Folleto. Comite de Etica de las Investigaciones
Autor: MsC. Teresa Lisset Carcassés Sánchez | Publicado:  27/04/2010 | Etica, Bioetica. Etica medica. Etica en Enfermeria | |
Folleto. Comite de Etica de las Investigaciones .2

A partir de la introducción de antibióticos como las sulfamidas, por el año 1935 se produjeron cambios importantes en la forma de experimentar y se comenzó a investigar en los hospitales en pequeños grupos de pacientes.

Durante la Segunda Guerra Mundial la investigación se transformó profundamente, en especial en los Estados Unidos, donde se inició un programa financiado por el Estado con una nueva actitud (ya no se trataba de beneficiar directamente al paciente, sino a otros, como por ejemplo los soldados en el frente) Los sujetos y los investigadores pasaron a ser extraños y el consentimiento de los sujetos fue sobrepasado por un sentido de urgencia, el de la guerra.

En esta época se experimentó en personas con retraso mental, pacientes de instituciones de salud, prisioneros y soldados. Es preocupante que tal comportamiento similar se mantuviera después de concluida la guerra, en lo que se conoce como la época dorada de la investigación clínica, cuando predominó la falta de consentimiento informado y la participación voluntaria.

El Código de Nüremberg elaborado en 1947, a pesar de su reconocida importancia, no influyó grandemente durante estos años, probablemente porque las atrocidades cometidas se atribuyeron al régimen nazi en general y no a los responsables directos que fueron médicos e investigadores. Por otra parte, se le consideró un documento ajeno a los que hacían buenas investigaciones.

Durante esta época hubo cierto escepticismo acerca de los códigos y comités de ética, más bien se tomó la decisión de dejar estos asuntos en manos de los propios investigadores quienes debían ser responsables de sus actos y tener una buena formación profesional y moral.

Cuando en 1947 la Asociación Médica Mundial aprobaba el Código de Nüremberg, estábamos ante una nueva etapa de la interrelación entre investigación y el bienestar individual y colectivo. Los procedimientos que le inspiraron habían sido seguidos durante los dos años inmediatos anteriores contra los jerarcas fascistas y sus bases gremiales, incluidos médicos y científicos, quienes habían ejecutado con saña y meticulosidad, tanto la limpieza étnica, fusionando eugenesia con eutanasia, como experimentos médicos justificados con supuestas necesidades de la contienda bélica en que el nazi fascismo había sumido a gran parte de la humanidad a mediados de la pasada centuria.

“El Código de Nüremberg puso en la liza una nueva perspectiva, he ahí su importancia más allá de las lógicas limitaciones contextuales, donde el balance entre la necesidad de la investigación en humanos requerida para el avance de la ciencia y el bienestar general, y el deber social de proteger la integridad, salud y vida de todos los ciudadanos queda fijado por fronteras morales y tutelado por controles éticos generalmente aceptados (4)

Un hecho conmovió la opinión pública y científica: en 1966 Henry K. Beecher, artífice de la Declaración de Helsinki, publicó un controversial artículo “Ethics and Clinical Reresearch in the New England Journal of Medicine” en el cual analizaba 22 reportes de investigaciones clínicas producidas por prominentes especialistas que acusaban serias transgresiones de los principios éticos acordados en Helsinki.

Dado que el Código de Nüremberg era en esencia un conjunto de principios con una gran fuerza moral, pero de limitado alcance práctico, la Declaración de Helsinki se convirtió en el asidero ético más socorrido por los científicos, centros de investigación e instituciones de salud, estuvieran estos adscriptos o no a la Asociación Médica Mundial, como es el caso de Cuba que fue separada de esta al autodisolverse el Colegio Médico Nacional en 1966. La Declaración de Helsinki contó a su favor con que era y sigue siendo aún un instrumento vivo, que se revisa y renueva periódicamente, cediendo terreno a los criterios paternalistas de Beecher, especialmente en las versiones posteriores a la publicación en 1978 del Informe Belmont, cuyo documento elaborado por una comisión del Senado de los Estados Unidos, a raíz de las revelaciones del escandaloso estudio de Tuskegee, el cual permitió que fueran conocidos otros casos de notoria mala conducta ética ocurridos en Norteamérica, entre otros el estudio de células cancerosas realizado en el Jewish Chronic Disense Hospital of Brooklyn, New York y el estudio sobre hepatitis conducido en Willowbrook State School para niños discapacitados.

El estudio de Tuskegee, recibió su nombre del instituto de investigaciones donde se realizó, una dependencia del Instituto Nacional en salud de Estados Unidos, localizado en el condado de Macon, estado de Alabama. Fue una investigación retrospectiva iniciada en 1932, interrumpida años más tarde por la presión de la prensa y la opinión pública.

En esencia, este estudio consistió en dejar evolucionar la sífilis en una muestra conformada por 407 pacientes jóvenes y negros, a fin de establecer la historia natural de esta enfermedad.

A estos individuos se les engañó al no revelarles la verdad en cuanto a la naturaleza de lo que padecían y se les negó con ello el acceso al tratamiento adecuado. Tras el escándalo mediático y evidente trasfondo racista del suceso, en un momento además en que la sociedad norteamericana efervescía de luchas por los derechos civiles, una sentencia judicial obligó al gobierno a indemnizar a las víctimas, brindarles atención médica de por vida y ofrecerles unas disculpa pública. Esta última acción solo fue cumplida 30 años después por el presidente William Clinton con fines electorales y cuando ya solo sobrevivían menos de una decena de las múltiples víctimas de Tuskegee.

“Estas revelaciones demostraron que los nazis no fueron los primeros, ni los únicos en realizar investigaciones fuera de todo recaudo ético y aquellos que habían formado parte de quienes les acusaron y juzgaron en Nüremberg tenían “moscas” en la casa” (5)

El informe Belmont tuvo una trascendencia en términos de ética aplicada a la investigación científica porque popularizó la visión utilitarista del sistema de los principios: beneficencia, autonomía y justicia, así como los procedimientos para hacerlos efectivos en la evaluación y seguimiento de investigaciones biomédicas y médico- sociales, la ponderación de los riesgos y beneficios para los sujetos sometidos a pesquisas, el consentimiento informado y la selección equitativa de las muestras.

El sistema de los tres principios: beneficencia, autonomía y justicia, enunciado en el Informe Belmont fue refrendado un año después de su aparición, por la publicación en 1979 del libro Principios de la Bioética Médica de Thomas L. Bauchamp y James E. Childress.

Tal fue la aceptación y popularidad en los medios académicos y científicos de esta propuesta teórica que la misma se ha identificado erróneamente como el único o principal sustento teórico de la bioética, contribuyendo decisivamente con ello al proceso de medicalización de la disciplina, lo que significó un franco reduccionismo en relación con las ideas originales del creador de la Bioética, Van Rensselaer Potter, quien la concibió como una ética ambientalista orientada a lograr una cultura de la supervivencia de largo alcance.

La mayor parte de lo que se ha escrito sobre ética de la investigación después del Informe Belmont tiene su influencia, incluso en importantes instrumentos internacionales contemporáneos como son: Guías Éticas Internacionales para investigación biomédica que involucra a humanos, conocidos como CIOMS (Consejo Internacional de Organizaciones de Ciencias Médicas, por sus siglas en Inglés), OMS (Organización Mundial de la Salud) (1933), la Guía ICH Tripartita y Armonizada para la Buena Práctica Clínica (1996), la Declaración Universal del Genoma y los Derechos Humanos de la UNESCO (1997), el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y la Biomedicina, firmados ambos por la Unión Europea (1997) y las Guías Operacionales para Comité de Ética que evalúan Investigación Biomédica de la OMS (2000) son algunos ejemplos.

El proceso de fiscalización de la investigación científica para evitar los desmanes y dilapidación de recursos iniciados con los llamados “códigos históricos” de Nüremberg y Helsinki, ha tenido evidente trascendencia y real impacto en la comunidad científica internacional. Sin embargo, la injusticia social predominante en el mundo unipolar hoy, ha provocado que estos beneficios no alcancen a todos equitativamente, y que junto a los desiguales accesos a alimentos, bienes y servicios, incluidos los medicamentos y la atención de salud, existan diferentes estándares para considerar el bienestar y los riesgos de los individuos y comunidades, sujetos de investigaciones científicas ya bien residan estas en el centro o la periferia de la economía mundial.


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