Hipnosis terapeutica. Teoria, metodos y tecnicas aplicadas. Segunda parte
Autor: Dr. Alberto Ochoa Govin | Publicado:  9/10/2009 | Psicologia , Hipnosis terapeutica. Teoria, metodos y tecnicas. | |
Hipnosis terapeutica. Teoria, metodos y tecnicas aplicadas. Segunda parte.2

Fueron numerosas las investigaciones realizadas en la Salpetriére; allí surgió el planteamiento de que la hipnosis pasaba por tres períodos o fases a los que Charcot llamó catalepsia, letargia y sonambulismo. Sus planteamientos iban dirigidos a demostrar que la hipnosis no era más que un estado especial de la histeria, producida de manera artificial, y que las tres fases de la hipnosis tenían su contrapartida en las mani­festaciones histéricas; es decir, que la hipnosis era una neurosis histé­rica inducida artificialmente.

 

La hipnosis dejaba de ser para la Escuela de París una influencia psíquica del hipnotizador, para convertirse única y exclusivamente en una peculiaridad somática de la persona hipnotizada. Esto trajo como consecuencia que se estableciera una especie de semejanza entre hipno­sis e histeria, y se concibió como un estigma, como una tendencia ex­cepcional para reaccionar.

 

Aunque el desarrollo científico-técnico alcanzado a través de la his­toria demuestra que Charcot estaba equivocado, no es menos cierto que él mismo se esforzó y luchó por lograr respeto clínico hacia la histeria y la hipnosis.

 

Charcot intentó establecer una relación entre los síntomas histéricos y una predisposición a los trastornos neuropatológicos, poniendo espe­cial interés en destacar los factores hereditarios y constitucionales en la susceptibilidad, tanto a la histeria como a la hipnosis. Esto era la justificación del porqué los seguidores de la Escuela de París se esfor­zaban en buscar en las personas hipnotizadas aquellos signos físicos que pudieran explicar los fenómenos de la hipnosis.

 

EL MÉTODO DE CHARCOT.

 

El método utilizado por Charcot consistía en la aplicación de un estí­mulo intenso que provocaba sobresalto y miedo, para crear una atrac­ción de la atención y proseguir a continuación con la sugestión. Algunos hipnólogos, entre ellos Svengali, consideran esta técnica como la petrifi­cación por miedo.

 

En la clínica de Charcot, la hipnosis profunda era precipitada por un destello cegador y repentino de una lámpara de calcio, por la nota ines­perada de un gran diapasón o por el sonido de un gong, con su efecto sugestivo sobre el sistema nervioso. Esta técnica provocaba que en los salones de la Salpetriére cayeran en catalepsia rígida numerosos pacientes.

 

Otro de los métodos para hipnotizar utilizados por la Escuela de París era la aplicación del sonido monótono del tambor africano, para produ­cir una hipnosis más profunda.

 

La fama y el prestigio de Charcot provocaron que de todas partes del mundo llegaran discípulos para prepararse y estudiar con él, entre los que se encontraban, por mencionar algunos, Bernheim, quien se apartó por completo de sus concepciones y fundó más tarde la Escuela de Hipnosis de Nancy; el creador del psicoanálisis, Freud; Heidenheim, fisiólogo que se inclinó por la Escuela de París, y otros.

 

Heidenheim elaboró la idea de la acción refleja por encima de la sugestión psíquica y reconoció la importancia de la aplicación de estí­mulos monótonos para producir la hipnosis; además introdujo la ayuda del sonido, utilizando el tictac de un reloj o de un metrónomo. Consi­deraba que los fenómenos producidos por la hipnosis se debían principalmente a cambios­ físicos musculares; es decir, que para él la hipnosis era como una hipnoeslepsia artificial.

 

Otro de los discípulos de Charcot fue Joseph Babinski, neurólogo que también se decidió por la naturaleza histérica de los fenómenos hipnóticos. Le daba gran peso a la sugestión pura y simple y la consideraba, independiente de todo factor emotivo. Para Babinski, el hipnotismo era la vía para un estado psíquico determinado durante el cual el indi­viduo podía recibir la sugestión de otros. Calificaba al hipnotismo y a la histeria como una especie de simulación en la mayor parte de los casos, y en los restantes, como un engaño recíproco de la persona hipnotizada y del hipnotizador. Creó la palabra pitiatismo, para llamar así a los fenómenos producidos en ambos, y que eran curables por medio de la persuasión.

 

Babinski tenía concepciones organicistas sobre la histeria y la hipnosis, lo que dio lugar a profundas críticas de su teoría.

 

No es posible considerar la sugestión de forma independiente de la emoción, y si aparecen crisis histéricas en una persona hipnotizada este es producto de que la persona ya era histérica antes de ser hipnotizada. Es sabido que los fenómenos producidos en los pacientes hipnotizados varían de acuerdo con cada sujeto y que se relacionan con la persona­lidad de base.

 

Entre los alumnos más destacados de Charcot se encontraba Pierre Janet, que no tenía bien definida su posición y sus planteamientos eran algo confusos, pues no determinaban claramente las concepciones sobre le innato y lo adquirido.

 

Janet identificaba específicamente la disociación como una debilidad psíquica dada a través de una predisposición innata o adquirida de for­ma psicoestigmática. En resumen, que la disociación era el rasgo primario de la histeria.

 

Charcot impulsó con sus investigaciones el desarrollo de la hipnosis creando interés y motivaciones en sus alumnos, aunque muchos de ellos se apartaron por completo de su teoría y fueron posteriormente sus más temibles rivales. Pero otros no se apartaron de él y consideraban la hipnosis como un estado normal cuya posibilidad estaba siempre conexa a un gran desequilibrio o una diátesis nerviosa. Según ese criterio, había que estar afligido por una sensibilidad mórbida para llegar a la hipnosis total.

 

Charcot polemizó de forma tan cruda con su ex alumno y luego poderoso rival Hipólito Bernheim, que esas mutuas querellas cubrieron todas las crónicas de la época y alimentaron tanto las investigaciones como las pasiones (3). No es posible abordar esta problemática con profundidad sin exponer la obra de Bernheim, de la cual hablaremos más adelante, ni esclare­cer por qué Paul Richer (1881) publicó El dogma de la Salpe­triére y por qué Bernheim estuvo en desacuerdo con los tres estadios de la hipnosis: letargo, catalepsia y sonambulismo (dogma de Charcot).

 

Hasta esa fecha, la histeria era privativa del sexo femenino, pero como bien afirma el Doctor Ramón de la Fuente Muñiz (3), también constituía un enigma para la medicina.

 

Previamente, Jean Martín Charcot había establecido dos signos típicos de la histeria: su aparición y desaparición en forma caprichosa.

 

La no ocurrencia de lesiones cerebrales, a pesar de su carácter reversible y de que se manifiesten a través del sistema nervioso sensorial, pues se producen de acuerdo con la imagen que el sujeto se ha formado de las diversas partes de su anatomía.

 

En su plena dedicación a los trabajos de hipnotismo, Charcot comprobó igualmente que cuando se empleaba la hipnosis, los síntomas que por lo general acompañaban al cuadro histérico (rigidez, parálisis, sonambulismo, anestesia, entre otros) podían ser provocados premeditadamente con exactitud mediante esa técnica, pero también compensados hasta el punto de que la persona histérica retornaba a la normalidad o presentaba síntomas de otra naturaleza.

 

En las últimas dos décadas del siglo XIX se destacaron hechos tan significativos como los anteriormente descritos, que permitieron a las ciencias médicas adentrarse en el estudio de un fenómeno tan importante como la histeria y solucionarlo exitosamente; sin embargo, su excesivo hurgamiento en esta problemática condujo a Charcot a un grave error metodológico, pues al tratar de comparar con sistematicidad los trances hipnóticos con las manifestaciones histéricas, tomó una senda equivocada que lo llevó inexorable­mente a obviar las sutilezas del proceso hipnótico y a reducirlo de un modo bastante exagerado a la histeria, lo cual le condenó al aislamiento conceptual de otros científicos, que si bien habían sido sus seguidores y discípulos, decidieron entonces elaborar sus propias fundamentaciones teóricas y defen­der enfoques diferentes del problema.

 

Para corroborar lo precedente expondremos algunas disensiones como las de Janet, Joseph Breuer, Sigmund Freud y Bernheim, entre otros.

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