UNA PEQUEÑA HISTORIA POSITIVA (V)


Admiración. Eso es lo que siento por la tartracina, admiración.

Muchas veces me he preguntado como pude ponerlo el último de la lista, y eso por los pelos ya que en un primer momento no estaba ni incluido en los productos a eliminar (ya era bastante monótona la dieta que tendría que llevar como para encima quitarle el color) pero siempre llego a la conclusión de que el razonamiento era lógico: producto habitual (inconscientemente genera confianza), muy utilizado en España desde hacía muchos años (si tuviera algún efecto negativo se sabría y por lo tanto se habría prohibido o por lo menos se avisaría en la etiqueta), pero lo que resultó determinante, para darle el visto bueno, fue que no tenía dosificador, no podía ser ni artificial ni peligroso. Mirando el frasco y a punto de echarlo en la comida (habitualmente soy “o cociñeiro”) pensé: “si hubiera alguna duda sobre su seguridad sería una actitud irresponsable el no avisarlo, pero además, sin dosificador sería una actitud criminal. Tiene que ser natural y muy muy seguro”. Esto sí que es ingenuidad de la clásica y lo demás son tonterías.

Lo que salvó a la niña fue que mi pensamiento terminó en un “si haces algo, hazlo bien. Si retiramos todos los aditivos posibles, los retiramos todos. Sin excepciones”.



METODO Y PACIENCIA. PACIENCIA Y METODO

¿Como encontrar lo que causaba los mocos? La lista era enorme, pensad que, más que excluir productos de su dieta, se le había creado una partiendo desde cero, muy limitada, con muy pocos productos.

Supongamos que fueran 1.200 los excluidos, si se hiciera uno detrás de otro a una prueba por mes, necesitaríamos ¡100 años! Mejor ni intentarlo, había que encontrar otro método.

Y ahí es donde apareció una de las leyendas sobre el origen del ajedrez. Una de esas cosas tontas que aprendemos todos a lo largo de la vida y que al final resulta que nos ayudan a solucionar un problema:

Hace muchos años existía en Oriente un rey que se aburría, ya nada le satisfacía, ni la caza, ni los banquetes, ni su harén, ni atesorar más tierras y riquezas. Lo único que había mantenido su interés en los últimos años, la guerra, también se había terminado al derrotar a sus últimos enemigos. ¿Rico? Sí ¿Poderoso? Sí, pero aburrido.

Sus consejeros le recomendaron llamar a un famoso sabio para que remediara su apatía y así lo hizo.

- Si consigues despertar mi interés por algo y sacarme de este abatimiento, podrás pedirme lo que quieras de todo lo que poseo.

Al poco tiempo volvió el sabio con el famoso tablero de 64 casillas y las 32 piezas de lo que conocemos por ajedrez. El rey se encandiló con el juego y le preguntó que maravillas deseaba en recompensa por semejante triunfo:

- Pídeme lo que desees. Todas las riquezas de mi reino están a tu disposición.
- Solo quiero, Señor, un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera y así sucesivamente hasta completar las 64.

El rey se rió incrédulo ante tamaña estupidez.

- Mucha es tu fama de sabio, pero yo solo veo a un pobre tonto que, pudiendo obtenerlo todo, se conforma con nada.

Con una sonrisa despectiva ordenó que se calculara la cantidad de trigo que debería entregase al sabio y que se le diera.

Mientras sus consejeros hacían los cálculos veía como palidecían.

- Señor. ¡No hay en todo el reino granos de trigo suficientes para satisfacer su petición!

El rey los miró incrédulo y observó la sonrisa traviesa en la cara del sabio.

- Bien, he aprendido la lección ¿Ahora en serio, que deseas?


La cantidad exacta de granos de trigo que habría necesitado ese rey es de dieciocho trillones, cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y tres mil setecientos nueve millones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos de trigo (18.446.744.073.709.551.615). Tendría que reunir la producción “actual” de trigo en todo el planeta durante 10 años para conseguir cumplir su promesa.

Si le damos la vuelta al juego vemos que partiendo de dieciocho trillones … (billón arriba o billón abajo), llegaremos a 1 en 63 divisiones entre dos. Si tuviéramos esa cifra de productos, a una prueba por mes, necesitaríamos 63/12 = 5,25 años para encontrar lo que buscamos (la 64 “es” lo que buscamos). No está mal.

Pero como además solo tenemos 1.200 productos, en realidad solo necesitaríamos 10 meses. No está nada mal, nos hemos ahorrado 99 años y dos meses de pruebas.

Otra ventaja que obtuvimos de este método es que el esfuerzo se redujo al primer mes, en el que observamos si se producía algún cambio, tanto físico como en los análisis (tuvimos que esperar hasta tener por lo menos uno pos-infusión como referencia). Después fue necesario asegurarse reintroduciendo todos los productos (menudo trago). El efecto tenía que volver a aparecer.

Cuando empiezas en realidad las pruebas ya solo excluyes 600 (1.200/2) y al siguiente mes ya serán 900 los que se habrán reintegrado en la dieta (600+600/2).

¿Qué ocurre si al retirar, por ejemplo, 150 el efecto desaparece? Pues que se puede realizar la división sobre los que se retiraron y reintroducir la mitad de esos, buscando ahora la reaparición del efecto. Nosotros lo teníamos claro, iríamos a lo seguro, se reintroducirían los 150. Más lento pero más seguro (mas vale lo malo conocido que lo bueno por conocer).

¿Y si la lista fuera de 2.400? ¿Necesitaríamos 20 meses? No, solo un mes más. Cuanto mayor es el número de inicio más potente resulta el método.

El que la tartracina estuviera colocada en última posición no influyó en nada. Habríamos tardado lo mismo fuera el primero o el último, solo teníamos que tener paciencia, pero tengo manías clasificatorias: “probable, posible, improbable y absurdo”. Imposible no hay nada.

Sabiendo que al final la causa la encontramos por otro camino, puede parecer que estas pruebas fueron innecesarias, pero no es así. Buscábamos “dos” cosas, que “podían” ser la misma. Fue una carrera entre el cinc y los mocos.

Bueno, para ser exactos, entre el cinc, los mocos y los niveles de IgG en valle.


Continuará… otro día. No quiero ser pesado. Espero que si alguna vez tenéis una alergia o una intolerancia os la encuentren fácilmente y que no tengáis la necesidad que recurrir a este pequeño truco.



“Señor. Tú, que nos has hecho seres racionales, líbranos de las ideas preconcebidas”
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“Señor. Tú, que nos has hecho seres racionales, libranos de las ideas preconcebidas”