista con quien hablé del asunto no había sido el macarrilla de aquellos momentos, sino otro distinto, el que me atendió cuando llamé a Open House por primera vez, unos seis meses antes, el cual era un joven bastante cordial y simpático; éste último se había limitado a preguntarme si ya había leído en Internet los diversos periodos de ventana establecidos por Open House -que había que tener en cuenta antes de hacer las pruebas-, y yo le dije sinceramente que sí. Luego la memoria me jugó una mala pasada y recordé mal la cifra ante el Dr. Chapman. Créanme Vds. que soy muy consciente de mis limitaciones y de las trabas que me impone mi enfermedad, y que si alguien me demuestra fehacientemente, con datos en la mano, que he cometido un error o un despiste, no tengo el menor inconveniente en reconocerlo con humildad y pedir disculpas. Pero el Dr. Chapman, en el apogeo de su XXXXX XXXXX, estaba convencido de que yo iba a demandarlo cualquier día, acusándolo de sabe Dios qué malversación de fechas. Por otro lado, mis indagaciones posteriores me revelaron que los periodos de ventana de Open House en aquella época (ignoro si los habrán modificado últimamente) eran ni más ni menos que los correspondientes a las directrices dictadas por las autoridades sanitarias británicas; no están universalmente aceptados, y de hecho parecen ser mayoría los expertos (entre ellos la Cruz Roja y el Dr. Martín-Lluch de los laboratorios Ruiz-Falcó) que no los comparten y que creen que deberían ser más cortos.

Como colofón antológico a tan deliciosa sesión médica, el Dr. Chapman se levantó de su asiento, me dijo que de ahí en adelante tenía yo prohibido el acceso a su clínica, y que iba a redactar una nota dejando constancia de mi visita por si se me ocurría denunciarlo. Concluyó pronunciando las inmortales frases: “Los obsesivo-compulsivos sois lo peor. Me chupáis mucha energía. Me vais a arruinar esta empresa que creé para que los pacientes recibieran un trato como nunca lo recibirán en la Sanidad pública.” Y me tendió la mano para que se la estrechara a título de despedida. Yo le dije: “Oiga, si le caigo tan mal, no me ofrezca la mano como si fuese un amigo.” Él hizo amago de retirarla, replicando: “Ah, pues no me la des si no quieres.” Yo, de todas formas, se la estreché, aboné religiosamente los 50 euros que costaba la sesión y me marché sumamente abatido. Esa misma tarde le conté detalladamente a XXXXX lo sucedido durante la consulta, y uno de sus comentarios fue: “Nunca debiste despedirte de él dándole la mano.” Ella tenía toda la razón; nunca debí darle la mano, ni por cobardía ni por educación ni por desconcierto.

Ni se nos pasó por la cabeza denunciarlo. XXXXX me dijo que sería mi palabra contra la del Dr. Chapman y que él llevaba todas las de ganar, dados mis antecedentes psiquiátricos y su ausencia de escrúpulos. Pero fue ella quien me sugirió que publicara mi testimonio, bajo pseudónimo, en todas las redes sociales donde pudiera haber gente interesada en saberlo. Al principio no le hice caso, pues lo único que yo quería era olvidar, y no deseaba que nuestra intimidad pudiera verse expuesta públicamente, y además anhelaba retomar, sin distracciones malsanas, mi trabajo ocasional; pero, una vez consumada mi separación de XXXXX, y sufridas innumerables complicaciones adicionales en mi salud por culpa del Dr. Chapman y Open House, decidí que ya era hora de poner en práctica el consejo de mi expareja. He venido haciéndolo con constancia desde entonces, y es casi lo único que me ha salvado de abismarme en el horror, caer en el alcoholismo o descargar mi rabia sobre inocentes indefensos.

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En resumen, pues, mis quejas contra el Dr. Chapman, para el cual pido las mayores sanciones aplicables a cuenta de ellas por el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid, son las siguientes:

1. Nos proporcionó a mí y a XXXXX diagnósticos erróneos, rehusó dar explicación de los mismos y, con inadmisible soberbia, se negó a reconsiderarlos a pesar de los diagnósticos y afirmaciones en sentido contrario ofrecidos por profesionales de intachable reputación.

2. Nos brindó aclaraciones técnicas incompletas, erróneas o simplemente falsas, que demuestran un palmario desconocimiento de su oficio.

3. Llevado de sus descontroles emocionales, olvidó dar información clave para la tranquilidad y el bienestar de sus pacientes.

4. Me sometió a humillaciones y amenazas, e insultó flagrante e indiscriminadamente a un grupo entero de discapacitados, incurriendo en lo que bien puede considerarse un delito de odio.

5. Ha tenido la desfachatez de llevarme a juicio, para sacarme todavía más dinero y exigirme que declare públicamente que es falsa una crónica que él sabe rigurosamente cierta.

6. Como es consciente de que cualquiera con un mínimo de decencia humana, enterado del desarrollo real de los hechos, considerará que su proceder fue sencillamente XXXXX, no ha tenido reparo en desfigurarlos -negando que ocurrieron ciertas cosas que sí ocurrieron, y afirmando que ocurrieron ciertas cosas que no ocurrieron-, intentando engañar descaradamente a su abogada, a la juez y, en general, al Sistema Judicial Español.

7. Dado su comportamiento no sólo conmigo, sino también con otros, ha dado muestras inequívocas de tener una personalidad exageradamente dogmática, hipócrita, agresiva, codiciosa, histérica, falsaria, inescrupulosa, XXXXX, XXXXX y XXXXX, lo cual lo incapacita absolutamente para ejercer con dignidad y eficacia la profesión médica y para tratar a enfermos cuya psique pudiera ser frágil y quebradiza.

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Espero haber cumplido satisfactoriamente el requerimiento de Vds. Si desearan de mí cualquier otra cosa, les ruego que no vacilen en hacérmelo saber a la mayor brevedad. Cordiales saludos.