Teoria y clinica de las patologias generadas por el desamparo
Autor: Dr. José Cukier  | Publicado:  16/05/2012 | Otras Especialidades , Medicina Preventiva y Salud Publica , Medicina Familiar y Atencion Primaria , Articulos | |
Teoria y clinica de las patologias generadas por el desamparo .10

Estrés y psicoanálisis- El psicoanálisis plantea un conjunto de hipótesis a doble vía: por un lado, aquellas que refieren a los determinantes pulsionales y cómo lo anímico funda la exterioridad; por otro, cómo se inserta e incide lo social sobre la estructura psíquica. Maldavsky (1998) señala que “podemos figurarnos al sujeto compuesto por círculos de seguridad que preservan un núcleo estable, en el cual hallamos sobre todo a la economía pulsional y ciertas defensas de base. En sectores más superficiales hallamos identificaciones, representaciones- palabra (preconscientes) y defensas secundarias, derivadas de las centrales.”. En este sentido podemos afirmar que, mayormente, la eficacia de lo social sobre lo anímico se da sobre aquella zona más superficial, no obstante en ocasiones las transformaciones pueden recaer sobre sectores más centrales (identificaciones constituyentes del carácter y, más aun, puede quedar perturbada la erogeneidad). Ello ha sido estudiado también desde el punto de vista del desarrollo evolutivo.

Para pensar en los fenómenos de estrés laboral, debemos distinguir cómo lo social influye de manera diversa ya sea que se trate de la niñez, la adolescencia y la adultez. Siendo esta última etapa la que nos incumbe en este momento. También es preciso señalar que dejamos de lado las circunstancias de condiciones extremas incluidas en las denominadas neurosis traumáticas. En la vida adulta, entonces, a diferencia de los momentos tempranos de constitución de la subjetividad, la social influye en la periferia de lo psíquico. En el caso del estrés se da un tipo de situación traumática que no deriva de un episodio único y de gran intensidad sino de la acumulación de sucesivas incitaciones de menor carácter, cuyos efectos podrían recaer sobre lo nuclear del aparato psíquico. De todos modos, hasta acá se trata de la influencia de lo social sobre el aparato psíquico y falta aun considerar la dimensión inversa y complementaria. A partir del estudio etiológico sobre los desenlaces clínicos, Freud se interroga sobre la importancia de las impresiones y vivencias accidentales (contingentes) en la determinación de una estructura psíquica.

En el esquema de las series complementarias opone otra serie al vivenciar, la de los actos psíquicos puramente internos (necesarios), entre los que incluye los procesos del pensar inconciente y los sentimientos. Ambos procesos se rigen por criterios internos del aparato psíquico por lo que, más allá de las influencias externas y contingentes, aquel no es una tabula rasa, sino que posee sus leyes propias de generación de lo nuevo. La serie de las vivencias aporta el material que pasa a constituir las huellas mnémicas inconcientes sobre las que opera la eficacia de los mencionados pensamientos inconcientes. Para Freud la exterioridad es producida por un movimiento psíquico específico, la proyección: “la espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico). Por lo tanto, aquello que captan nuestros órganos de los sentidos puede distinguirse por su contenido, constituido por las impresiones sensoria- les, y por la forma, creada por el proceso proyectivo. En este sentido, la supuesta exterioridad captada por la percepción y transformada en inscripciones psíquicas, no se corresponde con una realidad pretendidamente objetiva, sino con un producto psíquico creado proyectivamente. La vida pulsional, para Freud, funda la exterioridad, que se vuelve eficaz para lo psíquico en la medida en que su significatividad deriva de la investidura pulsional. Por lo tanto, para comprender la eficacia de los fenómenos de estrés laboral, no solo debemos considerar la sumación de incitaciones exógenas sino las leyes internas del aparto psíquico que imponen transformaciones a tales incitaciones (y las dotan de una significatividad específica).

Para Freud el trabajo permite procesar un conjunto de exigencias pulsionales (como las de tipo homosexual y la hostilidad fraterna) y puede constituirse en un escenario en el cual se plasman sentimientos de injusticia, celos y envidia. Ciertas condiciones laborales (amenaza de desempleo, ser marginado de ciertos círculos, exigencias contradictorias, etc.) poseen el valor de potenciar ciertas disposiciones a la adicción al trabajo como forma de procesar y desplegar los componentes antes mencionados. Es decir, que todo el sufrimiento ocasionado por las características del puesto, la tarea y el contexto laboral promoverían un aumento en la productividad. Los autores sostienen que el sistema aprovecha la propia fuerza del operador, su propio sufrimiento y agresión, de manera tan sutil que hasta termina por ser innecesaria la concreción de un castigo, pues resultan suficientes la incertidumbre, el estado de amenaza e inseguridad. Simultáneamente el trabajo produce sufrimiento y este produce más trabajo, acelera el ritmo. La actividad laboral se convierte entonces en una fuente de incitaciones traumáticas duraderas que poseen un valor semejante a un impacto único y catastrófico. Como resultado de ello se produce un drenaje pulsional, un estado de desvalimiento, que imposibilita la tramitación de las exigencias tanto pulsionales, como las del superyó y la realidad. En tales pacientes, por lo tanto, prevalecen los estados de apatía, estados de los cuales “salen” temporariamente si encuentran alguien que les dé “pila”.

El ideal del yo surge como resultado de las transformaciones acaecidas sobre la propia erogeneidad que se destila como valor. Las diferentes fijaciones pulsionales determinan la producción de rasgos específicos en cada contenido del ideal. El contenido del ideal deriva del procesamiento de la voluptuosidad. Las observaciones clínicas señalan la correspondencia de cada fijación pulsional con un valor que, a su vez, halla su expresión como lenguaje del erotismo y el modo particular de establecer vínculos interindividuales significativos. La erogeneidad primordial, que inviste los propios órganos y procesos intrasomáticos es el punto de fijación de los pacientes psicosomáticos. Esta sensualidad se expresa en lo anímico en términos de ganancia, término que alude a una realidad utilitaria, numérica. El ideal de la ganancia, entonces, expresa la incidencia específica de la libido intrasomática y cuando predomina este ideal, y el yo se adhiere a él, deviene una estructura de carácter sobreadaptado y, cuando supone que es el otro el que obtiene una ganancia surge la manifestación psicosomática. Freud plantea, para las neurosis actuales, un estancamiento tóxico de libido objetal homosexual (precisamente la erogeneidad que sublimada es procesada en la actividad laboral). A ello Sami Ali le agrega un fragmento paranoico complementario. Este componente paranoico consiste en la generación de ciertos personajes persecutorios que el paciente coloca en el mundo, vía proyección patológica de un fragmento del superyó (“hay miradas acusadoras”, “hay una lista negra...”, “es una injusticia”, “competencia desleal”).

Al referirme a los decretos del superyó sobre lo bueno o malo/ útil o perjudicial, y su enlace con la alteración en la autoconservación, señalé la desmezcla pulsional y las magnitudes hipertróficas de la pulsión de muerte que atentan contra la propia vida. Prosigamos, ahora un poco más: cuando la pulsión sexual entra en contradicción con la autoconservación - y se pone al servicio de la pulsión de muerte- deviene necesariamente una desmentida o desestimación del juicio acerca de lo nocivo del objeto. A su vez, el paciente psicosomático des- constituye la autoobservación; específicamente queda abolida la posibilidad de decidir sobre lo nocivo que afecta al yo. Respecto del ideal, tales pacientes desmienten la distancia entre el yo y aquel. Este conjunto de fallidas estructuraciones conduce a una degradación del ideal (de la ganancia en este caso), una resexualización del superyó vuelto sádico y a la disolución de las identificaciones. El paciente concluye suponiéndose sólo una cifra en la mente de su interlocutor (“en un lugar donde hay 18.000 empleados sos un número”, “me siento un cero”). El paciente es una cifra, víctima de los cálculos de un ser despótico (paranoico) cuya cuenta siempre termina con el mismo resultado, cero.

En este punto, y cómo último tópico, deseo mencionar las hipótesis sobre las relaciones entre el grupo y el líder, tema que desarrollaré con mayor profundidad en el capítulo de liderazgos. Es interesante advertir que el término estrés, etimológicamente, deriva de la palabra latina stringere que significa “provocar tensión”. Schvarstein (1998, 2000) distingue y reúne las nociones de contradicción y tensión a partir de lo cual desarrolla su forma de comprender y abordar el análisis organizacional. La teoría psicoanalítica sostiene la hipótesis de que las relaciones interindividuales tienen como fin privilegiado procesar las exigencias pulsionales y, secundariamente, las que pro vienen de la realidad y el superyó. En el caso de las instituciones, el triple vasallaje (que empuja a la complejización) proviene de las aspiraciones de grupos e individuos de la propia organización, de las tradiciones y de la realidad intra y extrainstitucional. El modo en que una organización específica (y en especial su líder) dé cabida a estas tres fuentes de incitaciones (amos) contiene la clave para la generación y continuidad de proyectos.

Cada uno de estos amos posee sus propios representantes en el seno mismo de la institución, respecto de los cuales el líder debe hallar caminos para múltiples transacciones. Los principales encargados de responder a esta triple exigencia son aquellos responsables de las decisiones principales (centralmente el líder).Tales exigencias (las provenientes de las aspiraciones comunitarias, las tradiciones y la realidad) reúnen dentro de sí fragmentos heterogéneos, por lo que se advierte la complejidad de conflictos posibles. Así, pueden desarrollarse, por ejemplo, enfrentamientos entre representantes de las aspiraciones internas con representantes de las tradiciones (es decir, entre los representantes de distintas exigencias) o bien, entre los representantes de un mismo amo entre sí (por ejemplo, pugnas entre grupos que atribuyen diferentes significados a una misma realidad).

Por lo tanto, coexiste una diversidad de factores (ente los cuales se arman alianzas, rivalidades, desconocimiento, etc.) frente a lo que los decisores deben responder con una lógica cada vez más sofisticada. Los riesgos de fragmentación, entonces, también son numerosos. Al hablar del pensamiento apocalíptico, Maldavsky señala que este “condena todo proyecto, toda iniciativa comunitaria que abra el futuro a lo posible, a lo nuevo, y pesquisa y magnifica en cada producción sublimatoria los restos de una voluptuosidad irrestricta, por lo cual dicha producción queda anatematizada como introductora de la disolución en los lazos sociales” (1991, pág. 267). Cuando este tipo de pensamiento es encarnado por el líder se va plasmando un despotismo creciente - . El liderazgo se va envileciendo progresivamente ante la falta de respuestas adecuadas para hallar transacciones entre las tres fuentes de exigencias. En la organización dirigida por un líder apocalíptico se va desestructurando la pulsión social, uno de cuyos componentes –la autoconservación- se trastorna como en el caso de las personas que perpetran el suicidio. Tal puede ser la situación de aquellos conductores que arrastran su empresa consigo hasta la tumba. El liderazgo apocalíptico se torna cada vez menos representativo con los consiguientes efectos de supresión de la diversidad, la tendencia a una nivelación descomplejizante y la abolición de los nexos sociales de tipo solidario requeridos para el trabajo en común.


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