Hipnosis terapeutica. Teoria, metodos y tecnicas aplicadas. Tercera parte
Autor: Dr. Alberto Ochoa Govin | Publicado:  9/10/2009 | Psicologia , Hipnosis terapeutica. Teoria, metodos y tecnicas. | |
Hipnosis terapeutica. Teoria, metodos y tecnicas aplicadas. Tercera parte.3

Por suerte, en la antigua URSS, actual Rusia, no repercutió de igual forma la posición europea, pues aunque allí disminuyó, como en todas partes, el interés por la hipnosis, no se perdió por completo ni en tan gran medida como en otros países.

 

En su libro El problema del inconsciente, F. V. Bassin (8) desta­ca que "en virtud del profundo interés que por el problema de la hipnosis manifestaron V. M. Bejterev. K. L. Platonov y en el plano teórico toda la escuela fisiológica pavloviana, la doctrina de la hipnosis fue sometida en la Ex - Unión Soviética en las décadas del 20 y el 30, a una elaboración sistemática y multilateral y encontró repetidas posibilidades de aplicación en el área clíni­ca."

 

Tal vez la presencia física de Pávlov y su indiscutible liderazgo en la neurofisiología y psicofisiología rusas, impidió la pérdida de motivación por esta práctica que, de hecho, se mantuvo y experimentó un marcado incremento en los decenios ulteriores hasta nuestros días, al respecto.

 

Conviene recordar que Bejterev (quien vivió hasta 1927) fue un profundo conocedor de la metódica hipnótica, a la que hizo apor­tes significativos, y a la vez uno de los símbolos de la reflexología rusa y uno de sus máximos exponentes junto a Pavlov, lo cual garantizó que el interés por la hipnosis no decayera tan acentuadamente, primero en la Rusia zarista y luego en la soviética.

 

LA NUEVA HIPNOSIS. POSTULADOS Y EXPONENTES MÁS IMPORTANTES.

 

Según Godín (4) "el término Nueva Hipnosis apareció en un libro de Daniel Araoz, en 1982, y retomado en 1985 para designar la reconceptualización de cierta práctica". Sin embargo tiene sus antecedentes más remotos en la Segunda Escuela de Nancy.

 

Podemos decir que se conecta un poco con toda definición que se aleje del hipnotismo clásico, y en ello adquieren mucho valor las referencias hechas por Weitzenhoffer (9), quién optó por clasificarla como hipnosis no tradicional. Ahora bien, el mayor contenido de la Nueva Hipnosis, se halla fundamentado en los traba­jos de Erickson como principal exponente y luego en los de Weitzenhoffer, Barber, Sarbin y otros.

 

Godín opina en su obra que este término se ha defendido bastante, tanto en revistas, entre ellas Phoenix, como en un coloquio internacional sobre hipnosis que se efectuó en la Universidad de Nantiere, donde se debatió el interesante tema: "hipnosis tradicional y nueva hipnosis: ruptura o continuidad", que sentó pautas para su establecimiento definitivo en Francia, aunque se siga trabajando sólidamente con los principios de la hipnosis clásica.

 

La nueva hipnosis se diferencia de la tradicional, pues mientras en este última las orientaciones sugestivas son más directivas y autoritarias, en la primera rige un cúmulo de preocupaciones que podíamos resumir en las siguientes condiciones (teniendo en cuenta que la hipnosis, más que sugestión, es la actitud que asume el hipnólogo ante el sujeto por hipnotizar):

 

  1. Preocuparse por el otro (paciente)
  2. Cuidar la comunicación
  3. Lograr una buena relación terapeuta-paciente, dada por caracteres empáticos y armónicos.
  4. No dañar nunca la escala de valores del paciente.
  5. No convertirse en su juez acusador.
  6. Valorar la integridad del paciente.
  7. Mantener sus propias formas.
  8. Velar por la progresión lógica.

 

Veamos brevemente a que componentes psicológicos se refieren.

 

Preocuparse por el otro, equivale a reconocer que en el plano terapéutico se da una relación de ayuda técnica y humana: por un lado, la persona afectada que viene en su busca porque sufre o se siente mal; y por otro, la persona adiestrada que responde a esa demanda porque comprende la situación y está capacitada técnicamente para ello. Es la dimensión humana y psicológica típica de una relación terapeuta-paciente.

 

Cuidar la comunicación, es vital, ya que debe velarse por el tipo de información que se brinda al paciente y por la búsqueda de mecanismos de retroalimentación, que posibilitan hacer las correcciones necesarias, tanto antes de provocar el estado hipnótico como durante y después del trance, siempre con la finalidad de lograr una plena interrelación. La comunicación no es sólo verbal, sino gestual. Todo proceso comunicativo con el paciente ha de controlar manifestaciones corporales que bien pudieran activar sus defensas en los estados prehipnóticos, hipnóticos y posthipnóticos. Esto resulta sumamente importante, porque en dichos estados no hay toma de conciencia; y si se produce es tan ligera como en el caso del hipnoide.

 

 

La buena relación terapeuta-paciente, debe ocupar el primer orden, pues como en la nueva hipnosis se considera que el proceso hipnótico es, en esencia, la expresión de una actitud, la rela­ción favorable que permita las transferencias y contratransferencias completas y positivas garantiza un aumento de la confiabilidad, sobre todo del paciente hacia el terapeuta, así como el reconocimiento de esa confianza por parte de este últi­mo, lo cual le ayudará a estructurar mejor los contenidos terapéuticos y aplicar tácticas seguramente viables siempre y cuando estén matizadas por el afecto.

 

Es conveniente referirse a que el componente esencial de una actitud es el afectivo, pues a través de él se evalúa el objeto que la define. De ahí que sea indispensable lograr un clima afectivo de tal naturaleza, que condicione que cada cual se acepte, que cada cual confíe y coopere, que cada cual asuma sin prejuicios su función. En ello se basa, fundamentalmente, el éxito terapéutico.

 

No dañar nunca la escala de valores del paciente, se inserta en los paradigmas bioéticos, puesto que él es una unidad biopsicosocial, con una estructura funcional sustentada primor­dialmente en la historia de su ego y en cómo han sido sus múlti­ples relaciones dinámicas con su propio mundo y el que le rodea.

 

De ahí que sus valores si bien pueden ser comunes a cualquier ente humano y social, también pueden ser particulares, muy suyos, en dependencia de su visión de la vida y de su interrelación con éstos. Aquí se hace plenamente valedero el pensamiento juarista: "El respeto al derecho ajeno es la paz".

 

No actuar como juez reviste tanta importancia como la preocupación anterior, pues si bien pudieran existir dificultades en el activo funcional del paciente que podrían parecernos ridí­culas, inoperantes, pueriles o estúpidas, todas estas clasifica­ciones las ha sentido como suyas, como parte de su vida, donde hay inmanentemente funciones afectivas que poseen cierto valor y tal vez una significación, de manera que resulta innecesario juzgar, evaluar o censurar. En este caso lo más indicado es partir de dos premisas esencia­les:

 

  • Si el paciente no sabe evaluarlas, conducirlo hasta ese nivel.
  • Si él necesita ayuda y se pretende ofrecerla, no se puede jamás propiciar un formato de inseguridad que incremente su incapacidad de funcionamiento útil.

 

La integridad del paciente es un caro principio bioético, pues se trata de una persona con autodeterminación, para quien orientar, inducir, motivar e invitar no deben constituir un acto de fuerza; por tanto, el respeto a su dignidad y autodeterminación es un principio sagrado, y mantenerlo le dará una visión de la magnitud humana y la competencia del terapeuta.

 

El cuidado de su actuación profesional implica para el terapeuta ser fiel a los postulados éticos,, consistentes en: una elevada motivación, gran capacidad científica, indispensable condición humana y conducta consecuente, de manera tal que el paciente vea en él suficientes valores positivos, que cubran o rebasen sus expectativas.

 

Debe ponerse muchísimo celo en el enfoque estructural lógico del tratamiento, que ha de ser por etapas, cada vez más complejas y profundas, pero sin pasar a la siguiente hasta haber obtenido los resultados esperados en la anterior. Violaciones indiscriminadas o menores de este principio, pueden hacer fraca­sar el programa terapéutico y sembrar dudas en el paciente sobre la capacidad profesional del terapeuta.

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