P4R4.L4.J0V3N.L!ND4.QU3.S0NR!3.
CONTINUACION...

A medida que su voz se fue cansando, la quietud comenzó a ahogar su canto, envolviéndolo en el silencio
más absoluto. Sólo entonces pudo el caballero admitir francamente algo que ya sabía: tenía miedo de
estar solo.
En ese momento, vio una puerta en la pared más lejana de la habitación. Fue hasta ella, la abrió
lentamente y entró en otra habitación.
Esta otra sala se parecía mucho a la anterior, sólo que era más pequeña. También ésta estaba vacía de
todo sonido.
Para pasar el tiempo, el caballero comenzó a hablar consigo mismo. Decía cualquier cosa que le venía a
la mente. Habló de cómo era de pequeño y de qué manera era diferente de los otros niños que conocía.
Mientras cazaban codornices y jugaban a "Ponle la cola al burro", él se quedaba en casa y leía. Como en
aquel entonces los libros eran manuscritos de los monjes, había pocos, y muy pronto los hubo leído
todos. Fue entonces cuando comenzó a hablar con todo aquel que pasaba delante de él. Cuando no había
con quién hablar, hablaba consigo mismo, igual que ahora. Se encontró diciendo que había hablado tanto
durante toda su vida para evitar sentirse solo.
El caballero pensó profundamente sobre esto hasta que el sonido de su propia voz rompió el aterrador
silencio.
Supongo que siempre he tenido miedo de estar solo.
Mientras pronunciaba estas palabras, otra puerta se hizo visible. El caballero la abrió y entró en la
siguiente habitación. Era más pequeña aún que la anterior.
Se sentó en el suelo y continuó pensando. Al poco rato, le vino el pensamiento de que toda su vida había
perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo
que pasaba en el momento. Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una habitación aún más pequeña
que las anteriores.
Animado por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho. Se quedó quieto y
escuchó el silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no había escuchado
realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los
arroyos, habían estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído. Tampoco había oído a
Julieta, cuando ella intentaba decirle cómo se sentía; especialmente cuando estaba triste. Le hacía
recordar que él también estaba triste. De hecho, una de las razones por las que había decidido dejarse
la armadura puesta todo el tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta. Todo lo que tenía
que hacer era bajar la visera y ya no la oía.
Julieta debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en acero; tan sola como él
se había sentido en esta lúgubre habitación. Su propio dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir
el dolor y la soledad de Julieta también. Durante años, la había obligado a vivir en un castillo de
silencio. Se puso a llorar.
El caballero lloró tanto que las lágrimas se derramaron por los agujeros de la visera y empaparon la
alfombra que había debajo de él. Las lágrimas fluyeron hacia la chimenea y apagaron el fuego. En
realidad, toda la habitación había empezado a inundarse, y el caballero se hubiera ahogado si no fuera
porque en ese preciso instante apareció otra puerta.
Aunque estaba exhausto por el diluvio, se arrastró hasta la puerta, la abrió y entró en una habitación
que no era mucho más grande que el establo de su caballo.
Me pregunto por qué las habitaciones son cada vez más pequeñas, dijo en voz alta.
Una voz replicó:
Porque os estáis acercando a vos mismo.
Sobresaltado el caballero miró a su alrededor. Estaba solo, o eso había creído. Quién había hablado?
!Tú has hablado! dijo la voz como respuesta a su pensamiento.
La voz parecía venir de dentro de sí mismo. Era eso imposible?
Sí, es posible, respondió la voz. Soy tu yo verdadero.
Pero si yo soy mi yo verdadero, protestó el caballero.
!Mírate!, pronunció la voz con ligera aversión, ahí sentado, medio muerto, dentro de ese montón de
lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa. Si tú eres tu verdadero yo, !los dos estamos en
problemas!
!Ahora, óyeme tú a mí!, dijo el caballero. He vivido todos estos años sin oír ni una sola palabra sobre ti.
Ahora que oigo, lo primero que me dices es que tú eres mi yo verdadero. Por qué no me habías hablado
antes?
He estado aquí durante años, replico la voz, pero ésta es la primera vez que estás lo suficientemente
silencioso como para oírme.
El caballero dudó.
Si tú eres mi verdadero yo, entonces, por favor, dime quién soy yo?
La voz replicó amablemente:
No puedes pretender aprender todo de golpe. Por qué no te vas a dormir?
Está bien, dijo el caballero, pero antes quiero saber cómo debo llamarte.
Llamarme? pregunto la voz perpleja. Pero si yo soy tú.
No puedo llamarme yo. Me confunde.
Esta bien, llámame Sam.
Por qué Sam?
Y por qué no?, fue la respuesta.
Tienes que conocer a Merlín, dijo el caballero, empezando a cabecear de cansancio. Luego se le
cerraron los ojos mientras se sumergía en un profundo y dulce sueño.
Cuando despertó, no sabía dónde estaba. Tan sólo era consciente de sí mismo. El resto del mundo
parecía haberse desvanecido. A medida que se fue despertando, el caballero se fue dando cuenta de
que Ardilla y Rebeca estaban sentadas sobre su pecho.
Cómo habéis entrado aquí?, preguntó.
Ardilla rió. No estamos ahí.
Vos estáis aquí, arrullo Rebeca.
El caballero abrió más los ojos y se sentó. Miró a su alrededor sorprendido. Sin lugar a dudas, se
encontraba sentado sobre el Sendero de la Verdad, al otro lado del Castillo del Silencio.
Cómo salí de allí?, preguntó
Rebeca le respondió: De la única manera posible: pensando.
Lo último que recuerdo, dijo el caballero, es que estaba hablando con... Aquí se detuvo. Quería
contarles a Rebeca y Ardilla acerca de Sam, pero no era fácil de explicar. Además podía habérselo
imaginado todo. Tenía mucho que pensar. El caballero se rascó la cabeza, pero no tardó un momento en
darse cuenta de que en realidad estaba rascando su propia piel. Se llevó las dos manos envueltas en
acero a la cabeza. !Su yelmo había desaparecido! Se tocó la cara y la larga barba. !Ardilla! !Rebeca!,
gritó.
Ya lo sabemos, dijeron en un alegre unísono. Habéis debido llorar otra vez en el Castillo del Silencio.
Lo hice, replicó el caballero. Pero, cómo puede haberse oxidado todo un yelmo en una noche?
Los animales rieron con estrépito. Rebeca, yacía sin aliento, dando aletazos contra el suelo. Al
caballero le pareció que estaba fuera de sus pajarillos. Exigió que le hicieran saber qué era tan
gracioso.
Ardilla fue la primera en recuperar el aliento.
!No estuvisteis sólo una noche en el castillo!
Entonces, durante cuánto tiempo?
Y si os dijera que mientras estabais ahí dentro pude haber recogido fácilmente más de cinco mil
nueces?
!Diría que estáis loca!, exclamó el caballero.
Pues permanecisteis en el castillo durante mucho, muchísimo tiempo, afirmó Rebeca.
El caballero dejó caer la mandíbula incrédulo. Miró hacia el cielo y, con una resonante voz, dijo:
Merlín, debo hablar con vos.
Como había prometido, el mago apareció inmediatamente. Iba desnudo, a excepción de su larga barba,
y estaba completamente mojado. Parecía que el caballero lo había cogido mientras tomaba un baño.
Lamento la intrusión, dijo el caballero, pero era una emergencia. Yo...
No hay problema, dijo Merlín, interrumpiéndolo. Los magos somos molestados a menudo. Se sacudió el
agua de la barba. Respondiendo a vuestra pregunta, he de deciros que es verdad. Permanecisteis en el
Castillo del Silencio por un largo tiempo.
Merlín so dejaba de sorprender al caballero.
Cómo sabíais lo que quería preguntaros?
Como me conozco, puedo conoceros. Somos todos parte el uno del otro.
El caballero pensó un momento.
Estoy empezando a entender. He podido comprender el dolor de Julieta porque soy parte de ella?
Sí, respondió Merlín. Por eso pudisteis llorar por ella y por vos mismo. Fue la primera vez que
derramasteis lágrimas por otra persona.
El caballero le dijo a Merlín que se sentía orgulloso. El mago sonrió indulgente.
Uno no debe sentirse orgulloso por ser humano. Tiene tan poco sentido como que Rebeca se sintiera
orgullosa por poder volar. Rebeca nació con alas. Vos nacisteis con un corazón, y ahora lo estáis
utilizando, como es natural.
Realmente sabéis cómo desanimar a un amigo, Merlín.
No era mi intención ser duro con vos. Lo estáis haciendo bien, de no ser así, no hubierais conocido a
Sam.
El caballero se sintió aliviado.
Entonces, lo oí realmente? No fue sólo mi imaginación?
Merlín soltó una risita ahogada.
No, Sam es real. De hecho, es un yo más real que el que habéis estado llamando yo durante todos estos
años. No os estáis volviendo loco. Simplemente, estáis empezando a oír a vuestro yo verdadero. Por
esta razón el tiempo transcurrió sin que os dierais cuenta.
No lo comprendo, dijo el caballero.
Comprenderéis cuando hayáis pasado por el Castillo del Conocimiento.
Antes de que el caballero pudiera hacer más preguntas, Merlín desapareció.
Capítulo 5 El Castillo del Conocimiento
El caballero, Ardilla y Rebeca continuaron el viaje por el Sendero de la Verdad, en dirección al Castillo
del Conocimiento.
Se detuvieron tan sólo dos veces ese día, una para comer y otra para que el caballero afeitara su
escuálida barba y cortara su largo cabello con el borde afilado del guantelete.
Una vez hecho esto, el caballero tuvo mejor aspecto y se sintió mucho mejor, más libre que antes.
Sin el yelmo podía comer nueces sin ayuda de Ardilla. Aunque había apreciado la técnica salvavidas, no
consideraba que aquello fuera un modo de vida realmente elegante. Se podía alimentar también de
frutas y raíces a las que se había acostumbrado. Nunca más comería paloma, ni ninguna otra ave o
carne, pues se daba cuenta de que hacerlo sería, literalmente, como comerse a sus amigos.
Justo antes de caer la noche, el trío continuó caminando penosamente por el monte y contempló el
Castillo del Conocimiento en la distancia.
Era más grande que el Castillo del Silencio, y la puerta era de oro sólido. Era el castillo más grande que
el caballero hubiera visto jamás, incluso más grande que el que el caballero se había construido. El
caballero contempló la impresionante estructura y se preguntó quién lo habría diseñado.
En ese preciso momento, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Sam.
El Castillo del Conocimiento fue diseñado por el propio universo: la fuente de todo conocimiento.
El caballero se sintió sorprendido y a la vez complacido de volver a oír la voz de Sam.
Me alegro que hayas vuelto, dijo.
En realidad, nunca me fui, replicó Sam. Recuerda que yo soy tú.
Por favor, no quiero volver a oír eso. Qué te parezco ahora que me ha afeitado y me he cortado
el pelo?
Es la primera vez que sacas provecho de ser esquilado, replicó Sam.
El caballero rió con la broma de Sam. Le gustaba su sentido del humor. Si el Castillo del Conocimiento
se asemejaba al Castillo del Silencio, estaría feliz de tener a Sam por compañía.
El caballero, Rebeca y Ardilla cruzaron el puente levadizo por encima del foso y se detuvieron ante la
dorada puerta. El caballero cogió la llave que colgaba de su cuello e hizo girar la cerradura. Al abrir la
puerta le preguntó a Rebeca y a Ardilla si se irían como lo habían hecho en el Castillo del Silencio.
No, replico Rebeca. El silencio es para uno; el conocimiento es para todos.
El caballero se preguntó cómo era posible que se considerara a una paloma un blanco fácil.
Los tres atravesaron la puerta y penetraron en una oscuridad tan densa que el caballero no podía ver
su propia mano. El caballero buscó a tientas las acostumbradas antorchas que suelen estar en la
entrada de los castillos, pero no había ninguna. Un castillo con puerta de oro y sin antorchas?
Incluso los castillos de la zona barata tienen antorchas, refunfuñó el caballero al tiempo que Ardilla
lo llamaba.
El caballero tanteó el camino hasta donde se encontraba ella y vio que estaba señalando una inscripción
que brillaba en la pared. Ponía:
El conocimiento es la luz que iluminará vuestro camino.
Preferiría una antorcha, pensó el caballero, quien quiera que gestione este castillo, está decidido a
reducir la factura de la luz.
Sam habló:
Significa que cuantas más cosas sepas, más luz habrá en el interior del castillo.
!Apuesto a que tienes razón, Sam! exclamó el caballero. Y un rayo de luz se filtró en la habitación.
En ese preciso momento, Ardilla volvió a llamar al caballero para que se reuniera con ella. Había
encontrado otra brillante inscripción grabada en la pared:
Habéis confundido la necesidad con amor?
Todavía perturbado, el caballero masculló:
Supongo que tengo que encontrar la respuesta para conseguir un poco más de luz.
Lo estas cogiendo rápidamente, replicó Sam, a lo que el caballero replicó bufando:
No tengo tiempo para jugar a Preguntas y Respuestas. !Quiero encontrar mi camino por el
castillo para poder llegar pronto a la cima de la montaña!
Tal vez, lo que tengáis que aprender aquí, sea que tenéis todo el tiempo del mundo, sugirió
Rebeca.
El caballero no estaba de un ánimo muy receptivo, y no tenía ganas de oír su filosofía. Por un momento
consideró la posibilidad de internarse en la oscuridad del castillo, e intentar atravesarlo. La negrura,
sin embargo, era bastante intimidadora y, sin su espada, se sentía temeroso.
Le pareció que la única alternativa que le quedaba era intentar descifrar el significado dela inscripción.
Suspiró y se sentó ante ella. La leyó otra vez:
Habéis confundido la necesidad con amor?
El caballero sabía que amaba a Julieta y a Cristóbal, aunque tenía que admitir que había amado más a
Julieta antes de que le diera por ponerse bajo los toneles de vino y vaciar su contenido un su boca.
Sam dijo:
Sí, amabais a Julieta y a Cristóbal, pero, no los necesitabais también?
Supongo que sí, admitió el caballero.
Había necesitado toda la belleza que Julieta le añadía a su vida con su inteligencia y su encantadora
poesía. También había necesitado las cosas agradables que ella solía hacer, como invitar amigos para
que lo animaran, después de que se quedara atrapado en su armadura.
Se acordó de las épocas en las que el asunto de la caballería había estado bajo mínimos y no se podía
permitir comprar ropa nueva o contratar sirvientes.
Julieta había confeccionado hermosos vestidos para la familia y había preparado deliciosos platos para
el caballero y sus amigos. El caballero reconoció que Julieta había mantenido siempre el castillo muy
limpio. Y él, le había dado muchos castillos para limpiar. A menudo, habían tenido que mudarse a un
castillo más barato cuando él había regresado de las cruzadas sin un chavo.
Había dejado que Julieta hiciera casi todas las mudanzas ella sola, pues él solía estar siempre en algún
torneo. Recordó su aspecto agotado mientras llevaba sus pertenencias de un castillo a otro, y cómo se
había puesto cuando se vio imposibilitada de tocarlo por causa de la armadura.
No fue entonces cuando Julieta comenzó a ponerse bajo los toneles de vino?, preguntó Sam
suavemente.
El caballero asintió, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Después se le ocurrió algo espantoso: no había
querido culparse de las cosas que hacía. Había preferido culpar a Julieta por todo el vino que bebía. De
hecho, le venía bien que ella bebiera, así podía decir que todo era por su culpa, incluyendo el hecho de
que él estuviera atrapado en la armadura.
A medida que el caballero se iba dando cuenta de lo injusto que había sido con Julieta, las lágrimas
iban cayendo por sus mejillas. Sí, la había necesitado más de lo que la había amado. Deseó haberla
necesitado menos y haberla amado más, pero no había sabido hacerlo.
Mientras continuaba llorando, le vino a la cabeza que también había necesitado a Cristóbal más de lo
que le había amado. Un caballero necesitaba un hijo para que partiera a las batallas y luchara en
nombre de su padre cuando éste se hiciera mayor. Esto no quería decir que el caballero no amara a
Cristóbal, pues amaba la belleza de su hijo. También disfrutaba oyéndole decir: "Te quiero, papá",
pero, así como había amado estas cosas de Cristóbal, también respondían a una necesidad suya.
Un pensamiento le vino a la mente como un relámpago: !Había necesitado el amor de Julieta y Cristóbal
porque no se amaba a sí mismo!. De hecho había necesitado el amor de todas las damiselas que había
rescatado y de toda la gente por, la que había luchado en las cruzadas porque no se amaba a sí mismo.
El caballero lloró aún más al darse cuenta de que si no se amaba, no podía amar realmente a otros. Su
necesidad de ellos se interpondría.
Al admitir esto, una hermosa y resplandeciente luz brilló a su alrededor, ahí donde antes había habido
oscuridad. Una mano se posó suavemente sobre su hombro. Miró a través de sus lágrimas y vio a Merlín
que le sonreía.
!Habéis descubierto una gran verdad!, le dijo el mago al caballero. Sólo podéis amar a otros en la
medida que os amáis a vos mismo.
Y cómo hago para empezar a amarme?, preguntó el caballero.
Ya habéis empezado, al saber lo que ahora sabéis, dijo Merlín.
!Sé que soy un tonto!, sollozó el caballero.
!No, conocéis la verdad, y la verdad es amor!
Esto consoló al caballero, que dejó de llorar. A medida que sus lágrimas se fueron secando, fue
notando la luz que había a su alrededor. Era distinta de cualquier luz que hubiera visto antes.
Parecía no venir de ningún lugar, y de todos los lugares a la vez.
Merlín hizo eco del pensamiento del caballero: !No hay nada más hermoso que la luz del
conocimiento!
El caballero miró la luz que lo rodeaba y luego hacia la lejana oscuridad.
!Para vos no hay oscuridad en este castillo!, no es verdad?
!No!, replicó Merlín. !Ya, no!
Animado, el caballero se puso de pie, listo para continuar. Le agradeció a Merlín por haber aparecido
incluso sin haber sido llamado.
!Está bien!, dijo el mago. Uno, no siempre sabe cuándo pedir ayuda.
Y dicho esto, desapareció.
Cuando el caballero se dispuso a continuar, Rebeca apareció volando desde la oscuridad.
!Escuchad!, dijo toda emocionada. !Esperad a ver todo lo que voy a mostraros!
El caballero nunca había visto a Rebeca tan excitada. Normalmente, era más bien, tranquila, pero ahora
no dejaba de dar saltos sobre su hombro, sin poder contenerse, mientras guiaba al caballero y a
Ardilla, hacia un gran espejo.
!Es eso! !Es eso!, gorjeo, en voz alta, los ojos brillando de entusiasmo.
El caballero tuvo una decepción: !Es sólo un viejo espejo!, dijo impaciente. !Vamos, pongámonos en
marcha!
No es un espejo corriente, insistió Rebeca. No refleja tu aspecto. Refleja, cómo eres de verdad.
El caballero estaba intrigado, pero no entusiasmado. Nunca le habían importado mucho los espejos
porque nunca se había considerado muy guapo. Pero Rebeca insistió, así que, de mala gana, se colocó
ante el espejo y contempló su reflejo. Para su gran sorpresa, en lugar de un hombre alto, con ojos
tristes y nariz grande, con una armadura hasta el cuello, vio a una persona encantadora y vital, cuyos
ojos brillaban con amor y compasión.
Quién es?, preguntó
Ardilla respondió: !Sois vos!
!Este espejo es un fantasma!, dijo el caballero. !Yo no soy así!
!Estáis viendo a vuestro yo verdadero!, explicó Sam, el yo que vive bajo esa armadura.
!Pero, protesto el caballero, contemplándose con atención en el espejo, ese hombre es un
espécimen perfecto! !Y su rostro está lleno de inocencia y de belleza!
!Ése es tu potencial, le respondió Sam, ser hermoso, inocente y perfecto!
!Si ése es mi potencial, dijo el caballero, algo terrible me sucedió en el camino!
!Sí!, replicó Sam. Pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos sentimientos. Ha
estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho visible y permanente.
!Quizá sí escondí mis sentimientos!, dijo el caballero. Pero no podía decir simplemente todo lo que
se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo que me apetecía. !Nadie me hubiera querido!
El caballero se detuvo al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta de que se había pasado la vida
intentando agradar a la gente. Pensó en todas las cruzadas en las que había luchado, los dragones que
había matado, y en las damiselas en apuros que había rescatado; todo para demostrar que era bueno,
generoso y amoroso.
En realidad, no tenía que demostrar nada. Era bueno, generoso y amoroso.
!Jabalinas saltarinas! exclamó. !He despreciado toda mi vida!
!No!, dijo Sam rápidamente, !no la has desperdiciado! Necesitabas tiempo para aprender todo lo
que has aprendido.
Todavía tengo ganas de llorar, dijo el caballero.
Pues, eso sí, sería un desperdicio, dijo Sam.
Acto seguido, entonó esta canción:
Las lágrimas de autocompasión no te pueden ayudar.
No son del tipo que a tu armadura puedan eliminar.
El caballero no estaba de humor para apreciar ni la canción ni el humor de Sam.
Deja ya esas pesadas rimas, o te echaré fuera, chilló.
No me puedes echar, rió Sam. Yo soy tú. No lo recuerdas?
En ese momento, el caballero se hubiera pegado un tiro gustoso con tal de librarse de Sam, mas, por
fortuna, aún no habían inventado las armas de fuego. Aparentemente, no había manera de librarse de
Sam.
El caballero se miró al espejo otra vez. La amabilidad, la compasión, el amor, la inteligencia y la
generosidad le devolvieron la mirada. Se dio cuenta de que todo lo que tenía que hacer para tener
todas esas cualidades era reclamarlas, pues siempre habían estado ahí.
Ante este pensamiento, la hermosa luz, había brillado una vez más, con más fuerza que antes. Iluminó
toda la habitación revelando, para sorpresa del caballero, que el castillo tenía tan sólo una gigantesca
habitación.
Es la construcción estándar para un Castillo del Conocimiento, dijo Sam.
El verdadero Conocimiento no se divide en compartimentos porque todo procede de una única
verdad.
El caballero asintió. Estaba listo para partir justo cuando Ardilla se acercó corriendo.
Este castillo tiene un patio con un gran manzano en el centro.
!Oh!, llévame a él, pidió el caballero ansioso, pues empezaba a tener hambre.
El caballero y Rebeca, siguieron a Ardilla hasta el patio. Las robustas ramas del árbol se torcían por el
peso de las manzanas más brillantes y rojas que el caballero hubiera visto jamás.
Te gustan las manzanas?, preguntó Sam.
El caballero se encontró riendo. Luego notó una inscripción grabada en una losa junto al árbol:
Por esta fruta no impongo condición,
pero ahora aprenderéis acerca de la ambición.
El caballero reflexionó sobre esto pero, con franqueza, no tenía ni idea de lo que significaba.
Finalmente, decidió olvidarlo.
Si lo haces, no saldremos de aquí, dijo Sam.
El caballero gruñó: Estas inscripciones son cada vez más difíciles de entender.
Nadie dijo que el Castillo del Conocimiento fuera fácil, dijo Sam con firmeza.
El caballero suspiró, cogió una manzana y se sentó bajo el árbol con Rebeca y Ardilla.
Vosotras lo entendéis?, les preguntó.
Ardilla, negó con la cabeza.
El caballero miró a Rebeca, que también negó con la cabeza.
Pero lo que sí sé, dijo pensativa, es que no tengo ninguna ambición.
Ni yo, intervino Ardilla, y apuesto que este árbol tampoco tiene ninguna.
Tiene razón, dijo Rebeca. Este árbol es como nosotras. No tiene ambiciones. Quizá, vos, no
necesitéis ninguna.
Eso está bien para los animales y los árboles, dijo el caballero. Pero, qué sería una persona si no
tuviese ambición?
!Feliz!, dijo Sam.
!No! No lo creo.
!Todos estáis en lo cierto!, dijo una voz familiar.
El caballero se volvió y vio a Merlín de pie, detrás de él y los animales. El mago vestía su larga túnica
blanca y llevaba un laúd.
Estaba a punto de llamaros, Merlín, dijo el caballero.
Lo sé, replicó el mago. Todo el mundo necesita ayuda para entender a un árbol. Los árboles son
felices simplemente siendo árboles, al igual que Rebeca y Ardilla son felices siendo simplemente
lo que son.
Pero los humanos somos distintos, protestó el caballero. Tenemos mentes.
Nosotros también tenemos mentes, declaró Ardilla, un tanto ofendida.
Lo siento. Es sólo, que los seres humanos tenemos mentes más complicadas que hacen que
deseemos ser mejores, explicó el caballero.
Mejores que qué?, preguntó Merlín, tañendo ociosamente unas notas en su laúd.
Mejores de lo que somos, respondió el caballero.
Nacéis hermosos, inocentes y perfectos. Qué podría ser mejor que eso?, demandó Merlín.
No, quiero decir que queremos ser mejores de lo que pensamos que somos, y mejores que los
demás... ya sabéis, como yo, que siempre he querido ser el mejor caballero del reino.
!Ah, sí!, admitió Merlín, la ambición de vuestra complicada mente os llevó a intentar demostrar
que erais mejor que otros caballeros.
Y qué hay de malo en ello?, preguntó el caballero a la defensiva.
Cómo podíais ser mejor que otros caballeros, si todos nacisteis tan inocentes y perfectos como
erais?
Al menos era feliz intentándolo, replicó el caballero.
Lo erais? O es que estabais tan ocupado intentando serlo que no podíais disfrutar del simple
hecho de ser?
Me estáis confundiendo, musitó el caballero. Sé, que las personas necesitan tener ambición.
Desean ser listas y tener bonitos castillos y poder cambiar el caballo del año pasado por uno
nuevo. Quieren progresar.
Ahora estáis hablando del deseo del hombre de enriquecerse; pero si una persona es buena,
generosa, amorosa, comprensiva, inteligente y altruista, cómo podría ser más rica?
Esas riquezas no sirven para comprar castillos y caballos, dijo el caballero.
Es verdad, Merlín esbozó una sonrisa, hay más de un tipo de riquezas, así como hay más de un
tipo de ambición.
A mí me parece que la ambición es la ambición. O deseas progresar o no lo deseas.
Es más complicado que todo eso, respondió el mago. La ambición que proviene de la mente te
puede servir para conseguir bonitos castillos y buenos caballos. Sin embargo, sólo la ambición que
proviene del corazón puede darte, además, la felicidad.
Qué es la ambición del corazón?, le cuestionó el caballero.
La ambición del corazón es pura. No compite con nadie y no le hace daño a nadie. De hecho, le
sirve a uno de tal manera que sirve a otros al mismo tiempo.
Cómo?, preguntó el caballero, esforzándose por comprender.
Es aquí donde podemos aprender del manzano. Se ha convertido en un árbol hermoso y maduro,
que da generosamente sus frutos a todos. Cuantas más manzanas coge la gente, dijo Merlín, más
crece el árbol y mas hermoso deviene. Este árbol hace exactamente lo que un manzano debe
hacer: desarrollar su potencial para beneficio de todos. Lo mismo sucede con las personas que
tienen ambiciones de corazón.
Pero, objetó el caballero, si me pasara el día regalando manzanas, no podría tener un elegante
castillo y no podría cambiar el caballo del año pasado por uno nuevo.
Vos, como la mayoría dela gente, queréis poseer muchas cosas bonitas, pero es necesario
separar la necesidad de la codicia.
Decidle eso a una esposa que quiere un castillo en un mejor barrio, replicó mordaz el caballero.
Una expresión divertida se dibujó en el rostro de Merlín.
Podríais vender algunas de vuestras manzanas para pagar el castillo y el caballo. Después
podríais dar las manzanas que no necesitarais para que los demás se alimentasen.
Este mundo es más difícil para los árboles que para las personas, dijo el caballero filosóficamente.
Es una cuestión de percepción, dijo Merlín. Recibís la misma energía vital que el árbol. Utilizáis
la misma agua, el mismo aire y la misma nutrición de la tierra. Os aseguro que si aprendéis del
árbol, podréis dar frutos y no tardaréis en tener todos los caballos y castillos que deseáis.
Quieres decir que podría conseguir todo lo que necesito simplemente quedándome quieto en mi
propio jardín?, preguntó el caballero.
Merlín rió.
A los seres humanos se les dio dos pies para que no tuvieran que permanecer en un mismo lugar,
pero si se quedaran quietos más a menudo para poder aceptar y apreciar, en lugar de ir de aquí
para allá intentando apoderarse de todo lo que pueden, entenderían verdaderamente lo que es la
ambición de corazón.
El caballero permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de Merlín. Estudió el manzano
que florecía ante sus ojos. Observó a Ardilla, a Rebeca y a Merlín. Ni el árbol ni los animales tenían
ambición, y la ambición de Merlín provenía, sin duda, de su corazón. Todos parecían sanos y felices;
eran hermosos especímenes de la vida.
Después, pensó en sí mismo: escuálido y con una barba que empezaba a tener mal aspecto. Estaba
malnutrido, nervioso y exhausto por tener que arrastrar su pesada armadura. Había adquirido todo eso
por su ambición mental, y ahora comprendía que todo eso debía cambiar. La idea le inspiraba temor,
pero luego, ya lo había perdido todo, así que, qué más podría perder?
A partir de este momento, mis ambiciones vendrán del corazón, prometió el caballero. Mientras
pronunciaba estas palabras, el castillo y Merlín desaparecieron, y el caballero se encontró otra vez en
el Sendero de la Verdad, con Rebeca y Ardilla.
Junto al sendero se extendía un cabrilleante arroyo. Sediento, se arrodilló para beber de su agua y
notó con sorpresa que la armadura que cubría sus brazos y piernas se había oxidado y caído. Su barba
había crecido. Era evidente que el Castillo del Conocimiento, al igual que el Castillo del Silencio, había
jugado con el tiempo.
El caballero reflexionó sobre este extraño fenómeno y no tardó en darse cuenta de que Merlín estaba
en la cierto. Decidió que era verdad, que el tiempo transcurría con rapidez cuando uno se escuchaba a
sí mismo. Recordó cuántas veces el tiempo se había hecho eterno mientras él esperaba que otras
personas lo llenaran.
Ahora que todo lo que quedaba de su armadura era el peto, el caballero se sintió más ligero y más
joven delo que se había sentido en años. También descubrió que no se había sentido tan bien consigo
mismo desde hacia mucho tiempo. Con el paso firme de un muchacho partió hacia el Castillo de la
Voluntad y la Osadía con Rebeca volando sobre su cabeza y Ardilla corriendo a sus pies.
Capítulo 6 El Castillo de la Voluntad y de la Osadía
Hacia el amanecer del día siguiente, el inverosímil trío llegó al último castillo. Era más alto que los
otros y sus muros parecían más gruesos. Confiado de que atravesaría velozmente este castillo, el
caballero cruzó el puente levadizo con los animales.
Cuando estaban a medio camino se abrió de golpe la puerta del castillo y un enorme y amenazador
dragón, cubierto de relucientes escamas verdes, surgió de su interior, echando fuego por la boca.
Espantado el caballero se paró en seco.
Había visto muchos dragones, pero éste no se parecía a ninguno. Era enorme, y las llamas salían no solo
de su boca, como sucedía con cualquier dragón común y corriente, sino también de sus ojos y oídos. Y,
por si eso fuera poco, las llamas eran azules, lo cual quería decir que este dragón tenía un alto
contenido de butano.
El caballero buscó su espada, pero su mano no encontró nada. Comenzó a temblar. Con una voz débil e
irreconocible, el caballero pidió ayuda a Merlín, más, para su desesperación, el mago no apareció.
Por qué no viene?, preguntó ansiosamente, al tiempo que esquivaba una llamarada azul del monstruo.
!No lo sé!, explicó Ardilla. Normalmente se puede contar con él.
Rebeca, sentada sobre le hombro del caballero, ladeó la cabeza y escuchó con atención.
!Por lo que he podido captar, Merlín está en París, asistiendo a una conferencia de magos.
!No me puede abandonar ahora!, se dijo el caballero. !Me prometió que no habría dragones en el
Sendero de la Verdad!
!Se referÍa a los dragones comunes y corrientes!, rugiÓ el monstruo con una voz que hizo temblar a los
Árboles y que por poco hizo caer a rebeca del hombro del caballero.
La situación parecía seria. Un dragón que podía leer las mentes era definitivamente lo pero que se
podía esperar pero, de alguna manera, el caballero logró deja de temblar. Con la voz más fuerte y
potente que pudo, gritó:
!Fuera de mi camino, bombona de butano gigante!
La bestia bufó, lanzando fuego en todas las direcciones.
!Caramba! !Qué atrevido el gatito asustado!
El caballero, que no sabía qué hacer, intentó ganar tiempo.
Qué haces en el Castillo del Voluntad y la Osadía?, preguntó.
Hay algún otro sitio mejor donde yo pueda vivir?. !Soy el Dragón del miedo y de la Duda!
El caballero reconoció que el nombre era muy acertado. Miedo y duda era exactamente lo que sentía.
El dragón volvió a vociferar:
!Estoy aquí para acabar con todos los listillos que piensan que pueden derrotar a cualquiera
simplemente porque han pasado por el Castillo del Conocimiento!
Rebeca, susurró al oído del caballero:
!Merlín dijo una vez que el conocimiento de uno mismo podía matar al dragón del Miedo y la Duda!
Y tú lo crees?, susurró el caballero.
!Sí!, afirmó Rebeca con firmeza.
!Pues, entonces, encárgate tú de ese lanzallamas verde!
El caballero dio media vuelta y cruzó el puente levadizo, corriendo en retirada.
!Jo, jo, jo!, rió el dragón, y con su último "jo" por poco quema los pantalones del caballero.
Os retiráis después de haber llegado tan lejos?, preguntó Ardilla, mientras el caballero se sacudía las
chispas de la espalda.
!No lo sé!, replicó él. !He llegado a habituarme a ciertos lujos, como vivir!
Sam intervino:
Cómo te soportas, si no tienes la voluntad y la osadía de poner a prueba el conocimiento que tienes de
ti mismo?
Tú, también crees que el conocimiento de uno mismo puede matar al dragón del Miedo y la Duda?,
preguntó el caballero.
!Por supuesto! El conocimiento de una mismo es la verdad y ya sabes lo que dicen: "La verdad es más
poderosa que la espada".
!Ya sé que eso es lo que dicen!, pero, hay alguien que lo haya probado y sobrevivido?, preguntó
sutilmente el caballero.
Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba probar
nada. Era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía sentir miedo ni dudas. El dragón no era
más que una ilusión.
El caballero, dirigió la mirada a través del puente hacia donde se encontraba el monstruo lanzando
fuego hacia unos arbustos, por lo visto, para no perder la práctica. Con el pensamiento en la mente de
que el dragón sólo existía si él creía que existía, el caballero inspiró profundamente y, con lentitud,
volvió a atravesar el puente levadizo.
El dragón, por supuesto, fue a su encuentro, bufando y echando fuego. Esta vez, sin embargo, el
caballero siguió adelante. Pero el coraje del caballero no tardó en comenzar a derretirse, al igual que
su barba, con el calor de las llamaradas del dragón. Con un grito de temor y angustia, dio media vuelta
y salió corriendo.
El dragón dejó escapar una poderosa carcajada y disparó un chorro de fuego contra el caballero en
retirada. Con un aullido de dolor, el caballero atravesó el puente como una bala, con Rebeca y Ardilla
tras él. Al divisar un pequeño arroyo, sumergió rápidamente su chamuscado trasero en el agua fresa,
sofocando las llamas en el acto.
Ardilla y Rebeca intentaban consolarlo desde la orilla.
!Habéis sido muy valiente!, dijo Ardilla.
!No está mal por tratarse del primer intento!, añadió Rebeca.
Sorprendido, el caballero la miró desde donde estaba.
Cómo que el primer intento?
Ardilla le respondió con toda naturalidad.
!Tendréis más suerte la segunda vez!
El caballero respondió enfadado:
!Tú irás la segunda vez!
!Recordad que el dragón es sólo una ilusión!, dijo Rebeca.
Y el fuego que sale de su boca? Eso también es una ilusión?
!En efecto!, respondió Rebeca. !El fuego también era una ilusión!
!Entonces, como es que estoy sentado en este arroyo, con el trasero quemado?, exigió el caballero.
!Porque vos mismo hicisteis que el fuego fuese real al creer que el dragón era real!, explicó Rebeca.
!Si creéis que el Dragón del Miedo y de la Duda es real, le dais el poder de quemar vuestro trasero o
cualquier otra cosa!, dijo Ardilla.
!Tienen razón!, corroboró Sam. !Debes regresar y enfrentarte al dragón de una vez por todas!
El caballero se sintió acorralado. Eran tres contra uno. O, mejor dicho, dos y medio contra uno; la
mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla y Rebeca, mientras que la otra mitad quería
permanecer en el arroyo.
Mientras el caballero luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:
!Dios le dio coraje al hombre! !El hombre le da coraje a Dios!
!Estoy harto de intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero quedarme sentado en el
arroyo a descansar.
!Mira!, le animó Sam, si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo elimines, pero si no te
enfrentas a él, es seguro que él te destruirá.
Las decisiones son fáciles cuando sólo hay una alternativa, dijo el caballero.
Se puso en pie, de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente levadizo una vez más.
El dragón lo miró incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.
Otra vez?, bufó. !Bueno, esta vez, sí que te pienso quemar!
Pero esta vez el caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que cantaba una y otra vez: "El
miedo y la duda son ilusiones".
El dragón lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez pero, por más que lo
intentaba, no lograba hacerlo arder.
A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que
alcanzó el tamaño de una rana. Una vez extinguida su llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas
semillas, las semillas de la Duda, tampoco lograron detener al caballero. El dragón se iba haciendo cada
vez más pequeño a medida que continuaba avanzando con determinación.
!He vencido!, exclamó el caballero victorioso.
El dragón apenas podía hablar.
Quizás esta vez, pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino.
Dicho esto, desapareció con una explosión de humo azul.
!Regresa siempre que quieras!, le gritó el caballero. !Cada vez que lo hagas, yo seré más fuerte y tú más
débil.
Rebeca voló y aterrizó en el hombro del caballero.
!Lo veis!, !yo tenía razón! El conocimiento de uno mismo puede matar al dragón del Miedo y la Duda.
Sí realmente creías que era así, por qué no me acompañaste cuando me acerqué al dragón?, preguntó el
caballero, que ya no se sentía inferior a su amiga emplumada.
Rebeca mullió sus plumas.
!No quería interferir. Era vuestro viaje!
Divertido, el caballero estiró el brazo para abrir la puerta del castillo, pero !el Castillo de la Voluntad y
la Osadía había desaparecido!
Sam le explicó:
!No tienes que aprender sobre la voluntad y la osadía porque acabas de demostrar que ya las posees!
El caballero echó la cabeza hacia atrás, riendo de pura alegría. Podía ver la cima de la montaña. El
sendero parecía aún más empinado que antes, pero no importaba.
Sabía que ya nada le podía detener.
Capítulo 7 La Cima de la Verdad
Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener
que aferrarse a las afiladas rocas.
Cuando ya casi había llegado a la cima se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Como
siempre, había una inscripción:
Aunque este universo poseo,
nada poseo,
pues no puedo conocer lo desconocido
si me aferro a lo conocido.
El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible
descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que
debía intentarlo.
Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la
ayuda puede debilitar a un ser humano.
El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la
inscripción en voz alta: "Pues no puedo conocer lo desconocido si no me aferro a lo conocido".
El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas conocidas a las que se había aferrado durante toda
su vida. Estaba su identidad, quien creía que era y que no era. Estaban sus creencias, aquello que él
pensaba que era verdad y lo que consideraba falso. Y estaban sus juicios, las cosas que tenia por
buenas y aquellas que consideraba malas.
El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la
cual se aferraba para seguir con vida. Quería decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al
abismo de lo desconocido?
!Lo has cogido, caballero!, dijo Sam. !Tienes que soltarte!
Qué intentas hacer, matarnos a los dos?, gritó el caballero.
!De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo!, dijo Sam. !Mírate! Estas tan delgado que podrías
deslizarte por debajo de una puerta, y estás lleno de estrés y miedo.
!No estoy tan asustado como antes!, dijo el caballero.
!En ese caso, déjate ir y confía!, dijo Sam.
Que confíe en quién?, replicó el caballero, enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam.
!No es un quién!, respondió Sam. !No es un quién, sino un qué!
!Un qué!, preguntó el caballero.
!Sí!, dijo Sam. La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.
El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de
él.
!Déjate ir!, le susurró Sam con urgencia.
El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza cada segundo que pasaba y la sangre brotaba
de sus dedos allí donde se aferraban a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al
abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.
Recordó todas las cosas de su vida e las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a
su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el vacío, fue
desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra todos.
Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su
corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse.
En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre
ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.
A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores
y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de
poder. Ya no tenía miedo.
Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió: !empezó a caer hacia
arriba! !Sí! !Parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía
sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuaba cayendo hacia
arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la tierra.
Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el
significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que
había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era
suyo, para ser experimentado y disfrutado.
El caballero permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino una sobrecogedora
sensación de bienestar. Se sintió mareado por el encantamiento de ver, oír y sentir el universo que le
rodeaba. Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero ahora podía
experimentar todo con una claridad sorprendente.
La calidad del sol del atardecer, la melodía de la suave brisa de la montaña y la belleza de las formas y
los colores de la naturaleza que pintaban el paisaje, causaron un placer indescriptible al caballero.
Su corazón rebosaba de amor: por sí mismo, por Julieta y Cristóbal, por Merlín, por Ardilla y por
Rebeca, por la vida y por todo el maravilloso mundo.
Rebeca y Ardilla observaron al caballero ponerse de rodillas, con lágrimas de gratitud surgiendo de sus
ojos.
!Casi muero por todas las lágrimas que no derramé!, pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas,
por su barba y por su peto. como provenían de su corazÓn, estaban extraordinariamente calientes, de
manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas las direcciones
nunca más. Nunca más vería la gente el brillante reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo
por el norte o poniéndose por el este.
Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho
más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destelleante como un arroyo,
resplandeciente como la luna, deslumbrante como el sol.
Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la luna. Era el sol. Podía ser todas estas cosas a la vez, y
más, porque era uno con el universo.
!Era amor!
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